Mientras escribía mi artículo anterior sobre "El declive del souvenir tradicional", me vino a la mente una reflexión complementaria que merecía su propio espacio. Si bien es cierto que los souvenirs clásicos están perdiendo relevancia en la era digital, hay otra categoría de objetos viajeros que, curiosamente, gana fuerza con el tiempo: los no-souvenirs.
Todos conocemos la tentación de adquirir imanes para la nevera, tazas conmemorativas o llaveros con monumentos icónicos durante nuestros viajes. Pero hay otra categoría de objetos viajeros que, sin pretenderlo, acaban ocupando un lugar especial en nuestra memoria: los no-souvenirs. Esos artículos que compramos por pura necesidad durante nuestras aventuras y que, con el paso del tiempo, se transforman en poderosos evocadores de experiencias pasadas.
El nacimiento accidental de los recuerdos #
Sucede casi sin darnos cuenta. Estamos recorriendo las calles de Ámsterdam cuando el cielo, hasta entonces despejado, comienza a oscurecerse amenazando tormenta. Buscamos refugio en la primera tienda que encontramos y, ante la perspectiva de arruinar nuestra jornada turística, adquirimos un paraguas por necesidad imperiosa. No hay nada especial en él, quizás ni siquiera tiene el nombre de la ciudad. Lo compramos simplemente para seguir explorando bajo la lluvia.
Años después, cada vez que abrimos ese paraguas en nuestro Bilbao natal, no podemos evitar recordar aquella tarde en Ámsterdam, el olor a humedad, las calles relucientes, los canales reflejando las luces difusas y ese café donde nos refugiamos después para entrar en calor. Un objeto puramente funcional se ha convertido, sin pretenderlo, en una máquina del tiempo.
La autenticidad inadvertida #
Lo fascinante de los no-souvenirs es precisamente su autenticidad accidental. Mientras los recuerdos tradicionales suelen representar versiones idealizadas y comerciales de los destinos, estos objetos cotidianos nos conectan con experiencias genuinas y momentos de vulnerabilidad durante nuestros viajes.
El sombrero de paja que compramos apresuradamente en un mercadillo de Palma de Mallorca cuando el sol mediterráneo amenazaba con abrasarnos. Los calcetines gruesos adquiridos en una tienda de Oslo ante un frío que no habíamos previsto. La bufanda local comprada en Berlín cuando descubrimos que nuestro equipaje de otoño no era suficiente para el clima alemán. Todos estos objetos no fueron adquiridos para recordar, sino para sobrevivir, adaptarnos o simplemente estar más cómodos.
Y quizás radica ahí su poder evocador: no representan lo que quisimos ver en nuestro viaje, sino lo que realmente vivimos. Nos hablan de imprevistos, de adaptaciones y de ese aprendizaje constante que implica viajar.
Biografías viajeras escritas en objetos #
Mi armario es un museo no planificado de estas adquisiciones funcionales. Conservo una camiseta básica comprada en una tiendita de Eslovenia cuando mi maleta no llegó con el vuelo. Cada vez que me la pongo, vuelvo a sentir la mezcla de frustración y liberación de aquellos días en que tuve que arreglármelas con lo mínimo, descubriendo que necesitaba mucho menos de lo que creía.
Guardo también un anillo de acero adquirido en Islandia por puro capricho. Nada en él indica su procedencia, pero cuando lo uso, mis manos recuerdan la sensación térmica del frio agosto islandés, el vapor de mi respiración al pisar los glaciares y aquella sensación de aventura ante la lluvia cayendo sobre los paisajes islandeses.
Estos objetos no lucen en estanterías ni se exhiben como trofeos turísticos. Continúan cumpliendo su función práctica mientras secretamente transportan fragmentos de memorias, conversaciones con dependientes locales, calles desconocidas y momentos de urgencia.
La vida prolongada de las necesidades temporales #
Resulta curioso cómo objetos adquiridos para resolver situaciones temporales acaban teniendo una vida tan prolongada. Aquel paraguas comprado en Amsterdam para sobrevivir a un chaparrón inesperado podría haber sido olvidado en el primer pub que visitamos después. Sin embargo, lo guardamos cuidadosamente en la maleta, lo traemos a casa y, inexplicablemente, lo preferimos sobre otros paraguas que teníamos previamente.
¿Por qué nos aferramos a estos objetos? Quizás porque, a diferencia de los souvenirs tradicionales, estos están unidos a historias reales, a anécdotas dignas de contar. "¿Este paraguas? Lo compré corriendo bajo la lluvia más intensa que he visto en mi vida, cerca del canal Amstel. Estaba empapado y una señora mayor me indicó una pequeña tienda donde refugiarme..."
Cada uno de estos objetos funcionales contiene el germen de una historia, un pequeño drama cotidiano que resolvimos con recursos locales. Y eso los hace infinitamente más valiosos que cualquier reproducción en miniatura de la Torre Eiffel.
Billetes y tarjetas de transporte: los testigos silenciosos #
Entre mis no-souvenirs más preciados se encuentran los billetes y tarjetas de transporte público de las ciudades que he visitado. Esos pequeños rectángulos de papel o plástico que fueron absolutamente imprescindibles durante mi estancia y que, sin embargo, normalmente acabarían en la papelera.
Conservo todavía la Octopus Card que me acompañó durante mi viaje por Hong Kong, y que fue la primera tarjeta de transporte sin contacto que tuve la ocasión de utilizar. Cada vez que la sostengo entre mis dedos, revivo la sensación de aventurarme en el abarrotado metro de Hong Kong, intentando encontrar un hueco antes de que se cerrasen las puertas de los trenes.
