El valor de lo infraordinario en los viajes
La filosofía Perec aplicada al viajero contemporáneo
En un mundo donde los viajes se miden por la cantidad de monumentos visitados o por las fotografías de rigor frente a los puntos más turísticos, existe una dimensión paralela y fascinante que pocos exploradores se atreven a descubrir: lo infraordinario.
Este concepto, acuñado magistralmente por el escritor francés Georges Perec, nos invita a detenernos en lo cotidiano, en lo aparentemente insignificante, pero que encierra la verdadera esencia de los lugares que visitamos. Perec, miembro del grupo literario experimental OuLiPo y autor de obras como "La vida instrucciones de uso", desarrolló en su libro "Lo infraordinario" una particular visión sobre la importancia de observar lo habitual, aquello que por ser tan cotidiano se vuelve invisible a nuestros ojos.
La mirada del flâneur contemporáneo #
Perec nos enseñó a observar lo que nadie mira, a prestar atención a lo que todos dan por sentado. "Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual", escribía el autor francés. Nos desafió a "interrogar lo habitual", a prestar atención a lo que llamaba "lo endótico" (en contraposición a lo exótico), esos pequeños detalles que, por repetirse constantemente, dejan de ser percibidos. Y es precisamente en esos detalles donde podemos encontrar una forma más auténtica y profunda de conocer un destino.
Cuando viajamos, existe una tendencia casi obsesiva por capturar los grandes hitos: la Torre Eiffel, la Sagrada Familia, el Coliseo... Lugares emblemáticos que, sin duda, merecen nuestra atención. Sin embargo, entre monumento y monumento, entre museo y museo, se despliega un universo de pequeñas maravillas que suelen pasar desapercibidas: la peculiar forma de las alcantarillas de Lisboa, el ritual matutino de los pescadores en un pequeño puerto del Mediterráneo, o el diseño específico de las farolas en un barrio de Tokio.
Estas observaciones, lejos de ser banales, nos conectan con el auténtico pulso de las ciudades y sus habitantes. Porque un lugar no es solo su patrimonio histórico o su oferta cultural; es también, y sobre todo, su vida diaria, sus costumbres más arraigadas, sus pequeños gestos repetidos día tras día.
Los tesoros escondidos en la cotidianidad #
Lo infraordinario nos invita a ralentizar nuestros pasos, a sentarnos en una plaza cualquiera y observar el ir y venir de la gente local. Sin prisas, sin objetivos turísticos que cumplir, simplemente absorbiendo el ambiente. Este ejercicio, aparentemente simple, puede revelarnos más sobre un lugar que cualquier guía turística.
En Estambul, por ejemplo, más allá de la imponente Mezquita Azul o Santa Sofía, está el ritual del té servido en pequeñas teteras plateadas, el gesto preciso con el que los camareros lo vierten desde lo alto para generar espuma, las conversaciones que se tejen alrededor de esa bebida. O en los canales de Amsterdam, donde el verdadero encanto puede encontrarse observando cómo los habitantes locales amarran sus bicicletas, la disposición de flores en las ventanas de las casas-barco, o la manera específica en que los tenderos acomodan sus productos en los pequeños comercios.
Son estos momentos, estas escenas cotidianas, las que permanecen en nuestra memoria mucho después de que hayamos olvidado los datos históricos o los nombres de los monumentos visitados. Porque conectan con nuestra propia cotidianidad, nos permiten establecer puentes entre su día a día y el nuestro, descubriendo similitudes y diferencias que enriquecen nuestra comprensión del mundo.
La conversación como ventana al alma local #
Entre las experiencias infraordinarias más valiosas en un viaje, pocas superan el poder de una conversación fortuita. Esos diálogos que surgen espontáneamente en un transporte público, en la cola de una panadería o en un banco de parque pueden ofrecernos perspectivas que ninguna guía contempla.
Recuerdo especialmente una estancia en Tel Aviv, donde las pequeñas conversaciones con mi anfitriona de Airbnb al llegar al alojamiento por las noches, me revelaron aspectos de la ciudad que ninguna guía turística mencionaba. Me explicó la dualidad entre la modernidad cosmopolita de Tel Aviv y la espiritualidad de Jerusalén, me señaló cómo distinguir los barrios por el estilo arquitectónico de sus edificios Bauhaus, y compartió las pequeñas rutinas que marcaban su vida cotidiana, desde los mercados donde compraba especias hasta sus cafeterías preferidas para trabajar. Aquellas charlas informales, intercaladas con su vida diaria mientras preparaba la cena o regaba las plantas, me ofrecieron una comprensión mucho más profunda de Israel que cualquier tour organizado.
