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Teatro Campos Elíseos

La joya modernista de Bertendona

Teatro Campos Elíseos

Hay lugares en Bilbao que van mucho más allá de su función original, espacios que se convierten en parte de nuestra memoria colectiva y de nuestras experiencias más íntimas. El Teatro Campos Elíseos es, sin duda, uno de esos rincones especiales que marcan la vida de quienes hemos crecido en esta ciudad.

Recuerdo perfectamente la primera vez que crucé esa fachada tan particular, agarrado de la mano de mi madre, para ver una representación del Mago de Oz. Tendría ocho o diez años, y aquella tarde de domingo cambió para siempre mi relación con el teatro. La magia no estaba solo en la historia de Dorothy y sus compañeros de viaje, sino en todo lo que rodeaba la experiencia: esa fachada que parecía salida de un cuento, el interior dorado que te transportaba a otra época, la emoción contenida del público... Fue entonces cuando entendí que el teatro era algo más que entretenimiento; era pura magia.

Desde entonces, cada vez que paso por la calle Bertendona y veo esa fachada inconfundible, no puedo evitar sonreír. El Teatro Campos Elíseos, nuestra querida "bombonera de Bertendona", lleva más de un siglo siendo testigo de historias como la mía, y de muchas otras que han convertido a este espacio en algo mucho más grande que un simple edificio.

Un teatro que nació con el Bilbao moderno #

Cuando pienso en los orígenes del Campos, me viene a la mente esa Bilbao de principios del siglo XX del que tanto he leído en los libros. Una ciudad en plena efervescencia, donde el dinero del hierro y los astilleros permitía soñar a lo grande. Fue precisamente en ese momento, entre 1901 y 1902, cuando Luis Urízar Roales decidió construir algo especial en los terrenos que entonces ocupaban los Jardines de los Campos Elíseos.

Aquellos jardines, que desaparecieron a mediados del siglo pasado, eran el lugar donde los bilbaínos celebraban bailes y carnavales al aire libre. Me encantaba imaginar cómo sería aquel espacio antes de que se levantara el teatro. Había algo poético en la idea de que un lugar de diversión popular se transformara en un templo de las artes escénicas.

El arquitecto local Alfredo Acebal se encargó del proyecto, pero la verdadera magia llegó cuando se incorporó Jean Batiste Darroquy, un vasco-francés que diseñó esa fachada que todos reconocemos al instante. Cuentan que la propiedad no quedó satisfecha con el proyecto inicial para la fachada, y tenían razón: necesitaban algo que fuera un reclamo en sí mismo, algo que invitara a entrar antes incluso de saber qué se representaba dentro.

La inauguración fue todo un acontecimiento. El 7 de agosto de 1902, con una capacidad para más de 1.400 espectadores, el teatro abrió sus puertas al público bilbaíno. La prensa local se hizo eco de la magnificencia del evento, y no era para menos: por fin Bilbao tenía un teatro a la altura de su importancia económica y cultural.

Una arquitectura que enamora #

Cada vez que acompaño a algún amigo de fuera a visitar el teatro, veo en sus ojos la misma fascinación que experimenté yo de pequeño. La fachada del Campos es realmente algo único, no solo en Bilbao, sino en todo el País Vasco. Es uno de los ejemplos más hermosos del modernismo en nuestra tierra, y su valor trasciende lo local para situarse al nivel de las mejores creaciones del art nouveau francés.

Lo primero que llama la atención es ese gran arco de herradura que parece sacado de una construcción oriental. Funciona como una gran puerta ceremonial que te invita a entrar en un mundo diferente. Cada vez que paso por delante, me fijo en detalles nuevos: los animales fantásticos que se entrelazan con motivos vegetales, las cerámicas de Daniel Zuloaga con sus temas mitológicos, la forja de formas curvilíneas que es tan característica del modernismo.

Lo que más me fascina es saber que esa fachada está hecha con hormigón portland que se importó especialmente desde Inglaterra. Era una técnica novedosa para la época, y el resultado es esa "piel" decorativa que funciona de manera independiente del resto del edificio. Cuando conoces los detalles técnicos, aprecias aún más el genio de quienes la concibieron.

El interior no se queda atrás. Esa sala con forma de herradura, totalmente metálica, con esos seis pilares rematados en forma de palmera que sostienen la estructura... Es imposible no sentirse transportado a otra época. Los dorados del techo y de las columnas crean una atmósfera de gran teatralidad que hace que cualquier representación gane en solemnidad y magia.

Los años difíciles y la resistencia #

Como tantos espacios emblemáticos de nuestra ciudad, el Teatro Campos Elíseos ha vivido épocas muy duras. La más dramática fue, sin duda, el atentado de 1978. Recuerdo las conversaciones de mis padres sobre aquella bomba que ETA puso en el patio de butacas, en medio de un conflicto laboral que llevaba meses enquistado.

Tenía pocos años entonces, pero el impacto en la ciudad fue enorme. No solo por los daños materiales, que fueron considerables, sino por lo que representaba atacar un espacio cultural. El teatro estuvo cerrado dos años, y muchos pensamos que no volvería a abrir. Afortunadamente, los arquitectos Rufino y Pedro Basáñez consiguieron devolverle la vida, y en agosto de 1980, coincidiendo con la Semana Grande, pudimos volver a disfrutar de nuestro querido Campos.

