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Día 4. Del bullicio de Tel Aviv a la solemnidad de Jerusalén

22 enero 2020

Día 4. Del bullicio de Tel Aviv a la solemnidad de Jerusalén

Desperté temprano en mi último día en Tel Aviv. El miércoles 22 de enero sería una jornada de transición, un puente entre dos ciudades que, pese a estar separadas por apenas 70 kilómetros, representan mundos completamente diferentes. Tel Aviv y Jerusalén: la modernidad y la tradición, lo secular y lo religioso, el presente y el pasado, unidos pero contrastantes en este fascinante y complejo país.

Una última mirada a Tel Aviv bajo cielos despejados #

Afortunadamente, las intensas lluvias que habían condicionado mis dos días anteriores en Israel habían cesado durante la noche. Un cielo sorprendentemente despejado me recibió cuando salí del alojamiento, como si la ciudad quisiera despedirse de mí mostrando su mejor cara. Lo primero que hice fue cargar mi tarjeta Rav Kav con un bono diario para la zona centro, por 30 NIS (aproximadamente 8€). Este bono no solo me permitiría moverme libremente por Tel Aviv durante la mañana, sino también realizar el trayecto hacia Jerusalén más tarde.

Con tiempo limitado pero clima favorable, decidí regresar al centro para intentar descubrir aspectos de la ciudad que la lluvia me había impedido disfrutar el día anterior. Tel Aviv, a diferencia de otras ciudades milenarias de la región, es una urbe joven, fundada oficialmente en 1909 como un suburbio moderno de la antigua Jaffa. Su nombre, que significa "Colina de Primavera", refleja el espíritu optimista y renovador de sus fundadores.

Comencé mi paseo por Dizengoff Street, una de las arterias comerciales más emblemáticas de la ciudad, nombrada en honor a Meir Dizengoff, primer alcalde de Tel Aviv. La calle, flanqueada por tiendas de moda, cafeterías y restaurantes, muestra perfectamente el carácter cosmopolita y desenfadado de la ciudad. En su punto central se encuentra la Dizengoff Square, recientemente renovada, con su característica fuente escultórica "Fuego y Agua" del artista Yaacov Agam, una obra cinética que cambia de apariencia según el ángulo desde el que se observe.

No muy lejos se encuentra Habima Square, centro cultural de la ciudad donde se ubican el Teatro Nacional Habima, la Sala de Conciertos Charles Bronfman y la Biblioteca Central. El conjunto, rodeado de jardines y espacios abiertos donde los jóvenes locales se reúnen a tocar música o simplemente a socializar, refleja la importancia que la cultura tiene en la sociedad israelí.

Me desvié hacia el Bulevar Rothschild, una amplia avenida arbolada que constituye el corazón financiero y cultural de Tel Aviv. Aquí se concentran algunos de los mejores ejemplos de arquitectura Bauhaus de la ciudad, así como edificios históricos como la Independence Hall, donde se proclamó la independencia del Estado de Israel en 1948. El bulevar, con su franja central sombreada por ficus centenarios donde los locales pasean, hacen deporte o simplemente descansan en los bancos, tiene un encanto especial que ni siquiera el tráfico circundante logra empañar.

Paseo matutino por Tel Aviv Paseo matutino por Tel Aviv Paseo matutino por Tel Aviv Paseo matutino por Tel Aviv Paseo matutino por Tel Aviv Paseo matutino por Tel Aviv Paseo matutino por Tel Aviv Paseo matutino por Tel Aviv
Paseo matutino por Tel Aviv

Un último paseo por la playa mediterránea #

No podía dejar Tel Aviv sin volver a acercarme a su línea costera, uno de los mayores atractivos de la ciudad. A diferencia del día anterior, hoy las playas cobraban vida bajo el sol invernal. Aunque evidentemente no era temporada de baño, numerosos locales aprovechaban para pasear junto al mar, practicar deportes en la arena o simplemente sentarse en alguna de las terrazas frente al Mediterráneo.

Llegué a la zona de Trumpeldor Beach y Jerusalem Beach, más al sur que las que había visitado el día anterior. El paseo marítimo, que recorre toda la costa de Tel Aviv a lo largo de unos 14 kilómetros, estaba animado con corredores, ciclistas y familias disfrutando del buen tiempo. La combinación del azul del mar, la arena dorada y el perfil de los modernos edificios de la ciudad creaba una estampa verdaderamente fotogénica.

