Las Escuelas de Uribarri
Testigo de más de un siglo de historia educativa en Bilbao
Hay edificios que forman parte de tu paisaje mental desde que tienes uso de razón. Las Escuelas de Uribarri son uno de esos lugares para mí. No estudié allí, pero durante décadas he pasado por delante miles de veces, he visto generaciones de chavales entrar y salir por esas puertas, he sido testigo de reformas, obras y también de cómo el barrio ha ido cambiando a su alrededor. Y cada vez que miro esa fachada, pienso en todo lo que ha visto este edificio en más de un siglo de vida.
Cuando Uribarri necesitaba escuelas #
Para entender por qué se construyeron las Escuelas de Uribarri hay que imaginar cómo era esto a principios del siglo XX. Algunos vecinos me han contado que donde ahora hay bloques de pisos había caseríos dispersos: Estarta, Celeminchu, Goicoeche... nombres que aún conservan algunas calles del barrio. Era una zona que estaba dejando de ser rural para convertirse en obrera, con la fábrica Echevarría ahí al lado echando humo y dando trabajo a medio barrio.
Uribarri significa "pueblo nuevo" en euskera, y vaya si era nuevo entonces. Las familias llegaban buscando trabajo y se instalaban en esta ladera de Artxanda que todavía pertenecía a la Anteiglesia de Begoña. Cuando tienes niños y te instalas en un sitio, lo primero que necesitas, además de un techo, es una escuela. Y eso fue lo que pasó aquí.
En 1908 había tal cantidad de críos en la zona que la Anteiglesia decidió construir unas escuelas en lo que entonces se conocía como la Campa de Uribarri. Ahora la llamamos Campa de las Escuelas, precisamente por eso, porque el colegio le dio nombre al espacio.
El proyecto de Victoriano Echevarría #
El 5 de julio de 1908 se colocó la primera piedra. Me resulta curioso pensar cómo lo vivieron los vecinos de la época, viendo cómo empezaba a levantarse lo que sería el corazón educativo del barrio. El arquitecto encargado fue Victoriano Echevarría, el arquitecto municipal de Begoña, que diseñó algo muy típico de la época: un edificio con dos alas separadas, una para niños y otra para niñas.
Aquellos eran otros tiempos. La idea de que niños y niñas pudieran estudiar juntos no entraba en la cabeza de nadie. De ahí que el edificio tenga esas dos puertas de entrada que todavía se conservan. En el centro, un volumen más alto donde vivían los maestros y estaban los servicios. Era como un pequeño mundo autosuficiente.
Lo que más me llama la atención cuando miro la fachada son esos ventanales enormes. Echevarría sabía que la luz era fundamental para que los chavales pudieran estudiar bien, y no escatimó en cristal. El estilo es ecléctico, como casi todo lo que se construía entonces en Bilbao, mezclando un poco de todo pero con buen gusto.
La ampliación que cambió todo #
Para los años veinte, el barrio había crecido tanto que las escuelas se habían quedado pequeñas. En 1926 le tocó el turno a Pedro Ispizua, un arquitecto que había llegado al Ayuntamiento de Bilbao recién titulado y que tenía ideas más modernas.
Ispizua no se limitó a añadir un par de aulas. Prácticamente rehizo el edificio por completo, conservando la base pero creando algo nuevo. Lo más innovador fue que abandonó la separación estricta por sexos, aunque mantuvo las dos entradas por si acaso. Era un tipo listo: sabía que los tiempos estaban cambiando, pero también que había que ir poco a poco.
El resultado fue un edificio mucho más funcional, con semisótano, planta baja y primera planta, y ese anexo lateral que añadió unos años después, en 1933. Lo que más me gusta de la obra de Ispizua es que pensó en el futuro: creó espacios que se podían adaptar a lo que hiciera falta. Y vaya si tenía razón, porque el edificio ha ido transformándose durante décadas sin perder su esencia.
El corazón del barrio #
Durante años, las Escuelas de Uribarri fueron mucho más que un colegio. Junto con la campa, formaban el centro neurálgico del barrio. Era el único sitio donde había árboles de verdad, donde los padres se encontraban al recoger a los niños, donde se montaban las fiestas patronales y donde pasaba todo lo importante.
