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El Anillo Verde de Bilbao

Los senderos de toda la vida convertidos en GR 228

El Anillo Verde de Bilbao

Durante décadas, los que hemos crecido en Bilbao hemos subido a estos montes sin necesidad de mapas oficiales ni señalizaciones. Artxanda, Pagasarri, Monte Avril... eran nuestros destinos de fin de semana mucho antes de que alguien pensara en crear la GR 228.

Ahora que estos senderos de toda la vida se han convertido en el Anillo Verde oficial de Bilbao, resulta curioso ver cómo lo que para nosotros eran caminos familiares se ha transformado en una ruta de 37,9 kilómetros homologada como Gran Recorrido.

No me malinterpretes, celebro que estos montes hayan ganado reconocimiento oficial. Pero como bilbaíno de toda la vida, no puedo evitar sonreír cuando leo descripciones técnicas de lugares donde he estado caminando desde que era crío. La verdad es que la GR 228 no ha inventado nada nuevo; simplemente ha puesto nombre y señales a lo que ya existía en la memoria colectiva de la ciudad.

Artxanda: donde empezó todo para muchos de nosotros #

Mi relación con estos montes comenzó en Artxanda, como la de tantos bilbaínos. Subir en el funicular era toda una aventura familiar, y desde arriba, esas vistas del Casco Viejo y la ría que ahora aparecen en todas las guías turísticas eran simplemente nuestro paisaje de siempre. Recuerdo perfectamente las tardes de domingo explorando los senderos que bajan hacia Begoña, mucho antes de que existieran paneles informativos que te explicaran por dónde ir.

Artxanda tiene algo especial para los que vivimos aquí. No es la montaña más alta ni la más espectacular, pero es la más nuestra. Es donde aprendimos que Bilbao era algo más que calles y edificios, donde descubrimos que teníamos bosque a diez minutos de casa. Los senderos que ahora forman parte de la GR 228 eran entonces caminos sin nombre que seguíamos más por intuición que por indicaciones.

El área recreativa de Iturritxualde, que ahora aparece marcada oficialmente en todos los mapas, para nosotros era simplemente "donde están las mesas de madera". Íbamos allí con la familia a hacer tortilla los domingos, sin saber que décadas después formaría parte de un Gran Recorrido homologado.

Las expediciones al Pagasarri de antes de los refugios #

Pero si hay un monte que guarda mis mejores recuerdos de juventud, ese es el Pagasarri. Subir hasta los 671 metros de la cima era toda una expedición cuando no había senderos marcados ni refugios donde resguardarse. Recuerdo las primeras veces que conseguí llegar arriba, agotado pero orgulloso, contemplando esas vistas que entonces parecían infinitas.

El Pagasarri de aquellos años era más salvaje, más exigente. No había escalones tallados en las partes más empinadas ni barandillas en los pasos más expuestos. Llegabas arriba con las piernas temblando y la sensación de haber conquistado algo importante. Ahora, con el refugio y los senderos bien marcados, la experiencia es más cómoda, pero confieso que echo de menos esa sensación de aventura genuina.

Desde la cumbre del Pagasarri, las vistas hacia el Ganekogorta y el valle del Kadagua me ayudaron a entender por primera vez la geografía de mi tierra. Ver Alonsotegi desde arriba, distinguir los barrios de Bilbao como manchas de color diferentes, sentir el viento que viene del mar... Todo eso formaba parte de mi educación sentimental mucho antes de que nadie hablara de turismo de montaña o senderismo urbano.

Monte Avril y los bosques de la memoria #

Monte Avril siempre fue para mí el monte más misterioso. Sus 382 metros no impresionan a nadie, pero sus bosques densos y sus senderos serpenteantes tenían algo mágico que me fascinaba. Era el lugar perfecto para perderse un poco, para caminar sin rumbo fijo y descubrir rincones que parecían vírgenes.

Recuerdo tardes enteras explorando los hayedos de Monte Avril, siguiendo arroyos que no llevaban a ninguna parte especial, simplemente disfrutando de esa sensación de estar en plena naturaleza a quince minutos de casa. Ya estaba entonces el restaurante El León que ahora sirve de referencia, pero no existían las áreas recreativas tan bien equipadas. Era bosque puro y duro, con senderos que se difuminaban entre los helechos.

Cuando los senderos no tenían números ni colores #

Lo que más me llama la atención de ver convertidos estos caminos en la GR 228 es cómo la señalización oficial ha cambiado nuestra relación con el territorio. Antes caminabas siguiendo la intuición, las indicaciones de amigos que conocían bien la zona, pequeñas referencias personales que ibas memorizando. Aquella roca con forma extraña, el árbol caído que servía de puente, el claro donde siempre parabas a descansar...

Ahora todo está perfectamente señalizado con las marcas rojas y blancas de Gran Recorrido, hay paneles informativos y mapas detallados en los inicios de cada camino, que te dicen exactamente dónde estás en cada momento. Es más eficiente, desde luego, pero también más impersonal. Se ha perdido algo de esa relación íntima con el paisaje que tenías cuando dependías de tu propia capacidad de orientación.

No quiero sonar nostálgico en exceso. La señalización actual permite que mucha más gente disfrute de estos montes con seguridad, y eso es positivo. Pero como alguien que conocía estos senderos antes de que fueran oficiales, no puedo evitar echar de menos esa sensación de exploración genuina.

