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Día 8. Despedida y reflexiones de un viaje inolvidable

06 abril 2019

Día 8. Despedida y reflexiones de un viaje inolvidable

Los días de partida tienen una melancolía especial. Son jornadas donde el tiempo se acelera y se ralentiza simultáneamente: las horas vuelan porque quedan mil cosas por hacer, pero cada momento se vuelve más intenso porque sabes que es el último. El 6 de abril comenzó con el sonido del despertador más temprano de toda la semana, recordándome que mi aventura estambulí llegaba a su fin y que me esperaba una mañana de logística aeroportuaria para regresar a casa.

Madrugón hacia el aeropuerto asiático #

El madrugón era inevitable. Los cambios de último momento en los vuelos de KLM habían convertido mi salida en una operación más compleja de lo previsto. En lugar del cómodo aeropuerto Atatürk, que estaba a una distancia razonable del centro, tenía que dirigirme al Aeropuerto Internacional Sabiha Gökçen, situado en el lado asiático de la ciudad y considerablemente más alejado.

Mientras recogía las últimas cosas del apartamento, tenía esa sensación agridulce típica de las despedidas de lugares que han logrado conquistarte. El apartamento de Taksim había sido durante una semana mi base de operaciones, mi refugio después de jornadas intensas de exploración, mi ventana a la vida cotidiana estambulí. Dejarlo era como cerrar un capítulo.

Autobús hacia el SAW: último vistazo a la ciudad #

El trayecto en autobús hasta el aeropuerto Sabiha Gökçen me ofreció una perspectiva final de Estambul desde una ruta completamente diferente a la del aeropuerto Atatürk. Atravesamos barrios que no había explorado durante la semana, zonas residenciales e industriales que mostraban otras caras de esta metrópoli inmensa.

El aeropuerto Sabiha Gökçen resultó ser más pequeño y manejable que el Atatürk, con un ambiente menos caótico y más eficiente. Los procedimientos de salida transcurrieron sin sobresaltos, confirmando que mis preocupaciones sobre los cambios de último momento en los vuelos habían sido infundadas.

Vuelo de regreso: procesando la experiencia #

El vuelo de regreso a Bilbao transcurrió sin incidencias, pero durante las horas de viaje aéreo tuve tiempo para procesar todo lo vivido durante la semana. Era el momento de hacer balance, de intentar organizar mentalmente las experiencias acumuladas y de comenzar a entender qué había significado realmente este viaje.

Estambul había cumplido con creces las expectativas que había puesto en este viaje cuando lo planifiqué en enero. Había venido buscando historia, y la ciudad me había ofrecido siglos de patrimonio arquitectónico que me habían permitido respirar el paso del tiempo en cada piedra. Había querido sumergirme en una cultura diferente después de meses de ciudades occidentales, y había encontrado una civilización compleja y fascinante que mezcla Europa y Asia de formas únicas.

Pero más allá de cumplir expectativas, Estambul me había sorprendido con dimensiones que no había anticipado. La calidez humana de sus habitantes, la facilidad para establecer conexiones casuales, la sensación de ser acogido en lugar de tolerado como turista. Eran aspectos del viaje que no se pueden planificar, pero que marcan la diferencia entre turismo y experiencia auténtica.

La historia como experiencia física #

Uno de los aspectos más impactantes del viaje había sido la capacidad de Estambul para hacer que la historia dejara de ser algo abstracto y se convirtiera en experiencia física. Caminar por las Murallas de Constantinopla no era solo contemplar piedras antiguas, sino tocar literalmente los restos de las defensas que habían protegido el último vestigio del Imperio Romano durante mil años.

Entrar en Santa Sofía no era simplemente visitar un museo, sino pisar el mismo suelo que habían pisado emperadores bizantinos y sultanes otomanos. Cada monumento tenía esa capacidad de conectarte directamente con siglos de historia humana, de hacerte sentir parte de una continuidad temporal que trasciende la propia existencia.

