El martes amaneció con esa mezcla de tristeza y satisfacción que caracteriza los últimos días de los viajes especiales. Me despedí de Irene y Félix en Triana, mis anfitriones que durante estos días me habían hecho sentir como en casa. Su hospitalidad había sido una parte fundamental de la experiencia sevillana, convirtiendo el alojamiento en algo mucho más que un simple lugar donde dormir.
Dejé la mochila en una taquilla en la estación de Plaza de Armas y me dirigí a aprovechar al máximo estas últimas horas en la ciudad. Tenía un plan: seguir las recomendaciones de última hora que me había dado Miguel la noche anterior, intentando exprimir hasta el último minuto de este reencuentro con Sevilla.
El Museo de Bellas Artes: Un tesoro escondido #
La primera cita fue el Museo de Bellas Artes, que además es gratuito para los ciudadanos españoles. Ya había pasado por delante del edificio el domingo, pero ahora era el momento de descubrir qué escondía en su interior.
El museo resultó ser una grata sorpresa. Albergado en el antiguo Convento de la Merced, el edificio ya es en sí mismo una obra de arte, con sus patios porticados y su arquitectura conventual del siglo XVII. Pero las colecciones que alberga son excepcionales, especialmente la pintura barroca sevillana.
Murillo, Zurbarán, Valdés Leal... los grandes maestros de la escuela sevillana están representados con obras de primera calidad. Es una lección magistral de arte andaluz, una oportunidad de entender mejor el patrimonio artístico de la ciudad más allá de sus monumentos arquitectónicos.
La visita me recordó una vez más que Sevilla está llena de tesoros que pueden pasar desapercibidos en una visita rápida. Este museo podría competir sin problemas con pinacotecas mucho más famosas, pero su carácter gratuito y su ubicación algo apartada del circuito turístico principal hacen que no reciba toda la atención que merece.


La Iglesia del Salvador: Cuando la entrada de la Catedral da para más #
Mi siguiente parada fue la Iglesia de San Salvador, cuya entrada estaba incluida con la entrada de la Catedral que había comprado el día anterior. Otra de esas ventajas de planificar bien las visitas: muchas veces una entrada te da acceso a varios monumentos.
La Iglesia del Salvador, construida sobre los restos de la antigua mezquita mayor de Sevilla (la actual Catedral se edificó sobre la posterior), es un templo barroco impresionante que merece una visita tranquila. Su retablo mayor, sus capillas laterales y su rica decoración la convierten en una de las iglesias más importantes de la ciudad.
Pero más allá de su valor artístico, la iglesia tiene un significado especial en la historia sevillana. Fue durante siglos el centro religioso de la ciudad, antes de que se construyera la Catedral actual, y conserva esa dignidad y esa presencia que la distinguen.
El Archivo de Indias #
Mi tercera parada de la mañana fue el Archivo General de Indias, ese imponente edificio renacentista que se alza junto a la Catedral y el Alcázar, completando lo que se conoce como el triángulo dorado del patrimonio sevillano declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El edificio, diseñado por Juan de Herrera en el siglo XVI como Casa de Contratación y posteriormente reconvertido en archivo por Carlos III, alberga la documentación más completa que existe sobre la administración de los territorios españoles de ultramar. Son más de 43.000 legajos y 80 millones de páginas que narran tres siglos de historia americana: desde los diarios de Cristóbal Colón hasta los planos de ciudades como Lima o Manila, pasando por las cuentas del comercio con las Indias.
Lo que más me impresionó fue la exposición permanente en las plantas principales, donde se pueden ver documentos originales de incalculable valor histórico. Allí están las firmas de Cortés, Pizarro, Cabeza de Vaca... personajes que estudié en el colegio y que de repente cobraban vida a través de sus propias letras. Es emocionante pensar que esas páginas amarillentas fueron escritas por las mismas manos que forjaron la historia de dos continentes.
La entrada es gratuita, lo que lo convierte en otra de esas joyas accesibles de Sevilla que cualquier viajero puede y debe incluir en su itinerario. Además, su ubicación privilegiada lo hace perfecto para una visita rápida entre otros monumentos del centro histórico.


Las vistas desde El Corte Inglés: La última recomendación de Miguel #
Y por último, seguí la otra recomendación de Miguel: subir a la terraza de El Corte Inglés para ver las vistas de la ciudad. Miguel había sido honesto: no son las mejores vistas de Sevilla, pero son gratis, así que no se puede poner ninguna queja.
Efectivamente, las vistas desde la terraza del centro comercial no pueden competir con las de la Giralda o las Setas, pero tienen su encanto. Es una perspectiva diferente de la ciudad, más horizontal, que te permite apreciar la extensión urbana de Sevilla más allá del casco histórico.
Además, tiene un valor simbólico: desde allí arriba, contemplando la ciudad que había redescubierto durante estos días, pude hacer un último repaso mental de todo lo vivido. Era como una despedida visual, un último abrazo con la mirada a esta ciudad que me había conquistado.


El regreso: Cerrando el círculo #
Con esas últimas visitas di por concluida mi estancia en Sevilla. Recogí mi mochila en Plaza de Armas y me dirigí al aeropuerto con tiempo suficiente por si aparecía algún contratiempo. No los hubo: el regreso a Bilbao transcurrió sin más complicaciones.
Durante el vuelo de vuelta, mientras veía alejarse las luces de Sevilla, no pude evitar sentir una mezcla de satisfacción y melancolía. Satisfacción por haber vivido un viaje excepcional, melancolía por tener que dejarlo atrás.
Lo que quedaba claro era que este viaje no había sido solo un redescubrimiento de Sevilla. Había sido un enamoramiento profundo. La ciudad me había conquistado de una manera que no esperaba, con una intensidad que me sorprendía.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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