El sábado me levanté al amanecer, antes que mis anfitriones. Aproveché esas horas tempranas para realizar un paseo matutino que me llevó hasta la zona del Búnker del Carmel. El ascenso resultó exigente pero extremadamente gratificante; cada paso cuesta arriba se veía recompensado con una vista más amplia de Barcelona extendiéndose a mis pies.
El Búnker del Carmel #
El Búnker del Carmel, antiguo emplazamiento antiaéreo durante la Guerra Civil española, se ha convertido en uno de los miradores más espectaculares de la ciudad. Construido en 1937 para defender Barcelona de los bombardeos, hoy es un espacio recuperado que ofrece una panorámica de 360 grados. A primera hora de la mañana, con la luz dorada del amanecer bañando los edificios y el mar Mediterráneo al fondo, la panorámica resulta sencillamente inolvidable.
Lo que hace especial este mirador es su carácter menos turístico y más local. Mientras los cruceristas y visitantes convencionales se agolpan en las Ramblas o el Park Güell, el Búnker sigue siendo un secreto relativamente bien guardado, frecuentado principalmente por barceloneses y viajeros que buscan experiencias más auténticas. En tiempos de pandemia, este lugar cobraba aún más valor por su amplitud y por la posibilidad de disfrutar de la ciudad desde la distancia.
La ciudad despertaba poco a poco mientras yo contemplaba el mosaico urbano desde las alturas. La Sagrada Familia, la Torre Agbar, las torres gemelas de la Villa Olímpica y el azul del Mediterráneo componían un paisaje imposible de olvidar. El esfuerzo del ascenso quedaba completamente compensado por esta visión privilegiada de Barcelona.



Preparativos para la aventura tarraconense #
De regreso a casa, encontré a la familia desayunando. Hice una rápida compra de fruta y provisiones para preparar los bocadillos que nos acompañarían durante la excursión planeada para ese día. Con todo listo, los cuatro nos pusimos en marcha en coche hacia tierras tarraconenses, dispuestos a descubrir algunos de sus encantadores pueblos.
El trayecto desde Barcelona hasta nuestra primera parada fue una oportunidad para observar el paisaje cambiante: desde el entorno urbano de la ciudad condal hasta las suaves colinas y los viñedos que caracterizan el interior de Cataluña. La autopista discurría entre campos cultivados y pinedas, ofreciendo vistas que ya anunciaban la riqueza paisajística que encontraríamos en nuestro destino.
La conversación fluía animadamente en el coche, mezclando anécdotas personales con comentarios sobre los lugares que íbamos a visitar. La pequeña, entusiasmada con la excursión, nos sorprendía con su conocimiento sobre algunos de los destinos, fruto de las excursiones escolares y las historias contadas por sus padres. Este momento de compartir en familia extendida ya formaba parte del disfrute del viaje.
L'Espluga de Francolí: un viaje al pasado medieval #
Nuestra primera parada fue L'Espluga de Francolí, un municipio con un encantador casco antiguo medieval. Este pueblo destaca por sus calles empedradas y la hermosa iglesia de Sant Miquel, pero su mayor tesoro probablemente sea la Cueva de la Font Major, una de las cuevas habitadas más grandes de Cataluña.
Esta cueva, con un recorrido de más de 3.600 metros, ha sido testigo de la presencia humana desde el Paleolítico. Las visitas guiadas permiten adentrarse en sus galerías y descubrir cómo el agua ha modelado caprichosas formaciones a lo largo de miles de años. Aunque en esta ocasión no realizamos la visita interior debido a las restricciones sanitarias, el entorno natural de la entrada a la cueva ya resultaba impresionante.
El Museo de la Vida Rural complementa la oferta cultural, mostrando cómo era la vida tradicional en la zona. Ubicado en un antiguo caserón del siglo XVIII, este museo etnográfico conserva herramientas, mobiliario y elementos de la vida cotidiana que permiten entender las tradiciones y costumbres de la sociedad rural catalana. Sus salas recrean espacios como la cocina tradicional, los dormitorios, las bodegas y los talleres artesanales.
Comimos nuestros bocadillos al aire libre, en un pequeño parque junto al río Francolí que da nombre al pueblo. Este momento de picnic improvisado, disfrutando del entorno y evitando espacios cerrados como precaución sanitaria, tenía un encanto especial. La sencillez del momento, compartiendo comida y conversación bajo la sombra de los árboles, contrastaba con la incertidumbre que habíamos vivido durante los meses anteriores.




