El declive del souvenir tradicional
¿Qué nos llevamos ahora de nuestros viajes?
Hace apenas dos décadas, regresar de un viaje significaba invariablemente traer la maleta repleta de pequeños tesoros: imanes para el frigorífico, postales, llaveros, camisetas estampadas, miniaturas de monumentos y toda clase de objetos decorativos que acababan acumulando polvo en alguna estantería. El souvenir tradicional era el testimonio tangible de haber estado en un lugar, la prueba física que mostrábamos a amigos y familiares, y que nos permitía mantener vivo el recuerdo de nuestras experiencias viajeras.
Sin embargo, algo ha cambiado profundamente en nuestra relación con estos objetos. El souvenir clásico parece estar experimentando un declive notable, transformándose hacia nuevas formas de conservar recuerdos. Vamos a reflexionar sobre esta evolución, sus causas, y lo que ahora nos llevamos de nuestros viajes en su lugar.
El ocaso de las tiendas de recuerdos #
Basta con pasear por cualquier destino turístico para constatar que las tiendas de souvenirs siguen ahí, ocupando locales privilegiados en las zonas más transitadas. Sin embargo, una mirada atenta revela que muchas de ellas han diversificado su oferta o se han reinventado. Donde antes sólo existían figuras de La Sagrada Familia o reproducciones de la Torre Eiffel, ahora encontramos productos de marca, complementos de moda "inspirados" en el destino, o incluso artículos de primera necesidad para turistas despistados.
En ciudades como Barcelona, Roma o París, los comercios más tradicionales de recuerdos van cediendo terreno a conceptos más contemporáneos: boutiques de diseño local, tiendas de productos artesanales reinterpretados o espacios multimarca que juegan con la identidad del lugar de una forma más sutil y sofisticada. Es el primer síntoma de un cambio de paradigma en nuestra manera de vivir y recordar el turismo.
Causas de la transformación: minimalismo, sostenibilidad y digitalización #
Varios factores han contribuido a esta transformación en nuestra relación con los souvenirs. En primer lugar, la tendencia hacia el minimalismo y la reducción de posesiones materiales que ha impregnado nuestros hogares en los últimos años. Con Matt D'Avella enseñándonos a desprendernos de lo que no aporta valor, muchos viajeros se cuestionan si realmente necesitan una nueva figurita para la estantería o un imán más en la nevera.
La conciencia medioambiental juega también un papel crucial. El souvenir tradicional encarna a menudo lo peor del consumismo: producción masiva, materiales de baja calidad, fabricación en lugares lejanos y transporte contaminante. El viajero consciente se pregunta cuál es el verdadero coste ambiental de ese pequeño objeto que quizás acabe en la basura en unos meses.
Pero quizás el factor más determinante sea la digitalización de nuestras experiencias. ¿Para qué comprar una postal cuando puedes compartir instantáneamente en Instagram una foto mejor? La inmediatez de las redes sociales ha desplazado al souvenir como forma de compartir y presumir de nuestros viajes, mientras que las cámaras de los smartphones han elevado exponencialmente la calidad y cantidad de nuestros recuerdos visuales.
Los nuevos souvenirs: experiencias y productos con sentido #
Si el souvenir tradicional está en declive, ¿qué compramos ahora en nuestros viajes? La respuesta parece orientarse hacia dos direcciones principales: experiencias inmateriales y productos con historia y significado.
El concepto de experiencia como souvenir se ha consolidado fuertemente. Cada vez más viajeros prefieren invertir en una clase de cocina local, un concierto, una visita guiada especializada o una actividad singular antes que en un objeto. Estas experiencias se convierten en recuerdos más vívidos y duraderos que cualquier figurita, además de proporcionar un conocimiento más profundo del destino.
Por otro lado, cuando optamos por objetos, buscamos productos con alma: artesanía auténtica, piezas únicas, productos gastronómicos representativos, o artículos que realmente vayamos a utilizar. La botella de aceite de oliva de un pequeño productor andaluz, el jersey de lana de una cooperativa de tejedoras peruanas o la cerámica hecha a mano por un artista local representan esta nueva generación de souvenirs con valor añadido. No importa tanto su procedencia geográfica explícita como su calidad y la historia que hay detrás.
El souvenir digital: del álbum de fotos a la nube #
Uno de los cambios más radicales en nuestra forma de conservar recuerdos reside en su desmaterialización. Del álbum de fotos físico hemos pasado a la nube; de la colección de postales, a las carpetas organizadas en nuestro smartphone. Incluso los establecimientos turísticos más tradicionales ofrecen ahora experiencias digitales: códigos QR que desbloquean información adicional, filtros de realidad aumentada específicos del lugar o aplicaciones que enriquecen la visita.
