Tenía un gran recuerdo de Sevilla de mi visita de 1992, pero es cierto que en aquel viaje la estrella había sido la Expo '92. La excitación de aquel evento mundial, con sus pabellones futuristas, sus novedades tecnológicas y su ambiente festivo, había dejado a la propia ciudad en segundo plano. Era comprensible: la Exposición Universal era el evento del momento, la razón principal de mi viaje, y Sevilla había funcionado más como escenario que como protagonista.
Pero este viaje de diciembre de 2018 ha sido completamente diferente. Sin eventos que me distrajeran, sin agenda apretada, sin acompañantes de viaje, sin más objetivo que redescubrir la ciudad a mi ritmo, Sevilla ha podido mostrarme su verdadera personalidad. Y el resultado ha sido una revelación absoluta.
Un diciembre cálido para un corazón del norte #
Viniendo de Bilbao, donde diciembre ya significa frío, lluvia y días cortos, aterrizar en Sevilla con temperaturas suaves y cielos despejados ha sido como un regalo inesperado. Esa luz especial del sur, esa claridad que hace que los colores sean más intensos y que las piedras doradas de los monumentos parezcan brillar con luz propia, ha sido el marco perfecto para este reencuentro.
El contraste climático no es solo físico, sino también emocional. Sevilla en diciembre transmite una energía vital que te contagia inmediatamente. Las calles llenas de vida, las terrazas con gente disfrutando del buen tiempo, ese ritmo pausado pero vibrante que caracteriza a las ciudades del sur... todo contribuía a crear una atmósfera que invitaba a disfrutar sin prisas.
Una arquitectura que dialoga entre siglos #
La arquitectura sevillana ha sido una de las grandes revelaciones del viaje. No era solo la cantidad de monumentos impresionantes, sino la forma en que dialogan entre sí, creando un conjunto urbano de una armonía extraordinaria.
La Catedral gótica con su Giralda almohade, el mudéjar del Alcázar, el barroco de las iglesias, el regionalismo de la Plaza de España, el contemporáneo de las Setas... cada época ha dejado su huella en la ciudad, pero sin crear estridencias, sin romper la unidad del conjunto. Sevilla ha demostrado que es posible evolucionar arquitectónicamente sin perder la identidad.
Las Setas de Sevilla han sido el ejemplo perfecto de esta capacidad de integración. Una estructura absolutamente contemporánea que, en principio, no pega nada con el entorno histórico, pero que de alguna forma ha conseguido encajar, convirtiéndose en un nuevo icono de la ciudad sin traicionar su esencia.
Una historia que se respira en cada rincón #
Caminar por los barrios viejos de Sevilla es como hacer un viaje en el tiempo. La historia no esta solo en los museos o en los monumentos principales, sino que se respira en cada calle, en cada plaza, en cada rincón del casco antiguo.
La Judería, con sus calles laberínticas y sus casas encaladas, te transporta al medievo. Las murallas árabes te recuerdan el esplendor de Al-Andalus. Los palacios señoriales evocan el Siglo de Oro, cuando Sevilla era el puerto de las Américas. Cada época ha dejado su huella, creando un palimpsesto urbano de una riqueza extraordinaria.
Pero lo más impresionante es que esta historia no es solo pasado, sino presente vivo. Los sevillanos habitan estos espacios históricos con naturalidad, sin solemnidad museística, manteniendo vivo el alma de los barrios antiguos.
La gente: El verdadero tesoro de Sevilla #
Si tuviera que destacar un solo aspecto de este viaje, sería sin duda la calidez humana que he encontrado en Sevilla. No solo Irene y Félix, mis anfitriones en Triana, o Miguel, el chico de Instagram que me mostró la Alameda de Hércules. A lo largo de estos cinco días he tenido la suerte de poder entablar conversaciones rutinarias con mucha gente: espectadores de las luces de navidad, turistas en la Plaza de España, vecinos de mesa en algún bar, camareros, comerciantes...
En cada encuentro he encontrado esa facilidad para la charla, esa hospitalidad natural que caracteriza a los andaluces. No es cortesía profesional de ciudad turística, sino auténtica calidez humana. Sevilla me ha hecho sentir bienvenido desde el primer momento, como si fuera un amigo que vuelve después de mucho tiempo.
Una ciudad que enamora #
En resumen, Sevilla me ha enamorado profundamente. No es solo admiración por su patrimonio o satisfacción por un viaje bien planificado. Es algo más profundo y emocional: la certeza de haber encontrado una ciudad especial, un lugar donde me siento bien, donde todo encaja.
El viaje ha terminado, pero la relación con Sevilla acababa de empezar. Ya desde el avión de vuelta sabía que tendría que regresar. Esta ciudad me ha dado tanto en apenas cuatro días y medio que intuyo que tiene mucho más que ofrecerme.
Hay lugares que quiero revisitar con más tiempo, rincones que se me han quedado pendientes, experiencias que quiero repetir. Pero sobre todo, quiero volver para seguir construyendo esa relación especial que ha nacido en este viaje de redescubrimiento.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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