Estoy en Gardens by the Bay, contemplando el espectáculo nocturno de los Supertrees de Singapur. Las estructuras metálicas, convertidas en gigantescos árboles futuristas, danzan con luces que se mueven al ritmo de la música clásica, creando una sinfonía visual que parece surgida de un sueño. Mientras la luz se refleja en los rostros maravillados de los espectadores, algo se retuerce en mi interior: ya echo de menos este momento que aún no ha terminado.
Es una sensación peculiar, casi contradictoria, que he experimentado en numerosas ocasiones durante mis viajes. La llamamos nostalgia anticipada: ese agridulce presentimiento de que extrañaremos algo que todavía estamos viviendo. Como cuando contemplas una puesta de sol especialmente hermosa y, en lugar de sumergirte plenamente en el momento, una parte de ti ya está anticipando el vacío que dejará su ausencia.
El peso de lo efímero #
Esta forma particular de melancolía tiene algo de cruel y, al mismo tiempo, de profundamente humano. Es el recordatorio más visceral de la naturaleza efímera de nuestras experiencias viajeras. Cada momento es único e irrepetible, y aunque intentemos capturarlo en fotografías o palabras, nunca podremos reproducir exactamente cómo se sentía estar allí.
Me ha pasado en los rincones más dispares del mundo. En ese pequeño restaurante familiar de Kioto, donde la anciana propietaria me enseñaba, entre risas y gestos, cómo preparar correctamente mi ochazuke. En el Monte de los Olivos en Jerusalén, donde el peso de la historia y la espiritualidad se hace tan tangible que casi puedes tocarlo con las manos. En una tarde lluviosa en la laguna glaciar de Jökulsárlón, donde los icebergs emergían entre la cortina de agua como fantasmas azulados, su silueta difuminada por la lluvia incesante, creando un espectáculo tan sobrecogedor como melancólico.
La consciencia del presente #
La nostalgia anticipada es, en cierto modo, una forma de consciencia elevada sobre el presente. Es reconocer la belleza singular de un momento mientras lo estamos viviendo, y simultáneamente, comprender su inevitable conclusión. Es una emoción que nos recuerda que los mejores momentos de nuestros viajes no son eternos, y quizás sea precisamente esa fugacidad lo que los hace especiales.
Sin embargo, esta consciencia puede convertirse en una trampa. Cuando nos preocupamos demasiado por el final inminente de una experiencia, corremos el riesgo de no vivirla plenamente. Es como intentar atrapar agua entre las manos: cuanto más fuerte apretamos, más se nos escapa.
El arte de la presencia plena #
He aprendido, con el tiempo, a transformar esta nostalgia anticipada en un catalizador de presencia. Cuando siento que empieza a aparecer, la uso como un recordatorio para sumergirme más profundamente en el momento. Para fijarme en los detalles: el murmullo asombrado de la multitud ante el espectáculo de luces, la brisa marina que llega desde el estrecho de Singapur, la energía vibrante que emana de esta ciudad-jardín que parece existir entre el presente y el futuro.
También he descubierto que esta sensación tiene un curioso efecto secundario: intensifica nuestra capacidad de apreciación. Cuando somos conscientes de que algo está a punto de convertirse en un recuerdo, tendemos a prestar más atención, a saborear cada detalle con mayor intensidad. Es como si nuestros sentidos se agudizaran, preparándose para grabar cada matiz en nuestra memoria.
La dualidad del viajero consciente #
Quizás la clave esté en aceptar esta dualidad: la capacidad de estar plenamente presentes mientras reconocemos la naturaleza transitoria de nuestras experiencias. No se trata de luchar contra la nostalgia anticipada, sino de integrarla en nuestra forma de viajar, de permitir que enriquezca nuestra experiencia en lugar de empobrecerla.
Mientras contemplo el último acto del espectáculo luminoso en Gardens by the Bay, me permito sentir plenamente esa mezcla de alegría y melancolía. Sé que este momento se unirá a mi colección de recuerdos preciados, pero por ahora, está aquí, vivo y vibrante. Y eso, en sí mismo, es un pequeño milagro que merece ser celebrado.
La nostalgia anticipada es, en definitiva, un recordatorio de nuestra capacidad para reconocer la belleza en su estado más puro: cuando es presente y fugaz al mismo tiempo. Es una invitación a vivir más intensamente, a apreciar más profundamente, y a abrazar la naturaleza efímera de nuestros viajes como parte fundamental de su encanto.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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