El último día completo de nuestro viaje amaneció con esa mezcla agridulce de emoción por las actividades pendientes y melancolía por la proximidad del final. Habíamos reservado para esta jornada una excursión especial: la visita a la Colonia Güell, uno de esos lugares únicos que permiten entender mejor la dimensión social y arquitectónica del genio de Gaudí.
Rumbo a la colonia Güell: plan familiar matutino #
La decisión de visitar la Colonia Güell todos juntos, incluyendo a la hija de nuestros amigos, había sido una elección muy acertada. No solo nos permitía hacer una actividad cultural en familia, sino que añadía esa dimensión educativa que hace que los niños se acerquen al patrimonio arquitectónico de forma natural y divertida.
El trayecto hasta Santa Coloma de Cervelló nos llevó fuera del área metropolitana de Barcelona, permitiéndonos ver también el paisaje suburbano catalán. Es interesante observar cómo las ciudades españolas se relacionan con su entorno, cómo se extienden hacia el territorio circundante y cómo se integran en el paisaje mediterráneo.
La Colonia Güell representa uno de esos proyectos urbanísticos visionarios de finales del siglo XIX que intentaban crear comunidades industriales autosuficientes. Para alguien como yo, interesado en entender los modelos de desarrollo urbano, poder visitar un ejemplo tan bien conservado de este tipo de planificación social resultaba especialmente valioso.
Un conjunto arquitectónico excepcional #
Llegar a la Colonia Güell es como sumergirse en un experimento social y arquitectónico único. El conjunto de edificios diseñados por diferentes arquitectos, pero coordinados bajo una visión unitaria, crea un ambiente urbanístico completamente singular. Las casas para los trabajadores, los edificios de servicios, la escuela, el teatro, todo responde a una planificación integral que iba mucho más allá de la simple construcción de viviendas.
Para la familia al completo, recorrer las calles de la colonia era como hacer un viaje en el tiempo. Poder explicar a la niña cómo vivían las familias obreras de hace más de un siglo, cómo se organizaba la vida comunitaria, cómo funcionaba una fábrica textil, añadía una dimensión pedagógica muy enriquecedora a la visita.
Sin embargo, debo confesar que en ocasiones me sentí un poco perdido entre los edificios. A pesar de contar con audioguía, la información me resultó confusa en algunos momentos. La riqueza arquitectónica del conjunto es indudable, pero la complejidad de entender las diferentes fases constructivas, los diversos arquitectos involucrados y la evolución histórica de la colonia requiere una atención especial que no siempre es fácil de mantener.




La cripta: obra maestra de Gaudí #
Pero todo cambió cuando llegamos a la cripta de Gaudí. Este edificio religioso, único elemento de lo que debería haber sido una gran iglesia que nunca se completó, es absolutamente espectacular. Las columnas inclinadas que imitan los troncos de los árboles, las bóvedas que recrean la frondosidad de un bosque, la utilización de materiales locales integrados de forma orgánica, todo contribuye a crear un espacio sagrado único en el mundo.
Aunque ya habíamos visto otras obras de Gaudí durante nuestro viaje, la cripta representaba una faceta diferente del genio catalán. Aquí no está la exuberancia decorativa de la Casa Batlló ni la monumentalidad de la Sagrada Familia, sino una búsqueda de armonía con la naturaleza que resulta especialmente conmovedora.
El interior de la cripta tiene esa capacidad especial de generar recogimiento independientemente de las creencias religiosas de cada uno. La luz filtrada, los espacios curvos, la sensación de estar dentro de una cueva natural pero perfectamente ordenada, crean una experiencia espacial absolutamente única.




Picnic en familia: momentos de intimidad #
Habíamos preparado nuestro picnic para comer en una de las plazas de la colonia. Hay algo especial en estas comidas al aire libre que van más allá de la simple funcionalidad alimentaria. Sentarse en un banco, compartir comida casera preparada por nuestros amigos, conversar tranquilamente mientras los niños juegan cerca, todo contribuye a crear esos momentos de intimidad familiar que son imposibles de reproducir en restaurantes o espacios cerrados.
El picnic nos dio también la oportunidad de hacer balance de la visita, comentar las impresiones de cada uno y simplemente disfrutar de estar juntos en un entorno tan especial. Estos momentos de pausa y reflexión son fundamentales en cualquier viaje, especialmente cuando se trata de experiencias culturales intensas que requieren cierto tiempo de digestión.


