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El Parlament de Catalunya

Cuando el símbolo de la represión se convierte en casa de la democracia

El Parlament de Catalunya

Hay edificios cuya historia es lineal: se construyen con un propósito y lo mantienen durante siglos. Y luego están edificios como el Parlament de Catalunya, cuya biografía arquitectónica es tan convulsa y contradictoria como la historia del país que representa. Un edificio que nació como instrumento de represión y control, y que tres siglos después se ha convertido en el espacio donde se ejerce la democracia catalana.

Visitarlo durante Open House Barcelona fue adentrarse en esas capas de historia superpuestas, en esa resignificación constante que convierte al edificio en un libro abierto sobre la memoria colectiva de Catalunya.

El arsenal de la venganza #

Para entender el Parlament hay que retroceder hasta 1714, hasta la derrota de Barcelona en la Guerra de Sucesión Española. El 11 de septiembre de ese año, tras trece meses de asedio, la ciudad cayó ante las tropas de Felipe V. Catalunya había apostado por el bando perdedor, el del archiduque Carlos de Austria, y ahora tocaba pagar las consecuencias.

Felipe V no se conformó con la victoria militar. Quería asegurarse de que Barcelona nunca más pudiera alzarse contra él. Así que ordenó la construcción de una inmensa ciudadela militar, una fortaleza que no estaba pensada para defender la ciudad de enemigos externos, sino para controlar a los propios barceloneses desde dentro. Un puño de hierro plantado en el corazón de la ciudad.

Para construir la Ciutadella se derribaron las murallas del extremo noreste de Barcelona y 1.262 casas del barrio de la Ribera. Miles de familias fueron desalojadas. El tejido urbano centenario fue arrasado. Y sobre esas ruinas se levantó el símbolo más odiado de la ciudad: una fortaleza militar desde la que se vigilaba, se reprimía y se castigaba cualquier atisbo de disidencia.

El proyecto fue encargado al ingeniero militar de origen flamenco Jorge Próspero de Verboom, quien diseñó un complejo militar completo con murallas, baluartes, cuarteles, capilla, palacio del gobernador y arsenal. Este último, el almacén de pólvora y armas ligeras, sería el edificio que hoy alberga el Parlament. Las obras básicas del arsenal finalizaron en 1727, aunque el edificio siguió en construcción hasta 1749.

Durante décadas, la Ciutadella funcionó exactamente como Felipe V había planeado: como instrumento de control y represión. Por sus celdas pasaron miles de prisioneros políticos. En sus patios se ejecutaron sentencias. Era, literalmente, el lugar donde Catalunya perdía su libertad cada día.

De fortaleza militar a escaparate internacional #

La historia dio su primer giro en 1869, cuando el general Prim entregó la Ciutadella a Barcelona. La condición era clara: el solar debía dedicarse a parque público. Brigadas de voluntarios derribaron con entusiasmo las murallas de la fortaleza odiada. Barcelona recuperaba ese espacio que durante más de un siglo había sido símbolo de su sometimiento.

De toda la Ciutadella solo se conservaron tres edificios: la capilla castrense, el palacio del gobernador (hoy un instituto de educación secundaria) y el arsenal. ¿Por qué conservar el arsenal? Porque Barcelona estaba a punto de acoger la Exposición Universal de 1888 y necesitaba espacios. Así que, en un ejercicio de pragmatismo, se decidió reutilizar el edificio que había sido almacén de armas para convertirlo en parte del gran escaparate internacional que sería la Exposición.

El arquitecto Pere Falqués dirigió la transformación. Se hizo una sobreelevación sobre el cuerpo central para ubicar la planta noble del palacio. La fachada principal se decoró con esgrafiados de estilo noucentista y se abrieron tres balcones. Uno de los patios interiores se cubrió con una claraboia modernista y se instaló una gran escalinata de mármol con barandilla de balaustrada. Las salas se decoraron con mármoles, madera y vigas de hierro con trabajos artesanales elaborados. Se transformaron espacios en salones de fiestas y comedores de gala colocando pilastras de mármol.

El antiguo arsenal militar se había convertido en un palacio digno de recibir a la realeza y a los visitantes ilustres de la Exposición Universal. La primera gran resignificación estaba completa: de símbolo de represión a escaparate de modernidad.

