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Día 5. Belém y el legado de los descubrimientos

16 enero 2014

Día 5. Belém y el legado de los descubrimientos

El jueves 16 de enero, penúltimo día del viaje, decidimos dedicarlo íntegramente a Belém, ese barrio lisboeta que concentra algunos de los monumentos más emblemáticos de Portugal y que funciona como un libro de historia al aire libre sobre la época dorada de los descubrimientos portugueses.

Rumbo a Belém: siguiendo la ruta de las carabelas #

El trayecto hasta Belém en el famoso tranvía 15 ya constituía en sí mismo una experiencia. Seguir el curso del río Tajo en dirección oeste era como recorrer en sentido inverso la ruta que durante siglos habían seguido las expediciones portuguesas al regresar de sus viajes oceánicos.

El paisaje urbano que se desplegaba durante el trayecto mostraba una Lisboa más residencial y menos monumental que el centro histórico, pero igualmente auténtica. Barrios que mantenían su carácter popular, industrias tradicionales que resistían el paso del tiempo, y esa relación privilegiada con el río que caracteriza a toda esta zona de la ciudad.

Al acercarse a Belém, la presencia del pasado marítimo de Portugal se hacía cada vez más evidente. No era solo una cuestión de monumentos, sino de atmósfera: algo en la amplitud del paisaje, en la proximidad del océano, recordaba constantemente que este había sido el punto de partida de aventuras que cambiaron el curso de la historia mundial.

El Monasterio de los Jerónimos: grandeza en piedra #

La primera parada del día fue el Monasterio de los Jerónimos, esa obra maestra del estilo manuelino que funciona como símbolo arquitectónico del Portugal de los descubrimientos. La magnitud del conjunto y la riqueza de su decoración hablaban elocuentemente de una época en que el oro de las colonias permitía materializar sueños arquitectónicos sin limitaciones presupuestarias.

El exterior del monasterio, con su fachada sur que se extiende a lo largo de más de 300 metros, impresionaba por sus proporciones colosales y por la densidad de su decoración escultórica. Cada elemento arquitectónico parecía diseñado para transmitir un mensaje de poder y riqueza que fuera visible desde la distancia.

Pero era en el interior donde el monasterio revelaba toda su magnificencia. El claustro, considerado una de las joyas del arte manuelino, creaba un espacio de recogimiento y contemplación donde la luz se filtraba suavemente entre las columnas creando efectos cambiantes a lo largo del día.

La iglesia del monasterio, con sus bóvedas de crucería estrellada y sus pilares que se elevaban como palmeras de piedra, funcionaba como un espacio de dimensiones casi catedralicias donde la arquitectura se ponía al servicio de la transcendencia. Era fácil imaginar cómo debían sentirse los navegantes que acudían aquí a encomendarse antes de partir hacia lo desconocido.

El Monasterio de los Jerónimos El Monasterio de los Jerónimos El Monasterio de los Jerónimos El Monasterio de los Jerónimos
El Monasterio de los Jerónimos

El Monumento a los Descubrimientos: mirando hacia el océano #

La segunda parada del día nos llevó al Monumento a los Descubrimientos, esa construcción del siglo XX que recrea la forma de una carabela estilizada poblada por las figuras de los principales protagonistas de la época de las exploraciones portuguesas.

El monumento, construido en 1960 para conmemorar el quinto centenario de la muerte del Infante Don Enrique el Navegante, funcionaba como una síntesis escultórica de toda una época histórica. Desde la proa del monumento, la figura del Infante miraba hacia el océano como anticipando las aventuras que sus sucesores protagonizarían.

Subir al mirador del monumento proporcionaba una perspectiva privilegiada sobre el río Tajo y permitía comprender geográficamente por qué Lisboa había sido el puerto natural para las expediciones oceánicas. La amplitud del estuario, la protección natural que ofrecía, y su posición estratégica en el extremo occidental de Europa explicaban mejor que cualquier libro la importancia marítima de Portugal.

Desde las alturas del monumento, la rosa de los vientos de mármol que se extiende en el suelo frente al edificio adquiría todo su sentido. Las rutas de las principales expediciones portuguesas se desplegaban como radios de una rueda cuyo centro era Lisboa, recordando que desde este punto habían partido expediciones hacia África, Asia, América y Oceanía.

