Durante varios años, las escapadas de Semana Santa se habían convertido en una tradición sagrada entre mi grupo de amigos. Cinco compañeros de aventuras que, religiosamente cada marzo / abril, emprendíamos viaje hacia el sur de Francia en busca de nuevos pueblos que descubrir, buena gastronomía y esa sensación de libertad que solo proporciona una escapada improvisada con los amigos más cercanos.
Pero en 2010 decidimos romper la rutina. Después de años explorando los rincones más pintorescos del país vecino, se nos ocurrió que era momento de probar algo diferente, aunque sin alejarnos demasiado de nuestros territorios conocidos. Fue así como Andorra se convirtió en nuestro destino elegido para aquella Semana Santa.
El viaje: 600 kilómetros de carretera y conversación #
Desde Bilbao hasta Andorra hay aproximadamente 600 kilómetros que, en mi querido Ford Fiesta, se traducían en bastantes horas de carretera. Algunos podrían pensar que cinco personas adultas en un coche tan compacto durante tanto tiempo sería una experiencia claustrofóbica, pero nosotros habíamos aprendido una lección fundamental en nuestras escapadas anteriores: el camino forma parte integral de la aventura.
Las paradas frecuentes se habían convertido en todo un arte. No era solo cuestión de estirar las piernas o tomar un café; estos momentos se transformaban en oportunidades perfectas para ponernos al día con nuestras vidas, compartir anécdotas del trabajo, debatir sobre cualquier tema que surgiera espontáneamente o simplemente disfrutar del paisaje que íbamos dejando atrás.
Salimos temprano la mañana del 1 de abril, con esa mezcla de emoción y sueño que caracteriza el inicio de cualquier viaje memorable. Optamos por la ruta española, reservando el lado francés para el regreso y así poder disfrutar de paisajes diferentes en ambos sentidos del trayecto.
Llegada a Andorra: Hotel Espel y primeras impresiones #
Llegamos a Andorra a media tarde, con esa sensación satisfactoria de haber completado exitosamente la primera etapa de nuestra pequeña aventura. Nuestro alojamiento era el Hotel Espel, un establecimiento que habíamos elegido por su buena relación calidad-precio y su ubicación conveniente para movernos por la capital andorrana.
Después del ritual obligatorio de dejar las mochilas en las habitaciones y refrescarnos un poco, nos dirigimos directamente hacia la experiencia que más expectativas había generado entre nosotros: Caldea, el famoso balneario termal que se había convertido en uno de los principales reclamos turísticos del principado.
Caldea: relajación entre montañas nevadas #
Habíamos sido previsores y reservado las entradas por internet con antelación, lo que nos permitió evitar colas y acceder directamente a lo que resultó ser una experiencia verdaderamente memorable. Caldea no es simplemente un balneario; es todo un complejo dedicado al bienestar que aprovecha las aguas termales naturales de la zona para ofrecer una experiencia única.
Lo que más me impactó fue el contraste casi surrealista del jacuzzi exterior. Imagínate la escena: estás sumergido en agua caliente, completamente relajado, mientras a tu alrededor se alzan imponentes montañas cubiertas de nieve. Es uno de esos momentos que fotografías mentalmente y que permanece grabado para siempre.
Pasamos el resto de la tarde alternando entre los diferentes espacios: las piscinas de agua caliente a diferentes temperaturas, la sauna, los baños de vapor y todas las instalaciones que el centro ponía a nuestra disposición. Fue la forma perfecta de recuperarnos del viaje y prepararnos para los días siguientes.
Después de esta sesión de relajación total, cenamos en uno de los restaurantes cercanos al hotel y nos retiramos temprano, sabiendo que al día siguiente teníamos por delante la exploración de Andorra la Vella.
Descubriendo Andorra la Vella #
El segundo día lo dedicamos íntegramente a conocer la capital andorrana. Andorra la Vella es una ciudad que sorprende por su capacidad de combinar el ambiente cosmopolita de una capital europea con el encanto de un pueblo de montaña. A pesar de ser el centro neurálgico del principado, mantiene una escala humana que la hace muy agradable para recorrer a pie.
Una de las primeras paradas obligatorias fue la Casa de la Vall, el edificio histórico que albergó el parlamento andorrano durante siglos y que representa uno de los mejores ejemplos de la arquitectura tradicional del país. Su construcción de piedra y madera cuenta la historia de un pueblo que ha sabido mantener su independencia a lo largo de los siglos.
El barrio antiguo de la ciudad conserva ese sabor auténtico que tanto buscábamos en nuestras escapadas. Las calles empedradas, los edificios de piedra y los pequeños comercios tradicionales crean una atmósfera que invita a perderse sin rumbo fijo. No es una ciudad monumental en el sentido clásico, pero tiene ese encanto particular de los lugares donde la vida transcurre a un ritmo más pausado.
La Iglesia de Sant Esteve, con su característica arquitectura románica, nos ofreció un momento de tranquilidad en medio del paseo. Aunque no somos particularmente religiosos, estos espacios siempre tienen algo especial que transmite la historia y la identidad del lugar.
Lo que más me llamó la atención fue el ambiente general de la ciudad: tranquilo, sin las multitudes agobiantes de otros destinos turísticos, con un paisaje montañoso espectacular que sirve de telón de fondo a cualquier actividad que realices. Es el tipo de lugar donde puedes sentarte en una terraza, tomar un café y simplemente disfrutar del momento sin prisas.