Los accesos de siempre con nombres nuevos #

Lo que ahora se llaman oficialmente "accesos urbanos" de la GR 228 eran para nosotros simplemente las formas naturales de llegar a los montes desde casa. El acceso de Zabalburu a Pastorekorta era la ruta que tomábamos cuando quedábamos con gente de esa zona; el de Errekalde a Arraiz, el camino lógico para los del sur de la ciudad.

Recuerdo perfectamente subir desde Santutxu hacia Santa Marina, cargado con la mochila del día, siguiendo senderos que entonces no tenían nombre pero que conocíamos de memoria. Era nuestra forma natural de conectar con la montaña, sin planificación especial ni consulta de mapas oficiales.

El que más me emociona reconocer ahora es el acceso desde Begoña hasta Atxetabide. Esa subida empinada desde la basílica hacia los bosques de Artxanda la hice cientos de veces, muchas como parte de entrenamientos improvisados cuando quería ponerme en forma. Ver que ahora forma parte oficial de un Gran Recorrido me hace sonreír, porque para mí siempre fue simplemente "la subida de Begoña".

Arraiz y las tardes de domingo #

Arraiz nunca fue mi monte favorito, pero tiene un lugar especial en mis recuerdos familiares. Era el destino típico de las excursiones dominicales cuando éramos muchos y buscábamos algo no demasiado exigente. Sus praderas abiertas y sus vistas hacia el valle de Kadagua lo convertían en el lugar perfecto para picnics improvisados y reuniones familiares al aire libre.

Desde Arraiz, las tardes de domingo se alargaban contemplando el valle, viendo pasar los trenes en la distancia, sintiendo que Bilbao era mucho más grande y diverso de lo que parecía desde abajo. Esas vistas hacia el oeste, hacia territorios que conocíamos menos, alimentaban nuestra curiosidad por explorar más allá de los límites municipales.

Los cambios que trajo la oficialización #

Ver convertidos estos senderos familiares en la GR 228 ha traído cambios que van más allá de la simple señalización. Ahora hay mucha más gente en los montes, especialmente en fines de semana. Familias que antes nunca se habrían planteado subir al Pagasarri ahora lo hacen siguiendo las indicaciones oficiales, y eso tiene aspectos positivos y negativos.

Por un lado, me alegra ver que más bilbaínos descubren el patrimonio natural que tenemos literalmente en casa. Gente mayor que ahora se atreve a hacer tramos cortos del Anillo Verde, familias con niños que exploran áreas que antes les parecían inaccesibles. La democratización del acceso a estos espacios es algo muy valioso.

Por otro lado, echo de menos la tranquilidad de aquellos años en que podías caminar horas sin encontrarte con nadie. Los fines de semana de buen tiempo, algunos tramos del Anillo Verde se congestionan como si fueran el centro comercial. No es que me moleste compartir estos espacios, pero la experiencia ha cambiado necesariamente.

La perspectiva del tiempo y la evolución de la ciudad #

Recorrer ahora la GR 228 completa me permite hacer un ejercicio de memoria fascinante. En cada curva del sendero aparecen recuerdos de otras épocas, comparaciones entre el Bilbao de entonces y el de ahora. Desde las alturas del Pagasarri, la transformación urbana de las últimas décadas se aprecia con una claridad que desde la calle es imposible de conseguir.

El Bilbao que se ve ahora desde estos montes es mucho más extenso, más denso, con barrios nuevos que no existían cuando empecé a caminar por aquí. Pero también es más verde, con parques urbanos que han multiplicado las zonas ajardinadas y una consciencia ambiental que antes no existía. El propio concepto del Anillo Verde como política municipal habría sido impensable hace treinta años.

Me gusta pensar que nosotros, los que subíamos a estos montes mucho antes de que fueran oficiales, fuimos de alguna manera los pioneros de esta relación entre la ciudad y su entorno natural. Nuestros senderos informales de entonces han evolucionado hasta convertirse en una infraestructura recreativa que beneficia a toda la ciudad.

Reflexiones de un bilbaíno que ha visto cambiar sus montes #

Después de décadas caminando por estos senderos, la creación de la GR 228 me genera sentimientos encontrados. Por un lado, orgullo de ver reconocido oficialmente algo que siempre supimos que era especial. Por otro, cierta melancolía por la pérdida de intimidad con un paisaje que antes sentíamos más nuestro.

Pero supongo que es natural que los lugares evolucionen, igual que evolucionamos nosotros. Los montes siguen ahí, las vistas siguen siendo espectaculares, y el placer de caminar entre bosques atlánticos a diez minutos de casa sigue siendo el mismo. Lo que ha cambiado es el contexto, la forma en que nos relacionamos con estos espacios.

Ahora, cuando subo al Pagasarri y veo familias enteras disfrutando de esas vistas que antes eran privilegio de unos pocos aventureros, pienso que quizás el cambio ha merecido la pena. La GR 228 ha conseguido algo que nosotros, con nuestros senderos secretos, nunca habríamos logrado: convertir el senderismo periurbano en patrimonio colectivo de todos los bilbaínos.

Al final, estos montes siempre han estado ahí, esperando a que cada generación los descubra a su manera. Nosotros lo hicimos sin mapas ni señales. Las nuevas generaciones lo hacen siguiendo las marcas oficiales del Gran Recorrido. El medio puede haber cambiado, pero la esencia permanece: Bilbao sigue siendo una ciudad privilegiada por tener naturaleza auténtica al alcance de la mano.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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