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Día 8. Despedida de Oporto, última jornada de descubrimientos

05 junio 2022

Día 8. Despedida de Oporto, última jornada de descubrimientos

El domingo 5 de junio amaneció con un cielo ligeramente nublado que pronto daría paso al sol, como si la ciudad quisiera despedirnos con su mejor cara. Era nuestro último día en Oporto y, aunque el vuelo de regreso no salía hasta media tarde, teníamos que dejar el apartamento por la mañana.

Desayunamos tranquilamente, saboreando los últimos momentos en ese pequeño espacio que había sido nuestro hogar durante una semana. Resulta curioso cómo los alojamientos temporales, por modestos que sean, adquieren cierta familiaridad después de unos días. Ese apartamento reconvertido de oficina, con su ducha minúscula y su ubicación privilegiada, nos había servido perfectamente como base de operaciones para nuestras aventuras portuenses.

Recogimos todas nuestras pertenencias, dejando el apartamento tal y como lo habíamos encontrado. Hicimos una última verificación para asegurarnos de no olvidar nada y entregamos las llaves según lo acordado.

Mochilas a cuestas: la logística del último día #

Con las mochilas a la espalda, nos dirigimos a un parking cercano donde habíamos localizado unas taquillas para dejar nuestro equipaje durante las horas que nos quedaban antes de ir al aeropuerto. Es uno de esos detalles prácticos que pueden marcar la diferencia en el último día de un viaje: poder disfrutar de unas horas más de turismo sin cargar con las maletas.

El proceso fue sencillo y económico: por unos pocos euros pudimos asegurar nuestras pertenencias y obtener libertad de movimiento para aprovechar las últimas horas en la ciudad. Un pequeño consejo para futuros viajeros: siempre es bueno investigar estas opciones antes del viaje, especialmente en ciudades con tantos desniveles como Oporto, donde caminar con equipaje puede convertirse en una experiencia extenuante.

Los miradores desconocidos: una nueva perspectiva #

Liberados del peso de las mochilas y con unas pocas horas por delante, decidimos dedicar nuestro último día a descubrir algunos miradores menos conocidos en la parte alta de la ciudad. Aunque ya habíamos disfrutado de las vistas desde el Jardim do Morro y otros puntos populares, Oporto es una ciudad de colinas y cada una ofrece una perspectiva única sobre el río y el paisaje urbano.

Comenzamos ascendiendo hacia el barrio de Vitória, siguiendo calles empinadas que nos llevaron hasta el Miradouro da Vitória. Este mirador, menos frecuentado por turistas que otros puntos panorámicos de la ciudad, nos regaló una vista espectacular sobre los tejados rojizos del centro histórico, con el río Duero serpenteando en la distancia y los puentes que lo cruzan dibujando líneas elegantes sobre el agua.

Lo que hace especial a este mirador es su carácter más íntimo y local. No hay multitudes tomando selfies ni vendedores ambulantes, solo algunos vecinos paseando a sus perros y parejas de enamorados disfrutando de la tranquilidad del lugar. Nos sentamos en uno de los bancos disponibles, permitiéndonos absorber la vista y la atmósfera, conscientes de que eran nuestras últimas horas en esta ciudad que nos había cautivado.

Desde allí continuamos hacia el Miradouro das Fontainhas, otro punto panorámico menos conocido situado en el extremo oriental del centro histórico. El camino nos llevó por callejones estrechos donde la ropa tendida entre balcones creaba un techo multicolor sobre nuestras cabezas, y pequeñas tabernas locales emanaban aromas tentadores de platos tradicionales preparándose para el almuerzo dominical.

El Miradouro das Fontainhas nos sorprendió con una perspectiva completamente diferente de la ciudad: desde aquí podíamos ver el río en su aproximación a Oporto desde el este, con el imponente Puente do Freixo en primer plano y las colinas verdegantes que rodean la ciudad como telón de fondo. Un contraste interesante con las vistas más clásicas que habíamos disfrutado en días anteriores, centradas en el área de la Ribeira y el Puente Luis I.

Miradores de Oporto Miradores de Oporto Miradores de Oporto Miradores de Oporto
Miradores de Oporto

Último paseo por la zona alta #

Aprovechando que estábamos en la zona alta, decidimos dar un último paseo por algunas calles que aún no habíamos explorado a fondo. Sin un rumbo fijo, simplemente dejándonos llevar por la intuición y la curiosidad, descubrimos rincones que habían escapado a nuestro itinerario previo.

Callejuelas empedradas donde el tiempo parecía haberse detenido, pequeñas plazas con fuentes centenarias, iglesias modestas pero cargadas de historia... Oporto revelaba sus secretos más discretos en este último recorrido improvisado.

Especialmente memorable fue el descubrimiento de un pequeño jardín escondido entre edificios, accesible a través de un pasaje estrecho que fácilmente podría pasar desapercibido. Este oasis urbano, con sus bancos de piedra desgastados por el uso y sus árboles centenarios proporcionando una sombra generosa, parecía ser conocido solo por los vecinos del barrio. Nos sentamos allí unos minutos, disfrutando del canto de los pájaros y del murmullo lejano de la ciudad, como si Oporto quisiera ofrecernos un último regalo antes de nuestra partida.

El camino hacia el aeropuerto: la despedida #

Alrededor del mediodía, considerando el tiempo necesario para llegar al aeropuerto y los trámites previos al vuelo, decidimos que era momento de poner fin a nuestra exploración. Recogimos nuestras mochilas del parking y nos dirigimos a la estación de metro más cercana.

