El lunes 5 de septiembre comenzó temprano en el aeropuerto de Loiu. El vuelo de las 08:20 salió puntual, algo que siempre se agradece cuando tienes un día completo de exploración por delante. Lufthansa cumplió con los horarios y a las 10:55 ya estaba pisando de nuevo suelo berlinés en el aeropuerto de Tegel.
Llegada y primeros pasos #
Desde Tegel, el tren me llevó directamente hacia el centro de la ciudad. Es una de las ventajas de Berlín: su sistema de transporte público es eficiente y te conecta rápidamente con cualquier punto de interés. El Generator Hostel Berlin Mitte era mi base de operaciones, y aunque sabía que era demasiado temprano para hacer el check-in, tenía la esperanza de poder al menos dejar la mochila.
La recepción fue amable y práctica. Como esperaba, la habitación no estaría lista hasta la tarde, pero me permitieron guardar la mochila sin problemas. Esta pequeña gestión marcó la diferencia entre comenzar el día con peso extra o poder explorar la ciudad con total libertad. En pocos minutos ya estaba en la calle, sin equipaje y con toda la jornada por delante.
Alexanderplatz: el corazón urbano de Berlín #
Mi primera parada fue Alexanderplatz, una decisión casi instintiva. Esta plaza es, en muchos sentidos, el verdadero corazón urbano de Berlín. No es la más bonita ni la más histórica, pero sí la más representativa del carácter dinámico de la ciudad.
La Fernsehturm, la torre de televisión de 368 metros de altura, domina completamente el paisaje urbano. Es imposible estar en Alexanderplatz y no sentirse empequeñecido por esta estructura que se construyó en la época de la RDA como símbolo del poder comunista. Ironías de la historia: hoy es uno de los iconos turísticos más fotografiados de la ciudad unificada.
En la plaza, el movimiento es constante. Berlineses camino al trabajo se mezclan con turistas consultando mapas, vendedores ambulantes ofrecen souvenirs, y músicos callejeros añaden banda sonora al conjunto. Hay algo hipnótico en observar este ballet urbano desde uno de los bancos de la plaza. La Weltzeituhr, el reloj mundial que muestra las horas de diferentes ciudades, se ha convertido en un punto de encuentro natural donde la gente queda y espera.
Los grandes almacenes que rodean la plaza ofrecen un contraste interesante. Galeria Kaufhof y Saturn representan el consumismo occidental que se instaló rápidamente tras la reunificación. Pero si observas con atención, aún quedan algunos elementos arquitectónicos de la época socialista que nos recuerdan el pasado no tan lejano de esta parte de la ciudad.


La isla de los museos: arquitectura sin necesidad de entrar #
Desde Alexanderplatz me dirigí hacia la Museumsinsel, la isla de los museos. Aunque no tenía intención de visitar ningún museo en esta primera jornada, sabía que los edificios en sí mismos merecían la pena.
El conjunto arquitectónico es realmente impresionante. El Altes Museum, con su columnata neoclásica, te transporta inmediatamente a la Berlín del siglo XIX. El Neues Museum, reconstruido tras los daños de la Segunda Guerra Mundial, muestra esa mezcla fascinante entre elementos históricos conservados y arquitectura contemporánea que caracteriza a toda la ciudad.
No pude evitar recordar mi visita al Museo de Pérgamo en 2007. Había sido una de las experiencias más impactantes de aquel primer viaje a Berlín. Ver el altar de Pérgamo y la puerta de Ishtar en tamaño real había sido sobrecogedor. Ahora el museo estaba cerrado por restauración, una de esas obras faraónicas que Berlín parece tomarse con la paciencia de quien sabe que las cosas buenas requieren tiempo.
La simple contemplación de estos edificios desde el exterior ya justifica el paseo. Cada uno tiene su personalidad arquitectónica, pero juntos forman un conjunto armonioso que habla de la importancia que Berlín ha dado siempre a la cultura y al arte.