Mis padres solían hablarme de los años sesenta y setenta, cuando aquello era un hervidero de vida. Los bares de alrededor siempre llenos, las tiendas que no daban abasto, los niños jugando en la campa después del cole. Era un espectáculo ver cómo a las cinco de la tarde aquello se llenaba de familias, gritos de chavales y conversaciones de madres que aprovechaban para ponerse al día.
La campa era especial porque era lo más parecido a un parque que tenía el barrio. En un barrio construido deprisa y corriendo, sin apenas zonas verdes, aquel espacio abierto con sus cuatro árboles era oro puro. Los críos jugaban al fútbol con una pelota de trapo, las niñas a la comba, y los mayores se sentaban en los bancos a ver pasar la vida.
Cambios y adaptaciones #
He visto este edificio transformarse varias veces. En los ochenta completaron la segunda planta en toda la edificación, y cada pocos años ha habido alguna reforma, alguna mejora, alguna adaptación a los nuevos tiempos. Lo que me parece increíble es cómo un edificio diseñado en 1926 sigue funcionando perfectamente para educar niños en 2025.
Esa es la genialidad de Ispizua: diseñó algo flexible, que se podía ir adaptando sin perder la funcionalidad. Esos espacios amplios, esos ventanales enormes, esa distribución inteligente han permitido que el colegio vaya evolucionando con los métodos pedagógicos sin necesidad de tirarlo y empezar de cero.
Más que ladrillos y cemento #
Cuando paseo por la campa y veo a los niños de ahora entrando y saliendo del colegio, no puedo evitar pensar en todas las generaciones que han pasado por ahí. Miles de críos que han aprendido a leer y escribir entre esas paredes, que han hecho sus primeros amigos en ese patio, que han vivido sus primeras alegrías y sus primeros sustos escolares.
Es curioso cómo un edificio puede convertirse en depositario de tantas memorias. Para muchas familias de Uribarri, las Escuelas no son solo el colegio del barrio: son el lugar donde sus hijos, sus nietos y hasta sus bisnietos han dado sus primeros pasos en la educación. Hay algo conmovedor en esa continuidad, en esa capacidad de un edificio para ir acumulando historias generación tras generación.
El presente y lo que viene #
Hoy en día, el Colegio Público de Uribarri sigue siendo una referencia en el barrio, aunque la campa ya no tiene la importancia de antes. Los niños tienen otros sitios donde jugar, los padres otros lugares donde encontrarse, pero el colegio mantiene su dignidad y su función.
Me da tranquilidad saber que ese edificio sigue ahí, sólido, cumpliendo con su cometido después de más de un siglo. En un mundo donde todo cambia tan deprisa, donde derribamos y construimos sin parar, hay algo reconfortante en la permanencia de ciertos lugares.
Las Escuelas de Uribarri son, para mí, la demostración de que cuando se construye bien, cuando se piensa en el futuro y no solo en el momento, las cosas duran. Y no solo duran: mejoran con el tiempo, se van adaptando, van acumulando vida y memorias hasta convertirse en algo indispensable para la comunidad.
Un legado que continúa #
Cada mañana, cuando veo a los críos entrando al colegio con sus mochilas a cuestas, pienso que están viviendo la misma experiencia que vivieron sus padres, sus abuelos y hasta sus bisabuelos. Entran por las mismas puertas, pisan las mismas escaleras, miran por los mismos ventanales. Y aunque los métodos de enseñanza hayan cambiado, aunque ahora tengan pizarras digitales en lugar de pizarras de tiza, la esencia sigue siendo la misma: niños aprendiendo, creciendo, preparándose para la vida.
Las Escuelas de Uribarri no son solo un edificio bonito con historia. Son la demostración de que una comunidad puede construir algo que perdure, algo que vaya más allá de las generaciones que lo crearon. Son la prueba de que apostar por la educación, por los niños, por el futuro, siempre merece la pena.
Y mientras sigan entrando críos por esas puertas cada mañana, mientras siga siendo el colegio del barrio, las Escuelas de Uribarri seguirán cumpliendo con su misión: educar, formar y, sobre todo, ser el hogar de la infancia de Uribarri.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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