Hay días de viaje que se convierten en auténticas expediciones urbanas, jornadas donde la curiosidad te lleva de un descubrimiento a otro hasta agotar las fuerzas y la luz solar. El 1 de abril fue exactamente uno de esos días: comenzó con la intención de explorar rutas alternativas desde Taksim y terminó en el lado asiático de Estambul, después de haber recorrido murallas bizantinas, cementerios otomanos y haber experimentado uno de esos atardeceres que se quedan grabados para siempre en la memoria.
Ruta alternativa: descubriendo la calle Sıraselviler #
Después de dos días bajando hacia el centro histórico por la popular İstiklal, decidí explorar rutas alternativas desde mi apartamento en Taksim. La calle Sıraselviler se presentaba como una opción interesante para descender hacia el Bósforo por un camino menos transitado por turistas.
La decisión resultó acertada. Sıraselviler me ofreció una perspectiva más auténtica de la vida cotidiana estambulí. Los edificios residenciales se mezclaban con pequeños comercios locales, cafeterías de barrio que no aparecen en las guías turísticas, y esa sensación de estar recorriendo la ciudad real, no solo la postal.
Mezquita Kiliç Ali Pasha: elegancia junto al agua #
Mi primera parada arquitectónica fue la Mezquita Kiliç Ali Pasha, situada estratégicamente junto al Bósforo. Esta mezquita del siglo XVI, obra del gran arquitecto Mimar Sinan, me sorprendió por su elegancia contenida y su perfecta integración con el paisaje marítimo circundante.
Lo que más me llamó la atención fue su ubicación. Mientras que las grandes mezquitas imperiales buscan imponerse sobre el paisaje urbano, Kiliç Ali Pasha parecía dialogar armoniosamente con el agua. Los minaretes se reflejaban en las aguas del Cuerno de Oro, creando una simetría que aumentaba la belleza del conjunto arquitectónico.
Desde la mezquita, la calle Kemeraltı me condujo de nuevo hacia el puente de Gálata, que ya se había convertido en un punto de referencia familiar en mis exploraciones estambulíes. Era reconfortante comprobar cómo, después de solo tres días, ciertos elementos del paisaje urbano comenzaban a resultar familiares.


Puente de Gálata: descubriendo el nivel inferior #
En esta segunda visita al puente decidí explorar su nivel inferior, algo que había pospuesto el día anterior. La planta baja del puente alberga una hilera de restaurantes especializados en pescado y marisco, creando una especie de lonja gastronómica suspendida sobre las aguas del Cuerno de Oro.
El ambiente era completamente diferente al de la cubierta superior. Mientras arriba dominaban los pescadores locales y los turistas paseantes, abajo reinaba una atmósfera más gastronómica y relajada. Los restaurantes competían por atraer clientes mostrando pescados frescos en hielo, y el aroma a parrilla y especias creaba una experiencia sensorial intensa.
Era fascinante observar cómo un mismo edificio podía albergar usos tan diferentes: puente de comunicación, lugar de pesca tradicional y zona gastronómica, todo funcionando simultáneamente sin conflictos aparentes.
Gran Bazar: segunda oportunidad, primera decepción #
Con el Gran Bazar finalmente abierto, era el momento de enfrentarme a una de las experiencias más icónicas del turismo estambulí. Había leído cientos de descripciones entusiastas sobre este laberinto comercial del siglo XV, sobre su atmósfera única y su capacidad para transportarte a otra época.
Debo confesar que la realidad no cumplió mis expectativas. Lejos de ser la experiencia mágica que había imaginado, me encontré con un espacio abarrotado de turistas y vendedores excesivamente insistentes. La sensación de agobio fue inmediata y persistente. Cada paso estaba acompañado de reclamos comerciales, cada mirada curiosa hacia un puesto se interpretaba como una invitación a una negociación agresiva.
Sé que hay viajeros que disfrutan enormemente de este tipo de experiencias comerciales intensas, que encuentran emocionante el regateo y la interacción constante con vendedores. Pero debo admitir que no es mi estilo de turismo. Después de un paseo rápido por algunas de las calles principales del bazar, salí a buscar aire fresco y espacios menos saturados.


Mausoleo del sultán Suleimán: grandeza silenciosa #
Mi siguiente parada fue el mausoleo del sultán Suleimán el Magnífico, uno de los lugares más cargados de historia imperial de toda la ciudad. Llegar hasta allí supuso un respiro después de la intensidad comercial del Gran Bazar. El mausoleo se encuentra en un entorno mucho más tranquilo, rodeado de jardines que invitan a la contemplación.
El edificio en sí mismo es un ejemplo perfecto de la arquitectura funeraria otomana. La sobriedad exterior contrasta con la riqueza decorativa del interior, donde el sarcófago del sultán reposa rodeado de caligrafía árabe y azulejos de Iznik. Era emocionante estar ante la tumba de quien había llevado el Imperio Otomano a su máximo esplendor territorial y cultural.