Shopping con propósito: mi nueva compañera fotográfica #
Aunque Andorra ya no era el paraíso de precios bajos que había sido en décadas anteriores, seguía ofreciendo ciertas ventajas para determinadas compras. En mi caso particular, llevaba tiempo pensando en dar un paso adelante en mi afición por la fotografía, pasando de las cámaras compactas a una réflex que me permitiera mayor control y calidad en mis imágenes.
Después de visitar varias tiendas especializadas y comparar opciones, me decidí por una cámara réflex Sony que se ajustaba tanto a mi presupuesto como a mis necesidades como fotógrafo aficionado. No fue una compra impulsiva; llevaba meses investigando modelos, leyendo reseñas y comparando características técnicas. Andorra simplemente me ofreció la oportunidad de hacer esa compra en condiciones más ventajosas.
Esa cámara se convertiría en la compañera perfecta para documentar no solo el resto de este viaje, sino también todas las aventuras futuras. Hay algo especial en estrenar un nuevo equipo fotográfico durante un viaje; cada imagen que capturas tiene un sabor diferente, más intenso.




El regreso: descubriendo Foix por el camino #
El 3 de abril llegó el momento de hacer el check-out y emprender el camino de regreso. Como habíamos planeado desde el principio, optamos por la ruta francesa para variar el paisaje y convertir el viaje de vuelta en una experiencia diferente a la de ida.
La decisión resultó acertada desde el primer momento. Los Pirineos franceses nos ofrecieron perspectivas completamente distintas de las montañas que habíamos admirado desde el lado español. Los pueblos, la arquitectura, incluso la forma en que la luz incidía sobre el paisaje, todo tenía matices diferentes que justificaban plenamente haber elegido esta ruta alternativa.
En el camino hicimos una parada planificada en Foix, una pequeña ciudad que nos había llamado la atención por su famoso castillo medieval. El Castillo de Foix se alza imponente sobre la población, recordando tiempos en los que estas fortalezas controlaban pasos estratégicos entre territorios.


Foix: un alto en el camino que mereció la pena #
Foix nos recibió con ese encanto particular de los pueblos franceses que han sabido preservar su patrimonio histórico sin convertirse en parques temáticos. Las calles del casco antiguo invitaban al paseo tranquilo, mientras el castillo dominaba toda la panorámica desde su posición estratégica.
Pasamos un par de horas explorando tanto el pueblo como el castillo, aprovechando para tomar las primeras fotografías con mi nueva cámara réflex. La diferencia de calidad era notable, y cada imagen parecía capturar detalles que antes se me escapaban con el equipo anterior.
El castillo de Foix, con sus tres torres características, nos ofreció no solo una lección de historia medieval, sino también unas vistas espectaculares del valle circundante. Es uno de esos lugares donde entiendes perfectamente por qué nuestros antepasados eligieron esa ubicación concreta para construir una fortaleza.



El camino como destino #
El resto del viaje de regreso lo convertimos en una experiencia en sí misma. Sin prisas, haciendo paradas cuando algo nos llamaba la atención, convirtiendo cada alto en el camino en una pequeña aventura. Esta filosofía de viaje, que habíamos perfeccionado a lo largo de nuestras escapadas anuales, transformaba completamente la percepción del tiempo y la distancia.
Las conversaciones en el coche, los cafés improvisados en pueblos cuyos nombres ni siquiera recordaríamos después, las fotografías de paisajes que nos sorprendían al doblar una curva... todo formaba parte de esa experiencia global que hacía que el regreso fuera tan memorable como la estancia en destino.
Reflexiones sobre una escapada perfecta #
Aquella escapada a Andorra en abril de 2010 demostró que cambiar de rutina, incluso manteniendo el espíritu de aventura que nos caracterizaba, podía resultar enormemente gratificante. Andorra nos ofreció una experiencia diferente a nuestras habituales incursiones en territorio francés, pero igualmente enriquecedora.
El equilibrio entre relajación en Caldea, exploración cultural en Andorra la Vella, la satisfacción de una compra meditada y el descubrimiento de Foix en el camino de regreso, creó una combinación perfecta que justificó plenamente haber roto nuestra rutina francesa.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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