Hay llegadas que son simplemente traslados y otras que marcan el inicio de una aventura. Mi llegada a Shanghai definitivamente pertenecía a la segunda categoría, aunque no precisamente por los motivos que uno esperaría.
El viaje: cuando el tiempo se convierte en enemigo #
Salí de Bilbao el martes 19 de octubre por la tarde-noche, con esa mezcla de nervios y emoción que caracteriza el inicio de cualquier gran viaje. La escala en París fue breve pero suficiente para tomar conciencia de que me adentraba en territorio desconocido. Desde Charles de Gaulle, el vuelo hacia Shanghai se hizo eterno.
Entre la duración del vuelo y la diferencia horaria con Shanghai, se pierde básicamente un día completo. Es una de esas experiencias que te hacen comprender realmente las dimensiones del planeta: cuando por fin llegué a Pudong International, aproximadamente con una hora de retraso, era un zombie europeo tratando de procesar que era miércoles por la tarde en una ciudad que quedaba a miles de kilómetros de casa.
Primera toma de contacto: el caos organizado #
El cansancio era tal que decidí coger un taxi directamente hacia mi hotel sin intentar aventuras con el transporte público. Fue mi primera lección sobre Shanghai: el tráfico es absolutamente caótico. Lo que en cualquier ciudad europea sería un trayecto de 30 minutos, aquí se convierte en una odisea urbana donde los coches, motos, bicicletas y peatones parecen seguir reglas que solo ellos comprenden.
Desde la ventanilla del taxi, Shanghai se revelaba como un caleidoscopio urbano: rascacielos que se perdían en el cielo, carteles con caracteres chinos que conferían un aire casi cinematográfico a todo el paisaje, una densidad humana que resultaba abrumadora incluso desde el interior del vehículo.
El Hotel Zhao An: mi refugio #
Finalmente llegué al Hotel Zhao An, en el número 195 de Heng Tong Road. No era el Ritz, pero después del viaje, cualquier cama me parecía un palacio. Dejé la mochila con esa sensación liberadora de quien por fin puede desprenderse del peso del equipaje.
Primer reconocimiento del territorio #
A pesar del cansancio acumulado, la curiosidad pudo más que el agotamiento. Decidí dar un pequeño paseo por el barrio, principalmente para orientarme y entender dónde me encontraba exactamente.
Fue mi primer contacto real con la Shanghai cotidiana, esa que existe más allá de las postales turísticas. El barrio tenía esa energía particular de las grandes ciudades asiáticas: pequeños comercios que permanecían abiertos hasta tarde, gente que caminaba con prisa hacia destinos desconocidos, olores que mezclaban comida, humo y esa humedad característica de las grandes urbes.
Los caracteres chinos en todos los carteles me recordaban constantemente que estaba en un territorio completamente diferente. Era fascinante y ligeramente intimidante al mismo tiempo. Cada esquina prometía una historia, cada edificio escondía secretos que tendría una semana para descubrir.
El descanso del guerrero #
Después de este primer reconocimiento, la sensatez se impuso al entusiasmo. Era momento de descansar para poder afrontar el siguiente día de turismo con todas las energías. Shanghai era inmensa, compleja y prometía experiencias intensas. Necesitaba estar preparado.
Mientras me quedaba dormido en esa primera noche shanghaína, los sonidos de la ciudad se filtraban por la ventana del hotel: el tráfico constante, voces en mandarín, la vida nocturna de una metrópoli que nunca duerme completamente. Era la banda sonora perfecta para cerrar el primer capítulo de mi aventura china.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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