Fueron cuatro días de escapada, pero tras los meses de confinamiento y las incertidumbres de la pandemia, poder volver a viajar, aunque fuera a un destino cercano y familiar, supuso recuperar una parte esencial de la libertad perdida. Esta experiencia permitió redescubrir Barcelona desde una perspectiva diferente, apreciando los espacios abiertos, los momentos de calma y los encuentros personales con una intensidad renovada.
El simple hecho de desplazarse, de cambiar de entorno, de experimentar otras rutinas distintas a las del hogar, adquiría un valor casi terapéutico después de tantas semanas de limitaciones. La movilidad, ese privilegio que antes dábamos por sentado, se revelaba ahora como uno de los grandes placeres de la vida, digno de ser saboreado con plena consciencia.
El viaje me permitió comprobar de primera mano cómo la pandemia había transformado la manera de moverse y de relacionarse con los espacios públicos. Las nuevas normas y precauciones, lejos de arruinar la experiencia viajera, ofrecían una oportunidad para redescubrir los destinos desde ángulos inéditos y con ritmos diferentes. Mascarillas, distanciamiento social y gel hidroalcohólico formaban ya parte del equipaje imprescindible del viajero, igual que antes lo fueron el pasaporte o la guía turística.
Una Barcelona inédita sin masificación turística #
La ciudad y sus alrededores, libres de las habituales masas turísticas, mostraron una cara más auténtica y serena. Los monumentos y lugares emblemáticos se podían disfrutar sin prisas ni aglomeraciones, y los espacios naturales próximos a la urbe cobraron un protagonismo especial como alternativas seguras para el ocio.
Esta Barcelona de septiembre de 2020 ofrecía una experiencia única e irrepetible. Las Ramblas sin el habitual río humano, el Barrio Gótico con sus callejuelas transitables, las plazas con espacio suficiente para sentarse y contemplar la vida urbana sin agobios... La ciudad parecía haber recuperado un equilibrio perdido hace décadas, cuando el turismo masivo comenzó a transformar su fisonomía y su dinámica.
Los barceloneses habían recuperado espacios que parecían definitivamente cedidos al turismo. Los bancos de las plazas volvían a acoger conversaciones en catalán, las terrazas de los bares no estaban exclusivamente ocupadas por visitantes extranjeros, y los comercios locales resistían en barrios donde las tiendas de souvenirs habían ido ganando terreno inexorablemente. Esta situación, fruto de circunstancias trágicas, permitía sin embargo reflexionar sobre modelos turísticos más sostenibles y respetuosos con la vida local.
El descubrimiento de los tesoros cercanos #
Una de las grandes lecciones de este viaje fue la revalorización de los destinos próximos y familiares. Las restricciones de movilidad internacional habían redirigido la mirada hacia el entorno más cercano, descubriendo o redescubriendo tesoros que siempre estuvieron ahí pero que quizás pasábamos por alto, seducidos por destinos más exóticos o lejanos.
La excursión a los pueblos medievales de Tarragona, la visita al Delta del Llobregat o el paseo por el Passatge de Mulet representaban ese turismo de proximidad, más pausado y reflexivo, que ganaba adeptos en tiempos de pandemia. Lugares que tal vez no aparecían en las primeras páginas de las guías turísticas pero que ofrecían experiencias auténticas y enriquecedoras.
Este cambio de enfoque invitaba a profundizar más en cada destino, a descubrir sus capas menos evidentes, a establecer conexiones más significativas con el territorio y sus habitantes. La cantidad cedía paso a la calidad, el consumo compulsivo de atracciones turísticas daba lugar a una experiencia más meditada y consciente.
La importancia renovada de las conexiones humanas #
Pero sin duda, lo más valioso del viaje fue el reencuentro con los amigos barceloneses, esas personas que conforman el verdadero hogar emocional en cada destino. Compartir con ellos y su pequeña estos días, después de tanto tiempo de separación forzosa, constituyó un recordatorio del auténtico sentido de viajar: conectar con lugares y, sobre todo, con personas.
