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Origen del viaje en un mundo sin COVID

Cuando viajar se convierte en un privilegio inesperado

Origen del viaje en un mundo sin COVID

Todo comenzó a finales de 2019, cuando el mundo todavía transcurría con esa normalidad que luego aprenderíamos a echar de menos. La compra de unos billetes de avión para visitar a mis amigos en Barcelona en marzo de 2020 era entonces un acto cotidiano, sin mayor trascendencia que la habitual ilusión por un reencuentro. Las ofertas de temporada baja, ese momento en que Barcelona respira algo más aliviada del turismo masivo, hacían especialmente atractivo programar esta visita para principios de primavera.

El plan era sencillo y entrañable: unos días para compartir con esa familia barcelonesa a la que me unen años de amistad, tiempo para conversaciones pausadas, paseos por rincones conocidos y alguna que otra novedad cultural. Un viaje sin pretensiones extraordinarias, de esos que nutren el alma por la calidad de los encuentros más que por la cantidad de lugares visitados.

Las navidades pasaron con la habitual mezcla de celebraciones y planes para el año entrante. Enero trajo las primeras noticias de un extraño virus en China, pero lo veíamos como algo lejano, una más de esas crisis sanitarias localizadas que rara vez alteran el curso de nuestras vidas occidentales. Febrero avanzó con rumores crecientes, pero aún sin impacto real en nuestra cotidianidad europea.

Y entonces, marzo llegó con una realidad que cambiaría por completo el mundo tal como lo conocíamos.

La cancelación: cuando los planes se desvanecen #

A principios de marzo, las noticias sobre el coronavirus ya no eran un murmullo lejano sino una alarma creciente. Italia se convertía en el epicentro europeo de una crisis que avanzaba imparable. Las primeras cancelaciones de vuelos internacionales comenzaban a anunciarse, mientras la palabra "pandemia" empezaba a ocupar los titulares.

Mi viaje estaba programado para mediados de marzo, justo en esos días en que la situación se deterioraba a velocidad vertiginosa. Las conversaciones con mis amigos barceloneses pasaron de girar en torno a planes de visitas y comidas a debates sobre la conveniencia de mantener el encuentro. La preocupación ya no era solo por el riesgo de contagio durante el viaje, sino por la incertidumbre de posibles cierres fronterizos o cancelaciones de última hora.

Finalmente, la decisión fue tomada por las circunstancias: el 14 de marzo se declaró el estado de alarma en España, con el consiguiente confinamiento domiciliario. Mi vuelo, como tantos otros, quedó cancelado en la vorágine de medidas excepcionales que las aerolíneas debieron implementar en cuestión de días.

La frustración inicial por no poder realizar el viaje pronto quedó eclipsada por la magnitud de lo que estábamos viviendo. Las videollamadas con mis amigos barceloneses se volvieron más frecuentes, compartiendo la experiencia del confinamiento desde nuestras respectivas ciudades, unidos en la distancia por esa extraña mezcla de incertidumbre y esperanza que caracterizó aquellos primeros meses de pandemia.

La opción del cambio: apostando por septiembre #

En medio de la confusión general, las aerolíneas comenzaron a ofrecer opciones para los pasajeros afectados. Entre las alternativas estaba la posibilidad de solicitar un reembolso o cambiar las fechas del vuelo sin penalización. Vueling, como muchas otras compañías, extendió esta política de flexibilidad ante una situación sin precedentes.

La decisión no fue fácil. Por un lado, recuperar el importe del billete parecía lo más sensato ante un futuro tan incierto. Por otro, mantener vivo el proyecto del viaje suponía un acto de optimismo, una apuesta por la normalidad futura que todos ansiábamos recuperar.

Tras conversarlo con mis amigos, decidimos apostar por septiembre. Seis meses parecían entonces un plazo razonable para que la situación se normalizara. Las predicciones más alentadoras hablaban de un control de la pandemia para el verano, mientras que incluso las más pesimistas no contemplaban que la crisis sanitaria se extendiera más allá de unos meses.

