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Día 5. Ein Gedi, Masada y el Mar Muerto en Ein Bokek

23 enero 2020

Día 5. Ein Gedi, Masada y el Mar Muerto en Ein Bokek

Para el jueves 23 de enero tenía preparada una de las jornadas más ambiciosas y desafiantes de todo el viaje. Mi objetivo era visitar tres lugares emblemáticos de Israel: el oasis de Ein Gedi, la fortaleza de Masada y, finalmente, el Mar Muerto. El verdadero reto no estaba en los lugares en sí mismos, sino en el método: pretendía hacer todo el recorrido por libre y en transporte público, algo que todas las guías y foros desaconsejaban encarecidamente.

Preparativos y salida: desafiando las recomendaciones #

En todos los blogs de viaje y foros que había consultado durante la planificación, el mensaje era claro y unánime: para visitar estos tres lugares en un solo día era "imprescindible" contratar una excursión organizada desde Jerusalén. Según argumentaban, los horarios de autobuses no eran fiables, las frecuencias escasas y las distancias considerables. Sin embargo, tras estudiar detenidamente los horarios y calcular los tiempos, veía factible la aventura por mi cuenta, con el aliciente añadido del considerable ahorro económico que supondría.

Me levanté temprano y, antes de salir del hostel, preparé una pequeña mochila con agua, algo de comida, protector solar y ropa de baño para el Mar Muerto. Cargué mi tarjeta Rav Kav con un bono diario para la zona sur (40 NIS, aproximadamente 10,50€), que me permitiría un uso ilimitado de transporte público en el área que iba a recorrer.

Mi primera parada fue la estación central de autobuses de Jerusalén, un enorme edificio de seis plantas donde no siempre es fácil orientarse. Llegué con tiempo suficiente para localizar el andén desde donde saldría el autobús 486 en dirección a Ein Gedi, mi primer destino. El autobús partía a las 8:00 de la mañana y, para mi tranquilidad, fue puntual.

Ein Gedi: un milagro de vida en el desierto #

El trayecto hasta Ein Gedi dura algo más de una hora y es un viaje fascinante en sí mismo. La carretera desciende desde Jerusalén, situada a unos 800 metros sobre el nivel del mar, hasta las orillas del Mar Muerto, el punto más bajo de la Tierra, a 430 metros bajo el nivel del mar. El paisaje cambia dramáticamente durante el descenso: de las colinas verdosas de Judea se pasa gradualmente a un entorno árido y desértico, salpicado ocasionalmente por asentamientos beduinos o pequeños kibutz que parecen desafiar las condiciones extremas.

Ein Gedi es un oasis en el sentido más literal del término. En medio del desierto de Judea, junto a las áridas orillas del Mar Muerto, surge este milagro natural gracias a varios manantiales de agua dulce que nutren la reserva natural. Mencionado ya en el Cantar de los Cantares como "racimo de flores de alheña en las viñas de Ein Gedi", este lugar ha sido refugio y sustento desde tiempos bíblicos. Según la tradición, aquí se escondió David cuando huía del rey Saúl, antes de convertirse él mismo en rey de Israel.

Nada más bajar del autobús, el contraste entre el entorno circundante y el oasis resulta sobrecogedor. Mientras el desierto se extiende implacable a ambos lados, en Ein Gedi prosperan más de 900 especies de plantas, algunas de ellas únicas en el mundo, que a su vez sustentan una variada fauna que incluye íbices de Nubia, damanes roqueros y numerosas especies de aves.

El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi
El oasis Ein Gedi

La reserva ofrece varias rutas de senderismo de diferente duración y dificultad. Opté por una ruta circular de aproximadamente una hora y media que me llevaría hasta la cascada de David (Nahal David) y de regreso. El camino, perfectamente señalizado, sigue el curso de un arroyo que va formando pequeñas pozas y cascadas entre la exuberante vegetación.

Durante parte del recorrido coincidí con una chica eslovena, con quien entablé una agradable conversación sobre lo sorprendente que resultaba encontrar semejante explosión de vida en un entorno tan árido. Comparamos este paisaje con los de nuestros respectivos países, conviniendo en que Ein Gedi representa un ecosistema único, radicalmente diferente a los bosques y montañas europeos. También le comenté lo mucho que había disfrutado de mi viaje a Eslovenia años atrás, un país que me había encantado por sus magníficos paisajes naturales y su amable población. Después nos separamos, ya que ella había optado por una ruta más larga que le permitiría explorar otras zonas del oasis.

