El jueves 23 de octubre de 2025 comenzó nuestro viaje a Barcelona, y lo hizo con esa mezcla de emoción e incertidumbre que a veces trae consigo el otoño en el norte. Teníamos el vuelo programado para las 14:25 desde el aeropuerto de Bilbao, con llegada prevista a Barcelona a las 15:35. Una hora y poco de vuelo que debía dejarnos en la Ciudad Condal con toda la tarde por delante para reencontrarnos con nuestros amigos y empezar a saborear la experiencia que nos esperaba.
Un día complicado en el aeropuerto de Bilbao #
Pero ese jueves el viento decidió hacer de las suyas. Ya desde por la mañana habíamos oído en las noticias que varios vuelos no habían podido aterrizar en Loiu por culpa de las rachas de viento. No es algo inusual en nuestro aeropuerto, acostumbrado a lidiar con las complicaciones meteorológicas de estar prácticamente pegado a la costa y rodeado de montañas, pero nunca deja de generar cierta inquietud cuando tienes un vuelo programado.
Afortunadamente nuestro vuelo no tuvo problemas mayores para despegar. El avión logró salir de Bilbao sin contratiempos, aunque el viento sí que marcó el inicio de lo que sería una jornada de retrasos encadenados. Llegamos a Barcelona con aproximadamente una hora de retraso respecto a la hora prevista. No era dramático, seguíamos teniendo toda la tarde por delante, pero era el primer aviso de que ese día los horarios iban a ser más una sugerencia que una certeza.
El calvario del tren de Renfe #
Desde el aeropuerto de El Prat cogimos el tren de Renfe que conecta directamente con la estación de Sants, en pleno corazón de Barcelona. Es una opción cómoda y rápida que hemos usado en otras ocasiones, mucho más práctica que el autobús cuando tu destino está bien conectado con el metro desde Sants. O al menos debería ser rápida.
El tren se retrasó considerablemente porque estuvo bastante tiempo parado en mitad de las vías, sin que nadie de Renfe se dignase a dar ninguna explicación. Ni un anuncio por megafonía, ni información sobre qué estaba pasando o cuánto tiempo íbamos a estar allí parados. Solo silencio y pasajeros mirándose unos a otros con esa mezcla de resignación y perplejidad tan característica del transporte público. Después del retraso del vuelo, este nuevo contratiempo empezaba a hacer mella en nuestra paciencia, aunque hay que reconocer que tras años viajando, uno aprende a tomarse estas cosas con cierta filosofía.
Cuando por fin el tren decidió reanudar su marcha y llegamos a Sants, nos dirigimos a la línea 5 de metro que nos llevaría hasta casa de nuestros amigos, muy cerca del antiguo Hospital de Sant Pau. Ese magnífico edificio modernista que tanto nos gusta y que siempre marca la llegada a una zona de Barcelona llena de historia y encanto.
Reencuentro y planes sobre la mesa #
Cuando llegamos al piso, ya entrada la tarde, el alivio de estar por fin en destino se mezcló con la alegría del reencuentro. Nuestros amigos nos recibieron con esa calidez que solo dan los años de amistad compartida, esos lazos que resisten la distancia y el tiempo. Dejamos las mochilas y casi inmediatamente salimos con ellos al supermercado. Necesitaban hacer la compra para la cena y algunas cosas más para la casa, y nosotros estábamos encantados de acompañarles en esos pequeños rituales cotidianos que forman parte de la verdadera experiencia de visitar una ciudad.
La tarde se convirtió en lo que habíamos esperado que fuera: charla relajada, ponernos al día de nuestras vidas, cena en familia alrededor de la mesa. Hablamos mucho de Open House, por supuesto. Les contamos nuestras expectativas sobre participar como voluntarios en una ciudad nueva, tan diferente a nuestra experiencia en Bilbao. Ellos nos preguntaban sobre cómo funcionaba el festival, qué tipo de edificios abren, cómo se organizan las visitas.
También desplegamos el programa del fin de semana, todavía sin nuestro kit de voluntarios pero con toda la información disponible en la web. Más de doscientos edificios abiertos al público durante el sábado y el domingo. Era imposible verlo todo, evidentemente, pero podíamos empezar a fantasear con qué nos gustaría visitar, qué lugares nos generaban más curiosidad, cuáles estaban más cerca de nuestro punto de voluntariado en la Cascada Monumental.
El sabor de lo que estaba por venir #
Esa primera noche en Barcelona tuvo el sabor de las vísperas. No habíamos hecho nada espectacular, no habíamos visitado ningún monumento ni paseado por ningún lugar emblemático. Pero había algo especial en estar allí, en esa ciudad que conocemos bien pero que esta vez íbamos a experimentar desde un ángulo completamente distinto. No éramos turistas, al menos no solo eso. Íbamos a formar parte de la maquinaria que hace posible Open House Barcelona, aunque fuera solo durante unas horas.
Cuando nos fuimos a dormir, con los retrasos del día ya convertidos en anécdotas y con la expectación del viernes por delante, teníamos claro que habíamos empezado bien. A veces el mejor inicio de un viaje no es la gran llegada triunfal, sino estos momentos tranquilos, domésticos, genuinos. Mañana empezaría de verdad la aventura.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
Descubre Bilbao
Bienvenido a mi Bilbao, una ciudad que reinventa su pasado industrial en un presente lleno de arte, sabor y sorpresas. Aquí encontrarás rutas, paseos y eventos tanto de Bilbao como de sus alrededores