El sistema de transporte público de Oporto es eficiente y económico, con una línea de metro que conecta directamente el centro con el aeropuerto. En aproximadamente 30 minutos, pasando por barrios residenciales y zonas comerciales que muestran la cara más contemporánea de la ciudad, llegamos a nuestra terminal de salida.

El aeropuerto Francisco Sá Carneiro, moderno y funcional, contrasta con el carácter histórico del centro de Oporto, recordándonos que esta es una ciudad que ha sabido combinar su rico patrimonio con las necesidades del siglo XXI.

La escala en Barcelona: un contraste urbanístico #

Nuestro itinerario de regreso a Bilbao incluía una escala en Barcelona, resultado de los cambios que Vueling había realizado en nuestros vuelos originales. Aunque inicialmente habíamos lamentado esta modificación que alargaba considerablemente nuestro tiempo de viaje, ahora lo veíamos como una oportunidad para un pequeño respiro y reflexión antes de llegar a casa.

El vuelo desde Oporto a Barcelona transcurrió sin incidencias, sobrevolando gran parte de la península ibérica y ofreciéndonos vistas ocasionales de paisajes que cambiaban gradualmente: desde las onduladas colinas verdes del norte de Portugal hasta los tonos más áridos del centro de España.

La llegada a Barcelona supuso un contraste notable. Del aeropuerto íntimo y manejable de Oporto pasamos al bullicioso El Prat, con su interminable trasiego de viajeros internacionales. De la calma portuguesa a la energía catalana, dos formas distintas de entender la vida mediterránea.

Teníamos aproximadamente dos horas entre vuelos, tiempo suficiente para estirar las piernas, tomar un café y comenzar a ordenar mentalmente todas las experiencias vividas durante la semana. Sentados en una de las cafeterías de la terminal, hojeando las fotografías en nuestros móviles, repasábamos los momentos más destacados del viaje, aquellos que probablemente permanecerían más vívidos en nuestra memoria.

Escala en Barcelona, un sinsentido para volvar de Oporto a Bilbao
Escala en Barcelona, un sinsentido para volvar de Oporto a Bilbao

El regreso a Bilbao: cerrando el círculo #

El último tramo de nuestro viaje, de Barcelona a Bilbao, fue breve pero emotivo. A medida que el avión se aproximaba a la costa cantábrica, reconocíamos paisajes familiares, esa geografía accidentada tan característica del norte peninsular que anunciaba el regreso a casa.

Aterrizamos en Bilbao poco después de las 22:00, cansados pero satisfechos. El círculo se cerraba: apenas una semana antes habíamos partido de este mismo aeropuerto con expectativas e ilusiones que ahora se habían transformado en recuerdos concretos, en experiencias vividas, en momentos compartidos.

Reflexiones finales: lo que nos llevamos de Oporto #

El trayecto en bus desde el aeropuerto hasta nuestro hogar nos dio tiempo para una última conversación sobre el viaje. ¿Qué nos había impresionado más? ¿Qué lugares recordaríamos con mayor nitidez? ¿Qué sabores permanecerían en nuestra memoria gustativa?

Para mí, Oporto había sido una confirmación. Ya me había enamorado de la ciudad en mi primera visita, y este segundo encuentro había reforzado esa conexión especial. Quizás no con la misma intensidad de descubrimiento inicial, pero sí con una apreciación más profunda de sus matices, de sus contrastes, de su auténtica personalidad.

Las excursiones a ciudades cercanas como Braga, Guimarães o Aveiro habían añadido perspectiva, permitiéndonos entender mejor el contexto regional en el que se inserta Oporto. Cada lugar visitado aportaba una pieza diferente al puzle, completando nuestra visión del norte de Portugal.

Para mi pareja, que visitaba la región por primera vez, la impresión había sido aún más profunda. La combinación de patrimonio histórico, gastronomía singular, paisajes variados y ese carácter portugués tan particular —mezcla de melancolía y vitalidad, de tradición y apertura— había resultado cautivadora.

Ambos coincidíamos en que el momento más especial había sido quizás los atardeceres desde el Jardim do Morro, con la ciudad histórica desplegándose ante nosotros, el río reflejando los últimos rayos de sol y los puentes conectando orillas físicas y metafóricas. Una imagen que resumía perfectamente la esencia de Oporto: una ciudad que tiende puentes entre pasado y presente, entre tradición y modernidad, entre lo local y lo universal.

El final del viaje, pero no del recuerdo #

Llegamos finalmente a casa, dejamos las mochilas en el suelo y nos dejamos caer en el sofá con esa mezcla de alivio y nostalgia que siempre acompaña el regreso de un buen viaje. El síndrome post-vacacional aún no había hecho acto de presencia; de momento solo había espacio para la satisfacción de una experiencia bien aprovechada.

Oporto había sido generoso con nosotros: nos había ofrecido su mejor cara, nos había permitido descubrir sus secretos a nuestro ritmo, nos había regalado momentos memorables que ahora formaban parte de nuestra historia compartida.

Y aunque físicamente habíamos dejado atrás sus calles empinadas, sus atardeceres sobre el Duero y sus gentes acogedoras, sabíamos que una parte de Oporto viajaba ahora con nosotros. En nuestras memorias, en nuestras fotografías, en esos pequeños recuerdos comprados en tiendas locales, en las historias que contaríamos a amigos y familiares.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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