Budapest: reflexiones desde el confinamiento
El valor de un viaje en el tiempo perfecto
Mirando hacia atrás, el timing de este viaje no pudo ser más perfecto, aunque entonces no lo supiera. Budapest del 2 al 6 de marzo de 2020 representó la última semana de normalidad antes de que el mundo cambiara para siempre. Caminar libremente por las calles de una ciudad extranjera, mezclarse con multitudes en los baños termales, viajar sin restricciones ni papeles sanitarios... todo eso se ha convertido ahora en un lujo del pasado.
El viaje cumplió exactamente lo que esperaba de él: redescubrir una ciudad que me había marcado veinte años antes, confirmar que Budapest sigue siendo uno de esos destinos que justifican cualquier esfuerzo por visitarlos, y hacerlo además con un presupuesto ridículamente bajo que demostró una vez más que viajar bien no tiene por qué ser caro.
Por poco más de 100 euros había conseguido vuelos, alojamiento y transporte local durante cinco días. Sumando comidas, entradas a monumentos, los baños termales y algún capricho, el viaje completo solo superó ligeramente los 200 euros. Una ganga absoluta para una experiencia que ahora, en retrospectiva, no tiene precio.
Budapest sigue siendo preciosa #
La ciudad confirmó ampliamente mi recuerdo de 2001. Budapest mantiene esa elegancia decadente que la distingue de otras capitales centroeuropeas, esa capacidad de impresionar sin abrumar, de mostrar grandeza arquitectónica manteniendo una escala humana.
Las vistas desde el Bastión de los Pescadores siguen siendo espectaculares, el Parlamento continúa siendo uno de los edificios más hermosos de Europa, y el Danubio sigue fluyendo majestuoso entre Buda y Pest creando esas postales que nunca pasan de moda. Si algo ha cambiado en estos casi veinte años, ha sido para mejor: la ciudad parece más cuidada, más consciente de su valor turístico, más orgullosa de sí misma.
El único punto que me decepcionó ligeramente fueron los baños Széchenyi. Aunque la experiencia fue interesante desde el punto de vista cultural y las instalaciones son impresionantes, me pareció algo sobrevalorada para el turista casual. Cinco horas de termas están bien como experiencia puntual, pero no es algo que consideraría imprescindible en una primera visita a Budapest. Es más bien un complemento agradable que una atracción esencial.
Una ciudad que invita a regresar #
Cinco días resultaron suficientes para ver lo esencial de Budapest, pero no para agotarla. La ciudad tiene suficientes capas de interés como para justificar una tercera visita más pausada: barrios que apenas exploré, museos que quedaron pendientes, excursiones a los alrededores que no tuve tiempo de hacer.
Me quedé con ganas de conocer mejor el barrio judío más allá de los ruin pubs, de explorar las colinas de Buda con más calma, de hacer alguna excursión fluvial por el Danubio, de visitar otros balnearios menos turísticos que los Széchenyi. Budapest es una ciudad que se va desvelando poco a poco, y cinco días solo permiten arañar la superficie.
Marzo resultó ser una época interesante para visitarla. Los días eran aún cortos y el tiempo algo inestable, pero las ventajas compensaban los inconvenientes: pocos turistas, precios más bajos, la posibilidad de disfrutar de los monumentos con más tranquilidad.
La ironía del timing #
Hay algo profundamente irónico en haber visitado un museo sobre dictaduras del pasado justo antes de experimentar nuestras propias restricciones de libertad, aunque por razones completamente diferentes. El 4 de marzo estaba en los baños Széchenyi, compartiendo piscinas termales con cientos de personas de todo el mundo, sin mascarillas, sin distancia de seguridad, sin sospechar que el mundo estaba a punto de cambiar radicalmente.
Una semana después de regresar, España entraba en estado de alarma. Las fronteras se cerraban, los vuelos se cancelaban, viajar se convertía en algo impensable. Mi escapada de cinco días a Budapest se había convertido, sin saberlo, en mi último viaje de libertad total en no sé cuanto tiempo.
Esta perspectiva ha añadido al viaje un valor emocional que no había previsto. Cada momento de libertad vivido en Budapest, cada paseo sin rumbo fijo por sus calles, cada decisión espontánea de cambiar de planes, se ha convertido en un tesoro de memoria que ahora resulta especialmente valioso.
Una despedida temporal #
Budapest queda pendiente para un futuro reencuentro. No sé cuándo será posible volver a viajar con la libertad y espontaneidad anteriores a la pandemia, pero cuando sea posible, Budapest estará en mi lista de destinos a revisitar.
La ciudad me ha regalado cinco días perfectos de redescubrimiento, confirmando que hay lugares que permanecen especiales independientemente del tiempo transcurrido. Budapest en 2020 fue tan fascinante como Budapest en 2001, con la ventaja añadida de la perspectiva que dan los años y la experiencia.
Mientras tanto, me quedo con las fotos, los recuerdos y este diario como testimonio de un viaje perfecto en un momento perfecto, sin saber que era perfecto hasta que dejó de serlo. Un viaje que representa la última bocanada de aire fresco antes de un confinamiento que nadie podía prever, y que por eso mismo ha adquirido un valor incalculable como símbolo de libertad.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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