El punto culminante del recorrido es, sin duda, la cascada de David, un salto de agua dulce que cae formando una poza donde algunos visitantes se refrescan, especialmente en los meses más calurosos. Aunque en enero las temperaturas son muy agradables para caminar, no invitan precisamente al baño.

La belleza de Ein Gedi radica no solo en sus cascadas y vegetación, sino en el dramático contraste que ofrece con el entorno circundante. Es un testimonio de la tenacidad de la vida, de cómo la naturaleza aprovecha el más mínimo recurso para crear un oasis de biodiversidad en un entorno que, a primera vista, parece totalmente inhóspito.

El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi El oasis Ein Gedi
El oasis Ein Gedi

Masada: la fortaleza que desafió al Imperio Romano #

Sobre las 10:30 estaba de regreso en la parada de autobús, con unos 15 o 20 minutos de antelación sobre la hora prevista de llegada del transporte que debía llevarme a mi siguiente destino: Masada. Para mi sorpresa, apenas un minuto después de llegar a la parada apareció un autobús. Consulté al conductor si se dirigía a Masada, respondió afirmativamente y me subí sin dudar. Probablemente se trataba del autobús anterior que circulaba con considerable retraso, o del siguiente con mucho adelanto... poco importaba. Lo relevante es que ya iba camino a Masada e incluso por delante de mi horario previsto.

Masada es uno de los lugares más emblemáticos y cargados de simbolismo de Israel. Esta fortaleza natural se alza sobre una meseta aislada con forma de diamante, a unos 450 metros sobre el nivel del Mar Muerto. Si Ein Gedi representa la victoria de la naturaleza sobre la adversidad, Masada simboliza el triunfo —y también la tragedia— del espíritu humano frente a la opresión.

La historia de Masada se remonta al siglo I a.C., cuando Herodes el Grande eligió este emplazamiento inexpugnable para construir un complejo palacial fortificado que le sirviera como refugio en caso de rebelión o invasión. Pero el episodio que ha convertido a Masada en símbolo nacional de Israel ocurrió años después de la muerte de Herodes, durante la Primera Guerra Judeo-Romana (66-73 d.C.).

Tras la caída de Jerusalén en el año 70, un grupo de rebeldes judíos conocidos como sicarios, liderados por Eleazar ben Yair, se refugió en Masada junto con sus familias. Durante casi tres años resistieron el asedio de la X Legión Romana, que finalmente construyó una enorme rampa de asalto para acceder a la fortaleza. Según relata el historiador Flavio Josefo, cuando los 967 defensores de Masada comprendieron que la derrota era inevitable, prefirieron suicidarse colectivamente antes que rendirse y ser esclavizados por los romanos.

La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada
La fortaleza de Masada

Al llegar a Masada me dirigí directamente al teleférico. Aunque existe una ruta a pie conocida como "Sendero de la Serpiente" que asciende en zigzag por la cara este de la montaña, con el tiempo justo y el intenso programa del día, opté por la opción más rápida. El teleférico, inaugurado en 1971, salva un desnivel de 290 metros en apenas tres minutos, ofreciendo durante el trayecto unas vistas espectaculares del Mar Muerto y las montañas de Moab (actualmente Jordania) al otro lado.

Una vez en la cima, la sensación es sobrecogedora. La meseta, de unas 20 hectáreas, alberga los restos sorprendentemente bien conservados de la fortaleza herodiana y el posterior asentamiento de los sicarios. El complejo incluye varios palacios, baños rituales (mikves), sinagogas, almacenes, talleres, cisternas para almacenar agua de lluvia (vitales para la supervivencia en este entorno desértico) y sofisticados sistemas de defensa.

Recorrí con detenimiento las ruinas, intentando imaginar la vida cotidiana en este lugar aislado hace dos milenios, las esperanzas y temores de aquellos rebeldes que prefirieron la muerte a la esclavitud. Es imposible visitar Masada sin reflexionar sobre conceptos como libertad, dignidad, resistencia y sacrificio, valores que han convertido este enclave en un lugar de peregrinación para los israelíes, muchos de los cuales juran aquí su ingreso en las fuerzas armadas con la frase "Masada no volverá a caer".

