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El Círculo Ecuestre

Infiltrados por un día en el club más exclusivo de Barcelona

El Círculo Ecuestre

Hay edificios que puedes visitar cualquier día del año pagando una entrada. Y luego están esos otros que solo abren sus puertas en ocasiones excepcionales, porque su función cotidiana es precisamente la exclusividad. El Círculo Ecuestre de Barcelona pertenece a esta segunda categoría: un club privado fundado en 1856 donde se reúnen más de mil quinientos socios pertenecientes a la élite económica, política y empresarial de la ciudad. Un espacio al que, normalmente, solo se accede por invitación o siendo socio.

Durante Open House Barcelona, por unas pocas horas durante el fin de semana, las puertas de este club se abren al público general. Y la demanda es tal que las colas llegan a superar las tres horas de espera. Nosotros, con nuestra pulsera de acceso prioritario como voluntarios, pudimos entrar en uno de los primeros grupos del domingo por la mañana y descubrir qué se esconde tras esa famosa "pecera" que tantas veces habíamos visto desde la calle.

Una casa con historia de indianos #

Para entender el Círculo Ecuestre hay que conocer primero la Casa Pérez Samanillo, el palacete modernista que lo alberga desde 1948. Y para entender esta casa hay que hablar de Luis Pérez Samanillo, un empresario nacido en Manila que había hecho fortuna en Filipinas como terrateniente.

Como muchos otros indianos que regresaban enriquecidos de las colonias españolas, Pérez Samanillo quiso demostrar su éxito construyéndose una residencia espectacular en Barcelona. Y para ello contrató a Joan Josep Hervàs i Arizmendi, un arquitecto catalán que, curiosamente, había sido arquitecto municipal de Manila. Era el año 1910 y Barcelona vivía en plena efervescencia modernista.

Hervàs diseñó una casa excepcional: un edificio exento situado en el chaflán de la calle Balmes con la Avenida Diagonal, rodeado de jardín, algo completamente atípico en el denso Eixample barcelonés. Un edificio que combinaba el eclecticismo afrancesado con elementos modernistas, creando una arquitectura única que al año siguiente, en 1911, ganaría el primer premio del Ayuntamiento de Barcelona al mejor edificio del año.

La casa se construyó con una particularidad curiosa: no tenía puerta en el chaflán, como cabría esperar. La entrada estaba situada en un lateral de la Diagonal y daba acceso a un jardín privado. Era una forma de preservar la intimidad, de separar el espacio doméstico del bullicio urbano que empezaba a caracterizar esa zona de Barcelona.

La pecera de la ciudad #

Si hay un elemento arquitectónico que define la Casa Pérez Samanillo es su gran ventanal ovalado que se abre sobre la Avenida Diagonal. Un ventanal del comedor que el escritor Ignasi Agustí bautizó como "la pecera de la ciudad", y el nombre ha pervivido en el imaginario barcelonés.

Desde fuera, ese ventanal es una presencia constante. Miles de personas pasan cada día por delante y echan un vistazo curioso hacia el interior, intentando ver algo de lo que ocurre dentro. Pero la perspectiva es limitada, fragmentaria. Se intuye la elegancia, se percibe el lujo, pero no se puede acceder.

Durante Open House, por fin pudimos ver ese espacio desde dentro. Estar al otro lado del cristal, en ese comedor que tantas veces habíamos contemplado desde la calle, fue una experiencia extraña. De repente éramos nosotros los que mirábamos hacia fuera, hacia la gente que paseaba por la Diagonal sin saber que ese día, excepcionalmente, el interior estaba abierto.

El comedor conserva toda su elegancia original. La decoración fue obra de Joan Esteva, un mueblista que utilizó gran cantidad de ebanistería de calidad excepcional. Los detalles son exquisitos: desde los trabajos en madera hasta los elementos decorativos que adornan paredes y techos. Es el tipo de espacio donde cada elemento ha sido pensado, diseñado y ejecutado con el máximo cuidado.

