El último día en Budapest regresó con la lluvia que había caracterizado los primeros días del viaje. El cielo gris y las calles mojadas creaban una atmósfera melancólica perfecta para lo que sería una jornada intensa de reflexión histórica antes del regreso a casa. Con solo medio día por delante antes de dirigirme al aeropuerto, decidí dedicarlo a una visita que había planeado cuidadosamente: la Casa del Terror.
La Casa del Terror, un edificio con historia siniestra #
La Casa del Terror (Terror Háza Múzeum) se encuentra en el número 60 de la avenida Andrássy, la arteria más elegante de Budapest. Su ubicación no es casual: este edificio de tres plantas, construido en 1880 por Adolf Feszty como residencia privada, se convirtió durante el siglo XX en el epicentro del terror político húngaro bajo dos regímenes totalitarios diferentes.
Desde el exterior, el edificio resulta inmediatamente reconocible. Pintado en un gris azulado sombrío y coronado por un alero negro con letras recortadas que forman la palabra 'TERROR' en imagen especular, proyecta esta palabra sobre las paredes circundantes cuando el sol incide sobre él. En la base del edificio, una larga hilera de pequeñas placas conmemorativas honra a las víctimas del levantamiento de 1956.
La historia siniestra del edificio comenzó en 1937, cuando el Partido de la Cruz Flechada (Nyilaskeresztes Párt), el movimiento fascista húngaro liderado por Ferenc Szálasi, comenzó a alquilar varias habitaciones. Durante la ocupación nazi en 1944, se convirtió en la sede oficial de esta organización, paradójicamente apodada entonces "La Casa de la Fidelidad".
Bajo el régimen de la Cruz Flechada, miles de personas fueron detenidas, interrogadas, torturadas y ejecutadas en este edificio. Los métodos utilizados incluían desde palizas brutales hasta técnicas de tortura psicológica refinadas. Los sótanos se convirtieron en cámaras de tortura donde se quebrantaba la voluntad de los prisioneros políticos y de los ciudadanos judíos de Budapest.
Tras la liberación soviética en 1945, el terror no abandonó el edificio. La nueva policía secreta comunista, primero conocida como ÁVO (Államvédelmi Osztály) y después como ÁVH (Államvédelmi Hatóság), estableció aquí su cuartel general. Irónicamente, utilizaron las mismas celdas y métodos que sus predecesores fascistas para reprimir cualquier forma de disidencia política.
Un museo para no olvidar #
El museo fue inaugurado el 24 de febrero de 2002, bajo la dirección de Mária Schmidt, con el objetivo de documentar y conmemorar las atrocidades cometidas durante los regímenes fascista y comunista que asolaron Hungría durante el siglo XX. Su creación generó cierta controversia política, pero su valor como espacio de memoria histórica es incuestionable.
Desde el momento en que se accede al interior, la experiencia resulta impactante. La museografía utiliza recursos audiovisuales, instalaciones multimedia, música inquietante compuesta específicamente por Ákos Kovács (exmiembro del grupo húngaro Bonanza Banzai), y una iluminación que alterna entre espacios sombríos y salas de mayor luminosidad para crear una atmosfera de opresión constante.
Opté por alquilar la audioguía en español, fundamental para comprender el contexto histórico y las explicaciones de cada sala, ya que la mayoría de los textos están en húngaro. La audioguía no solo proporciona información, sino que incluye testimonios de supervivientes que añaden una dimensión humana desgarradora a la experiencia.
Un recorrido por el horror del siglo XX #
La exposición se distribuye en varios pisos, organizados cronológicamente para proporcionar una comprensión integral de ambos regímenes totalitarios. En el segundo piso, la exhibición comienza con material sobre la ocupación nazi y el ascenso del Partido de la Cruz Flechada. Las imágenes de campos de concentración y exterminio resultan particularmente crudas, superando incluso el impacto de otros museos similares que había visitado anteriormente.
Se pueden ver uniformes originales tanto del Partido de la Cruz Flechada como de la policía secreta comunista, junto con documentos, fotografías y objetos personales de las víctimas. Una sala especialmente conmovedora está diseñada como una capilla, con una cruz rota en el suelo y vitrinas que contienen objetos religiosos de sinagogas y personalidades judías exterminadas durante el Holocausto.
El primer piso se centra en el período comunista y las deportaciones basadas en políticas racistas que comenzaron en 1945. La población de origen alemán fue enviada a campos de concentración, afectando a cerca de 250.000 personas en territorio húngaro. La exhibición muestra cómo el terror del mandato de Mátyás Rákosi afectó también a la población local, con instalaciones que incluyen un "laberinto" hecho con jabón que simboliza el trabajo forzado en el campo.
Una sala particularmente impactante muestra los cambios en la vida cotidiana de los ciudadanos húngaros bajo el comunismo: la prohibición de la religión simbolizada por una gran cruz católica quebrada, la propaganda oficial que mostraba la supuesta "felicidad" del pueblo húngaro, y objetos de la época como distintivos, banderas, carteles y incluso tocadiscos que formaban parte de la vida doméstica.
El descenso a los sótanos del horror #
El punto culminante y más escalofriante de la visita es el descenso a los sótanos, donde se conservan las celdas y salas de interrogatorio tal como fueron utilizadas durante décadas. Este descenso se realiza en un ascensor especialmente diseñado, con paredes de cristal que permiten ver las fotografías de miles de víctimas que cubren las paredes del pozo del ascensor.