Aquella elección de una fecha en septiembre reflejaba el sentir general de esos primeros momentos de la pandemia: una mezcla de cautela a corto plazo y optimismo para el futuro cercano. Nadie imaginaba entonces que estaríamos hablando de "nueva normalidad" durante años, ni que las mascarillas se convertirían en parte de nuestra indumentaria cotidiana durante tanto tiempo.

La evolución de la pandemia: esperanzas y decepciones #

Los meses de confinamiento estricto dieron paso a una desescalada gradual. La primavera avanzó entre balcones convertidos en pequeños refugios vitales y aplausos colectivos que intentaban sostener el ánimo comunitario. El verano llegó con cierta relajación de las medidas y un respiro en las cifras de contagios que alimentó la esperanza de haber superado lo peor.

Sin embargo, a medida que agosto avanzaba, las noticias de rebrotes comenzaron a ensombrecer esa esperanza inicial. La tan ansiada "vuelta a la normalidad" se revelaba como un proceso mucho más largo y complejo de lo esperado. Las predicciones optimistas de marzo quedaban desmentidas por una realidad pandémica que se mostraba persistente y adaptativa.

Septiembre ya no parecía esa fecha segura y lejana que imaginamos en marzo. Ahora se acercaba con nuevas incertidumbres: ¿Habría restricciones de movilidad? ¿Sería prudente viajar? ¿Cómo serían las medidas en aeropuertos y transporte público? ¿Qué actividades se podrían realizar con mis amigos en Barcelona?

Las conversaciones con ellos volvieron a centrarse en la viabilidad del viaje. A diferencia de marzo, cuando la decisión fue forzada por circunstancias externas, ahora nos enfrentábamos a una elección consciente en un contexto de riesgo calculado. La vacunación aún quedaba lejos en el horizonte, pero las medidas preventivas ya estaban bien establecidas y el conocimiento sobre el virus era mucho mayor.

La decisión final: un acto de resistencia optimista #

A principios de septiembre, tras valorar los pros y contras, decidimos mantener el plan del viaje. Esta decisión no fue tomada a la ligera ni desde la imprudencia. Se basó en varios factores: la estabilidad relativa de la situación sanitaria en ese momento, tanto en País Vasco como en Cataluña; el hecho de que el alojamiento sería en casa de amigos, evitando hoteles y espacios compartidos con desconocidos; la posibilidad de realizar actividades al aire libre; y, no menos importante, la necesidad emocional de recuperar cierta normalidad tras meses de restricciones.

Esta escapada a Barcelona se transformó así en algo más que un simple viaje de reencuentro con amigos. Se convirtió en un pequeño acto de resistencia optimista, una forma de afirmar que, pese a todo, seguíamos adelante, adaptándonos a las circunstancias pero sin renunciar completamente a aquello que da sentido a nuestras vidas: la conexión humana, el descubrimiento, el cambio de escenario que refresca la mirada.

Los días previos al viaje fueron de preparativos especiales: además del habitual equipaje, ahora había que incluir mascarillas suficientes, gel hidroalcohólico y estar al tanto de la última normativa vigente. La planificación requería más flexibilidad que nunca, conscientes de que cualquier cambio en la situación sanitaria podría alterar los planes.

Un viaje transformado por las circunstancias #

Este diario no pretende ser una guía turística al uso, sino el testimonio de una experiencia viajera en un momento excepcional de nuestra historia reciente. Un recordatorio de cómo, incluso en las circunstancias más adversas, el ser humano mantiene intacto su espíritu explorador y su necesidad de conexión con lugares y personas.

Cada jornada de estos cuatro días tuvo su propio sabor: desde la sorpresa inicial ante una Barcelona transformada, hasta la serenidad de los espacios naturales cercanos a la ciudad, pasando por el reencuentro con el patrimonio cultural de las tierras catalanas. Una experiencia completa que, en su aparente sencillez, resultó extraordinariamente valiosa en aquel contexto de restricciones y limitaciones.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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