De todos los musicales que formaban parte de nuestro itinerario por Broadway, Sweet Charity era probablemente el que menos expectativas me generaba. No conocía la obra, apenas recordaba vagamente la película con Shirley MacLaine, y la única referencia que tenía de Christina Applegate era su papel en alguna serie de televisión. Prejuicios, supongo, pero llegué al Al Hirschfeld Theatre esperando poco más que entretenimiento ligero.
Derribando estereotipos desde el primer número #
Nunca una primera impresión había sido tan equivocada. Desde que Christina Applegate apareció en escena, quedó claro que estaba ante una auténtica revelación. La rubia de las comedias televisivas se transformaba ante nuestros ojos en una intérprete de musical con una presencia escénica arrolladora y una capacidad actoral que me pilló completamente desprevenido.
Su Charity Hope Valentine era vulnerable sin ser patética, optimista sin resultar ingenua, y poseía esa cualidad magnética que hace que no puedas apartar la vista del escenario cuando ella está presente. Era el tipo de actuación que te hace replantearte todas tus ideas preconcebidas sobre lo que significa ser una "estrella de televisión que prueba suerte en Broadway".
Coreografías que quitan el aliento #
Pero si Applegate era la sorpresa principal, las coreografías constituían el marco perfecto para lucir su talento. Los números de baile tenían esa energía frenética y esa precisión milimétrica que caracteriza a los mejores musicales de Broadway. "Big Spender", el número más conocido de la obra, se convertía en una exhibición de sensualidad y técnica que dejaba al público literalmente sin aliento.
Las secuencias de baile en el Fandango Ballroom, donde trabaja Charity, conseguían trasladar al espectador a ese mundo de luces de neón y sueños truncados con una eficacia visual impresionante. Los movimientos angulares, la precisión de los pasos, la sincronización del conjunto: todo funcionaba como un mecanismo de relojería diseñado para el espectáculo puro.
Una historia con corazón #
Más allá del deslumbramiento visual, Sweet Charity contaba una historia con la que era fácil conectar emocionalmente. La protagonista, una bailarina de taxi dance que busca desesperadamente el amor verdadero, representaba esa esperanza inquebrantable ante la adversidad que todos llevamos dentro en algún momento de nuestras vidas.
La música de Cy Coleman y las letras de Dorothy Fields creaban una banda sonora perfecta para esta historia de optimismo resiliente. Números como "If My Friends Could See Me Now" transmitían esa euforia momentánea de quien ha encontrado, aunque sea brevemente, la felicidad que tanto buscaba.
El poder transformador del teatro musical #
Lo que más me impactó de Sweet Charity fue descubrir el poder transformador que puede tener una gran interpretación en el contexto adecuado. Christina Applegate no era la misma persona que recordaba de la televisión; era una artista completa que dominaba el canto, el baile y la actuación con una naturalidad que parecía haber estado ahí toda la vida.
Su capacidad para transmitir las emociones complejas del personaje, desde la alegría desenfrenada hasta la desesperación más profunda, convertía cada canción en un pequeño monólogo dramático. Era teatro musical en su estado más puro: música, drama y espectáculo fusionados en una experiencia única.
Una lección sobre las segundas oportunidades #
El mensaje de la obra, centrado en la importancia de no perder la esperanza independientemente de las circunstancias, resonaba de manera especial en el contexto de la propia protagonista. Ver a una actriz supuestamente "de televisión" triunfar de manera tan rotunda en Broadway era, en sí mismo, una demostración práctica de que las segundas oportunidades existen y pueden ser extraordinarias.
Sweet Charity me enseñó a no subestimar nunca a los artistas basándome en prejuicios o en trabajos anteriores. El talento verdadero tiene la capacidad de sorprender y de reinventarse constantemente, y esa noche en el Al Hirschfeld Theatre fue una demostración magistral de esa premisa.
Una noche inolvidable #
Salir del teatro después de Sweet Charity fue como despertar de un trance. Durante dos horas y media había estado completamente absorto en un mundo de música, baile y emociones que me había atrapado desde el primer momento. Era esa sensación que solo el teatro en vivo puede proporcionar: la certeza de haber vivido algo irrepetible.
De todos los musicales que vimos durante nuestro viaje a Nueva York, Sweet Charity fue probablemente el que más me sorprendió. No por ser el más espectacular o el más conocido, sino por demostrarme que las mejores experiencias teatrales a menudo llegan cuando menos las esperas.
Christina Applegate se ganó mi admiración absoluta esa noche, y Sweet Charity se convirtió en una de esas experiencias que redefinen tu percepción sobre lo que el teatro musical puede conseguir cuando todos los elementos se alinean de manera perfecta.
Nota: La imagen de portada es ilustrativa y no corresponde a la producción específica del musical que se reseña en este artículo, ya que no dispongo de fotografías de dicha representación.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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