Mezquita de Suleimán: esperando entre oraciones #
Desde el mausoleo, mi objetivo era visitar la Mezquita de Suleimán el Magnífico, considerada una de las obras maestras de Mimar Sinan. Sin embargo, llegué justo en el momento de las oraciones, lo que me obligó a esperar en el exterior hasta que el servicio religioso terminara.
Lejos de ser un contratiempo, esta espera me permitió observar el ritual de llegada de los fieles, contemplar la mezquita desde diferentes ángulos exteriores, y apreciar cómo se integra en el paisaje urbano circundante. La mezquita domina una de las colinas de Estambul, creando un perfil arquitectónico que se ve desde múltiples puntos de la ciudad.
Cuando finalmente pude acceder al interior, la experiencia justificó la espera. La mezquita de Suleimán representa la culminación del arte arquitectónico otomano. El espacio interior, con sus proporciones perfectas y su iluminación natural, crea una sensación de trascendencia que va más allá de lo meramente estético.


Acueducto de Valente: ingeniería romana en pie #
Mi ruta me llevó después hasta el Acueducto de Valente, uno de esos monumentos que demuestran la continuidad histórica de Estambul como ciudad imperial. Construido en el siglo IV durante el Imperio Romano de Oriente, este acueducto había seguido funcionando durante el período bizantino y otomano, llevando agua a la ciudad durante más de mil años.
Ver esos arcos de piedra atravesando el paisaje urbano moderno era una lección visual de historia. Los automóviles circulaban bajo arcos que habían visto pasar carros romanos, caravanas bizantinas y cortijos otomanos. Era uno de esos momentos en los que la superposición temporal de Estambul se hace especialmente evidente.
La solidez constructiva del acueducto, después de dieciséis siglos en pie, hablaba de la maestría técnica de los ingenieros romanos. Pero también de la inteligencia de las civilizaciones posteriores, que supieron mantener y aprovechar una infraestructura tan valiosa en lugar de destruirla.


Mezquita de Fatih: el conquistador de Constantinopla #
La Mezquita de Fatih me acercaba a otra figura fundamental de la historia estambulí: Mehmet II, el conquistador de Constantinopla. La mezquita original del siglo XV había sido reconstruida tras el terremoto de 1766, pero mantenía toda su carga simbólica como lugar de descanso eterno del sultán que cambió para siempre el destino de la ciudad.
El complejo de Fatih es mucho más que una mezquita. Incluye escuelas, hospedería, hospital y otros servicios sociales, representando el concepto otomano de complejo religioso-social conocido como külliye. Era fascinante observar cómo el Islam otomano había desarrollado una arquitectura que integraba lo religioso, lo educativo y lo asistencial en un solo conjunto.
Iglesia de San Salvador de Cora: el tesoro bizantino escondido #
Una de las sorpresas más gratas del día fue la Iglesia de San Salvador de Cora. Este pequeño edificio bizantino, perdido entre las calles residenciales de Estambul, alberga algunos de los mosaicos y frescos más espectaculares del arte bizantino tardío.
Es increíble cómo un edificio tan modesto desde el exterior puede contener un tesoro artístico de semejante calibre. Los mosaicos del siglo XIV representan la culminación del renacimiento artístico bizantino, con una expresividad y una técnica que rivalizan con lo mejor del arte italiano contemporáneo.
La iglesia tenía esa atmósfera íntima que hace especiales las visitas a monumentos menos masificados. Sin las multitudes de Santa Sofía o la Mezquita Azul, era posible contemplar con calma cada detalle, cada rostro de los mosaicos, cada elemento decorativo.




Murallas de Constantinopla: historia pura en piedra #
El momento más emocionante del día llegó al acercarme a las Murallas de Constantinopla. Ver esas fortificaciones que habían defendido la ciudad durante más de mil años, que habían resistido asedios árabes, búlgaros, rusos y finalmente habían caído ante los cañones otomanos en 1453, era como tocar la historia con las propias manos.
Las murallas conservan tramos en excelente estado que permiten imaginar la impresión que debían causar en los ejércitos asediantes. La triple línea defensiva, con sus torres y sus puertas fortificadas, representa uno de los sistemas defensivos más sofisticados de la historia medieval.
Caminar junto a esas murallas era hacer un viaje mental a través de los siglos. Cuántas batallas habían presenciado, cuántos imperios habían intentado atravesarlas, cuántas vidas se habían perdido tratando de conquistar o defender lo que había detrás de esas piedras.


Eyüp Sultan: espiritualidad junto al Cuerno de Oro #
Mi ruta me llevó después hasta la Mezquita de Eyüp Sultan, uno de los lugares más sagrados del Islam en Estambul. Situada en el extremo del Cuerno de Oro, esta mezquita alberga la tumba de Abu Ayyub al-Ansari, compañero del profeta Mahoma que murió durante el primer asedio árabe de Constantinopla.
El ambiente en Eyüp era completamente diferente al de las mezquitas del centro histórico. Aquí predominaban los peregrinos religiosos sobre los turistas, creando una atmósfera de auténtica devoción. Las familias turcas acudían con niños pequeños para ceremonias religiosas, y el conjunto tenía una autenticidad espiritual que contrastaba con el carácter más turístico de otros monumentos.




