El tercer y último día de nuestro recorrido por el suroeste francés nos llevó de regreso a Bilbao, pero no sin antes disfrutar de dos paradas que ofrecían un fascinante contraste: Burdeos, la elegante capital regional, y San Juan de Luz, encantador pueblo costero del País Vasco francés. Un itinerario que nos permitiría despedirnos de Francia atravesando paisajes cambiantes y experimentando diferentes facetas de su rica cultura.
De Périgueux a Burdeos: un viaje entre viñedos #
Dejamos Périgueux temprano, bajo un cielo parcialmente nublado que anunciaba la posibilidad de lluvia. El trayecto hasta Burdeos, de aproximadamente 120 kilómetros, transcurre principalmente por la autopista A89, atravesando una sucesión de paisajes donde el viñedo va ganando cada vez más protagonismo a medida que nos acercamos a la capital girondina.
Es un recorrido que invita a la contemplación: extensas plantaciones de vides perfectamente alineadas sobre suaves colinas, ocasionalmente interrumpidas por elegantes châteaux vinícolas cuyas torres y mansardas evocan siglos de tradición enológica. Incluso para alguien no especialmente interesado en el mundo del vino, resulta imposible no apreciar la meticulosa belleza de estos paisajes modelados por la mano del hombre a lo largo de generaciones.
A mitad de camino realizamos una breve parada en Saint-Émilion, pequeño pueblo medieval declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que da nombre a una de las denominaciones vinícolas más prestigiosas del mundo. Aunque no disponíamos de tiempo para una visita completa (algo que requeriría al menos medio día), un rápido paseo por sus calles empedradas y una visita a la extraordinaria iglesia monolítica, excavada en la roca caliza entre los siglos XII y XV, nos proporcionaron un aperitivo de lo que este lugar puede ofrecer. Sin duda, Saint-Émilion merece una visita específica en otra ocasión.
Burdeos: elegancia clásica y renacimiento urbano #
Llegamos a Burdeos a media mañana. Esta ciudad, que ya conocíamos de visitas anteriores, siempre sorprende por su elegancia aristocrática combinada con un dinamismo renovado gracias a la profunda transformación urbana experimentada en las últimas décadas.


La Place de la Bourse y el Miroir d'Eau #
Nuestro primer destino fue la emblemática Place de la Bourse, quizás la imagen más reconocible de Burdeos. Esta plaza del siglo XVIII, diseñada por el arquitecto Jacques Ange Gabriel, representa la quintaesencia del urbanismo clásico francés, con sus edificios simétricos de fachadas elegantes que se abren hacia el río Garona.
Lo que hace única a esta plaza en la actualidad es el Miroir d'Eau (Espejo de Agua), una innovadora instalación urbana creada en 2006 que consiste en una gran superficie granítica cubierta por una finísima lámina de agua que refleja perfectamente la fachada de la Bolsa. Cada pocos minutos, el agua se drena y vuelve a surgir como una niebla que envuelve a los visitantes, creando un espectáculo cambiante que ha convertido este espacio en uno de los más fotografiados de Europa.
A pesar de haberlo visitado en ocasiones anteriores, el efecto sigue siendo mágico. Ver la majestuosa arquitectura del siglo XVIII duplicada en este espejo acuático, con el cielo reflejado entre los edificios, crea una imagen onírica que capturaría la atención incluso del visitante más hastiado.
Un paseo por el Burdeos monumental #
Desde la Place de la Bourse emprendimos un paseo por el centro histórico, recorriendo algunos de los monumentos más significativos de la ciudad. La Catedral de San Andrés, con sus imponentes torres góticas que dominan el perfil urbano, fue nuestra primera parada. Este templo, construido entre los siglos XII y XVI, impresiona tanto por sus dimensiones como por la luminosidad de su interior, donde destacan las magníficas vidrieras y el coro gótico.
Cerca de la catedral encontramos la Tour Pey-Berland, un campanario exento del siglo XV que ofrece, para quienes estén dispuestos a subir sus 231 escalones, una de las mejores vistas panorámicas de la ciudad. En esta ocasión decidimos no realizar el ascenso, pero es una experiencia que recomiendo a quien visite Burdeos por primera vez.
Continuamos hasta el Grand Théâtre, obra maestra neoclásica del arquitecto Victor Louis inaugurada en 1780. Su imponente fachada columnada y la majestuosa escalera interior hacen de este teatro de ópera uno de los más bellos de Europa. Si se tiene la oportunidad, asistir a una representación aquí es una experiencia inolvidable, aunque para los simples visitantes también es posible realizar visitas guiadas en determinados horarios.
La transformación del Burdeos contemporáneo #
Lo que más me sorprende cada vez que regreso a Burdeos es cómo la ciudad ha sabido reinventarse en las últimas décadas. De ser conocida como "la bella durmiente" por su patrimonio histórico magnífico pero sombrío y descuidado, ha pasado a convertirse en un modelo de regeneración urbana.