Las playas de Tel Aviv tienen cada una su propio carácter y público. Algunas son familiares, otras más populares entre jóvenes o turistas, e incluso hay playas específicas para religiosos ortodoxos con horarios separados para hombres y mujeres. Jerusalem Beach, donde me detuve, es una de las más céntricas y populares, frecuentada tanto por locales como por visitantes.

Aproveché para tomar un café en una de las terrazas frente al mar, observando el vaivén de las olas y la actividad del paseo marítimo. Tel Aviv, a pesar de la tensión geopolítica que caracteriza la región, transmite una sensación de normalidad y disfrute de la vida cotidiana que resulta sorprendente. Sus habitantes parecen empeñados en vivir intensamente el presente, quizás como respuesta a la incertidumbre que supone vivir en una de las zonas más convulsas del planeta.

Playas de Tel Aviv en invierno Playas de Tel Aviv en invierno Playas de Tel Aviv en invierno Playas de Tel Aviv en invierno
Playas de Tel Aviv en invierno

De camino a Jerusalén: un viaje entre dos mundos #

Alrededor de las dos de la tarde me dirigí a la estación de tren para emprender el viaje hacia Jerusalén. El trayecto en tren entre ambas ciudades es relativamente reciente; durante años, la conexión ferroviaria que existía databa de época otomana y seguía un recorrido largo y tortuoso. La nueva línea de alta velocidad, inaugurada completamente en 2019, ha reducido el tiempo de viaje a menos de 30 minutos, acercando físicamente dos ciudades espiritualmente distantes.

El tren parte de la estación HaHagana en Tel Aviv y llega a la moderna estación Yitzhak Navon en Jerusalén, situada bajo tierra a gran profundidad. Durante el recorrido, se pueden observar los cambios en el paisaje: de la llanura costera se pasa gradualmente a las colinas de Judea, cada vez más elevadas y escarpadas. Es un viaje no solo geográfico sino también psicológico, un tránsito entre la ciudad mediterránea, laica y cosmopolita, y la urbe montañosa, espiritual e histórica.

A medida que el tren ascendía hacia Jerusalén, situada a unos 800 metros sobre el nivel del mar, sentía que me acercaba a algo especial. Jerusalén ejerce una atracción magnética sobre cualquier viajero, independientemente de sus creencias. Es una ciudad que trasciende lo meramente turístico para adentrarse en lo simbólico, lo histórico y lo espiritual.

Camino a Jerusalén Camino a Jerusalén
Camino a Jerusalén

Primeras impresiones de Jerusalén: llegada y alojamiento #

Llegué a la estación Yitzhak Navon poco después de las tres de la tarde. Lo primero que me sorprendió fue la arquitectura moderna de la estación, en contraste con la imagen tradicional que tenía de Jerusalén. Desde allí me dirigí directamente a mi alojamiento, el Jeru Caps Hostel, un establecimiento económico caracterizado por ofrecer "cápsulas" individuales para dormir, al estilo japonés.

El hostel estaba ubicado no muy lejos de la Ciudad Vieja, en una zona relativamente tranquila. El concepto de alojamiento en cápsula, aunque puede parecer claustrofóbico, resulta sorprendentemente cómodo para el viajero solitario que busca privacidad a un precio asequible. Cada cápsula, aunque mínima en espacio, dispone de lo esencial: una cama confortable, luz de lectura, enchufes para dispositivos electrónicos y una puerta para garantizar cierta intimidad. Las zonas comunes, especialmente los baños y duchas, eran amplias y estaban impecablemente limpias, compensando la estrechez del espacio personal.

Tras dejar la mochila y refrescarme un poco, estaba listo para mi primer contacto con Jerusalén. Aún quedaban varias horas de luz y no quería desperdiciarlas. La primera impresión al salir a la calle fue la de una ciudad sorprendentemente moderna en sus barrios exteriores, lejos de la imagen exclusivamente antigua que muchos tenemos de Jerusalén. Edificios contemporáneos, tranvías modernos y tiendas de grandes marcas conviven con sinagogas, iglesias y mezquitas en esta ciudad de contrastes.

