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El arte perdido de la orientación

Redescubriendo la conexión con nuestro entorno en la era de los mapas digitales

El arte perdido de la orientación

Ayer mismo, mientras caminaba por el Casco Viejo de Bilbao, vi a un grupo de turistas completamente absortos en sus teléfonos móviles, siguiendo fielmente la línea azul de Google Maps, ajenos a la belleza de los edificios centenarios que los rodeaban. Me reconocí en ellos, por supuesto. ¿Quién no ha seguido como un autómata las indicaciones de una aplicación?

En esta época donde basta pulsar un botón para que una voz mecánica nos guíe por calles desconocidas, vale la pena detenerse a reflexionar sobre lo que hemos ganado y, quizás más importante, lo que hemos perdido. El GPS y las aplicaciones de navegación han transformado radicalmente nuestra forma de movernos por el mundo, pero ¿a qué precio? Estas herramientas, innegablemente útiles, han modificado sutilmente nuestra relación con el espacio, alterando la manera en que percibimos, recordamos y nos vinculamos con los lugares que visitamos.

Cuando los mapas eran objetos de papel #

Recuerdo con claridad mi temporada viviendo en Eindhoven, en los Países Bajos, allá por los 90. En aquella época, siempre llevaba un mapa plegable de la ciudad en el bolsillo, un compañero inseparable que, aunque se empeñaba en no volver jamás a su forma original, me resultaba imprescindible. Una tarde de sábado, mientras paseaba por el centro, dos chicas jóvenes se me acercaron hablándome en holandés. Con mi limitado repertorio lingüístico, enseguida pasamos al inglés. Buscaban una calle que no conseguían encontrar. ¡Qué irónico! Un extranjero ayudando a locales a orientarse en su propia ciudad gracias a un mapa de papel. Desplegué mi arrugado mapa sobre un banco, los tres inclinados sobre él, señalando con el dedo las arterias de aquella ciudad que comenzaba a sentir como mía. Tras localizar su destino, nos despedimos con sonrisas cómplices, ese tipo de conexión fugaz pero genuina que solo surge del contacto humano.

Este tipo de experiencias eran comunes entonces. Los mapas de papel exigían una relación diferente con el entorno. Primero, debías ubicarte: encontrar referencias visuales y trasladarlas a ese plano bidimensional. Este simple acto forzaba una observación atenta del lugar, buscando monumentos, cruces de calles o detalles arquitectónicos representados en el papel.

Los mapas físicos ofrecían una visión de conjunto que nos permitía entender la lógica espacial de una ciudad. Al desplegarlos, contemplábamos la totalidad del territorio, comprendiendo relaciones entre barrios, entendiendo distancias relativas y descubriendo atajos potenciales. A diferencia de la visión fragmentada que ofrece la pantalla de un móvil, centrada exclusivamente en el siguiente giro, los mapas tradicionales nos invitaban a desarrollar un "mapa mental" del territorio.

Y cuando te perdías —algo que me ocurría con vergonzosa frecuencia durante mis primeros viajes a Londres— no quedaba más remedio que interactuar con los lugareños. Cuántas conversaciones memorables, recomendaciones inesperadas y amistades fugaces surgieron de un simple "Excuse me, could you tell me how to get to...?". Perderse no era un error del sistema, sino una oportunidad para el descubrimiento y la conexión.

La precisión milimétrica y sus consecuencias #

La navegación digital ha eliminado prácticamente la posibilidad de perderse. Con una precisión asombrosa, estas herramientas nos guían hacia nuestro destino de la manera más eficiente posible. La ansiedad de la desorientación ha sido reemplazada por la tranquilidad de saber que siempre encontraremos el camino. Pero esta seguridad tiene un reverso: la atención que antes dedicábamos a observar el entorno se dirige ahora a una pantalla.

Recuerdo vívidamente nuestra visita a Villa Hügel en Essen, Alemania. Íbamos caminando con toda la confianza del mundo, siguiendo fielmente las indicaciones de la aplicación de navegación en nuestro móvil. Lo que debía ser un trayecto directo a esta mansión histórica se convirtió en un largo e inesperado rodeo por el Kruppwald, un extenso y hermoso bosque que rodea la propiedad. Durante más de una hora, dimos vueltas por senderos boscosos mientras la aplicación insistía en que estábamos "recalculando ruta". Ese día no conseguimos llegar a visitar Villa Hügel, pero terminamos teniendo un maravilloso paseo por la naturaleza del Kruppwald, descubriendo senderos y paisajes que ninguna guía turística nos habría recomendado. Lo que empezó como un error tecnológico se transformó en una de las experiencias más memorables de aquel viaje.

El GPS nos ha vuelto más eficientes pero menos conscientes. Seguimos instrucciones mecánicamente, sin necesidad de comprender la estructura espacial que recorremos. Las investigaciones neurocientíficas han comenzado a documentar cómo el uso constante de estas tecnologías puede afectar nuestra capacidad para crear mapas cognitivos. El hipocampo, región cerebral vinculada a la memoria espacial, muestra menor actividad en usuarios habituales de navegadores digitales que en quienes utilizan métodos tradicionales de orientación.

La navegación asistida nos permite llegar infaliblemente a nuestro destino, pero muchas veces sin haber experimentado verdaderamente el trayecto. Completamos el viaje sin recordar las calles recorridas ni los barrios atravesados. Llegamos al destino, pero ¿realmente estuvimos en el camino?

