En el corazón de Zorrotzaurre, una zona que hasta hace poco era el reflejo del pasado industrial de Bilbao, se alzaba un edificio singular que capturaba la mirada de todos los que pasaban por allí: la Casa de la Palmera. Este palacete, testigo silencioso de más de 125 años de historia, ha sido durante décadas un símbolo de resistencia frente al inexorable avance del tiempo y el progreso.
Una historia entrelazada con el barrio #
La Casa de la Palmera, ubicada en el número 8 de la ya desaparecida travesía de los Espinos, no siempre fue conocida por el majestuoso vegetal que adornaba su fachada. Fue a finales de los años 70 cuando una de sus inquilinas, la señora Josefa Yáñez, conocida cariñosamente en el barrio como "la señora Pepita", plantó la palmera que daría nombre y carácter a este peculiar inmueble.
La historia cuenta que la señora Pepita, en un viaje familiar a Alicante, hizo una parada en Elche y trajo consigo una púa de palmera. Con el permiso de los propietarios, la plantó en el jardín delantero, que hasta entonces carecía de árboles. Nadie podía imaginar entonces que aquel pequeño gesto transformaría para siempre la identidad del edificio y del barrio.
Arquitectura y nostalgia #
El edificio, de tres alturas más un camarote bajo cubierta, era un ejemplo de la arquitectura residencial de finales del siglo XIX. Su fachada, aunque deteriorada por el paso del tiempo, conservaba la elegancia de épocas pasadas. Las ventanas, con sus marcos de madera, parecían ojos cansados que habían visto pasar generaciones de bilbaínos.
La Casa de la Palmera no era solo un edificio; era un archivo viviente de historias. Familias enteras, como la de la señora Pepita, habían crecido entre sus paredes. Los fines de semana, el aroma de las comidas familiares y las risas de los niños llenaban sus estancias. Era un hogar en el sentido más profundo de la palabra.
El ocaso de un símbolo #
Con el paso de los años, la Casa de la Palmera fue quedando aislada en medio de las obras de reurbanización de Zorrotzaurre. Los incendios, la ocupación ilegal y el deterioro general fueron minando su estructura. A pesar de los esfuerzos de algunos por preservarla, el edificio acabó siendo sacado de la ordenación urbanística, lo que selló su destino.
Un recuerdo personal #
Para mí, la Casa de la Palmera tiene un significado especial. Mi padre trabajó durante más de 25 años en esa calle casi desconocida, en plena zona industrial. Aquel paisaje, que para muchos podría parecer inhóspito, para mí era familiar y lleno de recuerdos. Ver la palmera sobresaliendo entre las naves industriales era como un guiño, un recordatorio de que incluso en los lugares más inesperados puede florecer la belleza.
El legado de la Casa de la Palmera #
Aunque el edificio ya no existe, su recuerdo perdura en la memoria colectiva de Bilbao. La palmera, que sobrevivió a tantos cambios, se ha convertido en un símbolo de resistencia y adaptación. Quizás, en un futuro no muy lejano, una nueva palmera pueda ser plantada en algún rincón de Zorrotzaurre, como un homenaje a la señora Pepita y a todos aquellos que hicieron de la Casa de la Palmera un lugar especial.
La desaparición de la Casa de la Palmera nos recuerda la importancia de preservar nuestra historia, incluso cuando el progreso parece inevitable. En cada ladrillo, en cada ventana, en cada hoja de esa palmera, se escondían las historias de generaciones de bilbaínos que vivieron, amaron y soñaron en este rincón de Zorrotzaurre.
Hoy, mientras Bilbao se transforma y mira hacia el futuro, es importante que no olvidemos estos pequeños tesoros de nuestro pasado. La Casa de la Palmera ya no está, pero su espíritu pervive en cada uno de los que la conocimos y amamos.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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