Reconozco que llegué al Neil Simon Theatre sin saber muy bien qué me esperaba. Hairspray era solo un nombre en la cartelera de Broadway, una opción más entre tantas durante mi escapada neoyorquina de octubre. Ni siquiera había visto la película original de John Waters de 1988 en la que estaba basado, así que me senté en mi butaca con esa mezcla de expectación y curiosidad que solo sientes cuando te aventuras en territorio desconocido.
Desde los primeros compases de "Good Morning Baltimore", algo extraordinario comenzó a suceder. La energía que emanaba del escenario era palpable, contagiosa, casi magnética. Tracy Turnblad, encarnada con una vitalidad arrolladora, me hizo comprender inmediatamente que estaba ante algo especial. Su Baltimore no era solo una ciudad, era un estado de ánimo.
El poder transformador de la música #
Lo que más me llamó la atención de Hairspray es cómo logra que, en menos de tres horas, te conviertas en parte de su universo. Las canciones no son simples números musicales; son invitaciones directas a sumergirse en esa Baltimore de 1962 donde los sueños parecen al alcance de la mano y el baile es la solución universal.
Me encontré tarareando melodías que acababa de escuchar por primera vez, moviendo los pies al ritmo de esos números que parecían extraídos directamente de los años dorados de la música popular americana. Marc Shaiman ha creado una banda sonora que suena familiar desde el primer momento, como si hubieras crecido escuchando esas canciones en la radio de tu juventud.
La interpretación de Edna Turnblad fue, sin duda, uno de los momentos más memorables de la velada. La presencia escénica del actor trasciende cualquier consideración técnica; simplemente te enamoras del personaje, de su humanidad, de esa mezcla perfecta entre comedia y ternura maternal que logra transmitir.
Más allá del espectáculo: mensajes con corazón #
Debo admitir que inicialmente me sorprendió descubrir que detrás de tanto colorido, tanto brillo y tanta diversión, se escondían reflexiones profundas sobre la discriminación y la tolerancia. El programa de baile televisivo The Corny Collins Show se convierte en el escenario perfecto para abordar temas que, en 1962, estaban en el centro del debate social americano.
Es cierto que los personajes están dibujados con trazos gruesos, casi caricaturescos. Los "buenos" son extraordinariamente buenos y los "malos" rayando en lo ridículo. Pero esta polarización, lejos de restar credibilidad, funciona como una estrategia narrativa que permite al espectador posicionarse sin ambigüedades y disfrutar del espectáculo sin complejos morales.
La experiencia del espectador ocasional #
Aunque no soy un habitual de Broadway, puedo decir que Hairspray consigue algo muy difícil: te hace sentir parte del espectáculo desde el primer minuto. No necesitas conocimientos previos sobre teatro musical, ni referencias culturales específicas. La música, la coreografía y la energía de los intérpretes construyen un puente directo entre el escenario y las butacas.
Salí del Neil Simon Theatre con una sensación extraña y maravillosa. Tenía ganas de bailar por la calle, de cantar esas melodías pegadizas, de ser parte de ese mundo donde los problemas se resuelven a ritmo de rock and roll. Baltimore había conquistado mis sentidos y mi corazón por una noche.
Un musical que perdura en la memoria #
Días después, de vuelta a la rutina, sigo recordando momentos específicos del espectáculo. La explosión de energía juvenil de los números televisivos, la emotividad de las baladas, la complicidad que se establece entre actores y público durante los números más participativos.
Hairspray me enseñó que el teatro musical, cuando funciona, puede ser una experiencia transformadora. No solo entretienes durante unas horas; sales del teatro siendo ligeramente diferente a como entraste. Con más ganas de bailar, de cantar, de creer que los sueños pueden hacerse realidad si tienes el valor suficiente para perseguirlos.
Reflexiones finales desde la distancia #
Ahora entiendo por qué Hairspray se ha convertido en uno de los éxitos más sólidos de Broadway. No es solo entretenimiento; es una celebración de la diversidad, del optimismo, de la capacidad humana para superar prejuicios a través del arte y la música.
Para cualquiera que, como yo, se acerque al teatro musical de forma ocasional, Hairspray representa la puerta de entrada perfecta. No intimida con referencias cultas ni exige conocimientos previos. Simplemente te invita a disfrutar, a participar, a dejarte llevar por la magia de una historia que, bajo su aparente superficialidad, esconde verdades profundas sobre la condición humana.
Mi consejo para futuros espectadores: dejad los prejuicios en el guardarropa y preparaos para salir del teatro con Baltimore corriendo por vuestras venas. Porque, como dice una de sus canciones más emblemáticas, realmente no puedes parar el ritmo cuando la música llega directa al corazón.
Nota: La imagen de portada es ilustrativa y no corresponde a la producción específica del musical que se reseña en este artículo, ya que no dispongo de fotografías de dicha representación.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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