Día 2. Primer encuentro con la Viena imperial y sus multitudes dominicales
06 julio 2025
El domingo 6 de julio amaneció como el primer día real de nuestro reencuentro con Viena. Después de acostarnos pasadas las tres de la madrugada, era lógico que nos levantáramos algo tarde, pero la expectación por redescubrir la ciudad después de tantos años pudo más que el cansancio acumulado.
Era domingo, lo que significaba comercios cerrados pero también esa particular atmósfera dominical que tienen las grandes capitales europeas, cuando los turistas se apropian del centro histórico y los lugareños huyen hacia otros planes.
Primeras impresiones matutinas #
Después de un desayuno en una cafetería cerca del hotel, nos dirigimos hacia el centro de Viena en metro. El contraste con la ciudad nocturna que habíamos conocido la víspera era absoluto: las calles rebosaban de vida, el sol prometía un día espléndido, y el ambiente general invitaba al optimismo. El trayecto en metro desde el distrito XVI hasta el centro nos permitió observar cómo se iba transformando el paisaje urbano, desde los barrios residenciales más anónimos hasta la grandiosidad imperial del Innere Stadt.
La primera parada obligada era la catedral de San Esteban, ese símbolo indiscutible de Viena que aparece en todas las postales y que había quedado grabado en mi memoria desde la primera visita. Llegar a la Stephansplatz en domingo por la mañana fue como sumergirse en un mar humano cosmopolita, pero con una presencia abrumadora de turistas españoles que hablaban más alto que el resto y que parecían haber convertido Viena en su particular campo de verano.
La catedral de San Esteban: entre la devoción y el turismo #
La catedral de San Esteban sigue siendo uno de los monumentos más impresionantes de Europa central. Su característica torre sur, que se alza 136 metros sobre la ciudad, y especialmente su tejado con más de 230.000 tejas de colores que forman intrincados diseños geométricos y el escudo de armas de Austria, constituyen una de las imágenes más reconocibles de Viena. La construcción actual data principalmente de los siglos XIV y XV, aunque el edificio ha sufrido numerosas transformaciones y reconstrucciones a lo largo de su historia de más de 800 años.
Decidimos entrar únicamente a la zona gratuita de la catedral, que ya ofrece una perspectiva suficientemente impresionante de la nave principal y permite apreciar la monumentalidad del conjunto. El interior, con sus bóvedas góticas y sus capillas laterales, mantiene esa atmósfera de recogimiento que resiste incluso a las oleadas turísticas dominicales. Desde fuera, la catedral resulta aún más espectacular, especialmente cuando el sol ilumina los colores del tejado y resalta los detalles de la fachada sur.





Un paseo por el centro histórico en domingo #
Saliendo de la catedral nos adentramos en el laberinto de callejuelas del centro histórico vienés. Los domingos tienen esa peculiaridad de mostrar las ciudades en una versión diferente: sin el trajín comercial habitual, las calles se convierten en espacios peatonales donde los turistas pueden deambular con más tranquilidad, pero también donde la masificación se hace más evidente al concentrarse toda la actividad en los monumentos y espacios públicos.




Iglesia de San Pedro (Peterskirche) #
La iglesia de San Pedro es una joya barroca del siglo XVIII construida sobre un sitio con más de 1.600 años de historia cristiana. El edificio actual data de entre 1703-1733, obra de Johann Lukas von Hildebrandt, y está inspirado en la Basílica de San Pedro de Roma. La construcción de la nueva iglesia barroca empezó en torno a 1701 bajo la dirección de Gabriele Montani, que fue sustituido por Johann Lukas von Hildebrandt en 1703, después de que la iglesia anterior se incendiara en 1661.
Exteriormente destaca su cúpula y las dos torres inclinadas hacia la misma. En su interior, de planta central elíptica, destaca la majestuosa cúpula y el revestimiento de estucos dorados y ocres, además de sus interesantes frescos y retablos. Los frescos fueron pintados por Johann Michael Rottmayr, y el fresco en la cúpula representa la Coronación de Nuestra Señora.