Escaleras, vidrieras y cristales de Murano #

La visita guiada nos llevó por los espacios más emblemáticos del palacete. La escalinata de mármol blanco es una de las primeras cosas que ves al entrar, y establece el tono de lo que vendrá después: elegancia contenida pero innegable, lujo que no grita pero que se hace presente en cada detalle.

En la escalera destaca especialmente la vidriera policroma que la realza, salida del taller de los hermanos franceses J. y E. Maumejean. Estos vidrieros eran célebres en su época por la calidad de su trabajo, y esta pieza es un ejemplo perfecto de su maestría. La luz que atraviesa el cristal crea efectos cromáticos que cambian según la hora del día, convirtiendo la escalera en un espacio vivo que se transforma constantemente.

Los espejos venecianos adornan varias de las salas, multiplicando los espacios y creando juegos de reflejos que amplían visualmente las estancias. Las lámparas de cristal de Murano cuelgan de los techos aportando ese toque de refinamiento italiano que tanto gustaba a la burguesía catalana de principios del siglo XX.

Hay un ascensor que merece mención aparte. Es casi una escultura en sí mismo, con trabajos de hierro forjado y detalles decorativos que lo convierten en algo más que un simple medio de transporte vertical. Es uno de esos elementos que revelan cómo, en este tipo de edificios, incluso lo funcional debía ser bello.

Y luego está la puerta de cristal emplomado que conduce a la sala del presidente del Círculo Ecuestre. No pudimos acceder a esa sala, pero solo ver la puerta ya daba una idea del nivel de detalle que se mantiene en todo el edificio.

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El Círculo Ecuestre

Del hogar familiar al club de élite #

La Casa Pérez Samanillo funcionó como residencia familiar hasta bien entrado el siglo XX. Pero en 1948 se produjo un cambio fundamental: el Círculo Ecuestre, que buscaba una nueva sede acorde con su prestigio, se instaló en el edificio.

El Círculo Ecuestre tiene una historia que se remonta a 1856, cuando un grupo de burgueses catalanes aficionados a la hípica decidieron formar un club para reunirse y organizar concursos. Con los años, el club fue ganando importancia hasta convertirse en el espacio de referencia para la élite barcelonesa. Ya no hacía falta practicar la hípica para querer ser socio; lo importante era formar parte de ese círculo donde se alternaba socialmente, se hacían negocios y se establecían contactos.

Cuando el Círculo se instaló en la Casa Pérez Samanillo, el arquitecto Raimon Durán i Reynals construyó un cuerpo adosado con planta baja y azotea para ampliar las instalaciones. El edificio se adaptó a sus nuevas funciones, pero conservando la esencia decorativa original. En los años 90, los arquitectos Robert y Esteve Terradas realizaron nuevas modificaciones.

Hoy el club ofrece a sus socios diversos salones para reuniones familiares y de negocios, habitaciones, gimnasio, piscina, solárium y restaurante con terraza. Es un microcosmos de privilegio en pleno Eixample barcelonés.

Un club de hombres hasta 1982 #

Hay un dato que no se puede pasar por alto cuando se habla del Círculo Ecuestre: hasta 1982 no se permitió la entrada de mujeres al club. Es un dato que sitúa históricamente a la institución, que revela el tipo de mentalidad que imperaba en estos espacios de poder masculino.

Durante más de ciento veinticinco años, el Círculo fue un espacio exclusivamente masculino donde los hombres de negocios, políticos y empresarios se reunían sin presencia femenina. Las mujeres quedaban excluidas de esas conversaciones, de esos acuerdos informales que muchas veces tenían más peso que los cerrados en despachos oficiales.

Que esta exclusión se mantuviera hasta 1982, en plena transición democrática, dice mucho sobre la resistencia al cambio de ciertas instituciones. Y aunque hoy las mujeres pueden ser socias, el club sigue teniendo ese aura de espacio tradicionalmente masculino, de bastión de una cierta forma de entender las relaciones de poder.

Visitarlo durante Open House tenía también ese componente: entrar en un espacio que históricamente ha sido excluyente, que ha funcionado como club privado para unos pocos elegidos. Sentir, aunque fuera por una hora, que podías estar donde normalmente no te dejarían entrar.