Entre palacios y museos: buscando una identidad #

Después de la Exposición, el edificio siguió buscando su propósito. La idea inicial era convertirlo en residencia real para las visitas de la familia real a Barcelona, pero el plan nunca cuajó del todo. Los reyes venían poco, y cuando lo hacían preferían otros espacios. A principios del siglo XX se construyó el Palau Reial de Pedralbes, y el antiguo arsenal quedó sin función clara.

En 1900 se destinó a Museo Municipal de Arte Decorativo y Arqueológico de Barcelona. Falqués añadió dos cuerpos laterales al conjunto, decorados con bustos de artistas catalanes que todavía hoy adornan la fachada. El edificio adquirió así su configuración definitiva, aunque su uso seguía siendo provisional, transitorio.

El palacio guardaba su transformación más importante para 1932. Tras la proclamación de la Segunda República y la restauración de la Generalitat de Catalunya, el presidente Francesc Macià decidió ubicar el Parlament en este edificio histórico rodeado de jardines. El arquitecto Santiago Marco acondicionó el antiguo Salón del Trono para convertirlo en Salón de Sesiones. El escudo de los Borbones de la fachada fue sustituido por las cuatro barras del escudo de Catalunya.

El 6 de diciembre de 1932, el edificio que Felipe V había construido para someter Catalunya se convertía en la casa de su democracia. La resignificación alcanzaba su máxima expresión: el arsenal de la represión era ahora el parlamento de la libertad.

Guerra, dictadura y retorno definitivo #

Pero la historia no había terminado. Durante la Guerra Civil, el edificio no legisló. Con la victoria franquista, volvió a usos militares y posteriormente, en 1945, fue destinado de nuevo a Museo de Arte Moderno de Cataluña. El escudo de Catalunya desapareció una vez más, sustituido por el de los Borbones.

Durante cuarenta años, el edificio que había sido parlamento volvió a ser museo. Parlamento y museo compartieron espacio en una convivencia tensa que reflejaba las contradicciones de la época. El edificio guardaba la memoria de lo que había sido y esperaba el momento de volver a serlo.

Ese momento llegó con la democracia. En 1977, tras la muerte de Franco y el retorno del exilio del president Josep Tarradellas, el edificio fue rehabilitado para volver a ser sede del Parlament. De nuevo se cambió el escudo de los Borbones por el de Catalunya. Y en abril de 1980, el Palau acogió la primera legislatura del Parlament autonómico restablecido.

Finalmente, en 2004, tras el traslado del Museo de Arte Moderno al Palacio Nacional de Montjuïc, el edificio quedó destinado por completo a su función parlamentaria. Ya no había uso compartido, ya no había ambigüedades. El antiguo arsenal era, definitiva e inequívocamente, el Parlament de Catalunya.

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El Parlament de Catalunya

Recorriendo las capas de historia #

Durante nuestra visita en Open House Barcelona, un guía especializado nos llevó por los espacios más emblemáticos del palacio. Cada sala, cada rincón, cada detalle arquitectónico cuenta parte de esta historia compleja.

Empezamos por la Escalera de Honor, de mármol blanco, una de las intervenciones de Falqués para la Exposición de 1888. Subir por esa escalera es ascender literalmente a través de las transformaciones del edificio, desde el arsenal militar hasta el palacio que aspiraba a recibir reyes.

El Salón de Sesiones, donde se reúnen los 135 diputados para las sesiones plenarias, conserva la sobriedad del acondicionamiento de 1933. No hay fastuosidad excesiva, no hay ornamentación superflua. Es un espacio diseñado para el trabajo legislativo, para el debate democrático, para la representación del pueblo catalán.

El Salón de Pasos Perdidos, con su nombre evocador, es uno de esos espacios de transición donde los diputados conversan informalmente antes y después de las sesiones. Las paredes guardan el eco de todas las conversaciones, todos los acuerdos y desacuerdos que han tenido lugar allí a lo largo de décadas.

En la rotonda se expone el cuadro "7 de noviembre de 1971" de Antoni Tàpies, una obra abstracta pero cargada de significado político. El 7 de noviembre de 1971 fue un día de protesta estudiantil en Barcelona, duramente reprimida por el franquismo. La presencia de esa obra en el Parlament es otro acto de resignificación: lo que fue reprimido ahora se conmemora.

En la Sala de la Mesa cuelga el cuadro "Mujer" de Joan Miró, aportando ese toque de color y fantasía característico del artista catalán. Arte contemporáneo en un edificio del siglo XVIII, democracia en un espacio diseñado para la represión. Todo encaja en la narrativa de transformación continua.