El esplendor cisterciense de Poblet #
Continuamos nuestro recorrido hacia el Real Monasterio Cisterciense de Santa María de Poblet, una verdadera joya arquitectónica declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Este majestuoso complejo monástico, fundado en 1150, impresiona por su magnificencia y estado de conservación. Sus imponentes murallas medievales, la soberbia iglesia abacial y el claustro gótico transmiten una sensación de paz y espiritualidad que trasciende el tiempo.
El monasterio no solo destaca por su valor arquitectónico, sino también por ser panteón real de la Corona de Aragón, albergando las tumbas de varios monarcas como Jaime I el Conquistador y Pedro IV el Ceremonioso. Los sepulcros reales, auténticas obras maestras de la escultura gótica, reposan majestuosamente en el crucero de la iglesia, testimonio pétreo del poder de la antigua Corona.
Recorrer sus dependencias fue como realizar un viaje a través de los siglos, experimentando la vida monacal y la historia medieval catalana. El claustro, con sus elegantes arcadas y su jardín central, invitaba a la reflexión tranquila. Las medidas de seguridad por la pandemia, lejos de desmerecer la visita, permitían una contemplación más íntima y sosegada de cada espacio.
Lo más sorprendente de Poblet es que no se trata de un monasterio-museo, sino de una abadía viva donde una comunidad de monjes cistercienses mantiene la vida monástica iniciada hace casi nueve siglos. Este hecho añade una dimensión especial a la visita, al poder percibir cómo la espiritualidad y la tradición continúan vivas en un entorno histórico.








La medieval Montblanc: un viaje al siglo XIV #
Nuestra última parada del día fue Montblanc, una impresionante villa medieval rodeada por una muralla perfectamente conservada, con sus torres y portales transportándonos directamente al siglo XIV. Mientras mis amigos se quedaban en un parque con su hija, aproveché para explorar individualmente el casco histórico.
La muralla de Montblanc, construida entre 1366 y 1370 durante el reinado de Pedro IV el Ceremonioso, es una de las mejor conservadas de Cataluña. Con un perímetro de más de 1.500 metros, 30 torres y varios portales de acceso, constituye un ejemplo extraordinario de arquitectura militar medieval. Pasear por el adarve de la muralla permite contemplar tanto el casco histórico como el paisaje circundante desde una perspectiva privilegiada.
Recorrí la Plaza Mayor, corazón de la villa, con sus porches medievales y edificios góticos y renacentistas. En uno de sus lados se alza la Casa Consistorial, bello edificio gótico con elementos renacentistas. Desde allí me dirigí hacia la espléndida iglesia de Santa María la Mayor, de estilo gótico, cuya construcción se inició en el siglo XIII sobre una antigua iglesia románica. Su imponente fachada y su elegante rosetón son testigos de la prosperidad que gozó la villa en la Edad Media.
Las calles estrechas y empedradas, flanqueadas por casas señoriales y palacios góticos, invitaban a perderse y descubrir rincones sorprendentes a cada paso. Edificios como la iglesia de San Miguel, el antiguo hospital de Santa Magdalena o el convento de la Serra muestran la riqueza patrimonial de esta población.
Montblanc también está íntimamente ligada a la leyenda de Sant Jordi (San Jorge), ya que según la tradición fue aquí donde el caballero mató al dragón para salvar a la princesa. Esta vinculación legendaria se celebra especialmente durante las fiestas medievales que la villa organiza anualmente, aunque en 2020 se vieron suspendidas por la pandemia.






El regreso a Barcelona: reflexiones en ruta #
Con la satisfacción de haber descubierto estos tesoros tarraconenses, emprendimos el regreso a Barcelona cuando el sol comenzaba a declinar. El viaje de vuelta fue más silencioso, con la pequeña dormitando tras una jornada intensa y los adultos sumidos en reflexiones sobre lo vivido.
La excursión había supuesto un paréntesis refrescante, alejándonos temporalmente del entorno urbano y de la omnipresente sensación de pandemia. Los espacios abiertos, los pueblos menos concurridos y el contacto con la naturaleza y la historia ofrecían una experiencia viajera diferente pero igualmente enriquecedora.
Ya en Barcelona, nos esperaba una cena tranquila en la terraza, compartiendo impresiones sobre el día y haciendo planes para la jornada siguiente. La ciudad nocturna nos acogía con su particular encanto, mientras las luces domésticas se encendían en los edificios circundantes, creando ese paisaje urbano tan característico de las noches mediterráneas.
Antes de dormir, dediqué unos minutos a ordenar las numerosas fotografías tomadas durante el día, capturando momentos y rincones que quedarían como testimonio de este viaje tan especial. El segundo día llegaba a su fin, dejando un regusto de satisfacción por las experiencias vividas y la expectativa de las aventuras que nos esperaban en las jornadas siguientes.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
Descubre Bilbao
Bienvenido a mi Bilbao, una ciudad que reinventa su pasado industrial en un presente lleno de arte, sabor y sorpresas. Aquí encontrarás rutas, paseos y eventos tanto de Bilbao como de sus alrededores