Amaneció nuestro último día en Salou, trayendo consigo esa singular mezcla de nostalgia y satisfacción que invariablemente acompaña al final de unas vacaciones bien aprovechadas. Es una sensación agridulce que todos los viajeros conocemos bien: la tristeza de que la experiencia llegue a su fin convive con la gratitud por los momentos vividos y los recuerdos acumulados.
Decidimos aprovechar al máximo estas últimas horas con un paseo matutino por la playa, intentando grabar en nuestra memoria cada detalle sensorial de este rincón del Mediterráneo: el hipnótico sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla, la textura fina y cálida de la arena dorada entre los dedos, el inconfundible olor a sal que impregna el aire marino...
El último adiós a la costa mediterránea #
Esta última mañana en la playa tuvo un sabor diferente. La misma arena, el mismo mar que habíamos disfrutado días atrás se percibían ahora con una intensidad especial, como si nuestros sentidos quisieran absorber cada detalle sabiendo que pronto sería solo un recuerdo. Los primeros rayos de sol creaban destellos diamantinos sobre la superficie del agua, mientras la playa, aún tranquila a esa hora temprana, nos regalaba un espacio íntimo para despedirnos del mar.
Caminamos descalzos por la orilla, dejando que el agua acariciara nuestros pies en un último contacto con el Mediterráneo. Observamos a los pescadores locales recogiendo sus redes tras la faena nocturna y a los primeros madrugadores extendiendo sus toallas, preparándose para un nuevo día de playa que nosotros ya no disfrutaríamos completo. Había cierta belleza melancólica en ser conscientes de que la vida en Salou continuaría su curso habitual cuando nosotros ya no estuviéramos allí.
Aprovechamos esos momentos para hacer algunas últimas fotografías, intentando capturar no solo las imágenes sino también las sensaciones que este lugar nos había regalado. Sabíamos que, en los meses venideros, cuando el frío y la rutina se instalaran en nuestras vidas, estas imágenes serían ventanas a las que asomarnos para revivir, aunque fuera brevemente, el calor y la luz del verano mediterráneo.
Preparativos para el viaje de vuelta #
Con cierta reluctancia, abandonamos la playa y regresamos al Hostal Montsant para recoger nuestras mochilas. Este establecimiento, que había sido nuestro hogar durante estos cinco días, merecía una última mirada de agradecimiento. Su ubicación privilegiada, a medio camino entre las playas y los parques temáticos, había resultado ser uno de los grandes aciertos de nuestra planificación. La habitación, que al principio nos pareció simplemente correcta, había acabado convirtiéndose en un espacio acogedor al que regresábamos con gusto tras cada jornada de aventuras.
El check-out transcurrió sin complicaciones, y los amables propietarios nos facilitaron información sobre la mejor manera de llegar a la estación de tren. Nos despedimos con esa cordialidad especial que surge entre viajeros y anfitriones cuando la experiencia ha sido plenamente satisfactoria, prometiendo, como se suele hacer en estos casos, que volveríamos en algún momento. Y aunque estas promesas de viajero no siempre se cumplen, en este caso sentí que no era una simple fórmula de cortesía: Salou había dejado una huella lo suficientemente profunda como para merecer una futura visita.


El viaje en tren hacia Barcelona: tiempo para la reflexión #
El trayecto en tren desde Salou hasta Barcelona se convirtió en un espacio perfecto para la reflexión, ese intervalo entre la experiencia vivida y el regreso a la cotidianidad que permite digerir mentalmente todo lo experimentado. Mientras el paisaje costero catalán desfilaba ante nuestros ojos a través de la ventanilla, fuimos repasando mentalmente todos los momentos vividos en estos intensos cinco días.
Las conversaciones giraban en torno a los instantes más memorables: la vertiginosa caída de Red Force en Ferrari Land, la espectacular Shambhala en PortAventura, los refrescantes chapuzones en las cristalinas aguas del Mediterráneo, los paseos al atardecer por el paseo marítimo de Salou... Cada recuerdo traía consigo una sonrisa, una anécdota compartida, una sensación revivida.
El traqueteo rítmico del tren y el paisaje cambiante ayudaban a poner en perspectiva lo vivido. Habíamos conseguido ese equilibrio tan difícil de lograr en las vacaciones: la combinación perfecta de emociones intensas en los parques temáticos con momentos de auténtico relax mediterráneo. Sin saberlo, habíamos diseñado un viaje que satisfacía tanto nuestra necesidad de adrenalina como nuestro anhelo de desconexión y contacto con la naturaleza.
La espera en el aeropuerto: revisar para revivir #
Ya en el Aeropuerto de Barcelona-El Prat, con tiempo suficiente antes de nuestro vuelo vespertino de Norwegian programado para las 20:20, encontramos un rincón tranquilo donde sentarnos a tomar algo y revisar las fotografías del viaje en nuestros móviles. Esta actividad, que se ha convertido en un ritual moderno de finalización de vacaciones, tiene algo de terapéutico: es un primer ejercicio de ordenación de los recuerdos, una manera de comenzar a procesar la experiencia vivida.
Cada imagen que desfilaba por la pantalla traía consigo una avalancha de recuerdos y anécdotas, haciéndonos sonreír y, por momentos, desear fervientemente que las vacaciones no terminaran. Las fotos nos transportaban de nuevo a cada rincón visitado: las expresiones de terror y alegría en las montañas rusas, la serenidad de los momentos en la playa, las puestas de sol sobre el Mediterráneo... Todo ello nos recordaba por qué viajar es una de las inversiones más valiosas que podemos hacer en nuestra vida: porque los recuerdos perduran mucho más allá del momento vivido.
Entre imagen e imagen, también aprovechamos para hacer ese balance que inevitablemente acompaña al final de un viaje: ¿qué nos había gustado más?, ¿qué cambiaríamos si volviéramos?, ¿habíamos aprovechado bien el tiempo? Las respuestas eran mayoritariamente positivas, y las pocas cosas que hubiéramos hecho de forma diferente (quizás un día más dedicado exclusivamente a Salou, o haber probado algún restaurante local recomendado que se quedó en el tintero) no hacían sino alimentar la idea de un posible regreso en el futuro.
El vuelo de regreso: de vuelta a la realidad #
El vuelo de Norwegian que nos llevaría de vuelta a Bilbao despegó puntualmente a las 20:20. Durante la hora y veinte minutos que duró el trayecto, observé a través de la ventanilla cómo el sol terminaba de ponerse, tiñendo el cielo de tonos rojizos y púrpuras. Había algo simbólico en ese atardecer contemplado desde las alturas: era el cierre perfecto para unos días llenos de luz y color.
El vuelo transcurrió sin incidencias, un final tranquilo para unas vacaciones llenas de emociones y contrastes. Cuando aterrizamos en el Aeropuerto de Bilbao a las 21:40, la noche ya se había instalado completamente, dándonos la bienvenida con ese característico clima norteño que contrastaba notablemente con el calor mediterráneo que acabábamos de dejar atrás.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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