La recuperación de los muelles del Garona, antiguamente degradados y hoy transformados en agradables paseos ribereños; la instalación del moderno sistema de tranvía que ha reducido drásticamente el tráfico en el centro; la limpieza de las fachadas ennegrecidas por siglos de contaminación, que ahora lucen en todo su esplendor dorado... Todo ello ha devuelto la vida a un centro histórico que actualmente es el conjunto dieciochesco más extenso de Europa, reconocido como Patrimonio Mundial por la UNESCO.
Esta transformación no se ha limitado al aspecto físico de la ciudad. Burdeos vibra hoy con una energía renovada: nuevos restaurantes, galerías de arte, tiendas de diseño y una escena cultural efervescente han convertido la antigua capital provinciana en una de las ciudades más dinámicas y atractivas de Francia.
Una breve pausa gastronómica #
Aunque nuestro tiempo en Burdeos era limitado, no quisimos marcharnos sin disfrutar de algo de su excelente gastronomía. Para un almuerzo ligero elegimos Le Bouchon Bordelais, un pequeño bistró cercano a la rue Sainte-Catherine (la calle comercial peatonal más larga de Europa) que ofrece platos tradicionales de la región a precios razonables.
Degustamos los clásicos entrecôtes à la bordelaise, tiernos filetes de buey acompañados de la tradicional salsa de vino tinto y tuétano, servidos con los imprescindibles frites. Todo ello regado, por supuesto, con un excelente vino de la denominación Pessac-Léognan, uno de los grandes terroirs bordeleses. Como culminación, compartimos un canelé, ese pequeño pastel caramelizado típico de Burdeos cuya receta original, elaborada por las monjas del convento de la Anunciación en el siglo XVIII, sigue siendo objeto de debate entre los puristas.
Hacia San Juan de Luz: del Burdeos aristocrático al encanto vasco #
Tras un par de horas en Burdeos, emprendimos la última etapa de nuestro viaje por Francia con destino a San Juan de Luz. El trayecto de unos 200 kilómetros por la autopista A63 supone un interesante cambio de paisaje: gradualmente, las extensas llanuras vitícolas del Médoc dan paso al bosque infinito de Las Landas, el mayor bosque plantado de Europa occidental, un mar de pinos que se extiende hasta donde alcanza la vista.
A medida que nos acercábamos a la frontera española, el paisaje volvía a cambiar. Aparecían las primeras estribaciones de los Pirineos y con ellas, las características casas blancas con entramado rojo o verde, señal inconfundible de que estábamos entrando en territorio vasco. El microclima también se hace notar: el aire se vuelve más húmedo, la vegetación más exuberante, los verdes más intensos. Estábamos llegando al País Vasco francés o Iparralde.
San Juan de Luz: un idílico puerto vasco-francés #
San Juan de Luz (Saint-Jean-de-Luz en francés, Donibane Lohizune en euskera) nos recibió con su característico encanto de pueblo pesquero reconvertido en elegante destino vacacional, sin perder por ello su fuerte identidad vasca.
La bahía: un abrazo al mar #
Lo primero que sorprende al visitante es su perfecta bahía en forma de media luna, protegida de los embates del Cantábrico por tres diques. La playa de arena fina se extiende suavemente hacia un mar que, cuando está en calma como aquel día, adquiere tonalidades que van del turquesa al azul profundo.
El elegante paseo marítimo, bordeado de villas y pequeños hoteles de principios del siglo XX, invita a un tranquilo recorrido disfrutando de las vistas sobre la bahía y los montes que la rodean. Al fondo, en días claros, se aprecia el perfil de las primeras montañas españolas, recordándonos la cercanía de la frontera.
El centro histórico: un patrimonio bien conservado #
Nos adentramos en el centro histórico, un conjunto urbano excepcionalmente bien conservado que se articula en torno a la Place Louis XIV. Aquí se concentra gran parte de la vida social de la ciudad, con sus cafés, restaurantes y el mercado cubierto donde se pueden adquirir productos locales de gran calidad.
A pocos pasos encontramos la iglesia de San Juan Bautista, un imponente templo de los siglos XV y XVII que combina elementos góticos y barrocos. Su interior, con sus tres niveles de galerías de madera típicamente vascas, resulta sorprendentemente luminoso y acogedor. Esta iglesia tiene un importante valor histórico: aquí se casó en 1660 el rey Luis XIV de Francia con la infanta española María Teresa, un matrimonio que selló temporalmente la paz entre las dos potencias.
Paseando por sus calles adoquinadas descubrimos la arquitectura tradicional vasca: casas de piedra blanca con entramados de madera pintados en rojo o verde, balcones de hierro forjado y tejados de fuerte pendiente para soportar las abundantes lluvias de la región. Algunas residencias aristocráticas destacan por su mayor tamaño y elegancia, como la Casa Infanta, donde se alojó la futura reina de Francia antes de su boda.