El vibrante Mercado Majanéh Yehudáh #

Comenzaba a llover de nuevo, así que decidí dirigirme al Mercado Machane Yehuda (Majanéh Yehudáh en pronunciación local), el mercado más grande y popular de Jerusalén. Ubicado entre las calles Jaffa y Agrippas, este bullicioso zoco al aire libre es el corazón palpitante de la Jerusalén cotidiana, alejado de los circuitos turísticos centrados en la Ciudad Vieja.

El mercado es un festival para los sentidos. Cientos de puestos ofrecen desde frutas y verduras frescas hasta especias aromáticas, frutos secos, dulces tradicionales, panes de todo tipo, quesos artesanales y carnes preparadas según las leyes kosher. Los comerciantes pregonan sus mercancías creando una algarabía constante que se mezcla con las conversaciones de los clientes locales, que regatean precios o simplemente intercambian noticias del día.

Lo que hace especialmente interesante este mercado es su autenticidad. No es un lugar preparado para turistas, sino un espacio vivo donde los jerosolimitanos hacen sus compras diarias. Observar a las amas de casa seleccionando cuidadosamente los ingredientes para la cena, a los ancianos reunidos en pequeñas cafeterías discutiendo actuales o a los jóvenes soldados comprando algo para comer durante su permiso ofrece una visión privilegiada de la vida cotidiana israelí.

En los últimos años, junto a los puestos tradicionales han surgido restaurantes gourmet y bares de moda que han revitalizado el mercado, especialmente por las noches, cuando las tiendas de alimentación cierran y el espacio se transforma en una zona de ocio alternativa muy popular entre los jóvenes locales.

Cuando la lluvia cesó, decidí que era momento de aventurarme hacia uno de los puntos más emblemáticos de la ciudad, que siempre había soñado con visitar: el Monte de los Olivos.

El Mercado Majanéh Yehudáh El Mercado Majanéh Yehudáh El Mercado Majanéh Yehudáh El Mercado Majanéh Yehudáh El Mercado Majanéh Yehudáh El Mercado Majanéh Yehudáh
El Mercado Majanéh Yehudáh

El Monte de los Olivos: un atardecer para recordar #

El Monte de los Olivos es una colina situada al este de la Ciudad Vieja de Jerusalén, separada de ésta por el valle del Cedrón. Su nombre proviene de los olivos que lo cubrían en tiempos antiguos, aunque hoy el paisaje está dominado principalmente por el impresionante cementerio judío que ocupa gran parte de su ladera occidental.

Para llegar allí desde el centro de Jerusalén tomé primero un autobús que me dejó cerca de la Tumba de la Virgen, un santuario subterráneo venerado por cristianos y musulmanes, que según la tradición alberga los restos mortales de María, madre de Jesús. Muy cerca se encuentra la Iglesia de Todas las Naciones (o Basílica de la Agonía), un templo católico construido sobre el lugar donde, según la tradición, Jesús oró la noche antes de su arresto.

Siguiendo el ascenso por la ladera del monte, pasé junto a la Iglesia de María Magdalena, un templo ortodoxo ruso fácilmente reconocible por sus características cúpulas doradas en forma de cebolla. El edificio, con su estilo arquitectónico tan diferente al predominante en Jerusalén, parece trasplantado directamente desde Moscú o San Petersburgo, aportando un contrapunto visual fascinante al paisaje jerosolimitano.

Poco a poco fui subiendo hasta la Capilla de la Ascensión, un pequeño edificio octogonal que marca el lugar donde, según la tradición cristiana, Jesús ascendió al cielo cuarenta días después de su resurrección. Curiosamente, este lugar sagrado para los cristianos está administrado por una fundación islámica, ejemplo de la compleja interrelación religiosa que caracteriza Jerusalén.

Camino al Monte de los Olivos Camino al Monte de los Olivos Camino al Monte de los Olivos Camino al Monte de los Olivos
Camino al Monte de los Olivos

Pero lo verdaderamente impresionante del Monte de los Olivos no son sus monumentos individuales, sino la vista panorámica que ofrece sobre la Ciudad Vieja de Jerusalén. A medida que el sol comenzaba a ponerse, el espectáculo visual se volvía cada vez más sobrecogedor. Ante mis ojos se desplegaba toda la Ciudad Vieja amurallada, con la cúpula dorada del Domo de la Roca brillando intensamente bajo los últimos rayos de sol.