Regreso y últimas horas #
Hacia las cuatro de la tarde emprendimos el regreso a Barcelona. El viaje de vuelta nos permitió ir procesando todo lo que habíamos visto y empezar a ser conscientes de que nuestro tiempo en la ciudad estaba llegando a su fin. Para la familia había sido una excursión perfecta, combinando cultura, naturaleza y convivencia familiar de forma armoniosa.
El regreso a casa marcó el inicio de esas horas finales que siempre tienen un sabor especial en los viajes. Por un lado, la satisfacción de haber aprovechado bien el tiempo y haber vivido experiencias memorables. Por otro, esa melancolía inevitable que produce la proximidad de la despedida y el regreso a la rutina cotidiana.
Última visita a la sagrada familia #
Rafa y yo decidimos aprovechar nuestras últimas horas en Barcelona para revisitar la Sagrada Familia. No era casualidad que eligiéramos este monumento para nuestra despedida de la ciudad. Había sido nuestro primer contacto con Barcelona el sábado por la tarde, y nos parecía simbólicamente perfecto cerrar el círculo volviendo al mismo lugar.
Esta segunda visita a la Sagrada Familia tenía un carácter completamente diferente a la primera. Ya no se trataba del impacto inicial del descubrimiento, sino de una contemplación más pausada y profunda. Habíamos visto otras obras de Gaudí durante los días anteriores, habíamos visitado la cripta de la Colonia Güell, habíamos desarrollado una comprensión más amplia del contexto arquitectónico catalán.
Poder rodear completamente el edificio, observarlo desde todos los ángulos posibles, comparar las diferentes fachadas, apreciar los detalles escultóricos que habían pasado desapercibidos en la primera visita, todo eso nos permitía una aproximación mucho más rica y matizada a esta obra maestra universal.


Despedidas y preparativos #
Sobre las siete de la tarde llegó el momento de las despedidas. Estos momentos siempre tienen algo de agridulce: la satisfacción de haber compartido tiempo de calidad con personas queridas se mezcla con la tristeza de la separación y la incertidumbre sobre cuándo será posible repetir la experiencia.
Para nuestros amigos había sido también especial poder compartir su ciudad con nosotros, enseñarnos sus rincones favoritos y hacernos partícipes de su vida cotidiana. Los anfitriones disfrutan tanto como los huéspedes cuando las visitas resultan exitosas, y este había sido claramente el caso.
Las despedidas incluyeron promesas de volver pronto, agradecimientos mutuos y esa sensación de haber vivido algo especial que merece ser recordado y, si es posible, repetido en el futuro. La hija de nuestros amigos se había encariñado especialmente con Rafa, y la despedida fue especialmente emotiva.
Rumbo al aeropuerto #
El trayecto al aeropuerto se hizo en silencio, cada uno sumido en sus propias reflexiones sobre lo que habían sido estos casi cinco días en Barcelona. Por las ventanillas del metro y del tren veíamos pasar esos mismos paisajes urbanos que habíamos recorrido el sábado por la mañana a la llegada, pero ahora cargados de significado y de memoria.
Para Rafa había sido mucho más que un simple viaje turístico. Había sido su primera inmersión real en una gran ciudad española, su primer contacto directo con el patrimonio arquitectónico catalán, su primera experiencia de convivencia familiar en un contexto cultural diferente al suyo.
Para mí había sido la confirmación de que viajar en pareja, especialmente cuando se trata de mostrar lugares queridos a la persona amada, multiplica exponencialmente el placer de la experiencia. Ver Barcelona a través de los ojos de Rafa me había permitido redescubrir una ciudad que creía conocer bien.
El vuelo de regreso: balance final #
El vuelo de las 21:45 hacia Bilbao transcurrió sin incidencias. Una hora que aprovechamos para hacer balance definitivo del viaje y empezar a procesar todo lo vivido durante estos días tan intensos.
El balance no podía ser más positivo. Habíamos conseguido combinar turismo cultural de calidad con momentos de convivencia familiar auténtica. Habíamos mantenido un ritmo de actividades intenso pero sin agobios. Habíamos conocido Barcelona desde múltiples perspectivas: monumental, popular, familiar, nocturna, gastronómica.
Para nuestra relación de pareja había sido también un éxito. Este primer viaje largo juntos había demostrado que funcionábamos bien como compañeros de viaje, que compartíamos intereses y ritmos compatibles, que sabíamos adaptarnos a situaciones imprevistas manteniendo siempre el buen humor.
Aterrizar en Bilbao a las 23:00 supuso el regreso definitivo a la realidad cotidiana. Pero llevábamos en el equipaje mucho más que recuerdos y souvenirs. Habíamos vivido una experiencia que se convertiría en referente para futuros viajes, habíamos establecido un modelo de lo que queríamos que fueran nuestras escapadas juntos.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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