La dimensión gastronómica #
Aunque no disponíamos de tiempo para una comida completa, no quisimos marcharnos sin degustar algunas especialidades locales. La gastronomía de San Juan de Luz refleja su doble identidad: vasca por geografía y cultura, francesa por administración. Esto se traduce en una cocina de mar basada en productos fresquísimos tratados con el respeto y el refinamiento propios de la tradición culinaria francesa.
En una de las pastelerías del centro histórico adquirimos algunos macarons, pero no los archiconocidos de colores que se han popularizado en los últimos años, sino los tradicionales de San Juan de Luz: galletas crujientes rellenas de una cremosa pasta de almendras cuya receta se remonta al siglo XVII. También probamos el gâteau basque, tarta tradicional rellena bien de crema pastelera aromatizada con vainilla, bien de confitura de cerezas negras.
Estos pequeños placeres gastronómicos, disfrutados en un banco frente al puerto deportivo mientras contemplábamos los barcos meciéndose suavemente, constituyeron un dulce final para nuestro recorrido por Francia.
El regreso a Bilbao: cruzando la frontera #
A media tarde iniciamos el último tramo de nuestro viaje, cruzando la frontera franco-española en Biriatou para recorrer los aproximadamente 120 kilómetros que separan San Juan de Luz de Bilbao. La continuidad geográfica y cultural es evidente: seguimos en territorio vasco, ahora en su vertiente española o Hegoalde. Los mismos paisajes verdes y montañosos, la misma arquitectura tradicional, el mismo idioma ancestral en muchas señales y conversaciones.
El recorrido por la autopista AP-8 nos llevó a través de la cornisa cantábrica, alternando tramos costeros con incursiones hacia el interior montañoso. Guipúzcoa primero, con su paisaje intensamente verde y humanizado; Bizkaia después, algo más abrupta y con mayor presencia industrial. Poco a poco, las montañas se fueron haciendo más presentes a medida que nos acercábamos a Bilbao, encajonada en un estrecho valle entre elevaciones que la protegen parcialmente de la influencia atlántica.
Un final inesperado: la metáfora perfecta #
La llegada a Bilbao estuvo marcada por un incidente que, visto en retrospectiva, parece una perfecta metáfora del estado de mi relación personal. Al intentar arrancar el coche tras una breve parada, este se negó obstinadamente a ponerse en marcha. La bomba de gasolina se había estropeado, un final apropiado para un viaje que había agotado emocionalmente a todos los implicados.
Tuvimos que esperar la asistencia en carretera, que finalmente remolcó el vehículo hasta un taller. Este contratiempo, que en otro momento habría sido simplemente una anécdota molesta, adquirió en nuestras circunstancias una dimensión simbólica: como mi relación, el coche había llegado al final de su recorrido, incapaz de continuar funcionando como lo había hecho durante años.
Mientras esperábamos la grúa, en un silencio cargado de significado, reflexioné sobre cómo este viaje había servido como catalizador para una decisión que, en el fondo, sabía inevitable. La belleza de los lugares visitados contrastaba dolorosamente con la fealdad de una situación personal que ya no tenía solución. Era el momento de aceptarlo y emprender un nuevo camino, tan incierto como esperanzador.
Balance final de la ruta #
A pesar de las circunstancias personales, este recorrido por el suroeste francés ofrece desde una perspectiva puramente viajera un extraordinario muestrario de paisajes, patrimonio histórico, tradiciones culturales y experiencias gastronómicas.
La estructura del itinerario, aunque intensa, permite descubrir en pocos días algunas de las joyas de Aquitania:
- Día 1: La capital histórica de la Dordoña, Périgueux, con su impresionante patrimonio medieval y romano.
- Día 2: Las joyas del Périgord, con Sarlat como compendio perfecto de la vida medieval y Bergerac como muestra de la tradición vinícola de la región.
- Día 3: El contraste entre la elegancia urbana de Burdeos y el encanto costero de San Juan de Luz, puerta de regreso hacia España.
Para un viajero sin las complicaciones emocionales que marcaron nuestro recorrido, este itinerario ofrece una introducción perfecta a una región que merecería mucho más tiempo. Cada una de las etapas podría ampliarse fácilmente: la Dordoña en sí misma justificaría varios días explorando sus pueblos medievales, yacimientos prehistóricos y gastronomía; Burdeos y sus viñedos merecerían al menos tres o cuatro jornadas; la costa vasca francesa, con localidades como Biarritz, Hendaya o el interior del Labourd, daría para otra semana de descubrimientos.
Sin embargo, incluso en su formato compacto, esta ruta ofrece una visión caleidoscópica del suroeste francés, una región donde la historia, la cultura, la gastronomía y los paisajes se entrelazan creando una experiencia viajera difícil de olvidar, incluso cuando las circunstancias personales no son las más propicias.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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