Las conversaciones con taxistas, vendedores de mercado, camareros o simplemente otros viajeros constituyen una fuente inagotable de descubrimientos. Porque cada persona lleva consigo una visión única del lugar que habita, una perspectiva personal sobre sus tradiciones, sus problemas y sus maravillas cotidianas.
Perderse como método de exploración #
Georges Perec era un defensor del paseo sin rumbo, de la deriva como método para descubrir lo extraordinario en lo ordinario. En los viajes, esta práctica adquiere un valor especial. Abandonar por un día el itinerario preestablecido y simplemente caminar sin destino puede conducirnos a hallazgos inesperados.
Es en esos momentos cuando podemos topar con un pequeño taller en Lisboa donde un artesano elabora azulejos siguiendo técnicas centenarias, o descubrir un mercado local en Tokio donde nadie habla nuestro idioma pero donde la comunicación fluye a través de gestos y sonrisas. Es entonces cuando podemos maravillarnos ante la forma específica en que la luz del atardecer incide sobre un canal de Delft, o cómo los niños juegan al fútbol improvisado en una plaza cualquiera de Barcelona.
Perderse conscientemente nos obliga a prestar atención a los detalles que normalmente pasaríamos por alto: la tipografía de los carteles, el diseño de los buzones, la manera en que están dispuestos los productos en un pequeño comercio de barrio. Detalles aparentemente insignificantes que, sin embargo, configuran la identidad más profunda de un lugar.
El arte de coleccionar lo minúsculo #
Otra forma de practicar la observación de lo infraordinario es desarrollar pequeñas colecciones de elementos cotidianos durante nuestros viajes. No hablo de los souvenirs tradicionales, sino de objetos aparentemente sin valor: billetes de transporte público, tarjetas de cafeterías, envoltorios de productos locales, hojas caídas de un parque emblemático.
Estos objetos, que podrían considerarse simple basura, constituyen en realidad piezas de un puzzle que reconstruye la experiencia más auténtica del viaje. Un billete de metro conserva la estética gráfica de una ciudad, sus colores corporativos, su tipografía característica. Una tarjeta de una cafetería puede revelar mucho sobre la estética local, sobre cómo se presenta un negocio ante sus clientes.
Coleccionar estos pequeños fragmentos de cotidianidad nos ayuda a mantener viva la memoria del viaje en sus aspectos más genuinos, más allá de las postales típicas o las fotografías de los grandes monumentos.
La gastronomía más allá de los restaurantes recomendados #
La experiencia culinaria durante un viaje también puede abordarse desde lo infraordinario. Más allá de los restaurantes recomendados en las guías o los platos típicos que "hay que probar", existe un universo gastronómico cotidiano que nos habla de la verdadera relación de una cultura con su alimentación.
Observar qué compran los locales en un supermercado, qué marcas son populares, qué productos ocupan lugares privilegiados en los estantes, puede revelarnos mucho sobre los hábitos alimenticios reales. Igualmente, prestar atención a lo que comen los trabajadores durante su pausa para el almuerzo o lo que los niños llevan como merienda al parque nos ofrece una visión mucho más cercana a la realidad gastronómica de un lugar que cualquier restaurante para turistas.
En Bilbao, por ejemplo, entrando en cualquier bar del Casco Viejo a media mañana se puede observar el ritual del "zurito y pintxo", algo tan cotidiano para los locales que ni siquiera lo consideran una experiencia gastronómica, pero que encierra toda una filosofía de vida, un modo particular de entender las pausas y las relaciones sociales. O en Singapur, donde los hawker centers revelan mucho más sobre la fusión cultural de la ciudad-estado que cualquier restaurante de lujo mencionado en las guías.
Conclusiones: el viaje como práctica de atención #
Viajar siguiendo la filosofía de lo infraordinario nos invita a convertir cada desplazamiento en un ejercicio de atención plena. Nos enseña a ser conscientes de los detalles, a valorar lo pequeño, a encontrar significado en lo aparentemente trivial.
Esta forma de viajar no excluye, por supuesto, la visita a los grandes monumentos o la participación en experiencias turísticas tradicionales. Simplemente propone ampliar nuestra mirada, enriquecerla con capas de observación que habitualmente pasamos por alto.
Al final, cuando regresamos a casa y los recuerdos comienzan a difuminarse, son precisamente esos momentos infraordinarios los que permanecen más vívidos en nuestra memoria: el sabor específico de un café tomado en una esquina cualquiera, la sonrisa de un desconocido con quien compartimos un trayecto en autobús, la textura particular de una pared desgastada por el tiempo en una calle sin nombre.
Porque, como bien sabía Perec, lo extraordinario no está en los grandes eventos, sino en la mirada que sabemos posar sobre lo cotidiano. Y viajar, en su esencia más pura, quizás no sea otra cosa que aprender a mirar con nuevos ojos lo que otros ven cada día.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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