Recorrimos también las salas de comisiones, los despachos oficiales, la sala donde se realizan las conferencias de prensa. Espacios funcionales, diseñados para el trabajo parlamentario cotidiano, que contrastan con la monumentalidad de los salones históricos.

Arquitectura que se lee como historia #

El edificio del Parlament tiene 5.532 metros cuadrados distribuidos en dos plantas y desván. Está construido con piedra de Montjuïc y baldosa roja, siguiendo un estilo clasicista francés. La planta es cruciforme, con galerías abovedadas y cuatro patios entre los brazos de la cruz. La fachada destaca por un conjunto de arcadas que forman un porche en la planta baja.

Es arquitectura militar del XVIII, sólida, funcional, pensada para durar siglos. Pero cada intervención posterior ha añadido capas: los esgrafiados de Falqués, las claraboyas modernistas, los mármoles y las maderas nobles, los bustos de artistas catalanes que adornan las ampliaciones laterales. El edificio se puede leer como un palimpsesto arquitectónico donde cada época ha dejado su marca.

Y eso es precisamente lo que lo hace fascinante. No es un edificio museo congelado en un momento histórico concreto. Es un edificio vivo que ha ido adaptándose, transformándose, resignificándose según las necesidades de cada época. Un edificio que refleja la historia compleja, contradictoria, convulsa de Catalunya.

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El Parlament de Catalunya

Por qué merece la pena visitarlo en Open House #

El Parlament ofrece visitas guiadas gratuitas durante todo el año, así que técnicamente no hace falta esperar a Open House para conocerlo. Pero visitarlo durante el festival tiene un valor añadido: forma parte de una experiencia más amplia de descubrimiento arquitectónico de Barcelona, se enmarca en un contexto de apertura masiva de edificios normalmente cerrados, y permite conectar el Parlament con otros espacios del Parque de la Ciutadella como la Cascada Monumental.

Además, durante Open House hay una energía especial. Los voluntarios están especialmente motivados, los guías transmiten su pasión por el patrimonio, y hay una sensación de comunidad entre los visitantes. Todo el mundo está allí porque quiere estar, porque le interesa la arquitectura y la historia, porque valora la oportunidad de acceder a estos espacios.

Para nosotros, que veníamos de Bilbao como voluntarios del festival, visitar el Parlament fue especialmente significativo. Era ver cómo otro territorio había construido su propia narrativa de democracia y autogobierno a través de sus espacios arquitectónicos. Era entender que los edificios no son contenedores neutros, sino actores activos en la construcción de la memoria colectiva.

La resignificación como acto político #

Hay algo profundamente simbólico en que el Parlament de Catalunya se ubique precisamente en el edificio que Felipe V construyó para someter Barcelona. Es una forma de decir: tomamos lo que se hizo para oprimirnos y lo convertimos en instrumento de nuestra libertad. Es una forma de cerrar el círculo, de completar la narrativa histórica.

No derribaron el arsenal. Podrían haberlo hecho cuando demolieron el resto de la Ciutadella. Pero lo conservaron, lo transformaron, lo llenaron de nuevos significados. Y al hacerlo, demostraron que la arquitectura no tiene un único destino, que los edificios pueden cambiar de propósito sin perder su memoria.

El Parlament de Catalunya no oculta su pasado como arsenal militar. Lo incorpora, lo reconoce, lo muestra. Las gruesas paredes, las galerías abovedadas, la planta cruciforme militar, todo eso sigue ahí. Pero ahora esas mismas estructuras que servían para almacenar armas sirven para albergar debates democráticos. Las salas donde se planificaba la represión ahora acogen comisiones legislativas.

Es, en definitiva, una lección de cómo la resignificación arquitectónica puede ser un acto político poderoso. Una lección de cómo los edificios pueden contar historias complejas, contradictorias, llenas de matices. Una lección de cómo la arquitectura es siempre, inevitablemente, política.

Y eso es algo que vale la pena experimentar en primera persona, recorriendo esos pasillos cargados de historia, subiendo esa escalera de mármol que conecta siglos, sentándose en las tribunas del Salón de Sesiones y sintiendo el peso de todas las palabras que se han pronunciado allí. No es solo un edificio bonito. Es un edificio que cuenta quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde queremos ir.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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