La pandemia había puesto de relieve la importancia de los vínculos humanos y el valor insustituible del contacto directo. Las videollamadas y mensajes que nos habían mantenido conectados durante el confinamiento, siendo valiosos, palidecían frente a la riqueza de la interacción presencial, con todas sus sutilezas, lenguajes no verbales y energías compartidas.
Las comidas en la terraza, las conversaciones durante los paseos, las excursiones compartidas... todos esos momentos cotidianos adquirían una dimensión especial tras meses de distanciamiento. La hospitalidad, ese valor mediterráneo por excelencia, brillaba con luz propia en tiempos donde abrir las puertas del hogar no era un gesto banal sino una muestra significativa de confianza y afecto.
Un paréntesis luminoso en tiempos inciertos #
Esta breve escapada a Barcelona en tiempos de pandemia quedará en el recuerdo como un paréntesis luminoso en una época de incertidumbres, una prueba de que, incluso en las circunstancias más adversas, el viaje sigue siendo una de las experiencias más enriquecedoras del ser humano.
El contraste entre la normalidad conseguida durante estos días y la extrañeza de aeropuertos vacíos, mascarillas y restricciones, creaba una narrativa particular, un relato de viaje único que seguramente recordaré con especial intensidad cuando, esperemos, todo esto forme parte del pasado. La sensación de estar viviendo un momento histórico añadía una capa adicional de significado a cada experiencia.
Regresar a Bilbao tras estos cuatro días intensos suponía volver a la rutina, pero con la satisfacción de haber recuperado, aunque fuera brevemente, esa parte esencial de la vida que es el movimiento, el descubrimiento, el encuentro con lo diferente. La mochila volvía llena no solo de pequeños recuerdos materiales, sino sobre todo de imágenes, sensaciones y emociones que alimentarían el espíritu en los meses siguientes.
Lecciones para el viajero post-pandémico #
Si algo me enseñó esta experiencia, fue a valorar cada viaje como algo precioso y no garantizado. La libertad de movimiento, que durante décadas consideramos un derecho adquirido e incuestionable, se revelaba ahora como un privilegio que podía verse limitado por circunstancias globales fuera de nuestro control.
Esta nueva consciencia invitaba a un enfoque más reflexivo y sostenible del viaje. Menos destinos pero más profundamente vividos, menor impacto ambiental, mayor conexión con las comunidades locales, más atención a los detalles y momentos cotidianos... En definitiva, una forma de viajar más consciente y significativa.
Aquella Barcelona de septiembre de 2020, con sus contradicciones y adaptaciones a la pandemia, me mostró que incluso en las circunstancias más adversas, el viaje sigue siendo una fuente inagotable de aprendizaje, placer y crecimiento personal. Y que, cuando todo esto pase, tal vez conservemos algunas de las lecciones aprendidas para desarrollar formas más equilibradas y satisfactorias de relacionarnos con el mundo a través del viaje.
El valor de documentar la experiencia #
Escribir este diario de viaje, recopilar las fotografías y organizar los recuerdos de estos cuatro días, adquiere también un significado especial. En tiempos donde la incertidumbre dominaba el panorama global, documentar las experiencias positivas, los pequeños logros cotidianos y los momentos de conexión humana, constituía una forma de resistencia optimista frente a la adversidad.
Estas páginas no solo servirán como recordatorio personal de una experiencia significativa, sino también como testimonio de un momento histórico vivido desde la perspectiva íntima del viajero. Un documento que, quizás con los años, adquiera un valor adicional como crónica de cómo seguimos viajando, encontrándonos y disfrutando de la vida incluso en los tiempos más difíciles.
Porque al final, viajar no es solo desplazarse físicamente, sino también emocionalmente. Es salir del territorio conocido para adentrarse en lo diferente y regresar transformado. Y esa transformación puede ocurrir tanto cruzando océanos como redescubriendo, con ojos nuevos, lugares aparentemente familiares. Esta fue la gran lección de mi viaje a Barcelona en septiembre de 2020: que la distancia geográfica importa menos que la disposición a abrirse a la experiencia con todos los sentidos y el corazón receptivo.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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