Pierre Loti: el teleférico hacia las mejores vistas #
Desde Eyüp cogí el teleférico que sube hasta la colina de Pierre Loti, cuyo nombre procede de un novelista francés enamorado de la cultura otomana. El ascenso en teleférico ya era una experiencia en sí misma, con vistas progresivamente más espectaculares del Cuerno de Oro y la ciudad histórica.




Llegar a la cima fue uno de los momentos cumbre del viaje. Las vistas desde Pierre Loti son simplemente extraordinarias. Todo Estambul se extendía abajo como una maqueta gigante: el Cuerno de Oro serpenteando entre las colinas, los minaretes y cúpulas creando un perfil urbano único en el mundo, el Bósforo brillando a lo lejos.
Pasé mucho tiempo en la terraza, tratando de memorizar cada detalle de esa panorámica. Era uno de esos momentos de viaje que sabes que recordarás durante años, uno de esos instantes que justifican por sí solos todo el esfuerzo de llegar hasta allí.





Descenso por el cementerio: entre tumbas otomanas #
En lugar de bajar en teleférico, decidí descender caminando por el cementerio otomano que cubre la ladera de la colina. Fue una experiencia única y algo sobrecogedora. El cementerio de Eyüp es uno de los más antiguos y respetados de Estambul, con tumbas que se remontan a los primeros siglos otomanos.
Las lápidas otomanas, con sus formas características y sus inscripciones en caligrafía árabe, creaban un paisaje funerario de gran belleza plástica. Los cipreses centenarios proporcionaban sombra y solemnidad al conjunto. Era un lugar perfecto para reflexionar sobre el paso del tiempo y sobre las generaciones que habían vivido y muerto en esta ciudad milenaria.
El descenso me llevó de vuelta a la zona de Abu Ayyub al-Ansari, donde pude observar más detenidamente la vida de barrio que se desarrolla alrededor de uno de los santuarios más importantes del Islam turco.




Sorpresa asiática: rumbo a Üsküdar #
Cuando pensaba que el día había dado todo lo que podía dar, decidí añadir una aventura más. Desde Eyüp cogí un metro que me llevaría hasta Üsküdar, en el lado asiático de Estambul. Era la primera vez en el viaje que cruzaría a Asia, añadiendo un componente geográfico emocionante a la jornada.
Llegué a Üsküdar justo a tiempo para uno de esos atardeceres que se quedan grabados en la memoria para siempre. La ubicación de este barrio asiático, frente a la península histórica europea, ofrece una perspectiva única de Estambul al atardecer.
Ver las siluetas de Santa Sofía, la Mezquita Azul y el palacio de Topkapi recortándose contra un cielo que pasaba gradualmente del azul al naranja y luego al púrpura era un espectáculo de una belleza casi irreal. Los minaretes se convertían en siluetas elegantes, las cúpulas creaban un perfil ondulante, y todo el conjunto arquitectónico que había visitado durante los días anteriores se integraba en una panorámica perfecta.




Ferry nocturno: navegación equivocada, experiencia perfecta #
Para el regreso decidí tomar uno de los ferris que cruzan el Bósforo, añadiendo una experiencia marítima nocturna al día. Sin embargo, en el muelle me equivoqué de ferry y en lugar de llegar a Karaköy, como tenía previsto, acabé en Beşiktaş, bastante más lejos de mi apartamento.
Lejos de verlo como un error, lo tomé como una oportunidad de experimentar Estambul nocturno desde una perspectiva diferente. El paseo en ferry por las aguas del Bósforo, con las luces de la ciudad reflejándose en el agua y la brisa nocturna, era una forma perfecta de relajarse después de una jornada tan intensa.




Caminata nocturna: regreso a través de la ciudad iluminada #
El paseo extra desde Beşiktaş hasta Taksim, aunque no había sido planeado, resultó ser un final perfecto para un día épico. Caminar por las calles de Estambul de noche, cuando las temperaturas son más suaves y la ciudad muestra su cara más relajada, me permitió procesar todas las experiencias acumuladas durante la jornada.
Al llegar finalmente al apartamento, después de más de doce horas de exploración continua, tenía la sensación de haber vivido uno de esos días de viaje que se convierten en referencia para todas las aventuras futuras. Había recorrido la ciudad de oeste a este, de las murallas bizantinas al lado asiático, pasando por mezquitas, mausoleos, acueductos y cementerios.
Pero más allá de la lista de monumentos visitados, lo que hacía especial la jornada era la sensación de haber captado algo del alma profunda de Estambul. Había experimentado su diversidad geográfica, su riqueza histórica, su capacidad para sorprender incluso cuando crees que ya la conoces.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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