Esta transformación tiene consecuencias ambivalentes. Por un lado, nunca antes habíamos documentado tanto nuestros viajes, con miles de fotografías y vídeos que capturan cada detalle. Por otro, la abundancia puede diluir la intensidad del recuerdo: cuando todo está registrado, paradójicamente, la memoria individual puede debilitarse, delegando en el dispositivo la función de recordar por nosotros.
La nostalgia del souvenir clásico #
A pesar de esta evolución, sería precipitado anunciar la muerte definitiva del souvenir tradicional. Existe una cierta nostalgia que mantiene vivo el mercado de estos objetos, especialmente entre viajeros que crecieron coleccionando estos pequeños tesoros. Algunos elementos clásicos, como los imanes de nevera, muestran una sorprendente resistencia, quizás por su combinación de utilidad práctica, precio asequible y escaso volumen.
Incluso ha surgido un interesante fenómeno de revalorización del souvenir vintage. Las postales antiguas, los llaveros de épocas pasadas o los objetos representativos del turismo de los años 60 y 70 se han convertido en piezas de coleccionista, buscadas por su valor estético y como testimonio de una forma diferente de viajar y recordar.
De lo material a lo vivencial: una transformación personal profunda #
En mi caso, la evolución ha sido radical: ya no compro souvenirs de ningún tipo para mí mismo. Si adquiero algún objeto durante mis viajes, suele ser algo que realmente necesito y, casi por casualidad, pienso "vale, esto lo compré en Londres" o donde esté en ese momento. Ha dejado de ser una decisión deliberada de llevarme un pedazo físico del lugar.
Todavía caigo ocasionalmente en la compra de recuerdos para amigos o familiares, más por una cuestión de "compromiso" social que por convicción. Pero incluso en estos casos, huyo sistemáticamente de los objetos decorativos típicos. Priorizo alimentos locales, especias o productos gastronómicos: cosas que se consumen y no necesitan ocupar permanentemente un rincón en casa ajena, obligando a la persona a encontrarles un lugar por mero compromiso.
Esta transformación no responde principalmente a limitaciones de espacio, como podría pensarse, sino a un cambio mucho más profundo en mi filosofía de vida. Es el mismo motivo por el que abandoné colecciones que antes me apasionaban, como los cómics, que durante años acumulé meticulosamente. He transitado hacia una inversión consciente de mis recursos —tiempo y dinero— en experiencias vitales, principalmente viajes, en lugar de en posesiones materiales.
Esta evolución refleja un cambio de valores fundamental: la preferencia por acumular vivencias en lugar de objetos. Las experiencias se integran en quienes somos, nos transforman y permanecen con nosotros sin ocupar espacio físico, mientras enriquecen nuestra perspectiva y comprensión del mundo de manera mucho más significativa que cualquier objeto decorativo.
Hacia un futuro centrado en las experiencias vitales #
El declive del souvenir tradicional puede interpretarse como un síntoma positivo de una forma más reflexiva y responsable de viajar, pero también como un cambio de paradigma más profundo en nuestra relación con el consumo y las posesiones. El futuro apunta no solo hacia objetos con menor impacto ambiental, mayor autenticidad cultural y utilidad práctica, sino hacia una valoración creciente de lo inmaterial: las vivencias, los aprendizajes y las transformaciones personales que los viajes provocan en nosotros.
Los destinos y comerciantes más inteligentes ya se están adaptando a esta transformación, ofreciendo alternativas que responden a las nuevas sensibilidades: productos locales certificados, objetos fabricados con materiales sostenibles, experiencias exclusivas que pueden "adquirirse" como regalo o recuerdo, o incluso souvenirs digitales vinculados a la tecnología blockchain que garantizan su singularidad.
En definitiva, no estamos presenciando la desaparición del concepto de souvenir, sino su evolución natural hacia formas menos materiales. En un mundo saturado de objetos, replantearnos qué nos llevamos de nuestros viajes es también una forma de cuestionar qué buscamos en ellos y cómo queremos que nos transformen. El declive del souvenir tradicional refleja, en el fondo, un cambio de paradigma vital más amplio: la comprensión de que lo verdaderamente valioso no es acumular posesiones, sino enriquecer nuestra existencia con experiencias significativas.
Esta transición desde la obsesión por los objetos hacia la valoración de las vivencias representa quizás la forma más auténtica de viajar: no tanto llevarse fragmentos físicos del lugar visitado, sino permitir que esos lugares dejen una huella duradera en nuestra forma de ver el mundo y, en última instancia, en quiénes somos. Tal vez el mejor souvenir sea, precisamente, regresar siendo un poco distintos de quienes éramos al partir.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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