Moulin Rouge en el Piccadilly Theatre
Cuando el espectáculo se convierte en experiencia
Hay espectáculos que ves y hay espectáculos que vives. El musical Moulin Rouge en el Piccadilly Theatre pertenece definitivamente a esta segunda categoría. Después de varios días recorriendo teatros londinenses durante nuestra escapada de mayo, esta producción se convirtió en el broche de oro perfecto para nuestras vacaciones teatrales, aunque de una manera que jamás habríamos imaginado.
Llegada al último minuto: cuando el caos londinense te salva #
Por una de esas casualidades que solo pueden ocurrir cuando intentas calcular tiempos de transporte en Londres, llegamos al Piccadilly Theatre exactamente un minuto antes de que comenzara la representación. Lo que había planeado como una llegada tranquila con tiempo para ambientarnos se convirtió en una carrera contrarreloj por las calles del West End.
Curiosamente, esta llegada precipitada terminó siendo perfecta para Moulin Rouge. No tuve tiempo de analizar el espacio, de estudiar la decoración o de hacerme expectativas sobre lo que iba a ver. Simplemente me senté en mi butaca, aún recuperando el aliento, y de inmediato me vi sumergido en esa avalancha de color rojo, luces y música que caracteriza este espectáculo. Quizás la mejor manera de vivir Moulin Rouge sea precisamente así: sin preparación, dejándote arrastrar por la sorpresa.
El espectáculo: una avalancha sensorial perfectamente orquestada #
Cuando finalmente comenzó la función propiamente dicha, fue como recibir el impacto de una ola de pura energía. La palabra que mejor describe lo que experimentas es "avalancha": una avalancha de luces, música, bailarines extraordinarios y voces que te dejan sin aliento. Desde el momento en que suena "Lady Marmalade" para abrir el espectáculo, sabes que estás ante algo que no va a darte tregua.
La perfección técnica es absolutamente impecable. En las casi tres horas de función no escuché ni un solo error vocal, no vi ni un solo paso en falso en las coreografías, ni siquiera noté el movimiento de los decorados, que cambiaban constantemente creando escenarios completamente nuevos. Es el tipo de producción que te hace consciente de que estás presenciando el teatro comercial llevado a su máxima expresión.
Las canciones: el poder de lo conocido reinterpretado #
Una de las decisiones más arriesgadas del musical es su naturaleza de jukebox musical llevada al extremo. Si la película ya incluía una selección ecléctica de éxitos populares reinterpretados, la versión teatral multiplica esta fórmula hasta límites casi absurdos. Escuchas desde Britney Spears hasta Whitney Houston, desde Cher hasta canciones de rock clásico, todo mezclado en medleys que no deberían funcionar pero que resultan absolutamente efectivos.
Lo que más me fascinó fue comprobar cómo canciones que conocía de memoria adquirían una dimensión completamente nueva en boca de estos intérpretes. El momento en que Satine desciende del cielo cantando "Diamonds" de Rihanna, o cuando el conjunto ejecuta una versión absolutamente electrizante de "Roxanne" convertida en tango, son momentos de puro teatro musical que se quedan grabados en la memoria.
Los intérpretes: voces que llegan al alma #
La calidad vocal del reparto es sencillamente alucinante, aunque tendré que confesar que salí del teatro sin conocer el nombre de ninguno de los protagonistas. Y quizás eso habla mejor del espectáculo que cualquier análisis técnico: cuando los intérpretes logran que te olvides de que estás viendo actores y simplemente te sumerges en la historia que están contando.
La protagonista femenina tiene esa presencia magnética que requiere Satine, esa mezcla de vulnerabilidad y fortaleza que hace creíble tanto su papel de cortesana estrella como su transformación emocional. Su voz tiene el poder y la versatilidad necesarios para hacer justicia a un repertorio tan variado. El protagonista masculino logra ese equilibrio perfecto entre la ingenuidad del escritor bohemio y la pasión del enamorado. Su interpretación te hace conectar emocionalmente con un personaje que podría haber resultado simplemente naíf.
