Mi noveno y último día en Nueva York llegó con esa inevitable mezcla de nostalgia y emoción que acompaña al final de todo buen viaje. Tras una semana y media descubriendo los secretos de la ciudad que nunca duerme, tocaba preparar la mochila y despedirme de mi hogar temporal en el norte del Bronx, donde mi anfitriona Shera me había hecho sentir como en casa durante mi estancia.
La logística del último día: viajando ligero #
Lo primero era resolver un problema práctico: ¿qué hacer con el equipaje durante mi último día de exploración? Gracias a la web vertoe.com, encontré la solución perfecta. Por solo 5 dólares, pude dejar mi mochila en una tienda cercana a Penn Station, lo que me permitiría recorrer la ciudad con total libertad en mi jornada de despedida.
Esta opción resultó ser un acierto total, ya que Nueva York es una ciudad para caminar y explorar sin cargas innecesarias. Además, la ubicación estratégica cerca de Penn Station me facilitaría después el traslado al aeropuerto de Newark para tomar mi vuelo nocturno.
Intrepid Sea-Air-Space Museum: un viaje por la historia naval y aeroespacial #
Mi primera parada del día fue el impresionante Intrepid Sea-Air-Space Museum, ubicado en el muelle 86 sobre el río Hudson. Este fascinante museo está alojado en el portaaviones USS Intrepid, un auténtico veterano que participó en la Segunda Guerra Mundial y posteriormente en la Guerra de Vietnam, sobreviviendo incluso a varios ataques kamikaze.
Tengo que confesar que esta visita superó con creces mis expectativas. Lo que podría parecer simplemente un museo militar resultó ser una experiencia inmersiva, didáctica y sorprendentemente divertida incluso para quienes no somos especialmente aficionados a temas bélicos.
El museo ofrece una experiencia única que combina historia, tecnología y aventura. Al recorrer la cubierta del portaaviones, uno puede admirar una impresionante colección de más de dos docenas de aviones militares históricos, desde el veloz A-12 Blackbird (capaz de volar a más de 3.500 km/h) hasta helicópteros de rescate y cazas legendarios como el F-14 Tomcat, popularizado por la película "Top Gun".




La visita permite acceder a diferentes niveles del portaaviones, incluyendo el puente de mando desde donde se dirigían las operaciones, la sala de navegación y los camarotes de la tripulación. Las exhibiciones interactivas y los testimonios en audio de antiguos tripulantes añaden una dimensión humana a la visita, haciéndote comprender cómo era la vida cotidiana de los más de 3.000 marineros que llegaron a habitar esta auténtica ciudad flotante.
Uno de los puntos destacados del museo es sin duda el pabellón espacial, donde se exhibe el transbordador espacial Enterprise, el primer prototipo de la NASA. Ver de cerca esta maravilla de la ingeniería, con sus 37 metros de longitud, te hace apreciar la magnitud de los logros humanos en la exploración espacial. La exposición incluye también módulos espaciales y detalladas explicaciones sobre los programas espaciales estadounidenses.
También resulta fascinante la posibilidad de visitar el submarino USS Growler, el único submarino de misiles guiados abierto al público en Estados Unidos. Adentrarse en sus estrechos pasillos te permite experimentar en primera persona las condiciones claustrofóbicas en las que vivía y trabajaba la tripulación durante las tensas misiones de la Guerra Fría. Es realmente impactante ver lo reducido de los espacios y lo básicas que eran las condiciones de vida a bordo.
El museo cuenta además con simuladores de vuelo y de experiencias 4D (con coste adicional) que añaden un componente de diversión y adrenalina a la visita, haciendo que sea una experiencia perfecta también para quienes viajan con adolescentes o para quienes buscan algo más que la típica visita contemplativa.
En definitiva, el Intrepid Sea-Air-Space Museum resultó ser toda una sorpresa positiva: una experiencia diferente, entretenida y educativa que me permitió conectar con la historia de una manera vivencial. Sin duda, uno de esos lugares que dejan huella más allá de la típica foto turística.






