Como cada mañana, me desperté temprano con las primeras luces del día. Después de dos días de actividad frenética recorriendo la ciudad, el resto del grupo parecía necesitar una tregua. Mientras disfrutaba de mi café matutino en la tranquilidad de la mañana, observaba con cierta impaciencia cómo pasaban las horas.
El cansancio había hecho mella en mis acompañantes, y despertar al grupo estaba resultando más complicado de lo habitual. Ya sabía que estos retrasos nos obligarían a hacer algunos sacrificios en nuestro ambicioso plan del día.
La Défense: Cuando París mira al futuro #
Mi experiencia previa con la ciudad me decía que visitar La Défense nos robaría un tiempo precioso. A pesar de ser un amante confeso de la arquitectura moderna y haber visitado este distrito financiero en múltiples ocasiones, intenté convencer al grupo de omitir esta parada. Sin embargo, la curiosidad de mis acompañantes por ver el Manhattan parisino pesó más que mis argumentos prácticos.
La Défense es uno de esos lugares que te hace olvidar por completo que estás en la ciudad del hierro forjado y los edificios haussmanianos. El Gran Arco, esa estructura cubica de 110 metros de altura que parece un Portal al futuro, nos dio la bienvenida bajo un cielo típicamente parisino - entre nubes y claros. Este coloso de mármol y vidrio, inaugurado en 1989, no es solo un edificio de oficinas; es la última pieza del Axe historique, ese eje imaginario que atraviesa París desde el Louvre hasta... bueno, hasta aquí mismo.
Mientras paseábamos entre los rascacielos, no pude evitar detenerme ante algunas de las obras de arte público que salpican el distrito. La Défense alberga una de las colecciones de arte contemporáneo al aire libre más importantes de Europa, con más de 60 piezas de artistas reconocidos internacionalmente. El contraste entre el bullicio de los ejecutivos con sus maletines y las esculturas modernas siempre me ha parecido fascinante.


Del futuro al pasado: El Arco del Triunfo #
Después de nuestro paseo express por La Défense, tomamos el metro hacia el Arco del Triunfo. La transición es brutal: de la modernidad más absoluta a uno de los monumentos más emblemáticos del París napoleónico. Como siempre, tuve que hacer de guía improvisado y advertir al grupo sobre los turistas suicidas que intentan cruzar la rotonda más caótica de Europa. "¡Por los pasos subterráneos!", repetí varias veces, mientras observábamos a varios intrépidos visitantes jugándose la vida entre los coches.
El Arco del Triunfo siempre me emociona, por muchas veces que lo vea. Quizás sea por sus dimensiones colosales (50 metros de altura), o por los relieves que narran la historia de Francia, o simplemente por saber que bajo él reposa el Soldado Desconocido, cuya llama se reaviva cada tarde desde 1923. En esta ocasión, decidimos no subir a la terraza, aunque siempre recomiendo la experiencia - las vistas de los doce avenidas que convergen en la plaza son espectaculares, especialmente al atardecer.
Los Campos Elíseos: Un paseo por el lujo #
Comenzamos nuestro descenso por los Campos Elíseos, esa avenida que los parisinos, con su característico orgullo, llaman "la plus belle avenue du monde". La verdad es que, más allá del glamour de las tiendas de lujo, siempre me ha parecido una avenida un tanto sobrevalorada. Sin embargo, es imposible no dejarse llevar por la energía del lugar. Nos detuvimos en varios escaparates - las grandes marcas compiten por tener aquí sus flagship stores más espectaculares.
El tiempo corría más rápido de lo que nos hubiera gustado. Nuestros primos tenían entradas para el Louvre a las 15:00, y aunque les aseguré que necesitarían toda la tarde (el museo cierra a las 21:00 los viernes), ellos insistían en que con un par de horas tendrían suficiente. ¡Ah, la inocencia de los primerizos en el Louvre!
Una tarde en Saint-Denis: La sorpresa agridulce #
Mientras ellos se sumergían en el océano artístico del Louvre, Rafa y yo decidimos aventurarnos hacia Saint-Denis. Había visitado el Louvre hacía poco más de un año, y la Basílica de Saint-Denis llevaba tiempo en mi lista de pendientes. La decisión resultó ser agridulce.
Saint-Denis nos recibió con un paisaje urbano en plena transformación. La zona alrededor de la basílica estaba en obras, y el propio templo, cuna de la arquitectura gótica y necrópolis de los reyes de Francia, mostraba andamios por doquier. A pesar de ello, pudimos apreciar la majestuosidad de su fachada y su importancia histórica. Aquí reposan casi todos los reyes de Francia, desde Dagoberto I hasta Luis XVIII, aunque la Revolución Francesa se encargó de revolver un poco las tumbas.
Aprovechamos para dar un paseo por los alrededores, visitando el imponente Ayuntamiento de Saint-Denis y la Église Saint-Denys-de-l'Estrée, una iglesia menos conocida pero con su propio encanto. El barrio, mayoritariamente de clase trabajadora y con una rica diversidad cultural, nos mostró una cara de París que los turistas raramente ven.



Final inesperado y despedida gastronómica #
La llamada de nuestros primos nos sorprendió: apenas eran las 18:00 y ya habían "terminado" con el Louvre. Como amante del arte, me costó contener mi discurso sobre la imposibilidad de ver el Louvre en tres horas, pero cada viajero tiene su ritmo y sus prioridades.
Decidimos aprovechar nuestra última noche en la ciudad con una cena especial en el Barrio Latino. Antes de cenar, acompañamos a nuestros primos en su búsqueda de souvenirs por las callejuelas cercanas al río. Las tiendas de recuerdos, aunque típicamente turísticas, tienen ese encanto particular cuando el sol empieza a ponerse y las luces de la ciudad comienzan a brillar.
La cena fue el broche perfecto para nuestra estancia. Mientras repasábamos los lugares que nos habían quedado pendientes - el Grand Palais, el Petit Palais, el majestuoso Puente Alejandro III, Los Inválidos, la Place de la Concorde, la Iglesia de la Madeleine y el Gran Palacio Efímero - estábamos emocionados porque al día siguiente partíamos a nuestro nuevo destino: Roma.
Al regresar a nuestro alojamiento, observaba las luces de la ciudad reflejadas en el Sena. París, con su innegable belleza de postal, sus contrastes entre modernidad y tradición, sus rascacielos de La Défense y sus gárgolas de Notre-Dame, es una ciudad que admiro por su grandeza arquitectónica y su relevancia histórica. Sin embargo, a pesar de su espectacularidad, nunca ha conseguido cautivarme del todo. Quizás sea por su rigidez, por ese aire un tanto artificial de museo al aire libre, o simplemente porque hay otras ciudades que conectan mejor con mi forma de entender la vida urbana.
La experiencia de estos días había sido intensa y satisfactoria, pero mi mente ya vagaba por las calles de Roma, anticipando el caos vital, la historia viva y ese encanto genuinamente italiano que nos esperaba al día siguiente.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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