El lunes, tras dejar a la pequeña en el colegio, dedicamos la mañana a un plan más urbano y cultural. Nuestra primera visita fue a la Casa Vicens de Gaudí, su primera obra importante y una de las menos conocidas por el gran público. Construida entre 1883 y 1885 como residencia de verano para la familia Vicens, este edificio marcó el inicio del modernismo catalán y anticipó muchos de los elementos que caracterizarían la obra posterior del arquitecto.
La Casa Vicens, el primer Gaudí #
La Casa Vicens deslumbra por su colorido, la riqueza ornamental y la influencia de la arquitectura oriental y mudéjar. Los azulejos policromos de la fachada, con motivos florales que recuerdan a las plantas del jardín original, crean un efecto visual impactante. Esta decoración cerámica, combinada con el ladrillo visto y la piedra, establece un diálogo cromático y textural que rompía completamente con la arquitectura academicista de la época.
El interior no decepciona tras la espectacularidad del exterior. Cada espacio es un descubrimiento, desde el vestíbulo con su elaborada decoración en estuco y madera, hasta los salones con sus techos policromados inspirados en la vegetación. Las vidrieras de colores filtran la luz natural, creando ambientes cambiantes según la hora del día. Los herrajes originales, diseñados específicamente para la casa, muestran ya ese cuidado por el detalle que caracterizaría toda la obra de Gaudí.
La visita se realizó con una audioguía descargada en el propio teléfono, adaptándose a las medidas preventivas contra el COVID-19. También debíamos tener la precaución de no coincidir con otros visitantes en la misma sala, lo que paradójicamente permitía una contemplación más íntima y detallada de cada espacio. Esta forma de visitar monumentos, impuesta por las circunstancias sanitarias, ofrecía una experiencia más personal y menos apresurada que la habitual en tiempos turísticos normales.






El jardín de la Casa Vicens: un oasis inesperado #
El jardín de la Casa Vicens, aunque más reducido que en su concepción original debido a ventas parciales del terreno a lo largo del tiempo, sigue siendo un espacio que merece atención. Gaudí diseñó la casa en perfecta armonía con su entorno natural, incorporando motivos vegetales en la decoración que replicaban las plantas del jardín.
Paseando por este espacio verde, se puede apreciar mejor la relación entre arquitectura y naturaleza que tanto obsesionaría a Gaudí a lo largo de su carrera. La cascada ornamental, realizada con piedra natural y cerámica, constituye un elemento focal que relaciona el espacio construido con el natural, anticipando soluciones que el arquitecto desarrollaría en obras posteriores como el Park Güell.
La vegetación actual, aunque no exactamente la original, mantiene especies mediterráneas tradicionales junto con algunas plantas exóticas que aportan variedad al conjunto. Palmeras, magnolios y buganvillas crean un ambiente fresco y sombreado que contrasta con la exuberancia cromática de la edificación.
El encanto secreto del Passatge de Mulet #
Muy cerca de la Casa Vicens descubrimos el Passatge de Mulet, una pequeña calle privada que parece transportar al visitante a otra época. Este pasaje, creado en 1924, conserva el encanto y la tranquilidad de los antiguos pasajes residenciales de Barcelona, tan característicos de barrios como Gràcia y Sant Gervasi.
El Passatge de Mulet está compuesto por casas unifamiliares de estilo noucentista, con pequeños jardines delanteros y elementos ornamentales que crean un ambiente acogedor y casi rural en plena ciudad. Las fachadas, de líneas más sobrias que las del modernismo pero igualmente elegantes, se mantienen en excelente estado de conservación, mostrando el cuidado con que sus propietarios preservan este pequeño tesoro urbano.
A diferencia de otros pasajes de la ciudad, el de Mulet no es una calle cortada sino que forma una "L" que conecta la calle Guillermo Tell con la calle Zaragoza. Esta configuración crea un recorrido sorprendente, donde cada paso descubre nuevas perspectivas y detalles arquitectónicos. Las farolas de diseño clásico, las verjas de hierro forjado y los parterres cuidadosamente mantenidos completan la atmósfera única de este rincón barcelonés.
Al ser una calle privada pero visitable, es importante recordar ser especialmente respetuosos con la intimidad y el descanso de sus residentes, manteniendo un tono de voz bajo y no invadiendo sus propiedades para hacer fotografías. Este tipo de espacios representan un equilibrio delicado entre el interés turístico y cultural y la preservación de la vida cotidiana de quienes los habitan.




