El miércoles 1 de junio decidimos cambiar el ritmo. Después de dos días intensos explorando los centros históricos de Oporto y Braga, tocaba respirar aire fresco y conectar con la naturaleza urbana. Nuestro destino matutino fueron los jardines del Palacio de Cristal, un espacio verde ubicado en una colina que ofrece algunas de las vistas más espectaculares sobre el río Duero.
Llegamos temprano, cuando la luz del sol aún era suave y los jardines estaban relativamente tranquilos, solo con algunos corredores locales que aprovechaban la frescura matinal para hacer ejercicio. Lo primero que me impresionó fue la amplitud del espacio: no se trata solo de un jardín, sino de varios jardines temáticos interconectados que se extienden por una generosa superficie.
Contrariamente a lo que sugiere su nombre, en estos jardines ya no existe ningún palacio de cristal. El original, inspirado en el Crystal Palace de Londres, fue demolido en 1951 y sustituido por el actual Pabellón Rosa Mota, un edificio circular que alberga eventos deportivos y culturales. Aunque el pabellón tiene su encanto arquitectónico, las fotos del antiguo palacio acristalado que pudimos ver en algunos paneles informativos nos hicieron lamentar no haber podido contemplar aquella maravilla de la arquitectura del hierro.




Un mosaico de jardines con personalidad propia #
Los jardines están organizados en diferentes áreas temáticas, cada una con su propia personalidad. Comenzamos nuestro paseo por el Jardín Romántico, con sus caminos sinuosos, estanques con nenúfares y árboles centenarios que crean juegos de luces y sombras. A diferencia de los jardines geométricos franceses, estos espacios románticos imitan la naturaleza salvaje, creando rincones que parecen surgidos espontáneamente.
Continuamos hacia el Jardín de los Sentimientos, donde cada planta está seleccionada para estimular alguno de los cinco sentidos: aromas intensos para el olfato, texturas diferentes para el tacto, colores vibrantes para la vista... Una experiencia sensorial completa que invita a detenerse y prestar atención a los pequeños detalles.
Especialmente fascinante fue el Jardín de las Plantas Aromáticas, un pequeño laberinto de romero, lavanda, tomillo y otras hierbas aromáticas cuya fragancia intensificaba el sol que ya empezaba a calentar. Cada paso liberaba un perfume diferente, creando una sinfonía olfativa que transportaba a los campos del sur de Europa.




Las vistas: un regalo para la vista #
Si los jardines en sí mismos ya merecen la visita, las vistas panorámicas que ofrecen sobre el río Duero y sus puentes son simplemente espectaculares. Desde varios miradores estratégicamente situados, pudimos contemplar cómo el río serpentea entre las colinas antes de desembocar en el Atlántico. Al fondo, el imponente Puente da Arrábida, un arco de hormigón de 270 metros de longitud, enmarcaba la perspectiva hacia el mar.
Nos sentamos en uno de estos miradores, dejando que la vista se perdiera en el horizonte mientras observábamos el ir y venir de barcos por el río. Algunos eran pequeñas embarcaciones de pesca, otros lujosos cruceros turísticos, todos compartiendo las mismas aguas bajo el mismo cielo azul intenso.



Casa da Música: arquitectura contemporánea en una ciudad histórica #
Tras un tiempo generoso en los jardines, decidimos dirigirnos hacia otro hito de la ciudad, aunque de carácter completamente diferente: la Casa da Música. Este edificio vanguardista, diseñado por el arquitecto holandés Rem Koolhaas e inaugurado en 2005, representa la apuesta de Oporto por la arquitectura contemporánea.
Su forma poliédrica, que algunos comparan con un meteorito caído del cielo, otros con un diamante irregular, contrasta radicalmente con la arquitectura tradicional de la ciudad. El hormigón blanco de su exterior, con grandes ventanales que conectan visual y conceptualmente el interior con el exterior, crea un objeto arquitectónico único en el panorama europeo.
Aunque no coincidimos con ningún concierto, pudimos recorrer algunas áreas públicas del edificio y apreciar su acústica excepcional, incluso con los sonidos cotidianos que reverberaban en sus espacios. La luz natural que inunda el edificio a través de sus enormes ventanales le confiere una calidad etérea, casi inmaterial, a pesar de la contundencia de sus formas y materiales.




Un alto en el camino: recargar energías #
Para el mediodía regresamos a nuestro apartamento para preparar un almuerzo ligero y descansar un poco. La tarde prometía ser intensa, con una larga caminata hasta Foz do Douro, y necesitábamos recuperar fuerzas.
Aprovechamos este descanso para planificar los detalles del recorrido vespertino y consultar el pronóstico del tiempo, que afortunadamente prometía una tarde perfecta para caminar junto al río.
Hacia Foz: siguiendo el curso del Duero #
Sobre las cuatro de la tarde, con el sol ya más benévolo, comenzamos nuestra caminata hacia Foz do Douro, el barrio donde el río se encuentra con el océano Atlántico. Decidimos hacer el trayecto a pie, siguiendo la ribera del Duero, para disfrutar del paisaje cambiante y absorber la atmósfera de los diferentes barrios que se suceden a lo largo del recorrido.
La ruta, de unos seis kilómetros, comienza en la Ribeira y va bordeando el río a través de paseos marítimos bien acondicionados. Los primeros tramos transcurren entre edificios históricos, con las fachadas coloridas de la Ribeira a un lado y el río con sus embarcaciones tradicionales al otro.
A medida que nos alejábamos del centro histórico, el paisaje iba cambiando. Los edificios antiguos daban paso a construcciones más recientes, y el ambiente turístico se diluía gradualmente en favor de una atmósfera más local. Podíamos ver a pescadores con sus cañas, familias paseando, corredores aprovechando el paseo marítimo... la vida cotidiana de los portuenses desplegándose ante nuestros ojos.