El mapa no es el territorio #

"El mapa no es el territorio", escribió el filósofo Alfred Korzybski, recordándonos que la representación nunca captura completamente la realidad que pretende describir. Esta frase adquiere un significado especial en la era digital. Mientras seguimos la línea azul en nuestras pantallas, dejamos de percibir los olores de un mercado cercano, el murmullo de una plaza bulliciosa o los matices arquitectónicos que definen el carácter de un barrio.

El territorio es multisensorial, está impregnado de vida y detalles que ningún algoritmo puede capturar. Cuando delegamos nuestra orientación exclusivamente a la tecnología, nos arriesgamos a experimentar versiones empobrecidas de los lugares que visitamos. Recuerdo caminar por los canales de Brujas siguiendo mi intuición en lugar de la ruta más eficiente, y descubrir así un pequeño taller de encaje tradicional donde se practicaba un arte que se remonta a siglos. Los puntos de interés predefinidos por aplicaciones turísticas reemplazan el descubrimiento personal, homogeneizando experiencias que deberían ser únicas.

Esta dependencia tecnológica tiene implicaciones culturales significativas. Las comunidades tradicionales han desarrollado durante milenios sistemas de orientación basados en la observación detallada del entorno natural: la posición de las estrellas, patrones de viento, formaciones rocosas o comportamientos animales. Estos conocimientos, transmitidos de generación en generación, se pierden rápidamente en favor de soluciones digitales universales que no contemplan las particularidades locales.

Recuperando el arte de la orientación #

No propongo un retorno romántico e irrealizable a épocas predigitales. Mi teléfono con aplicaciones de navegación me ha salvado innumerables veces, especialmente en ciudades con trazados urbanos complejos como Estambul o Jerusalén, donde las callejuelas del casco antiguo parecen diseñadas para desorientar al viajero. Las herramientas tecnológicas han llegado para quedarse y sería absurdo negar sus evidentes beneficios. Sin embargo, podemos aspirar a una relación más consciente y equilibrada con ellas.

Mi práctica habitual cuando visito una nueva ciudad es consultar el mapa digital antes de iniciar el recorrido para comprender la ruta general, identificando los puntos destacados que quiero visitar y su ubicación aproximada. Una vez tengo esa imagen mental del espacio, guardo el dispositivo y dejo que el instinto, los flujos de gente y la propia ciudad me vayan guiando. Es sorprendente cómo este método me ha llevado a descubrir pequeños tesoros urbanos: un café escondido en una plaza secundaria de Ljubljana, un mirador secreto en Oporto que ninguna app hubiera destacado, o el primer sex-shop enteramente gay que visité en mi vida, en Amsterdam, que se convirtió en uno de los hallazgos más divertidos de mi viaje. En el camino siempre hay sorpresas cuando permites que la ciudad, y no un algoritmo, guíe tus pasos.

Esta aproximación equilibrada puede convertirse en un ejercicio enriquecedor. Antes de activar constantemente la navegación en tu próximo viaje, dedica tiempo a estudiar el mapa general del destino, identificando puntos cardinales y referencias importantes. Durante el día, intenta orientarte utilizando elementos urbanos significativos, como me enseñó a hacer mi monitor de orienteering en los montes cercanos a Bilbao, pero aplicado al entorno urbano. Permítete desviarte deliberadamente en una zona segura, confiando en tu capacidad para encontrar nuevamente el camino mediante la observación del entorno.

Otra práctica valiosa consiste en dibujar mapas de memoria de los lugares visitados. Este simple ejercicio revela rápidamente hasta qué punto hemos prestado atención al espacio recorrido. La imprecisión de estos dibujos no es un problema, sino una oportunidad para identificar aspectos del entorno que nos han pasado desapercibidos. Tras regresar de Praga, intenté dibujar el trazado de sus calles y me sorprendió comprobar cómo algunas zonas aparecían nítidas en mi mente mientras otras eran nebulosas, revelándome exactamente dónde había estado verdaderamente presente y dónde había transitado de manera automática.

Hacia una nueva relación con el espacio #

El verdadero arte de la orientación trasciende la simple capacidad para llegar de un punto a otro. Implica desarrollar una sensibilidad hacia el espacio que habitamos, comprendiendo sus patrones, apreciando sus particularidades y estableciendo vínculos significativos con lugares concretos.

Esta conexión más profunda con el entorno tiene beneficios que van más allá de lo práctico. Genera un sentido de pertenencia, estimula nuestra curiosidad y agudiza nuestra capacidad de observación. Nos convierte en viajeros más conscientes y no meros turistas que transitan mecánicamente entre puntos de interés predefinidos.

Paradójicamente, perderse ocasionalmente puede ser el primer paso para encontrarse verdaderamente en un lugar. La desorientación momentánea nos obliga a prestar atención, a establecer contacto con lo que nos rodea, a involucrarnos activamente con el espacio en lugar de atravesarlo pasivamente. En un mundo cada vez más homogeneizado por experiencias mediadas tecnológicamente, recuperar esta relación directa con el entorno constituye una forma sutil pero poderosa de resistencia.

La próxima vez que viajes a un lugar desconocido, considera la posibilidad de conocer primero el mapa general y después guardar el teléfono en el bolsillo durante el recorrido. Observa con atención las fachadas, los comercios, los gestos de la gente; deja que los aromas de los mercados o el murmullo de una plaza te atraigan por calles no planeadas; confía en tu intuición espacial para encontrar nuevamente el rumbo. Quizás no sigas la ruta más eficiente, pero sin duda vivirás una experiencia más rica y personal. Porque al final, en el viaje como en la vida, lo verdaderamente valioso no es tanto llegar, sino estar plenamente presente en el camino.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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