El factor económico: accesibilidad sorprendente #

Una de las sorpresas más agradables del viaje había sido comprobar lo accesible económicamente que resultaba Estambul para un viajero europeo. Desde el apartamento privado por 100 euros para toda la semana hasta las comidas en restaurantes locales, pasando por el transporte público y las entradas a monumentos, todo tenía precios muy razonables.

Esta accesibilidad económica no venía acompañada de una disminución en la calidad de las experiencias. Al contrario, había podido permitirme caprichos y experiencias que en otras ciudades habrían supuesto un coste mucho mayor. Era un recordatorio de cómo el turismo puede ser más democrático cuando los destinos mantienen precios locales realistas.

Conexiones humanas inesperadas #

Los encuentros humanos habían sido una de las dimensiones más enriquecedoras del viaje. Desde el desayuno con el chico estambulí que me había hablado de la ciudad desde perspectiva local, hasta el encuentro casual con los turistas iraníes, pasando por la materialización de amistades digitales, cada conexión había añadido una capa de profundidad a la experiencia.

Estos encuentros me habían recordado que viajar no es solo contemplar paisajes y monumentos, sino también descubrir la humanidad que habita los lugares que visitamos. La hospitalidad turca no era solo un cliché turístico, sino una realidad palpable que había experimentado en situaciones cotidianas como el incidente de la llave rota.

Lecciones sobre los ritmos de viaje #

La semana en Estambul me había enseñado importantes lecciones sobre los ritmos de viaje. Los días épicos de exploración intensiva eran necesarios y emocionantes, pero los días más pausados eran igualmente valiosos para procesar experiencias y descubrir dimensiones más íntimas de la ciudad.

La proximidad del apartamento a Taksim había sido fundamental para permitir esta flexibilidad de ritmos. Poder salir tarde, regresar a descansar, o simplemente pasear por el barrio sin presión había hecho que el viaje fuera más relajado y natural, menos forzado que aquellos donde cada minuto debe estar optimizado.

Si tuviera que definir Estambul con una palabra, sería "equilibrio". Equilibrio entre grandeza monumental y calidez humana, entre peso histórico y dinamismo contemporáneo, entre exotismo oriental y familiaridad mediterránea. Era una ciudad que conseguía ser impresionante sin ser intimidatoria, histórica sin ser museística.

La tentación del regreso #

Durante el vuelo de vuelta surgía inevitablemente la pregunta: ¿volvería a Estambul? Por un lado tenía enormes ganas de regresar. La ciudad me había conquistado completamente, y tenía la sensación de que un mes entero no sería suficiente para agotarla. Había barrios enteros que no había explorado, monumentos que se habían quedado en la lista de pendientes, experiencias que me gustaría repetir.

Pero por otro lado tenía cierto miedo de que una segunda visita no tuviera esa magia especial del descubrimiento. ¿Sería capaz Estambul de sorprenderme de nuevo? ¿O los mejores momentos del viaje habían sido precisamente esos primeros contactos con lo desconocido que son irrepetibles por definición?

Lo que sí tenía claro era que Estambul había entrado en esa categoría especial de destinos que marcan un antes y un después en la biografía de cualquier viajero. Junto con lugares como el primer viaje a Nueva York o el descubrimiento de Japón, esta semana estambulí se quedaría como uno de esos referentes contra los que se medirían todas las experiencias futuras.

Conclusión: más que un destino, una experiencia transformadora #

Estambul había demostrado ser mucho más que un destino turístico. Había sido una experiencia transformadora que me había recordado por qué viajo, qué busco cuando salgo de mi zona de confort, y cómo los mejores destinos son aquellos que te cambian sutilmente la perspectiva sobre el mundo.

La ciudad había cumplido su promesa de ofrecerme esa inmersión histórica que buscaba, pero además me había regalado dimensiones humanas y culturales que no había anticipado. Era exactamente el tipo de viaje que justifica todas las incomodidades del turismo moderno, todos los aeropuertos y las colas y los malentendidos idiomáticos.

Al cerrar este capítulo viajero, Estambul ya ocupaba un lugar especial en mi geografía emocional. No como un lugar visitado y archivado, sino como una experiencia viva que seguiría influyendo en mis viajes futuros y en mi forma de entender las ciudades, la historia y la hospitalidad humana.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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