Guardo también las Oyster Cards de mis múltiples visitas a Londres, que no solo me recuerdan el característico "mind the gap" del metro londinense, sino también la sensación de libertad al poder moverme sin restricciones por una de las ciudades más vibrantes del mundo.
Estos objetos son quizás los no-souvenirs por excelencia: totalmente funcionales, absolutamente necesarios durante el viaje y carentes de cualquier pretensión estética o conmemorativa. Sin embargo, contienen en su esencia la experiencia más auténtica del viajero: la de moverse como un local, la de descubrir la ciudad a través de sus arterias cotidianas, lejos de los circuitos estrictamente turísticos.
La geografía personal de lo cotidiano #
Con el tiempo, nuestros hogares se convierten en mapas tridimensionales de nuestras experiencias viajeras. Usamos toallas compradas por necesidad en Berlin ante el desorbitado precio de su alquiler en el hostel, nos cubrimos con una manta que adquirimos en una noche fría en Reikiavik, o escribimos con un bolígrafo que compramos apresuradamente para rellenar un formulario en el aeropuerto de Shanghai.
Esta geografía personal de objetos cotidianos dice más sobre nuestras experiencias viajeras que cualquier colección de imanes en la nevera. Son testimonio de nuestras adaptaciones, de cómo nos enfrentamos a las pequeñas adversidades que todo viaje implica, y de cómo los lugares visitados no solo quedan en nuestra memoria, sino también en nuestra vida diaria a través de estos objetos funcionales.
Un souvenir sin pretensiones #
Hay algo profundamente honesto en estos no-souvenirs que los hace especiales. No fueron diseñados para representar un lugar, sino para resolver un problema. No pretenden condensar la esencia de un destino en un objeto decorativo, sino simplemente cumplir una función. Y paradójicamente, en esa falta de pretensiones reside su autenticidad como evocadores de memorias.
Cuando compro un souvenir tradicional, estoy conscientemente adquiriendo un objeto cuya función principal es recordar. Existe cierta artificialidad en ese acto. Sin embargo, cuando compro unos zapatos cómodos en París porque los que llevaba me estaban destrozando los pies tras días de caminatas por las calles de la ciudad, estoy resolviendo una necesidad inmediata. Que esos zapatos acaben convertidos en "mis zapatos de París" y me transporten mentalmente a las orillas del Sena cada vez que me los pongo, es un efecto secundario maravilloso e inesperado.
La memoria sensorial de lo imprevisto #
Los no-souvenirs activan nuestra memoria sensorial de manera diferente a los recuerdos tradicionales. El tejido de aquella bufanda comprada en Berlín no solo nos recuerda visualmente la ciudad, sino que nos devuelve la sensación táctil del frío, el olor a castañas asadas en Alexanderplatz, o el sonido amortiguado de nuestros pasos sobre la nieve en el Tiergarten.
Estos objetos conservan una conexión directa con las circunstancias en que fueron adquiridos. El perfume local que compramos en París porque olvidamos el nuestro nos devuelve, con cada aplicación, no solo el aroma específico sino también el ambiente de aquella perfumería en Le Marais, la luz particular de esa mañana, la conversación con la dependienta sobre las notas olfativas preferidas por los parisinos.
Tecnología de emergencia: otra categoría insospechada #
Otra categoría fascinante de no-souvenirs son los dispositivos tecnológicos que adquirimos en situaciones de emergencia. Aquel adaptador de enchufe comprado apresuradamente en una tienda de electrónica de Hong Kong cuando descubrimos que nuestro cargador universal no funcionaba. O aquel cargador portátil adquirido en Tokio cuando nuestro móvil se quedaba sin batería justo cuando más necesitábamos el GPS para orientarnos.
Estos objetos, puramente utilitarios, acaban convirtiéndose en pequeños tótems de nuestros viajes. El adaptador de Hong Kong no solo me recuerda la ciudad, sino también aquella sensación de urgencia tecnológica, la comunicación a base de gestos con el vendedor, y el alivio de poder finalmente cargar mis dispositivos tras un día entero desconectado.
Celebrando lo no planeado #
Quizás deberíamos celebrar más estos no-souvenirs en nuestras narrativas viajeras. Son símbolos perfectos de una de las grandes lecciones que nos enseña el viajar: la capacidad de adaptación, de resolver imprevistos, de encontrar soluciones locales a problemas inesperados.
Cada uno de estos objetos cotidianos contiene una pequeña victoria, un momento en que superamos un obstáculo utilizando recursos disponibles en un entorno desconocido. Nos recuerdan que viajar no es solo contemplar bellezas y acumular experiencias placenteras, sino también enfrentarse a pequeños desafíos cotidianos en contextos diferentes al habitual.
Y cuando esos objetos regresan con nosotros y se integran en nuestra vida diaria, continúan contando silenciosamente esas historias de adaptación y descubrimiento, convirtiéndose en puentes invisibles entre nuestra rutina bilbaína y nuestras aventuras pasadas por Praga, Nueva York, Viena o Kioto.
El próximo paraguas que compres bajo un chaparrón inesperado en Budapest, el sombrero que adquieras para protegerte del sol implacable de Tel Aviv o los calcetines extra para combatir el frío no previsto de Estocolmo, guárdalos con especial cariño. Con el tiempo, quizás descubras que son los recuerdos más auténticos y evocadores de tus viajes: los que no pretendían serlo.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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