Skip to main content

Stiletto en el Charing Cross Theatre

Cuando la ambición musical supera las limitaciones

Stiletto en el Charing Cross Theatre

Londres sigue siendo ese lugar donde uno puede tropezarse con joyas inesperadas en los rincones más insospechados. Durante mi visita de mayo de 2025, decidí aventurarme al Charing Cross Theatre para ver Stiletto, un musical completamente nuevo que había despertado mi curiosidad precisamente por eso: por ser algo genuinamente original en una época donde los musicales tienden a refugiarse en adaptaciones seguras de películas exitosas o catálogos de grupos famosos.

El encanto de lo pequeño e íntimo #

El Charing Cross Theatre es un espacio diminuto que abraza al espectador desde el momento en que entra. Ubicado literalmente bajo las vías del tren, su mayor encanto es también su mayor defecto: la intimidad que proporciona el espacio reducido se ve ocasionalmente interrumpida por el estruendo de los trenes que pasan por encima. Es algo que inicialmente distrae, pero que curiosamente termina añadiendo una dimensión casi cinematográfica a la experiencia, como si la propia ciudad de Londres reclamara su protagonismo en la historia.

Esta proximidad física con los intérpretes convierte cada gesto, cada nota, en algo personal. No hay distancia que permita esconderse; todo se siente directo, honesto, casi vulnerable. Es exactamente el tipo de espacio donde un musical ambicioso como Stiletto puede brillar o fracasar sin términos medios.

Una historia que aspira a demasiado #

Stiletto nos transporta a la Venecia del siglo XVIII, donde los castrati eran las estrellas del rock de su época. La historia de Marco, interpretado por Jack Chambers, es en teoría fascinante: un joven castrado en la infancia para preservar su voz aguda, que debe navegar entre su lealtad a su maestro y amante Faustino, su carrera operística y su amor por Gioia, una talentosa cantante hija de esclavos africanos.

El problema surge cuando el libreto de Tim Luscombe intenta abordar simultáneamente el racismo, la homosexualidad, las diferencias de clase, la explotación infantil y la corrupción institucional. Es una ambición loable que termina sintiéndose forzada y, paradójicamente, superficial. Los temas profundos se presentan de manera casi infantil, como si el guionista no se atreviera a profundizar realmente en las implicaciones más oscuras de la historia que está contando.

Sin embargo, y aquí radica la magia inexplicable del teatro musical, estas limitaciones narrativas no impidieron que me encontrara emocionado hasta las lágrimas en varios momentos de la representación. La música consigue lo que los diálogos no logran del todo: llegar al corazón del espectador de una manera directa y honesta.

Un casting joven con luces y sombras #

El reparto, notablemente joven, aporta frescura pero también cierta inexperiencia que se nota en momentos clave. Jack Chambers como Marco posee un carisma natural que sostiene toda la producción, aunque su voz, siendo la de un tenor convencional, no logra transmitir la singularidad vocal que se supone debe caracterizar a un castrato legendario.

Jewelle Hutchinson, en el papel de Gioia, canta de manera espectacular. Su interpretación de una de las canciones principales es uno de los momentos más emocionantes de toda la noche. Greg Barnett como Faustino presenta el personaje más intrigante: esa relación tan compleja que tiene con Marco como maestro, figura paternal y amante a la vez merece mucha más profundidad de la que recibe.

Kelly Hampson y Douglas Hansell, como la pareja de aristócratas malvados, están perfectos en sus roles. Su dúo juntos me recordó un poco a esas canciones de villanos que tanto me gustan de otros musicales, especialmente la segunda vez que la cantan con más sarcasmo.

La controversia del castrato enmascarado #

Uno de los aspectos más discutibles de la producción es la decisión de hacer que, en el número final, una mujer interprete vocalmente al castrato enmascarado mientras Jack Chambers desaparece del escenario. Entiendo la lógica práctica: necesitan una voz que realmente pueda alcanzar esos registros agudos imposibles para un tenor normal. Pero el efecto resulta muy extraño, especialmente cuando se quita la máscara para saludar al público y te das cuenta del cambio.

La verdad es que no soy un experto en técnica vocal, pero me pareció una solución que rompía un poco la magia del momento más importante de la obra.

Producción que respira ambición #

Visualmente, Stiletto es una delicia. Los decorados transforman el pequeño escenario en una Venecia convincente, con arcos dorados que transmiten esa grandeza italiana sin caer en tópicos baratos. El vestuario también está muy bien logrado, creando esa sensación de lujo decadente que requiere la historia.

Los músicos, que están colocados arriba del escenario aunque apenas se ven, consiguen un sonido muy rico. Me gustó especialmente cuando incorporaban esos toques más clásicos que te recordaban realmente a la música de la época, aunque reconozco que no tengo mucha idea de música barroca.

Un musical que merece ser visto #

A pesar de sus defectos narrativos, Stiletto representa algo cada vez más raro en el West End: una apuesta original, ambiciosa y arriesgada. En una época donde los productores prefieren la seguridad de las adaptaciones conocidas, ver una producción que se atreve a crear algo completamente nuevo desde cero es refrescante.

El musical se queda corto, sin duda. Se siente que hay una historia más profunda y compleja esperando ser contada, especialmente en la relación entre Marco y Faustino, o en la exploración de lo que realmente significaba ser castrato en el siglo XVIII. Pero lo que logra conseguir es suficiente para justificar su existencia y, más importante, para emocionar al espectador.

La experiencia personal #

Al finalizar la función, tuve la oportunidad de intercambiar unas palabras con Jack Chambers a la salida del teatro. Su amabilidad y genuino interés por conocer la opinión del público habla bien no solo de él como persona, sino del espíritu colaborativo que parece impregnar toda la producción. Es el tipo de encuentro que hace que el teatro siga siendo mágico: esa conexión directa entre artista y espectador que ningún otro medio puede replicar.

Volvería a ver Stiletto sin dudarlo. No porque sea perfecto, sino porque es valioso, ambicioso y, en última instancia, emocionante. En un panorama teatral a menudo dominado por adaptaciones seguras, necesitamos más musicales como este: imperfectos pero auténticos, arriesgados pero conmovedores.

Si estás pensando en ir a Londres y buscas algo diferente a lo de siempre, merece la pena hacer el esfuerzo de llegar hasta ese teatrito bajo las vías del tren.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

Stiletto en el Charing Cross Theatre

Descubre Bilbao

Bienvenido a mi Bilbao, una ciudad que reinventa su pasado industrial en un presente lleno de arte, sabor y sorpresas. Aquí encontrarás rutas, paseos y eventos tanto de Bilbao como de sus alrededores

Ver más de Bilbao