Amanece nuestro último día en París con esa melancolía tan particular de las mañanas de regreso. El sol de mayo se cuela por las ventanas del apartamento en Villiers-sur-Marne mientras recogemos nuestras pertenencias, intentando no olvidar nada en cajones o armarios. Es curioso cómo en solo cuatro días uno puede sentirse tan a gusto en un lugar que hace apenas unas jornadas era completamente ajeno.
El ritual de la partida #
Las mochilas están hechas y la casa recogida. Echo un último vistazo al apartamento, ese pequeño rincón que nos ha servido de refugio durante estos días. Siempre me pasa lo mismo cuando viajo: los espacios que habitamos, aunque sea brevemente, acaban formando parte de nuestros recuerdos, convirtiéndose en algo más que simples alojamientos temporales.
Nos espera un largo trayecto hasta Orly. Aunque aterrizamos en Charles de Gaulle al inicio de nuestra aventura, el destino ha querido que conozcamos también el otro gran aeropuerto parisino para nuestra partida. El camino implica una combinación de tren, metro y tranvía que, en otras circunstancias, podría resultar tedioso. Sin embargo, hoy se convierte en la excusa perfecta para una última inmersión en el sistema de transporte parisino, tan eficiente como característico de la ciudad.
Un viaje dentro del viaje #
El trayecto hasta Orly se convierte en un momento perfecto para la reflexión. Mientras el tren atraviesa la periferia parisina, mi mente divaga entre los recuerdos de estos días y mis pensamientos sobre esta ciudad que, una vez más, me ha acogido sin terminar de enamorarme.
La satisfacción de mis acompañantes es evidente en sus rostros y comentarios, y me alegro profundamente por ello. Ver París por primera vez, o con ojos menos críticos que los míos, debe ser una experiencia maravillosa. La ciudad tiene ese poder de fascinación innegable que la ha convertido en uno de los destinos más deseados del mundo.
Las múltiples caras de París #
Con cada visita, descubro que París es como esos libros que necesitas releer varias veces para captar todos sus matices. Tiene esa capacidad de mostrarte algo nuevo cada vez que vuelves, aunque transites por los mismos lugares.
La Torre Eiffel, por ejemplo, nunca deja de sorprenderme. Por muchas veces que la haya visto, por saturado que esté de sus imágenes, cuando me encuentro frente a ella sigue provocándome esa sensación de asombro ante su majestuosidad. Los Jardines de Luxemburgo continúan siendo mi refugio favorito cuando necesito escapar del bullicio urbano, y las vistas desde las escaleras del Sacré-Cœur siguen quitándome el aliento.
La Défense, ese Manhattan parisino, me fascina especialmente. Es como si la ciudad decidiera romper con todos sus cánones estéticos tradicionales para demostrar que también puede ser ultramoderna y vanguardista. Es precisamente este contraste lo que hace que este distrito sea tan especial.
Las sombras de la Ciudad de la Luz #
Sin embargo, sigo sintiendo que hay algo en París que no termina de conectar conmigo. Quizás sea esa homogeneidad arquitectónica del centro histórico, donde cada edificio parece seguir un patrón tan perfectamente estudiado que acaba resultando previsible. El Grand Palais, Los Inválidos, el Louvre, el Museo de Orsay, el Panteón... Todos son magníficos, pero en conjunto transmiten una sensación de monotonía grandilocuente que me abruma.
Echo de menos ese caos organizado que encuentro en Londres, esa mezcla ecléctica de estilos que caracteriza a Berlín, o esa vitalidad desenfrenada de Madrid. Son ciudades que respiran un dinamismo diferente, donde la mezcla de culturas y épocas parece más orgánica, menos planificada.
Disney: cuando la magia se comercializa #
Nuestra visita a Disneyland también me ha dejado sensaciones encontradas. Con los años, empiezo a ver más allá de la fachada mágica que tanto promocionan. No es que no lo disfrute, pero cada vez me resulta más difícil ignorar el engranaje comercial que mueve todo el conjunto. Quizás sea la edad, o tal vez el haber visitado el parque demasiadas veces en poco tiempo, pero siento que necesitaría espaciar más las visitas para mantener intacta esa ilusión que debería caracterizar a un lugar así.
El momento de partir #
Nuestro vuelo, programado para las 12:35, sale con un pequeño retraso desde Orly. Mientras esperamos en la terminal, observo a los viajeros que van y vienen, cada uno con su propia historia, con su propia versión de París en la maleta.
Y aquí estoy yo, una vez más, despidiéndome de esta ciudad que me resulta tan familiar y tan ajena al mismo tiempo. Sé que volveré, porque París tiene ese extraño poder de atracción que te hace regresar aunque no sea tu ciudad favorita. Volveré a recorrer sus calles, a sentarme en sus cafeterías, a perderme en sus museos. Y seguramente volveré a concluir que París y yo no terminamos de encajar del todo.
Pero quizás ese sea precisamente el encanto de nuestra relación: esa tensión constante entre la admiración y la distancia, entre el reconocimiento de su belleza y la sensación de que siempre falta algo. Porque París, como todas las grandes ciudades, no necesita que la ames incondicionalmente para demostrar su grandeza. Le basta con dejarte con ganas de volver, aunque sea para seguir intentando descifrarla.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
Descubre Bilbao
Bienvenido a mi Bilbao, una ciudad que reinventa su pasado industrial en un presente lleno de arte, sabor y sorpresas. Aquí encontrarás rutas, paseos y eventos tanto de Bilbao como de sus alrededores