Iglesia de San Miguel (Michaelerkirche) #
La iglesia de San Miguel fue inicialmente erigida con tres naves de estilo tardo románico hacia el año 1200, siendo una de las iglesias más antiguas de Viena. Fue durante mucho tiempo, junto con la Iglesia de los Agustinos, la segunda iglesia de corte de los emperadores de la Casa de Habsburgo.
La fachada actual de 1792 de estilo neoclásico, típico del reinado de José II, fue obra de Ernest Koch. Sobre la entrada y encima del frontón y de las columnas dóricas hay un grupo de ángeles alados y San Miguel, que mata a Lucifer, esculturas esculpidas por Lorenzo Martinelli. En ella podemos apreciar un coro gótico (s.XIV), frescos góticos y renacentistas, atrio con esculturas barrocas (principios del s.XVIII), un magnífico órgano de 1714, fachada neoclásica (finales del s.XVIII).
El órgano barroco de tubos dorados de 1714 de Johan David Sieber es el más grande de Viena. El Requiem de Mozart se interpretó por primera vez en esta iglesia en memoria del compositor el 10 de diciembre de 1791.






Hofburg: el corazón del poder imperial #
Nuestro recorrido matutino culminó en el complejo del Hofburg, el gigantesco palacio que durante más de 600 años fue el centro del poder de los Habsburgo. No entramos a ninguno de sus numerosos museos, en parte por economizar pero también porque queríamos tener una primera impresión general del conjunto antes de decidir qué merecía una visita más detallada.
El Hofburg es, literalmente, una ciudad dentro de la ciudad. Sus diferentes edificios, patios y plazas se extienden por una superficie enorme y representan diferentes épocas y estilos arquitectónicos, desde el gótico tardío hasta el historicismo del siglo XIX. Caminar por sus patios exteriores es suficiente para entender la magnitud del poder imperial que se concentraba aquí, cuando Viena era el centro de un imperio que se extendía desde Bohemia hasta los Balcanes.
El sol de julio y el calor empezaban a ser sofocantes, pero Viena demostró una vez más su lado práctico: las numerosas fuentes públicas repartidas por toda la ciudad permitían rellenar las botellas de agua constantemente y refrescarse. Es un detalle que muchas ciudades turísticas han olvidado, pero que en Viena sigue funcionando con esa eficiencia discreta típicamente austriaca.






Almuerzo improvisado en la Mariahilfer Strasse #
Aunque era domingo y prácticamente todos los comercios permanecían cerrados, conseguimos encontrar un supermercado abierto donde compramos unos bocadillos. La plaza de María Teresa, situada entre los museos de Historia Natural y de Historia del Arte, nos ofreció el escenario perfecto para una pausa. Es uno de esos espacios vieneses que combinan la grandiosidad imperial con la funcionalidad urbana: lo suficientemente monumentales para impresionar, pero también lo bastante amplios y cómodos para sentarse a descansar.
Desde nuestro improvisado banco de pícnic en pleno corazón de la Viena imperial, pudimos observar el continuo desfile de turistas de todas las nacionalidades. Los grupos organizados se sucedían con sus guías alzando paraguas de colores, las familias buscaban la sombra escasa, y los jóvenes mochileros consultaban constantemente sus mapas y móviles. Era el domingo perfecto para el people watching en una de las capitales turísticas más visitadas de Europa.




De palacios en parlamentos #
La tarde la dedicamos a un recorrido por algunos de los edificios más emblemáticos de la Viena oficial. Pasamos por delante de varios palacios menores, del imponente edificio del Parlamento con su arquitectura neoclásica inspirada en la Grecia antigua, y llegamos hasta la Rathausplatz, la plaza del ayuntamiento, que durante el verano se había transformado en un festival gastronómico al aire libre.
La plaza estaba llena de puestos de comida internacional, barras de bebidas y hasta un escenario preparado para proyecciones de cine al aire libre. Era la Viena más festiva y relajada, muy diferente de la solemnidad imperial que habíamos estado respirando durante la mañana. Las familias vienesas se mezclaban con los turistas, creando un ambiente mucho más auténtico y local que el que habíamos encontrado en el centro histórico.




La iglesia votiva y el contraste arquitectónico #
Nuestro siguiente destino fue la iglesia votiva, uno de los ejemplos más puros del neogótico del siglo XIX en Viena. Construida para conmemorar la salvación del emperador Francisco José de un atentado, la iglesia destaca por sus dos torres gemelas de más de 90 metros de altura que dominan el skyline de esta parte de la ciudad.
El contraste entre esta iglesia relativamente moderna y los edificios medievales y barrocos que habíamos visitado durante la mañana resultaba fascinante. Viena es una ciudad de múltiples capas históricas, donde cada época ha dejado su huella arquitectónica sin borrar completamente las anteriores. Este eclecticismo, que en mi primera visita me había parecido algo confuso, ahora lo percibía como una de las grandes riquezas de la capital austriaca.






