El miércoles 15 de enero decidimos romper con la rutina lisboeta y aventurarnos en una excursión a Sintra. Era el momento perfecto para explorar los alrededores de la capital portuguesa y descubrir esa Sintra romántica y misteriosa que durante siglos había seducido a la realeza europea y a los viajeros en busca de experiencias fuera de lo común.
El tren hacia Sintra: cambio de aires #
El trayecto en tren desde Lisboa hasta Sintra ya funcionaba como una pequeña aventura en sí misma. Alejarse de la capital en dirección a las colinas de la sierra era una forma de cambiar completamente de registro y prepararse para un día diferente al resto del viaje.
El paisaje que se desplegaba por las ventanillas del tren anticipaba lo que nos esperaba: colinas cubiertas de vegetación, quintas históricas desperdigadas por el territorio, y esa sensación de ir adentrándose en una Portugal más rural y tradicional. Era el tipo de trayecto que ayuda a desconectar mentalmente del ambiente urbano y prepararse para experiencias de otro tipo.
La duración del viaje permitía relajarse y disfrutar de esa transición gradual entre dos mundos diferentes. Lisboa quedaba atrás con sus preocupaciones urbanas, y Sintra se acercaba con la promesa de palacios de cuento, jardines exóticos y esa atmósfera mágica que ha caracterizado a esta villa durante siglos.
Llegada a Sintra: la propuesta del hop-on hop-off #
Al llegar a la estación de tren de Sintra, nos ofrecieron inmediatamente los billetes de autobús tipo hop-on hop-off que recorrían los principales lugares de interés de la zona. Era una solución práctica que nos ahorraba las complicaciones de organizar el transporte entre los diferentes puntos que queríamos visitar.
Este tipo de servicios turísticos tienen sus ventajas e inconvenientes. Por un lado, resuelven eficazmente el problema logístico de moverse por un territorio extenso con atracciones dispersas. Por otro, imponen un ritmo y unos horarios que no siempre coinciden con las preferencias personales. En nuestro caso, las circunstancias del viaje hacían que la comodidad fuera prioritaria sobre la espontaneidad.
La primera parada nos llevó directamente al corazón de la experiencia sintrense: el Palacio da Pena, esa fantasía arquitectónica del siglo XIX que parece salida de un cuento de los hermanos Grimm.
El Palacio da Pena: un cuento de hadas en piedra #
El Castelo da Pena es, probablemente, una de las construcciones más sorprendentes que se pueden visitar en Portugal. Su mezcla de estilos arquitectónicos, sus colores imposibles y su ubicación espectacular en lo alto de la sierra crean un conjunto que desafía cualquier lógica constructiva tradicional.
Subir hasta el palacio ya era toda una experiencia. Las vistas que se desplegaban durante el ascenso mostraban un paisaje que combinaba la vegetación exuberante de la sierra con perspectivas lejanas del océano Atlántico. Era evidente por qué la realeza había elegido este lugar para crear su refugio romántico.
El interior del palacio mantenía esa atmósfera de capricho real que caracteriza a las residencias construidas sin limitaciones presupuestarias. Cada estancia parecía diseñada para impresionar, con una decoración que mezclaba influencias orientales, medievales y puramente fantásticas. Era el tipo de lugar que funciona mejor cuando uno se abandona a su lógica onírica sin intentar racionalizarlo demasiado.
Los jardines que rodeaban el palacio completaban la experiencia de inmersión en un mundo paralelo. Especies vegetales de todos los continentes convivían en un diseño paisajístico que buscaba más el impacto visual que la coherencia botánica. Era un jardín romántico en el sentido más literal del término, diseñado para provocar emociones más que para demostrar conocimientos científicos.