Especialmente impresionante resulta el palacio del norte, construido en tres terrazas que descienden por el acantilado, una auténtica proeza arquitectónica que desafía la gravedad y demuestra tanto el poder como las excentricidades de Herodes el Grande. Igualmente fascinantes son las enormes cisternas excavadas en la roca, con capacidad para almacenar hasta 40.000 metros cúbicos de agua, y los elaborados baños romanos, con sus sistemas de calefacción por suelo radiante (hipocausto), testigos del elevado nivel de sofisticación técnica alcanzado en la época.

Tras recorrer durante más de hora y media este impresionante conjunto arqueológico, decidí hacer el descenso a pie en lugar de utilizar nuevamente el teleférico. La ruta elegida, conocida como "Sendero Romano", sigue parcialmente la antigua rampa construida por los sitiadores romanos para acceder a la fortaleza. No me arrepiento de la decisión, aunque reconozco que el camino resulta bastante pedregoso y termina haciéndose largo bajo el sol del mediodía. El descenso me llevó aproximadamente 45 minutos, durante los cuales pude contemplar desde diferentes ángulos la impresionante mole rocosa de Masada y reflexionar sobre las extraordinarias historias que alberga.

La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada La fortaleza de Masada
La fortaleza de Masada

Ein Bokek: un baño inolvidable en el Mar Muerto #

Ya de regreso en la base, esperé al autobús que me llevaría a mi siguiente y último destino: Ein Bokek, una zona de playas públicas y gratuitas donde podría finalmente experimentar la flotabilidad única del Mar Muerto.

El Mar Muerto, que en realidad es un lago salado, constituye otro de los fenómenos naturales más extraordinarios del planeta. Situado en el punto más bajo de la Tierra, a 430 metros bajo el nivel del mar, este cuerpo de agua hipersalino contiene una concentración de sales minerales diez veces superior a la de los océanos, lo que impide la vida de peces o plantas (de ahí su nombre) pero confiere al agua propiedades únicas, tanto para la flotabilidad como para tratamientos terapéuticos.

La mayoría de las excursiones organizadas desde Jerusalén llevan a los turistas a playas privadas de resorts ubicados más al norte, donde se paga una entrada a cambio de instalaciones acondicionadas y servicios como duchas de agua dulce, vestuarios o el famoso barro negro rico en minerales que muchos visitantes se aplican sobre la piel. Sin embargo, en Ein Bokek es posible disfrutar de una experiencia similar de forma totalmente gratuita.

Llegué a Ein Bokek aproximadamente a las tres de la tarde. La zona es increíblemente bella, con el intenso azul turquesa del Mar Muerto contrastando con los tonos ocres y amarillentos de las montañas del desierto de Judea a un lado y las de Jordania al otro. El área está repleta de hoteles y resorts de lujo (cuando investigué, el precio mínimo por noche en enero superaba los 100€), pero entre ellos se extienden varias playas públicas perfectamente acondicionadas y de acceso gratuito.

Descubriendo el Mar Muerto en Ein Bokek Descubriendo el Mar Muerto en Ein Bokek Descubriendo el Mar Muerto en Ein Bokek Descubriendo el Mar Muerto en Ein Bokek
Descubriendo el Mar Muerto en Ein Bokek

Justo cuando me disponía a disfrutar de este entorno único, recibí una llamada telefónica que cambiaría por completo el curso de mis vacaciones: habían ingresado a mi padre en el hospital y mi madre, que es dependiente, se había quedado sin cuidador. Lo que siguió fue una auténtica locura de llamadas para organizar turnos y pedir favores, buscando quién pudiera atender temporalmente a mi madre, avisando a mi hermano para que se desplazara desde Madrid (llegaría antes que yo), coordinando la atención a mi padre en el hospital... La impotencia de encontrarme tan lejos en un momento así resultaba verdaderamente frustrante.

Una vez conseguí establecer una solución temporal para la situación y mientras buscaba opciones para regresar a Bilbao lo antes posible, decidí que no tenía sentido desperdiciar la oportunidad de experimentar el Mar Muerto. Al fin y al cabo, ya estaba allí, y el baño no retrasaría mi regreso. Coincidí casualmente con un chico argentino que viajaba solo, como yo, y nos turnamos para bañarnos y hacernos fotos mutuamente, compartiendo la experiencia y el asombro ante las propiedades únicas de estas aguas.