Hundertwasserhaus: el antimonumento vienés #
Para completar la tarde queríamos llegar hasta la zona de Hundertwasserhaus. Cogimos el autobús hacia allí, y al ir a hacer el transbordo que nos indicaba la ruta vimos que estábamos junto al DonauKanal y decidimos dar un paseo por la orilla antes de coger el siguiente autobús. Es una zona con varios murales de arte urbano, y varios barcos que sirven de bares y restaurantes. Uno de ellos incluso tenía una piscina. Nos anotamos mentalmente la zona para volver alguna noche a ver el ambiente y seguimos nuestro camino hasta Hundertwasserhaus.
Hundertwasserhaus es uno de los edificios más singulares y controvertidos de Viena. Friedensreich Hundertwasser, el artista y arquitecto austriaco, diseñó este complejo residencial en los años 80 como una reacción radical contra la arquitectura convencional y la rigidez urbana. El resultado es un edificio que parece sacado de un cuento de hadas, con fachadas onduladas, ventanas de diferentes tamaños y formas, balcones irregulares cubiertos de vegetación, y una policromía que rompe completamente con la sobriedad arquitectónica vienesa.








Llegar a Hundertwasserhaus después de un día recorriendo palacios imperiales era como aterrizar en otro planeta. Este edificio representa todo lo contrario de la Viena monumental: es caprichoso donde aquella es solemne, colorido donde aquella es sobria, irregular donde aquella es simétrica. Hundertwasser quería demostrar que era posible una arquitectura más humana y orgánica, y desde luego lo consiguió, aunque el resultado divida opiniones.
El barrio de Hundertwasserhaus se ha convertido en una pequeña atracción turística en sí mismo, con tiendas especializadas en productos relacionados con el artista y las galerías comerciales del Hundertwasser Village. Estando allí comenzó a llover, lo que nos permitió refugiarnos en estas tiendas y explorar con más calma este universo artístico tan particular. Cuando las tiendas cerraron, la lluvia había amainado lo suficiente como para continuar nuestro recorrido.






El Prater: diversión popular en el corazón de Viena #
El último destino del día era el Prater, el enorme parque de atracciones que es desde hace más de 250 años uno de los espacios de ocio popular más queridos por los vieneses. El Prater es mucho más grande de lo que recordaba de mi primera visita hace más de 20 años, y también bastante más comercial y desarrollado. Lo que en mis recuerdos era un parque de atracciones con cierto aire retro, ahora se había convertido en un complejo de entretenimiento moderno, aunque conservando algunos de sus elementos históricos más emblemáticos.
La joya de la corona sigue siendo la Wiener Riesenrad, la noria gigante construida en 1897 que se ha convertido en uno de los símbolos más reconocibles de Viena. Con sus 65 metros de altura, dominaba todo el parque y ofrecía vistas panorámicas de la ciudad. Aunque no montamos en ninguna de las atracciones, disfrutamos simplemente paseando entre los restaurantes, puestos de comida y atracciones, observando cómo los vieneses disfrutaban de su domingo por la tarde desafiando la lluvia.
El ambiente del Prater era completamente diferente al del centro histórico. Aquí los turistas se mezclaban con familias locales, jóvenes en grupos, parejas de todas las edades. Era la Viena más relajada y popular, lejos de tanto palacio y tanta solemnidad imperial. En varias ocasiones tuvimos que buscar refugio de los chubascos intermitentes, pero eso solo añadía un toque de aventura a la visita.









Regreso nocturno y primeras conclusiones #
A partir de las diez de la noche algunas atracciones comenzaban a cerrar, así que dimos un último paseo por el parque antes de tomar el metro de vuelta al hotel. El trayecto nocturno nos permitió reflexionar sobre este primer día completo en Viena.
La ciudad había mostrado todas sus caras en una sola jornada: la Viena monumental y turística del centro histórico, la Viena oficial de los grandes edificios públicos, la Viena artística y alternativa de Hundertwasserhaus, y la Viena popular y familiar del Prater. Era un muestrario completo de una capital que combina la grandiosidad imperial con la vida urbana contemporánea.
Lo que más me llamaba la atención era la presencia masiva de turistas españoles, algo que no recordaba de mi primera visita. Viena se había convertido claramente en un destino muy popular para nuestros compatriotas, lo que tenía la ventaja de facilitar ciertos aspectos prácticos del viaje, pero también la desventaja de reducir esa sensación de exotismo que uno busca cuando viaja por Europa.
El primer día de exploración había confirmado mis recuerdos sobre la grandiosidad de Viena, pero también me había enseñado facetas de la ciudad que había pasado por alto en mi primera visita. Mañana tocaría profundizar en esos aspectos menos obvios de la capital austriaca.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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