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Estocolmo en agosto: cuando el norte llama y uno responde

Cómo nació la idea de descubrir la capital sueca

Estocolmo en agosto: cuando el norte llama y uno responde

Hay ciudades que aparecen en tu vida como una invitación susurrada al oído. Estocolmo fue una de esas voces que, durante meses, resonaba cada vez que pensaba en escapadas de verano. No era el destino más obvio para agosto, ni el más recurrente en las conversaciones de sobremesa bilbaínas, pero precisamente esa rareza la hacía más atractiva.

La decisión: cuando lo práctico se encuentra con lo apetecible #

La idea de viajar a la capital sueca surgió de una mezcla perfecta entre curiosidad y oportunidad. Mi hermano y yo llevábamos tiempo hablando de hacer un viaje juntos, uno de esos que quedan grabados en la memoria no solo por los lugares visitados, sino por la complicidad compartida. Estocolmo se presentó como el destino ideal: lo suficientemente exótico para despertar nuestra curiosidad, pero accesible desde Bilbao con conexiones razonables.

El planteamiento inicial era sencillo. Cinco días en una ciudad que prometía ser completamente diferente a todo lo que conocíamos del sur de Europa. Una capital construida sobre catorce islas, donde el agua se convierte en protagonista absoluto del paisaje urbano. La promesa de una arquitectura única, museos de primera línea y esa mítica tranquilidad nórdica de la que tanto se habla pero que nunca habíamos experimentado en primera persona.

Los preparativos: entre la logística y la ilusión #

Como cualquier viaje que se precie, los preparativos fueron una mezcla de excitación y logística práctica. La ruta elegida incluía una escala en París, algo que en principio podría parecer un inconveniente pero que acabó siendo parte del encanto del viaje. Esas tres horas de espera en Charles de Gaulle se convirtieron en una pequeña pausa para asimilar que efectivamente estábamos embarcándonos en una aventura hacia el norte de Europa.

La elección del alojamiento fue clave. Optamos por un Airbnb que nos ofrecía no solo un lugar donde dormir, sino la experiencia de vivir como locales durante unos días. La zona de Fridhemsplan, aunque alejada del centro histórico, prometía darnos una perspectiva auténtica de la vida cotidiana estocolmesa. Además, la información detallada de nuestra anfitriona, Eva Hollström, ya anticipaba el nivel de organización y amabilidad que caracteriza a los suecos.

Expectativas y descubrimientos anticipados #

Antes de partir, las expectativas eran una mezcla de imágenes preconcebidas y curiosidad genuina. Estocolmo se presentaba ante nosotros como la perfecta combinación entre historia medieval preservada en Gamla Stan y modernidad nórdica en el resto de la ciudad. Los relatos sobre museos excepcionales como el Vasa, con su barco del siglo XVII recuperado del fondo del mar, o Skansen, el museo al aire libre más antiguo del mundo, prometían experiencias únicas.

La planificación previa había revelado una ciudad donde el transporte público funcionaba como un reloj suizo, donde los precios podían ser elevados pero la calidad estaba garantizada, y donde el verano ofrecía esas noches blancas tan características del norte europeo. La promesa de una ciudad verde, con parques y espacios abiertos, contrastaba gratamente con la densidad urbana a la que estábamos acostumbrados.

El factor hermano: cuando viajar en buena compañía multiplica la experiencia #

Viajar con mi hermano añadía una dimensión especial al viaje. Después de años de experiencias viajeras en solitario o con diferentes compañías, la perspectiva de redescubrir el placer de viajar en familia, con alguien que comparte referencias y sentido del humor, se presentaba como uno de los aspectos más atractivos de la aventura.

La complicidad previa nos permitía anticipar que cada descubrimiento sería doblemente disfrutado, cada anécdota tendría un cómplice perfecto, y cada momento de asombro se convertiría en un recuerdo compartido. Viajar con hermanos tiene esa magia particular de mezclar la aventura con la comodidad de lo conocido.

Estocolmo como puerta de entrada: el gran plan nórdico #

Este viaje a Estocolmo no era un destino en sí mismo, sino la primera parte de una aventura más amplia que nos llevaría hasta Oslo. La capital sueca se convertía así en la perfecta introducción al mundo escandinavo, una primera toma de contacto con esa cultura nórdica que tanto curiosidad despertaba.

La idea de continuar el viaje en tren hasta la capital noruega añadía un componente de aventura ferroviaria que completaba la experiencia. Cinco días para empaparnos de la esencia estocolmesa antes de emprender rumbo hacia nuevos horizontes. El plan perfecto para dos hermanos bilbaínos con ganas de norte, historia y buenas dosis de arquitectura impresionante.

El anticipo del verano nórdico #

Agosto en Estocolmo prometía ser la ventana perfecta para descubrir la ciudad en su mejor momento. Las previsiones hablaban de temperaturas agradables, días largos con luz natural que se extendía mucho más allá de lo habitual en Bilbao, y esa energía especial que caracteriza a las ciudades nórdicas durante los escasos meses de buen tiempo.

La perspectiva de terrazas junto al agua, paseos al aire libre por una ciudad diseñada para disfrutarse caminando, y la posibilidad de experimentar esa particular relación que los escandinavos mantienen con la naturaleza urbana, se presentaban como los ingredientes perfectos para unos días memorables.

El viaje estaba a punto de comenzar, y Estocolmo nos esperaba con la promesa de convertirse en una de esas ciudades que marcan un antes y un después en la forma de entender el norte de Europa.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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