Unter den Linden: el gran bulevar berlinés #
Desde la isla de los museos, Unter den Linden se extendía ante mí como una invitación a caminar. Esta avenida es, probablemente, la más emblemática de Berlín. Su nombre, "bajo los tilos", evoca imágenes bucólicas que contrastan con la grandiosidad de los edificios que la flanquean.
Caminando hacia el oeste, la sucesión de edificios históricos es constante. La Neue Wache, el edificio de la Nueva Guardia, llama la atención por su sobriedad neoclásica. Más adelante, la Universidad Humboldt muestra su imponente fachada, recordando que Berlín siempre ha sido una ciudad universitaria de primer nivel.
El edificio de la Ópera Estatal de Berlín añade elegancia al conjunto. Incluso desde la calle se puede intuir la riqueza cultural que alberga. Los cafés y restaurantes que van apareciendo entre los grandes edificios oficiales aportan vida cotidiana a lo que podría ser simplemente un museo al aire libre.
Pero es al llegar al final de Unter den Linden cuando aparece la verdadera joya: la Puerta de Brandeburgo. Verla aparecer al final de la avenida sigue siendo uno de esos momentos que te cortan la respiración, por muchas veces que la hayas visto en fotografías o películas.


La Puerta de Brandeburgo: símbolo de una ciudad y una época #
Estar de nuevo frente a la Puerta de Brandeburgo fue uno de esos momentos de reconexión con la ciudad que había venido buscando. Este monumento no es solo un ejemplo de arquitectura neoclásica; es el símbolo de Berlín, de Alemania, y de la Europa contemporánea.
Durante décadas, esta puerta estuvo en tierra de nadie, en la franja que separaba Berlín Este de Berlín Oeste. Hoy, turistas de todo el mundo se fotografían bajo sus arcos sin pensar demasiado en que hace relativamente poco tiempo era imposible hacerlo. La historia reciente de Europa se puede contar perfectamente a través de los diferentes momentos que ha vivido este monumento.
La Cuadriga que corona la puerta, con la diosa Victoria conduciendo su carro tirado por cuatro caballos, mira hacia el este. Durante la división de la ciudad, esta dirección tenía una carga simbólica especial. Hoy simplemente añade dramatismo a uno de los conjuntos escultóricos más fotografiados del mundo.
Memorial del Holocausto: reflexión obligada #
A pocos metros de la Puerta de Brandeburgo se encuentra el Memorial a los Judíos de Europa Asesinados. Este conjunto de 2.711 losas de hormigón de diferentes alturas es uno de los monumentos más impactantes que he visto nunca.
Caminar entre estas losas es una experiencia que no deja indiferente. Al principio, las losas son bajas, casi a la altura de la acera. Pero según te adentras en el memorial, van ganando altura hasta que te encuentras caminando por pasillos estrechos donde las losas te superan considerablemente en altura. Es una representación física de cómo el horror del Holocausto fue creciendo gradualmente hasta convertirse en algo monstruoso.
Lo que más me impresiona de este memorial es su capacidad de generar reflexión sin necesidad de explicaciones. No hay textos, no hay nombres, no hay fechas. Solo la experiencia física de caminar entre estas losas y la inevitable reflexión que surge de esa experiencia. Es un monumento que habla directamente a las emociones, sin intermediarios intelectuales.


Potsdamer Platz: modernidad con memoria #
La siguiente parada fue Potsdamer Platz, otra de esas zonas de Berlín que condensan décadas de historia en pocos metros cuadrados. Esta plaza es el ejemplo perfecto de cómo Berlín ha sabido reconstruirse sin olvidar su pasado.
Los edificios modernos, con sus fachadas de cristal y acero, crean un skyline que recuerda más a una ciudad americana que a una capital europea tradicional. Sony Center, con su característica cubierta, es especialmente llamativo. Me encanta cómo han creado un espacio cubierto que invita a quedarse, con restaurantes y cafés que funcionan independientemente del clima exterior.
Pero lo que hace especial a Potsdamer Platz son los fragmentos del Muro de Berlín que se conservan aquí. Ver estos pedazos de hormigón gris, con sus graffitis y sus marcas del tiempo, en medio de tanta modernidad arquitectónica, es un recordatorio constante de que la historia reciente de esta ciudad ha sido cualquier cosa menos simple.