El Monumento a los Descubrimientos
El Monumento a los Descubrimientos

La Torre de Belém: centinela del Tajo #

La tercera parada del día nos llevó a la Torre de Belém, probablemente el monumento más icónico de Portugal y uno de los ejemplos más perfectos de arquitectura militar manuelina. Situada estratégicamente en la orilla del Tajo, la torre había funcionado durante siglos como puerta de entrada a Lisboa y como último punto de referencia para los navegantes que partían hacia el océano.

La torre, construida en el siglo XVI, combinaba funciones defensivas con una decoración arquitectónica que la convertía en algo más que una simple fortificación. Sus elementos ornamentales, desde las esferas armilares hasta las cruces de la Orden de Cristo, la transformaban en un símbolo arquitectónico de la expansión portuguesa.

Recorrer el interior de la torre era como realizar un viaje por la historia militar y marítima de Portugal. Cada planta contaba una historia diferente: las salas de guardia, los almacenes de pólvora, las mazmorras, y finalmente la terraza superior desde donde se dominaba toda la entrada del estuario del Tajo.

Desde la terraza de la Torre de Belém, la perspectiva sobre el río adquiría una dimensión casi cinematográfica. Era fácil imaginar las carabelas que durante siglos habían pasado junto a la torre, unas partiendo cargadas de esperanzas hacia lo desconocido, otras regresando cargadas de especias, oro y noticias de mundos lejanos.

La Torre de Belém La Torre de Belém
La Torre de Belém

Tarde en el Parque de las Naciones: el puente Vasco da Gama al atardecer #

Para la tarde decidimos regresar al Parque de las Naciones con un objetivo específico: fotografiar el puente Vasco da Gama durante la hora dorada del atardecer. Era una forma de cerrar el día combinando el legado histórico de Belém con la modernidad arquitectónica de la Lisboa contemporánea.

El contraste entre la mañana dedicada a los monumentos de los descubrimientos y la tarde contemplando una de las obras de ingeniería más modernas de Europa era deliberadamente simbólico. Portugal había demostrado durante el viaje su capacidad para mantener vivo el legado histórico mientras apostaba decididamente por la modernidad.

El puente Vasco da Gama, con sus más de 17 kilómetros de longitud, representaba en el siglo XX lo que las carabelas habían representado en el siglo XV: la capacidad portuguesa para superar desafíos técnicos y conectar territorios separados por el agua. Era una continuidad histórica expresada a través de la ingeniería.

La luz del atardecer sobre el puente creaba efectos visuales espectaculares, transformando la estructura de hormigón y acero en algo casi etéreo. Era uno de esos momentos en que la funcionalidad pura se transformaba en belleza, recordando que la arquitectura y la ingeniería pueden ser también formas de arte.

El puente Vasco da Gama al atardecer
El puente Vasco da Gama al atardecer

Reflexiones de un día entre pasado y presente #

Al regresar al hotel al final del día, era inevitable reflexionar sobre los contrastes y las continuidades que había revelado esta jornada. Belém había funcionado como una lección de historia concentrada, pero también como una reflexión sobre la capacidad de los pueblos para reinventarse manteniendo su identidad.

Los monumentos visitados durante la mañana no eran solo testimonio de grandezas pasadas, sino recordatorio de que Portugal había sido capaz de protagonizar empresas que cambiaron el mundo. Y el puente Vasco da Gama, contemplado al atardecer, demostraba que esa capacidad de innovación y superación de desafíos seguía viva en el Portugal contemporáneo.

En el contexto personal del viaje, esta jornada había proporcionado perspectivas valiosas sobre la relación entre pasado y presente, sobre la forma en que las sociedades y las personas pueden mantener su esencia mientras evolucionan hacia nuevas realidades. Era una lección que, en aquel momento de mi vida, tenía resonancias que iban más allá del puro turismo cultural.

Belém quedaría en la memoria como uno de esos lugares donde la historia se hace tangible y donde es posible establecer conexiones emocionales directas con el pasado. Era el tipo de experiencia que enriquece permanentemente la forma de entender el mundo y el lugar que cada uno ocupa en la cadena histórica que conecta pasado, presente y futuro.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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