La Quinta da Regaleira: misterios bajo tierra #
La segunda parada del día nos llevó a la Quinta da Regaleira, un lugar que resultó ser completamente diferente al Palacio da Pena pero igualmente fascinante. Si el palacio real apostaba por la fantasía colorista, la Quinta da Regaleira se decantaba por el misterio y el simbolismo esotérico.
Los jardines de la Quinta funcionaban como un laberinto de símbolos y referencias herméticas que invitaban a la exploración pausada. Cada rincón parecía esconder algún significado oculto, alguna referencia a tradiciones esotéricas que convertían el paseo en una especie de búsqueda del tesoro intelectual.
Pero lo más impresionante de la Quinta da Regaleira eran sus construcciones subterráneas. Los pozos iniciáticos, conectados por túneles que serpenteaban bajo tierra, creaban una experiencia única de descenso al inframundo seguido de un renacimiento simbólico al emerger de nuevo a la superficie.
Caminar por estos túneles subterráneos, iluminados tenuemente y resonantes de ecos misteriosos, era una experiencia que combinaba la aventura física con la estimulación imaginativa. Era el tipo de lugar que funcionaba especialmente bien en un día de invierno, cuando la humedad y la penumbra añadían dramatismo natural al conjunto.



El Cabo da Roca: en el fin del mundo #
La tercera parada del hop-on hop-off nos llevó hasta el Cabo da Roca, el punto más occidental del continente europeo. Después de las fantasías arquitectónicas de los palacios, el cabo ofrecía la experiencia opuesta: la naturaleza en estado puro, sin mediaciones culturales.
Estar en el Cabo da Roca tenía algo de experiencia existencial. Frente al océano infinito, con el viento atlántico golpeando la cara y la sensación de encontrarse literalmente en el fin del mundo conocido, era inevitable reflexionar sobre la pequeñez humana frente a la inmensidad natural.
El paisaje del cabo, con sus acantilados abruptos y su vegetación adaptada al viento constante, contrastaba radicalmente con los jardines artificiales que habíamos visitado durante la mañana. Era la Portugal más elemental y salvaje, la que había visto partir las carabelas hacia lo desconocido.
La placa conmemorativa que marca el punto más occidental de Europa funcionaba como una especie de certificado de haber llegado hasta el límite. Era uno de esos lugares que se visitan tanto por la experiencia física como por el valor simbólico de haber estado allí.


Sintra vila: el regreso a la civilización #
El regreso a Sintra vila para la última parte del día nos devolvía gradualmente a la escala humana después de las experiencias más grandiosas de la jornada. El Palacio Nacional de Sintra, que solo vimos por fuera, funcionaba como un contrapunto más sobrio a las fantasías del Palacio da Pena.
El casco antiguo de Sintra mantenía esa atmósfera de villa histórica que había atraído durante siglos a visitantes ilustres. Sus calles estrechas, sus casas tradicionales y sus pastelerías famosas creaban un ambiente acogedor que contrastaba con la grandiosidad de los palacios visitados durante el día.
Era evidente que Sintra había encontrado el equilibrio perfecto entre la preservación de su patrimonio histórico y la explotación turística. Los comercios tradicionales convivían naturalmente con las tiendas de souvenirs, y todo el conjunto mantenía una dignidad que no siempre se encuentra en los destinos turísticos masificados.


Reflexiones del regreso a Lisboa #
El trayecto de vuelta a Lisboa en el tren de la tarde permitía procesar las experiencias acumuladas durante la jornada. Sintra había cumplido perfectamente su función de ofrecer una experiencia completamente diferente al resto del viaje, un paréntesis mágico que funcionaba como escapada temporal de la realidad cotidiana.
La variedad de experiencias concentradas en un solo día había sido notable: la fantasía arquitectónica del Palacio da Pena, el misterio esotérico de la Quinta da Regaleira, la inmensidad natural del Cabo da Roca, y la intimidad histórica del casco antiguo de Sintra. Era difícil pedir más diversidad en una sola excursión.
En el contexto personal del viaje, Sintra había funcionado como una de esas experiencias que consiguen absorber completamente la atención y crear una burbuja temporal donde los problemas cotidianos quedan en suspenso. No era una solución definitiva a nada, pero sí una tregua beneficiosa que recordaba que el mundo está lleno de lugares capaces de sorprender y emocionar.
Al llegar de nuevo a Lisboa al anochecer, era evidente que Sintra había añadido una dimensión valiosa al viaje. Portugal había demostrado que más allá de Lisboa tenía tesoros suficientes como para justificar excursiones que ampliaran la perspectiva del país. Sintra quedaría en la memoria como uno de esos lugares que justifican por sí solos el esfuerzo de visitarlos, independientemente de las circunstancias que rodeen el viaje.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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