Habían pasado más de veinticinco años desde mi primera visita a Sevilla. Era 1992, el año de la Expo, y como tantos otros españoles, me había acercado a la capital andaluza atraído por el evento del momento. Pero aquella vez, la exposición universal había sido la estrella indiscutible del viaje, dejando a la propia ciudad como telón de fondo de una experiencia que giraba en torno a los pabellones, las novedades tecnológicas y la excitación de aquel evento histórico.
Durante todos estos años, Sevilla había permanecido en mi memoria como un recuerdo difuso pero agradable. Sabía que me había gustado, pero mis recuerdos eran imprecisos, fragmentados. ¿Cómo era realmente la ciudad sin el filtro de la Expo? ¿Qué había cambiado en todo este tiempo? Y sobre todo, ¿cómo la percibiría yo ahora, después de tantos años?
La curiosidad pudo conmigo. Quería redescubrir Sevilla, conocerla de verdad esta vez. Seguramente tanto la ciudad como yo habíamos cambiado mucho en estas más de dos décadas, y tenía ganas de comprobar si seguía siendo tan especial como recordaba, o si tal vez lo era aún más.
Los preparativos: Un viaje low cost con alma #
La logística del viaje no podía ser más sencilla. Vueling ofrecía vuelos directos desde Bilbao por apenas 44,98 euros ida y vuelta. El viernes 7 de diciembre saldría a las 13:30 para llegar a Sevilla a las 14:50, y el martes 11 regresaría en el último vuelo, a las 21:35. Cuatro días y medio para reencontrarme con una ciudad que había quedado pendiente en mi lista de lugares por redescubrir.
Para el alojamiento, aposté por Airbnb. Encontré una habitación en casa de Irene y Félix, una pareja sevillana que vivía en pleno corazón de Triana. El precio era imbatible: 74 euros por las cuatro noches. Pero más allá del precio, algo me decía que esta elección me daría la oportunidad de conocer Sevilla desde dentro, de la mano de auténticos sevillanos.
No me equivoqué. Alojarse en casa de Irene y Félix fue como ir a visitar a unos amigos que te dejan una habitación en su casa. Tal vez no era el alojamiento más chic, mejor decorado o más amplio que podrías encontrar en Sevilla. Pero sin duda era el más cómodo, acogedor y amistoso. La habitación era pequeña pero suficiente, con un colchón cómodo y un escritorio que se agradecía para usar el ordenador. Pero lo mejor era la ubicación: en el corazón de Triana, con supermercados, bares y un ambiente fantástico incluso por la noche.
Irene y Félix me hicieron sentir como en casa desde el primer momento. Siempre estuvieron dispuestos a darme pistas sobre qué hacer en Sevilla, y el sábado por la noche incluso me invitaron a salir con ellos a tomar algo. No se podía pedir más.
La expectación del reencuentro #
Mientras el avión se acercaba a Sevilla aquel viernes por la tarde, no podía evitar cierta emoción. ¿Reconocería los lugares que había visitado en el 92? ¿Seguirían estando donde los recordaba? ¿Cómo habría cambiado la fisonomía de la ciudad?
Tenía claro que este viaje iba a ser diferente. No había eventos especiales que me distrajeran, no tenía una agenda apretada de visitas obligatorias. Esta vez quería caminar sin prisa, perderme por las calles, redescubrir la ciudad a mi ritmo. Quería crear un nuevo mapa mental de Sevilla, uno que fuera mío y que no estuviera condicionado por los recuerdos difusos de hace veinticinco años.
El plan era sencillo: caminar mucho, observar todo, disfrutar sin prisas y dejarme sorprender. Al fin y al cabo, cuando tienes cuatro días y medio para una ciudad como Sevilla, lo mejor que puedes hacer es relajarte y dejarte llevar por su ritmo, por su luz, por sus calles llenas de historia.
Lo que no sabía entonces es que este viaje no solo iba a confirmar mis buenos recuerdos de Sevilla. Iba a enamorarme perdidamente de una ciudad que, efectivamente, había cambiado mucho... para mejor.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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