La sensación de flotar sin esfuerzo en el Mar Muerto es realmente indescriptible. El alto contenido en sales (principalmente cloruro de magnesio, cloruro de potasio y cloruro de sodio) aumenta enormemente la densidad del agua, haciendo que el cuerpo humano flote con una facilidad sorprendente. Es imposible hundirse; de hecho, lo difícil es mantener una posición vertical. La recomendación habitual es tumbarse boca arriba y dejarse llevar, sintiendo cómo el agua sostiene el cuerpo como si fuera una colchoneta invisible.

Hay que tener ciertas precauciones durante el baño: evitar que el agua entre en contacto con los ojos, la boca o cualquier pequeña herida, ya que el altísimo contenido en sales produce un dolor intenso. También conviene limitar la duración del baño a unos 15-20 minutos, ya que la piel puede irritarse con una exposición prolongada. Y, por supuesto, es imprescindible ducharse con agua dulce después para eliminar los restos de sal.

Ese baño en el Mar Muerto, en medio de la angustia por la situación familiar y la incertidumbre sobre mi regreso, adquirió un carácter casi surreal. Fue uno de esos momentos en que las circunstancias adversas se entrelazan con experiencias únicas, creando un recuerdo complejo, agridulce pero intensamente vívido. La conversación con aquel viajero argentino, compartiendo nuestras impresiones sobre Israel mientras flotábamos en aquellas aguas milenarias, supuso un breve paréntesis de normalidad en medio de la preocupación.

Alrededor de las seis de la tarde tomé el autobús de regreso a Jerusalén, completando así mi ambicioso recorrido y demostrando que, efectivamente, era posible visitar Ein Gedi, Masada y el Mar Muerto en un solo día utilizando transporte público, contra lo que vaticinaban todas las guías. El trayecto de vuelta, contemplando cómo el sol se ponía tras las montañas de Judea tiñendo el desierto de tonos dorados y rojizos, me dio tiempo para reflexionar sobre la situación familiar y comenzar a planificar mentalmente mi regreso anticipado.

Disfrutando del Mar Muerto en Ein Bokek Disfrutando del Mar Muerto en Ein Bokek Disfrutando del Mar Muerto en Ein Bokek Disfrutando del Mar Muerto en Ein Bokek
Disfrutando del Mar Muerto en Ein Bokek

Regreso a Jerusalén y preparativos para la vuelta a España #

De vuelta en Jerusalén, ya de noche, me dirigí directamente al hostel. Lo primero que hice fue buscar opciones de vuelo para regresar a España lo antes posible. Tras explorar varias alternativas, reservé un billete para el día siguiente (viernes 24) con destino a Madrid, desde donde podría tomar un autobús nocturno a Bilbao.

No era la forma en que había imaginado terminar este viaje. En mi plan original quedaban aún tres días por delante, llenos de visitas y experiencias: la Ciudad Vieja de Jerusalén, que apenas había vislumbrado desde fuera; Belén, a pocos kilómetros pero ya en territorio palestino; quizás una incursión más profunda a Cisjordania... Todo ello tendría que esperar a una futura visita.

Sin embargo, a pesar de la prematura interrupción, no podía evitar sentir una profunda satisfacción por lo vivido hasta entonces. En apenas cinco días había experimentado la modernidad mediterránea de Tel Aviv, la historia milenaria de Acre, la belleza escalonada de Haifa, la solemnidad espiritual de Jerusalén, el contraste entre vida y aridez en Ein Gedi, el dramatismo histórico de Masada y la experiencia única del Mar Muerto. Un viaje intenso, lleno de contrastes y descubrimientos, coronado por ese atardecer inolvidable desde el Monte de los Olivos que por sí solo habría justificado todo el viaje.

Con estos pensamientos y el inevitable pesar por lo que quedaba sin ver, me acosté temprano, necesitando descansar bien para afrontar el largo viaje de regreso que me esperaba al día siguiente. Israel me había cautivado con su extraordinaria mezcla de historia, espiritualidad, naturaleza y modernidad; no tenía duda de que volvería algún día para completar lo que este viaje dejaba pendiente.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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