Si el primer día había sido de llegada y reconocimiento, el segundo marcaba el inicio real de mi inmersión en Shanghai. Y qué mejor forma de comenzar que desde el corazón verde de la ciudad.
El Parque del Pueblo: oasis en el hormigón #
Comencé el día en el Parque del Pueblo (People's Park), ese pulmón verde que se extiende en pleno centro de Shanghai como un respiro entre tanto rascacielos y asfalto. Este parque, que ocupa unas 30 hectáreas en el distrito de Huangpu, es mucho más que un simple espacio verde: es el punto de encuentro social de la ciudad.
Pasé bastante tiempo recorriendo sus senderos, observando cómo los locales hacían tai chi matutino, ancianos jugaban al ajedrez chino bajo los árboles, y parejas de todas las edades paseaban junto al lago artificial. El parque alberga también el Museo de Shanghai y el Gran Teatro, convirtiéndose en el centro neurálgico cultural de la ciudad.
La tranquilidad del parque contrastaba de manera casi surrealista con el bullicio que sabía que me esperaba al salir de sus límites. Era como estar en el ojo del huracán urbano shanghaíno.




Nanjing Road: la arteria comercial del gigante #
Desde el parque me dirigí caminando hacia el Bund por Nanjing Road, esa calle peatonal legendaria que es considerada una de las arterias comerciales más famosas del mundo. Y no es para menos: cinco kilómetros de puro frenesí comercial que concentra desde grandes almacenes hasta pequeñas tiendas tradicionales.
La cantidad de gente era absolutamente abrumadora. Cientos, miles de personas caminando en todas las direcciones, entrando y saliendo de tiendas, fotografiándose con los enormes carteles luminosos. Y curiosamente, se veían muy pocos occidentales. Era claramente una minoría exótica en esta marea humana.
El lado menos romántico de la experiencia #
Durante todo el recorrido por Nanjing Road, las ofertas de "massage" y "happy ending" fueron continuas. Por momentos resultaba agobiante: literalmente había ocasiones en las que dos personas a la vez me ofrecían estos servicios. Era una constante que, lejos de resultar divertida, terminaba siendo bastante incómoda y saturante.
Pero el entorno compensaba con creces estas molestias. Cientos de tiendas, rascacielos que se perdían de vista, todo tenía esa sensación familiar del comercio occidental pero completamente diferente a la vez: por la gente, por los caracteres chinos de los letreros, por los olores que salían de los restaurantes, por esa energía única que solo se encuentra en las grandes metrópolis asiáticas.




El Bund: donde el tiempo se detiene #
Y finalmente llegué al momento cumbre del día: el paseo del Bund. Si hay un lugar en Shanghai que justifica por sí solo el viaje, ese es el Bund. Este malecón de 1.5 kilómetros a orillas del río Huangpu ofrece las vistas más espectaculares que he visto jamás.
Las vistas son simplemente increíbles. El skyline que se puede observar desde aquí es mágico, hipnótico. Es el típico lugar donde puedes estar horas contemplando el paisaje y no te cansas nunca. Y eso fue exactamente lo que hice: pasé horas recorriendo el paseo, viendo las estatuas conmemorativas, admirando los edificios históricos de la época colonial británica a mis espaldas, y sobre todo, perdiendo la mirada en esa selva de rascacielos que se alza al otro lado del río en Pudong.
El contraste es absolutamente fascinante: a un lado del río, los elegantes edificios de estilo europeo de principios del siglo XX que recuerdan el pasado colonial de Shanghai; al otro lado, la modernidad más futurista representada por rascacielos como la Torre Jin Mao, el World Financial Center o la Torre Perla Oriental, que parecían salidos de una película de ciencia ficción.








Blade Runner hecho realidad #
Estuve admirando la zona hasta que se hizo de noche, y entonces ocurrió la magia. Ver el Bund con todos los edificios iluminados es simplemente mágico. Las fachadas de los rascacielos se encendieron como si fuesen las pantallas gigantes de la película Blade Runner. Es una imagen incomparable que, creo sinceramente, no existe en ninguna ciudad de occidente.
Los LED, los neones, las luces de todos los colores creaban un espectáculo visual que hipnotizaba. Era imposible apartar la mirada de esa sinfonía lumínica que convertía la noche shanghaína en puro espectáculo. Durante esos momentos entendí por qué Shanghai aspira a ser considerada la capital del futuro.
Con esas imágenes grabadas en la retina terminé mi primer día completo en Shanghai. Mañana me esperaban templos milenarios y miradores estratosféricos. La aventura no había hecho más que empezar.





Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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