La experiencia de la visita #

Durante nuestra visita en Open House, los voluntarios nos guiaron por las salas principales explicando la historia del edificio, los detalles arquitectónicos, las transformaciones que había sufrido. No pudimos acceder a todas las estancias, lógicamente. Hay zonas del club que siguen siendo privadas incluso durante el festival.

Pero lo que vimos fue suficiente para entender por qué el Círculo Ecuestre genera tanta fascinación. Es la combinación de arquitectura excepcional, decoración suntuosa, historia de élites y exclusividad cotidiana. Es poder tocar, aunque sea tangencialmente, un mundo al que la mayoría nunca tendrá acceso fuera de estos eventos.

La afluencia de público fue notable. El Círculo Ecuestre es uno de los edificios más demandados de Open House Barcelona cada año. Las colas pueden superar las tres horas de espera, y una vez alcanzado el aforo máximo se cierra el acceso. No todo el mundo tiene la paciencia o la posibilidad de esperar tanto tiempo, así que muchos se quedan sin poder entrar.

Nosotros tuvimos suerte con nuestra pulsera de acceso prioritario. Entramos en uno de los primeros grupos del domingo y pudimos disfrutar de la visita sin prisas, sin agobios, con tiempo para observar los detalles y hacer las preguntas que nos interesaban.

Entre la admiración y la incomodidad #

Visitar el Círculo Ecuestre genera sentimientos encontrados. Por un lado, la admiración por la arquitectura y la decoración es inevitable. Es objetivamente bello, está impecablemente conservado, cada detalle habla de calidad y buen gusto. Es patrimonio arquitectónico de primer nivel que merece ser conocido y valorado.

Por otro lado, está la incomodidad de saber que estás en un espacio que funciona como símbolo de desigualdad social. Un club privado donde solo pueden entrar quienes pueden permitirse las cuotas de socio y, más importante aún, quienes encajan en el perfil social que el club busca. Es un espacio que perpetúa redes de poder y privilegio, que mantiene viva esa tradición de clubs exclusivos donde se toman decisiones que afectan a muchos más que a los propios socios.

Open House tiene algo de subversivo en este sentido. Durante unas horas, las puertas se abren a todo el mundo. El taxista, el estudiante, el jubilado, el turista curioso, todos pueden entrar y contemplar espacios normalmente vedados. Es una pequeña democratización temporal del patrimonio, una forma de recordar que los edificios existen en la ciudad y forman parte de su historia colectiva, aunque su uso cotidiano sea excluyente.

¿Vale la pena la espera? #

Si te preguntas si vale la pena esperar tres horas para visitar el Círculo Ecuestre, la respuesta depende de tus prioridades. Si eres especialmente sensible a la arquitectura modernista, si te fascina el mundo de los clubs privados, si quieres ver en persona esa "pecera" tan famosa, entonces probablemente sí vale la pena.

Pero si tienes tiempo limitado en Barcelona y quieres optimizar tus visitas durante Open House, quizás sea mejor dedicar esas tres horas a visitar tres o cuatro edificios con menos cola. Hay joyas arquitectónicas igualmente fascinantes que no generan tanta demanda.

Nosotros, gracias al acceso prioritario, no tuvimos que elegir. Entramos sin esperar y aún así nos dio tiempo a visitar muchos otros edificios ese domingo. Pero si hubiésemos tenido que esperar tres horas, probablemente habríamos valorado si compensaba o si era mejor invertir ese tiempo en otra cosa.

Lo que sí es cierto es que el Círculo Ecuestre ofrece algo único: la oportunidad de asomarte a un mundo de privilegio que normalmente permanece cerrado. No es solo arquitectura, es también sociología. Es entender cómo funcionan ciertos espacios de poder en Barcelona, cómo se perpetúan las élites, cómo el patrimonio arquitectónico puede ser simultáneamente admirable e incómodo.

Y eso, guste más o menos, es una experiencia que solo Open House puede ofrecer.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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