Un paseo por Hell's Kitchen: descubriendo el barrio de los sabores #
A la salida del Intrepid, decidí aprovechar la cercanía para explorar Hell's Kitchen, uno de los barrios con más carácter de Manhattan. Esta zona, ubicada en el Midtown West entre la calle 34 y la 59, ha pasado de ser un antiguo barrio de clase obrera con mala reputación a convertirse en uno de los distritos gastronómicos más interesantes de Nueva York.
Caminando por la 9ª Avenida, el eje principal del barrio, descubrí una impresionante variedad de restaurantes internacionales que representan prácticamente todas las cocinas del mundo. Desde taquerías mexicanas y bistrós franceses hasta auténticos restaurantes tailandeses y pequeños establecimientos de comida etíope, Hell's Kitchen es un verdadero paraíso para los amantes de la gastronomía.
Además de su oferta culinaria, el barrio conserva cierto aire auténtico y menos turístico que otras zonas de Manhattan. Sus edificios de ladrillo rojo con escaleras de incendio en las fachadas ofrecen esa estética típicamente neoyorquina que tantas veces hemos visto en películas y series. Entre sus calles también se esconden pequeños teatros off-Broadway, tiendas vintage y algunos de los bares más antiguos de la ciudad.
Lo que más me gustó de Hell's Kitchen fue percibir esa sensación de comunidad que a veces se pierde en las zonas más comerciales de Manhattan. Residentes de toda la vida conversando en las puertas de los edificios, pequeños negocios familiares y una atmósfera que, a pesar de la gentrificación, sigue manteniendo su esencia original.




Un crucero gratuito con vistas privilegiadas: el ferry a Staten Island #
Después de explorar Hell's Kitchen, me dirigí hacia el extremo sur de Manhattan, hasta la terminal de ferry Whitehall Terminal. Aquí se encuentra uno de los secretos mejor guardados para los turistas con presupuesto ajustado: el ferry gratuito a Staten Island.
Este trayecto de aproximadamente 30 minutos ofrece algunas de las mejores vistas de la Estatua de la Libertad y del skyline de Manhattan sin coste alguno. Mientras el barco se alejaba del muelle, la silueta de los rascacielos se iba empequeñeciendo, ofreciendo una perspectiva completamente diferente de la ciudad.
El ferry, utilizado principalmente por residentes que se desplazan a diario entre Manhattan y Staten Island, es también una excelente oportunidad para observar la vida cotidiana de los neoyorquinos, lejos del bullicio turístico de Times Square o Central Park.




Staten Island: un encuentro inesperado #
Mi plan inicial incluía explorar brevemente los alrededores de la terminal de ferry en Staten Island, movido por la curiosidad de conocer un barrio menos turístico de Nueva York. Sin embargo, la experiencia tomó un giro inesperado cuando detecté comportamientos sospechosos entre un grupo de hombres que parecían hacerse señas entre ellos.
No puedo afirmar con certeza que estuviera en peligro real, pero mi instinto de viajero experimentado me alertó de una posible situación de riesgo. Quizás fue solo una paranoia momentánea, pero prefería pecar de precavido. Opté por mezclarme entre la multitud que ya esperaba para abordar el ferry de regreso a Manhattan, abandonando mis planes de exploración en Staten Island.
Este pequeño incidente me recordó algo fundamental: incluso en destinos aparentemente seguros, nunca está de más mantener la guardia alta y confiar en nuestra intuición cuando algo no parece estar bien.
Últimos pasos por Manhattan: Battery Park #
De vuelta en Manhattan, dediqué mis últimas horas en la ciudad a recorrer Battery Park, ese pulmón verde en la punta sur de la isla desde donde se contemplan la bahía y los ferries que van y vienen constantemente.
El parque, con sus jardines bien cuidados y sus diversos monumentos conmemorativos, ofrece un agradable respiro del ritmo frenético de la ciudad. Desde aquí pude contemplar el ir y venir de los turistas que hacían cola para los ferries hacia la Estatua de la Libertad, mientras disfrutaba de las vistas de la bahía y el horizonte urbano que define a Manhattan.
Aproveché también para disfrutar de una última comida y adquirir algunos sándwiches para el vuelo de regreso. Son esos pequeños detalles prácticos que marcan la diferencia entre un viaje cómodo y uno incómodo, especialmente en vuelos transatlánticos.




El regreso: de Nueva York a Barcelona #
Alrededor de las 18:15 horas, recuperé mi mochila y tomé el tren con dirección al aeropuerto de Newark. El sistema de transporte público de Nueva York, a pesar de su antigüedad y ocasional falta de glamour, demuestra su eficiencia cuando se trata de conectar la ciudad con sus aeropuertos.
A las 22:15, mi avión despegaba rumbo a Barcelona, donde haría una breve escala de un par de días en casa de unos amigos antes de regresar finalmente a Bilbao. Mientras el avión se elevaba sobre las luces de la ciudad, no pude evitar hacer un balance mental de estos nueve intensos días.
Nueva York, con su caótica belleza, su diversidad y su energía inagotable, había cumplido con creces las expectativas. Como todo gran viaje, me dejaba con la paradójica sensación de haber visto muchísimo y, al mismo tiempo, de necesitar otra visita para descubrir todo lo que había quedado pendiente.
Y es que así son las grandes ciudades del mundo: imposibles de abarcar en su totalidad, siempre dispuestas a revelar nuevos secretos en cada visita. Hasta pronto, Nueva York.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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