Durante los años 90, el teatro sirvió como sede de la Orquesta Sinfónica de Bilbao. Fueron tiempos de cierta incertidumbre sobre el futuro del edificio, que necesitaba inversiones importantes para mantenerse en funcionamiento. En 1991, el Ayuntamiento compró el teatro, y eso nos tranquilizó a todos. Al menos sabíamos que no iba a desaparecer.

Las obras de Jesús Aldama entre 1995 y 1997 fueron fundamentales para salvar la estructura. El problema de las filtraciones y la estabilidad era grave, y la solución de crear una nueva cubierta que literalmente "cosiera" el edificio fue brillante. Aunque la fachada quedó estupenda después de la rehabilitación, el interior siguió esperando una reforma integral que tardó años en llegar.

El renacimiento del siglo XXI #

El año 2003 marcó un antes y un después en la historia del Campos. El acuerdo entre el Ayuntamiento y la SGAE para rehabilitar completamente el teatro nos llenó de esperanza a todos los que amamos este espacio. Por fin iba a recibir el trato que merecía.

La transformación que vivió entre 2003 y 2010 fue espectacular. Ver cómo el edificio crecía, cómo se integraba el edificio contiguo, cómo se añadían nuevas plantas... Era como asistir al renacimiento de un viejo amigo. La inversión de 27 millones de euros se notaba en cada detalle.

Lo que más me impresionó fue cómo consiguieron respetar la esencia del teatro original mientras lo convertían en un espacio técnicamente avanzadísimo. Esa fachada de vidrio retranqueada fue una idea genial: permite que la fachada modernista siga siendo la protagonista, mientras que desde dentro se puede ver la vida del teatro hacia la calle. Como dijeron los arquitectos, es "un teatro del propio teatro".

Cuando reabrió en marzo de 2010, después de años cerrado, fue como recuperar una parte de nuestra identidad cultural. La emoción de volver a entrar en esa sala, de ver cómo habían preservado la magia original mientras añadían todas las comodidades modernas... Fue un momento muy especial para todos los bilbaínos.

Tecnología al servicio de la magia #

Una de las cosas que más me fascina del Campos actual es cómo han conseguido que la tecnología más avanzada conviva perfectamente con el encanto histórico. Ese sistema de plataformas móviles y butacas escamoteables que permite transformar completamente la configuración del patio de butacas es realmente impresionante.

He tenido la suerte de ver el teatro en diferentes configuraciones: desde representaciones teatrales clásicas hasta conciertos de rock, pasando por eventos corporativos. La versatilidad es increíble, y siempre manteniendo esa atmósfera especial que hace que cualquier evento se sienta único.

La Sala Cúpula, en la sexta planta, es otro de esos espacios que me encantan. Con capacidad para 225 personas, es perfecta para espectáculos más íntimos. He visto allí algunas de las representaciones que más me han emocionado en los últimos años - como un espectacular cabaret llegado desde Zaragoza -, precisamente por esa cercanía que permite con los artistas.

Las 7.891 metros cuadrados actuales del teatro incluyen espacios que van mucho más allá de las salas de representación. Los camerinos, las aulas de formación, las zonas multiusos... Todo está pensado para que el Campos sea realmente un centro cultural completo, no solo un lugar donde ver espectáculos.

Una nueva etapa con Klemark #

El cambio de gestión en 2017, cuando Klemark Espectáculos Teatrales se hizo cargo del teatro, marcó el inicio de una nueva etapa que estamos viviendo con mucha expectación. La salida de la red Arteria y el retorno al nombre completo de Teatro Campos Elíseos Antzokia simbolizó también una vuelta a las raíces.

Los números hablan por sí solos: de las 80.000 personas que visitaban el teatro tras su reapertura, hemos pasado a más de 157.000 en 2024. Ese crecimiento constante del público demuestra que la estrategia está funcionando. La programación busca ese equilibrio perfecto entre las grandes producciones nacionales e internacionales y el talento local, algo que siempre hemos valorado mucho en Bilbao.

Me gusta especialmente comprobar que el público viene no solo de Bilbao, sino de toda Bizkaia, Gipuzkoa, Araba e incluso Cantabria. El Campos se ha convertido en un referente cultural que trasciende las fronteras administrativas, algo de lo que podemos sentirnos orgullosos.

Un patrimonio que vive y emociona #

Más de treinta años después de aquella representación del Mago de Oz que despertó mi pasión por el teatro, sigo sintiendo la misma emoción cada vez que entro en el Campos. Es algo que va más allá de la nostalgia: es la certeza de estar en un lugar especial, donde la historia y la modernidad se dan la mano para crear experiencias únicas.

Su catalogación como Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento reconoce oficialmente lo que todos los bilbaínos sabemos: que este teatro es una joya arquitectónica de primer nivel. Pero para nosotros es mucho más que eso. Es parte de nuestra identidad, de nuestras memorias familiares, de esas tardes de domingo que nos marcaron para siempre.

La "bombonera de Bertendona" sigue siendo, después de más de un siglo, uno de los rincones más queridos de nuestra ciudad. Cada vez que paso por delante y veo esa fachada inconfundible, no puedo evitar pensar en todos los niños que, como yo hace años, están descubriendo la magia del teatro entre esas paredes doradas. Y eso me llena de esperanza: mientras siga habiendo nuevas generaciones que se emocionen en el Campos, Bilbao seguirá siendo una ciudad donde la cultura vive y prospera.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

Teatro Campos Elíseos

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