En los sótanos se pueden visitar las celdas húmedas de aislamiento, las salas de interrogatorio y los espacios donde se aplicaban torturas físicas y psicológicas. Las celdas, de dimensiones diminutas, estaban diseñadas para quebrantar la voluntad de los prisioneros mediante la claustrofobia, la humedad constante, la falta de luz natural y la privación sensorial.
Los métodos de tortura empleados tanto por fascistas como por comunistas incluían desde palizas brutales hasta técnicas más sofisticadas de presión psicológica. Los interrogatorios podían durar días o semanas, alternando períodos de tortura física con privación de sueño, amenazas a familiares y promesas falsas de liberación.
Ver estas instalaciones conservadas in situ, sabiendo que miles de personas sufrieron y murieron en estos mismos espacios, genera una conexión visceral con el pasado que ningún libro de historia puede transmitir. Es una experiencia que trasciende lo intelectual para convertirse en algo profundamente emocional.
Reflexiones sobre la memoria histórica #
La visita a la Casa del Terror me llevó aproximadamente dos horas, tiempo durante el cual experimenté una mezcla compleja de emociones: horror por las atrocidades documentadas, admiración por el coraje de quienes resistieron estos regímenes, y reflexión profunda sobre la fragilidad de las libertades democráticas.
El museo no se limita a mostrar los hechos históricos, sino que invita a una reflexión más amplia sobre los peligros del totalitarismo en cualquiera de sus formas. La equiparación entre fascismo y comunismo, evidente en la museografía, puede resultar controvertida, pero cumple una función pedagógica importante: demostrar que el terror político trasciende las ideologías específicas.
Una de las lecciones más impactantes del museo es cómo la misma infraestructura física sirvió a dos regímenes aparentemente opuestos para ejercer la represión. Las mismas celdas, las mismas técnicas, los mismos métodos de quebrar la voluntad humana fueron utilizados tanto por fascistas como por comunistas. Esta continuidad en los métodos del terror ilustra de manera brutal cómo los extremismos políticos, independientemente de su signo ideológico, recurren a patrones similares de opresión.
Un breve paseo por el centro bajo la lluvia #
Tras la intensa experiencia en la Casa del Terror, necesitaba un momento de transición antes de dirigirme al aeropuerto. Decidí dar un último paseo por el centro de Budapest bajo la lluvia persistente, aprovechando para hacer algunas compras de recuerdos y reflexionar sobre los cinco días que había vivido en la ciudad.
Caminé por la avenida Andrássy hacia el centro, pasando por la Ópera (aún en obras), y bajé hasta la basílica de San Esteban. Las calles mojadas reflejaban las luces de los edificios históricos, creando una atmósfera nostálgica que parecía apropiada para una despedida.
El regreso al aeropuerto #
Para llegar al aeropuerto utilicé la misma ruta que a la llegada: la línea M3 del metro hasta el trasbordo con los autobuses de sustitución, y después el autobús 200E hasta el terminal. A pesar de las obras en el metro, el trayecto se completó sin complicaciones, aprovechando mi ya conocimiento del sistema de transporte budapestí.
En el centro comercial KOKI, donde había comido el primer día, decidí tomar una última comida húngara antes de partir. Fue una especie de ritual de cierre: comer en el mismo lugar donde había tenido mi primer contacto con los precios y sabores locales, pero ahora con cinco días de experiencias acumuladas.
El vuelo a Santander partió puntual, y durante las dos horas y media de trayecto tuve tiempo de procesar mentalmente todo lo vivido durante estos cinco días intensos. Budapest había superado ampliamente mis expectativas, confirmando y enriqueciendo los recuerdos positivos de mi visita anterior en 2001.
El autobús nocturno a Bilbao #
Al llegar al aeropuerto de Santander compré inmediatamente el billete de autobús a Bilbao a través de la app de Alsa. El autobús llegó con casi una hora de retraso, pero tuve suerte de haber sido rápido comprando el billete, ya que otros pasajeros que esperaban se quedaron sin plaza al estar el autobús completo.
Para los que se quedaron en tierra, llegar a Bilbao implicaría un trayecto mucho más largo: bus del aeropuerto hasta Santander ciudad, y desde allí otro autobús a Bilbao, ya que este era el último del día que entraba directamente al aeropuerto.
Durante el trayecto nocturno hasta Bilbao, mientras veía desfilar el paisaje por la ventanilla, no podía imaginar que acababa de vivir mi último viaje de libertad total en mucho tiempo. En una semana, España estaría sumida en el estado de alarma por la COVID-19, y los viajes internacionales se convertirían en un recuerdo del pasado durante meses.
Reflexiones finales de la jornada #
El quinto día había sido emocionalmente agotador pero necesario. La visita a la Casa del Terror había añadido una dimensión de profundidad histórica al viaje que lo distinguía de un mero turismo cultural. Conocer de primera mano los espacios donde se ejerció la represión política durante décadas ayuda a comprender mejor no solo la historia húngara, sino también los mecanismos universales del poder totalitario.
El contraste entre la belleza arquitectónica de Budapest y la oscuridad de su historia reciente del siglo XX ilustra perfectamente la complejidad de las ciudades europeas, donde capas de belleza y horror conviven en los mismos espacios físicos.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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