Descubrimientos en el camino #
A lo largo del recorrido fuimos descubriendo pequeñas joyas que no aparecen en las guías turísticas convencionales. Pequeñas playas fluviales donde los locales tomaban el sol, capillas discretas junto al camino, esculturas contemporáneas que dialogaban con el paisaje...
En uno de estos tramos encontramos un pequeño supermercado donde decidimos comprar provisiones para cenar más tarde en Foz: pan fresco, queso local, embutidos, fruta y unos refrescos.
Foz do Douro: donde el río abraza al océano #
Tras poco más de una hora de caminata, llegamos finalmente a Foz do Douro. Este barrio, antaño un pueblo pesquero independiente y hoy uno de los distritos más elegantes de Oporto, conserva un encanto especial. Sus calles tranquilas, sus casas señoriales y su ubicación privilegiada lo convierten en un destino perfecto para escapar del bullicio turístico del centro.
Pero lo que realmente hace único a Foz es su relación con el agua. Es aquí donde el río Duero, tras recorrer 897 kilómetros desde su nacimiento en España, entrega finalmente sus aguas al océano Atlántico. Este encuentro entre río y mar crea un paisaje de una belleza particular, especialmente cuando la luz del atardecer comienza a bañarlo todo con tonos dorados.
Los rompeolas y el faro: la fuerza del Atlántico #
Nos dirigimos directamente hacia el punto más emblemático de Foz: el faro de Felgueiras y los rompeolas que se adentran en el mar. Construidos para proteger la entrada del río, estos diques de piedra que se extienden varios metros dentro del océano son un lugar fascinante para contemplar el poder del Atlántico.
El día que visitamos Foz tuvimos la suerte de encontrar un mar embravecido, con olas imponentes que rompían contra las rocas creando espectaculares explosiones de espuma blanca. El sonido era ensordecedor, una sinfonía natural de agua chocando contra piedra que hipnotizaba los sentidos.
Con el faro como testigo silencioso, pasamos un buen rato simplemente observando este espectáculo natural, intentando capturar con la cámara esos momentos efímeros en que las olas alcanzaban su máxima altura antes de deshacerse en mil gotitas que el viento dispersaba como si fueran diamantes líquidos.






Picnic al atardecer: un momento para recordar #
Con el sol comenzando su descenso hacia el horizonte, buscamos un lugar tranquilo en los jardines de Foz para disfrutar de nuestro improvisado picnic. Encontramos un banco con vistas al océano, protegido del viento por un pequeño muro de piedra, perfecto para nuestra cena al aire libre.
Mientras compartíamos el pan, el queso y el embutido, contemplábamos cómo el sol teñía el cielo y el mar de tonos anaranjados y rosados. A lo lejos, algunos veleros regresaban a puerto, creando siluetas perfectas contra el horizonte encendido. La brisa marina traía consigo ese olor característico a sal y yodo que siempre me ha parecido uno de los perfumes más evocadores del mundo.
Fue uno de esos momentos perfectos que se quedan grabados en la memoria: la comida sencilla pero deliciosa, la compañía ideal y un paisaje que parecía pintado por un artista obsesionado con la belleza.




El regreso: la ciudad iluminada #
Cuando la oscuridad comenzaba a ganar terreno al día, decidimos que era hora de regresar. Esta vez, sin embargo, no haríamos el camino de vuelta a pie. Habíamos caminado lo suficiente por un día, y el autobús que conecta Foz con el centro de Oporto se presentaba como una opción más que razonable.
Durante el trayecto de regreso, observábamos cómo la ciudad se transformaba con la iluminación nocturna. Los puentes sobre el Duero, especialmente el Luis I, brillaban como estructuras de oro suspendidas sobre el río negro. Las fachadas de los edificios históricos, iluminadas estratégicamente, adquirían una dimensión casi teatral.
Al llegar al centro, decidimos dar un último paseo por la Ribeira nocturna. El ambiente era completamente diferente al de la mañana: terrazas llenas de gente cenando o tomando una copa, música en vivo saliendo de algunos locales, parejas paseando románticamente junto al río... La ciudad mostraba su cara más festiva y social.
Finalmente, cansados pero plenamente satisfechos, regresamos a nuestro apartamento. Mientras repasaba mentalmente las imágenes del día, desde los serenos jardines del Palacio de Cristal hasta las embravecidas olas de Foz, pensaba en la increíble diversidad de experiencias que Oporto ofrece a quien se atreve a explorarla más allá de los circuitos turísticos habituales.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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