Skip to main content

Historia de la casa desaparecida de El Boquete

La última guardiana de la frontera

Historia de la casa desaparecida de El Boquete

Cada vez que cruzo el puente de Bolueta hacia Basauri, busco instintivamente algo que ya no está. Durante décadas, esa casa de fachada desconchada y balcones oxidados fue mi referencia visual para saber que dejaba atrás Bilbao y entraba en territorio basauritarra. Su cartel metálico, medio desprendido pero orgulloso, anunciaba el cambio de municipio con una dignidad que solo el tiempo puede otorgar.

No era una casa especialmente hermosa, todo hay que decirlo. Pero tenía esa presencia que adquieren los lugares cuando se convierten en parte del paisaje emocional de una ciudad. Era la primera casa de Basauri, la última de Bilbao, el umbral entre dos mundos que, a pesar de su proximidad, conservaban personalidades distintas.

Cuando el boquete era un barrio #

Me resulta casi imposible imaginar que esa zona, hoy despejada y convertida en acceso al parque Montefuerte, fuera una vez un barrio bullicioso. Pero los documentos no mienten: en 1930, El Boquete o Zubialdea albergaba más de quinientos habitantes. Quinientos. Familias enteras que vivían, trabajaban y criaban a sus hijos en esas casas que se asomaban al Nervión como espectadoras privilegiadas del devenir industrial de la ría.

Construida en 1895, nuestra casa fronteriza había visto pasar más de un siglo de historia. Imagino las mañanas de principios del siglo XX, cuando los trabajadores de la siderúrgica de Santa Ana cruzaban el puente rumbo a los altos hornos. El humo de las chimeneas, el eco de los martillos, el trajín constante de una época en la que la industria era sinónimo de progreso y futuro.

Los censos de aquellos años nos devuelven nombres y apellidos que resuenan a historia familiar: los Larragan y Madariaga, los Arruza, los Garaita. Empleados, labradores, herreros, ebanistas. Gente común que hacía vida común en un lugar que para ellos no era pintoresco ni nostálgico, sino simplemente casa.

La lenta despedida #

Pero los barrios, como las personas, también envejecen. Y El Boquete comenzó su lenta despedida cuando la industria empezó a cambiar de rumbo. Las familias se fueron marchando, las casas se vaciaron, y lo que una vez fue un hormiguero de actividad se convirtió en un puñado de edificios que resistían el paso del tiempo con más voluntad que medios.

Recuerdo mis paseos por la zona en los años noventa y dos mil. La casa ya mostraba signos evidentes de abandono, pero mantenía esa dignidad silenciosa de los edificios que han visto mucha vida. Sus balcones de hierro forjado se oxidaban lentamente, las ventanas permanecían cerradas, pero el cartel seguía ahí, cumpliendo su función de anunciar que esto era Basauri.

Dentro, la realidad era más cruda. Para 2012, cuando los técnicos municipales hicieron la inspección tras un incendio, encontraron lo que todos intuíamos: un edificio que se sostenía más por inercia que por estructura. Escaleras inexistentes, pilares perdidos, grietas que se extendían como arrugas profundas por las paredes. El portal número 8 mantenía aún un residente heroico en el cuarto piso y algunos okupas esporádicos que se negaban a aceptar que la historia había pasado página.

El final inevitable #

En enero de 2012, las palabras "estado de ruina" aparecieron en los informes oficiales. No era una sorpresa, pero sí una tristeza. Porque cuando declaran en ruina un edificio, también están declarando el final de todas las historias que albergó entre sus muros.

El proceso de desalojo fue doloroso y humano. Imagino al último vecino legal empaquetando sus pertenencias, cerrando por última vez la puerta de lo que había sido su hogar, dejando atrás no solo un piso sino un mundo que desaparecía con él. El Ayuntamiento gestionó su realojo, pero hay cosas que no se pueden reubicar: la vista al Nervión, el sonido particular que hacía el viento al colarse entre los balcones, la sensación de vivir en la frontera entre dos municipios.

En 2014, las excavadoras cumplieron su función. Costó casi doscientos mil euros hacer desaparecer lo que más de un siglo había construido. Con ella se fueron los portales 7, 8 y 11, y con ellos, el último vestigio físico de lo que había sido Zubialdea.

Lo que queda cuando algo desaparece #

Ahora, cuando paso por allí camino del parque Montefuerte, el paisaje es indudablemente más limpio, más ordenado, más funcional. Han ganado los ciclistas y los paseantes, que disfrutan de un acceso despejado a Montefuerte, una de las zonas verdes más hermosas de la zona. Pero yo sigo echando de menos ese punto de referencia que me indicaba dónde terminaba una ciudad y empezaba otra.

Porque esa casa era más que un edificio. Era un marcador emocional, un trozo de historia urbana que conectaba el presente con un pasado industrial que ya solo existe en fotografías amarillentas y en la memoria de quienes lo vivieron. Su cartel oxidado tenía más personalidad que cualquier señalización moderna, y su presencia ruinosa contaba más historias que cualquier panel informativo.

A veces pienso que las ciudades pierden algo cuando desaparecen estos testigos incómodos del paso del tiempo. Esa casa de El Boquete, con su fachada desconchada y sus balcones torcidos, nos recordaba que los lugares tienen biografía, que las fronteras fueron un día líneas humanas antes que administrativas, y que la historia no siempre es monumental: a veces es simplemente una casa con un cartel que dice "Basauri".

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

Historia de la casa desaparecida de El Boquete

Reflexiones Viajeras

Un espacio donde las experiencias de viaje inspiran pensamientos más allá de los destinos. Aquí exploramos temas diversos relacionados con el mundo del viajero, desde perspectivas únicas hasta ideas que nos hacen repensar nuestra forma de viajar.

Revisar todas las reflexiones
Nueva York

Diario destacado

Nueva York

La ciudad que nunca duerme me ha recibido con los brazos abiertos, superando todas mis expectativas y confirmando que algunos sueños, cuando por fin se cumplen, son incluso mejores que en nuestra imaginación. Aún con el sabor de esta experiencia fresco en mi memoria, quiero compartir las impresiones de mi primer viaje a Nueva York, una experiencia que quedará grabada para siempre en mi recuerdo.

Leer el diario

Esenciales Urbanos

A lo largo de mis viajes, he descubierto que cada ciudad tiene un latido único, una esencia que la define. En 'Esenciales Urbanos', comparto contigo esos momentos y lugares que, para mí, capturan el alma de cada destino que he explorado.

Descubre todos mis Esenciales Urbanos