En primer plano, la ladera del monte cubierta por miles de tumbas judías que, según la tradición, serán las primeras en recibir al Mesías cuando llegue; al fondo, la ciudad sagrada para las tres grandes religiones monoteístas, con sus murallas otomanas, sus minaretes, sus campanarios y sus cúpulas conviviendo en un equilibrio tan frágil como hermoso.

No soy una persona particularmente religiosa, pero estar allí, en ese lugar cargado de historia y simbolismo, donde cada piedra parece contar mil historias, donde el peso de la espiritualidad humana se siente casi físicamente, produjo en mí una emoción difícil de describir. Ver el atardecer desde el Monte de los Olivos, con la ciudad de Jerusalén desplegada ante mis ojos, el inmenso cementerio judío en primer plano y la Cúpula de la Roca reflejando los últimos rayos del sol, generó una de esas experiencias que justifican por sí solas todo un viaje.

Se me puso la piel de gallina al pensar en todos los peregrinos, creyentes, conquistadores, poetas y viajeros que a lo largo de milenios han contemplado esta misma vista, sintiendo probablemente emociones similares. En ese momento entendí por qué Jerusalén ejerce esa atracción magnética sobre tantas personas de todo el mundo, independientemente de sus creencias. Hay algo en esta ciudad que trasciende lo meramente turístico para adentrarse en lo profundamente humano.

Ascensión al Monte de los Olivos Ascensión al Monte de los Olivos Ascensión al Monte de los Olivos Ascensión al Monte de los Olivos Ascensión al Monte de los Olivos
Ascensión al Monte de los Olivos

Regreso nocturno y preparativos para el día siguiente #

Cuando comenzaba a anochecer, inicié el descenso de regreso hacia la ciudad. Al llegar a las murallas de la Ciudad Vieja ya era completamente de noche. Me detuve brevemente ante la Puerta de los Leones, una de las entradas principales al recinto amurallado, valorando si entrar para dar un primer vistazo a la ciudad antigua.

Después de unos momentos de indecisión, decidí que era mejor reservar la visita a la Ciudad Vieja uno de los próximos días, cuando podría apreciarla con luz natural en todo su esplendor. Tenía un recorrido planificado que incluía los principales puntos de interés dentro de las murallas, y no quería "hacerme spoilers" a mí mismo viendo de noche lo que sería mucho más impresionante a la luz del día.

Con el recuerdo de ese atardecer inolvidable grabado en mi memoria, me dirigí a un pequeño supermercado cerca de mi hostel para comprar algo de cena y provisiones para la excursión del día siguiente. Había planeado una jornada ambiciosa que me llevaría fuera de Jerusalén, hacia el desierto y el Mar Muerto, y quería estar bien preparado.

De regreso al hostel, repasé los horarios de autobuses y planifiqué meticulosamente la ruta del día siguiente. Todas las guías y foros que había consultado insistían en la conveniencia de contratar una excursión organizada para visitar Ein Gedi, Masada y el Mar Muerto, pero examinando los horarios de transporte público, me parecía factible hacerlo por mi cuenta, a un coste mucho menor. Sería desafiante, sin duda, pero estaba dispuesto a intentarlo.

Me acosté temprano, necesitaba descansar bien para la intensa jornada que me esperaba. Mientras me dormía, la imagen del atardecer sobre Jerusalén volvía una y otra vez a mi mente. Había sido uno de esos momentos perfectos que justifican todos los inconvenientes que pueda suponer viajar. Uno de esos instantes en que el viajero siente que, por fin, ha llegado realmente al lugar que había imaginado.

Este atardecer desde el Monte de los Olivos quedará para siempre grabado en la memoria como uno de los momentos más emocionantes de todos mis viajes Este atardecer desde el Monte de los Olivos quedará para siempre grabado en la memoria como uno de los momentos más emocionantes de todos mis viajes Este atardecer desde el Monte de los Olivos quedará para siempre grabado en la memoria como uno de los momentos más emocionantes de todos mis viajes Este atardecer desde el Monte de los Olivos quedará para siempre grabado en la memoria como uno de los momentos más emocionantes de todos mis viajes Este atardecer desde el Monte de los Olivos quedará para siempre grabado en la memoria como uno de los momentos más emocionantes de todos mis viajes
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Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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