Explorando rincones menos conocidos #
Desde Potsdamer Platz continué caminando hacia el sur hasta llegar a Bethlehemkirchplatz. Aquí encontré una de esas curiosidades berlinesas que hacen que explorar la ciudad sea siempre sorprendente: una escultura hecha con vigas de hierro que reproduce la estructura de una iglesia que ya no existe.
Es una instalación artística que habla de memoria y ausencia de una manera muy berlinesa. En lugar de reconstruir la iglesia destruida durante la guerra, han decidido mantener su recuerdo a través de esta estructura fantasmal que permite imaginar lo que hubo pero también aceptar lo que ya no está.


Checkpoint Charlie: turismo y memoria #
El famoso Checkpoint Charlie era una parada obligada, aunque sabía que me encontraría con una versión muy turistificada del punto de control que dividía los sectores americano y soviético durante la Guerra Fría.
Efectivamente, la caseta de control actual es una reconstrucción, y el ambiente es completamente turístico. Los actores vestidos de soldados americanos se fotografían con visitantes de todo el mundo, convirtiendo lo que fue un símbolo de la tensión internacional en una atracción más.
Aun así, merece la pena pararse un momento e imaginar cómo era este lugar cuando cruzarlo significaba pasar de un mundo a otro completamente diferente. Las fotografías históricas que se exhiben en los alrededores ayudan a contextualizar la importancia que tuvo este pequeño punto en la geopolítica mundial.
Cerrando el círculo: St. Nicholas y el ayuntamiento rojo #
Para cerrar esta primera jornada de exploración, me dirigí hacia la iglesia de San Nicolás, ahora convertida en museo, y después al Rotes Rathaus, el ayuntamiento rojo que debe su nombre al color de sus ladrillos, no a ninguna ideología política.
El ayuntamiento es un ejemplo perfecto de la arquitectura de ladrillo del norte de Europa. Su torre de 74 metros domina esta parte de la ciudad vieja, y sus salas representativas mantienen la dignidad institucional que corresponde al gobierno de una capital europea.
Desde el ayuntamiento, un paseo junto al río Spree me permitió ver Berlín desde otra perspectiva. El río aporta tranquilidad a una ciudad que puede resultar abrumadora por su tamaño y su historia. Caminar por sus orillas, viendo cómo se refleja la luz del atardecer en el agua, fue la forma perfecta de terminar esta primera jornada de reencuentro con Berlín.




Regreso al hostel: sensaciones del primer día #
Al regresar al Generator Hostel ya podía hacer el check-in y instalarme en mi habitación compartida. La primera jornada había cumplido perfectamente su objetivo: reconectar con una ciudad que recordaba con cariño y comprobar que el paso del tiempo no había disminuido su capacidad de sorprenderme.
Berlín seguía siendo esa ciudad dinámica y cosmopolita que recordaba. Los cambios eran evidentes, especialmente en zonas como Potsdamer Platz, pero la esencia permanecía intacta. Era una ciudad que invitaba a seguir explorando, que prometía nuevos descubrimientos en los días siguientes.
La jornada había sido intensa pero no agotadora. Berlín tiene esa capacidad de absorber al visitante sin abrumarlo, de ofrecer constantemente cosas nuevas que ver sin generar la sensación de estar en una carrera contrarreloj turística. Era exactamente lo que necesitaba para este reencuentro: tiempo para observar, para recordar y para descubrir.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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