Pero quizás lo más impresionante es el conjunto. Cada bailarín, cada cantante del coro, cada músico parece estar dando lo mejor de sí mismo en cada momento. Es esa sensación de estar viendo a profesionales absolutos trabajando en perfecta sincronización.
Conversaciones de entreacto: el poder de las canciones conocidas #
Durante el entreacto tuve una de esas conversaciones casuales que solo pueden surgir en el teatro. Las dos chicas sentadas a mi lado, que habían viajado desde alguna ciudad del norte de Inglaterra a Londres para celebrar un cumpleaños con un fin de semana teatral, estaban tan impresionadas como yo por lo que acabábamos de ver.
"¿Cuál te parece mejor, Starlight Express o Moulin Rouge?", me preguntó una de ellas, y su pregunta me obligó a reflexionar sobre algo que llevaba toda la función rondándome por la cabeza. Moulin Rouge es indiscutiblemente más disfrutable en el sentido inmediato del término. Te atrapa desde el primer momento, te hace canturrear por lo bajo canciones que conoces de memoria, te saca sonrisas y lágrimas con una facilidad pasmosa.
Pero claro, juega con una ventaja enorme: cada canción que suena en escena ha sido un éxito mundial en algún momento de las últimas décadas. Cuando escuchas los primeros acordes de "Lady Marmalade" o "Diamonds", tu cerebro ya está preparado para la emoción porque esas melodías forman parte de tu historia personal. Es trampa, pero es trampa inteligente.
Y ahí surge la eterna pregunta que todo aficionado al teatro musical se hace alguna vez: ¿qué tiene más mérito, una composición original creada específicamente para una historia teatral o la genialidad de reinterpretar éxitos conocidos de manera que cobren un significado completamente nuevo? Mi corazón gritaba que hay que valorar el trabajo de una composición realizada por y para un espectáculo teatral concreto, pero mi sonrisa de oreja a oreja después de dos horas de Moulin Rouge me decía que quizás no todo en el teatro tiene que ser original para ser válido.


Paseo nocturno por el West End: digestión de la experiencia #
Saliendo del teatro, con los oídos aún zumbando por la música y las luces del Piccadilly Circus reflejándose en nuestros ojos, decidimos caminar hasta Leicester Square para intentar digerir lo que acabábamos de vivir. Las calles del West End a esa hora de la noche tienen una energía especial, con grupos de personas saliendo de teatros y restaurantes, comentando espectáculos, riendo, recreando pasos de baile que acababan de ver.
Mientras paseábamos, no podía dejar de pensar en esa conversación del entreacto. Moulin Rouge me había hecho reflexionar sobre los diferentes tipos de experiencias teatrales y sobre qué valoramos realmente cuando vamos al teatro. No es solo la calidad técnica, que es evidente, sino esa capacidad de crear momentos que trascienden la función teatral convencional.
Reflexiones de un espectador ocasional #
Como alguien que no vive el teatro de manera profesional, sino que lo disfruta ocasionalmente durante los viajes, puedo decir que Moulin Rouge me recordó por qué el West End mantiene su reputación mundial. No es solo por la calidad técnica, que es evidente, sino por esa capacidad de crear experiencias que trascienden la función teatral convencional.
¿Es el mejor musical que he visto nunca? Probablemente no. ¿Es el más espectacular? Sin duda alguna. ¿Es una experiencia que recomendaría sin reservas? Absolutamente sí, con la advertencia de que hay que ir preparado para dejarse llevar por la avalancha sensorial y no buscar subtilezas donde no las hay.
Al final, Moulin Rouge funciona precisamente porque no pretende ser otra cosa que lo que es: un espectáculo diseñado para deslumbrarte, para hacerte olvidar por unas horas los problemas del mundo real, para recordarte que el teatro puede ser pura diversión sin complejos. Y visto desde esa perspectiva, es difícil encontrarle fallos.
La noche que pasamos en el Moulin Rouge del West End será una de esas experiencias que recordaré con una sonrisa, no solo por la calidad del espectáculo, sino por esa sensación única de haber sido parte de algo especial, de haber compartido con cientos de desconocidos una noche de pura magia teatral en el corazón de Londres.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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