Un almuerzo de despedida con vistas privilegiadas #
Tras volver a casa para comer, disfrutamos de un último almuerzo juntos en la terraza con vistas al Hospital de Sant Pau. La comida casera, preparada con productos frescos del mercado, sabía especialmente bien en ese entorno familiar y acogedor. La conversación giró en torno a las experiencias compartidas durante estos días y a los planes futuros para cuando la situación sanitaria mejorara.
La sobremesa se alargó más de lo previsto, como suele ocurrir cuando se está a gusto y nadie tiene prisa por levantarse de la mesa. Hay momentos en los viajes que, sin estar vinculados a grandes monumentos o experiencias extraordinarias, quedan grabados en la memoria por la autenticidad de las emociones compartidas. Ese almuerzo de despedida fue uno de esos momentos especiales, un paréntesis de normalidad en tiempos excepcionales.
La despedida y el camino al aeropuerto #
Tras la comida, acompañé a mis amigos a recoger a su hija del colegio. El recorrido hasta el centro educativo nos permitió dar un último paseo por el barrio, observando la vida cotidiana que transcurría con esa mezcla de normalidad y adaptación que caracterizaba aquellos tiempos de pandemia. Los niños con sus mascarillas a la salida del colegio, los comercios con sus protocolos sanitarios, los saludos distantes entre vecinos... instantáneas de una época que ya entonces sabíamos histórica.
Allí me despedí de ellos, agradeciendo su hospitalidad y prometiendo un reencuentro en circunstancias más normales. Las despedidas siempre tienen un punto agridulce, pero en aquel contexto de incertidumbre global, adquirían una dimensión especial. Los abrazos, sustituidos por gestos a distancia, no restaban emotividad al momento.
Me dirigí con tiempo al aeropuerto, anticipando que las frecuencias del transporte público habrían disminuido debido a la pandemia. El metro, menos concurrido que en tiempos normales, avanzaba por el subsuelo barcelonés mientras yo repasaba mentalmente las experiencias vividas durante estos cuatro días.
El aeropuerto fantasma: una imagen para el recuerdo #
La imagen que me esperaba en el aeropuerto era casi apocalíptica. El habitualmente bullicioso aeropuerto de Barcelona se presentaba como un espacio desolado, con todas las tiendas cerradas y apenas unos pocos viajeros deambulando por sus inmensas terminales. Los pasillos, diseñados para acoger a miles de personas simultáneamente, resonaban con el eco de pasos solitarios.
Las pantallas de información mostraban un número reducido de vuelos. El personal de tierra y seguridad parecía superar en número a los pasajeros, creando una sensación surreal en un espacio normalmente caracterizado por la actividad frenética. Las medidas sanitarias añadían una capa adicional de extrañeza: marcas de distanciamiento en el suelo, dispensadores de gel hidroalcohólico cada pocos metros, y el omnipresente recordatorio por megafonía de mantener las precauciones sanitarias.
Esta estampa final ilustraba perfectamente el impacto de la pandemia en el sector turístico y en nuestra forma de viajar. El contraste con la imagen habitual del aeropuerto era tan pronunciado que no pude resistir la tentación de capturar algunas fotografías de este momento histórico, consciente de que algún día, esperemos, volveríamos a quejarnos de las aglomeraciones y las largas esperas.


El vuelo de regreso: reflexiones en las alturas #
Mi vuelo de las 21:45 despegó puntualmente, con un avión sorprendentemente lleno. Desde la ventanilla contemplé Barcelona iluminada en la noche, alejándose bajo el avión. Era una vista hermosa que ponía el broche final a estos días de redescubrimiento de una ciudad tan familiar pero tan diferente en aquellas circunstancias.
Durante el breve vuelo, repasé mentalmente los momentos vividos: los paseos matutinos en soledad, la excursión a tierras tarraconenses, el Delta del Llobregat con su sorprendente naturaleza, las joyas arquitectónicas menos conocidas... Pero sobre todo, los momentos compartidos con mis amigos, esas conversaciones y comidas que constituyen el verdadero núcleo de cualquier experiencia viajera.
El avión aterrizó en Bilbao poco antes de las 23:00, poniendo fin a esta breve pero intensa escapada. El aeropuerto bilbaíno presentaba un aspecto similar al de Barcelona: espacios vacíos, comercios cerrados y un silencio impropio de una infraestructura de transporte. El regreso a casa se realizó sin contratiempos, llevando conmigo recuerdos y sensaciones que adquirían un valor especial en aquellos tiempos excepcionales.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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