El viernes 9 de septiembre llegó con esa mezcla de nostalgia anticipada y satisfacción que caracteriza a los últimos días de los buenos viajes. El vuelo de regreso estaba programado para las 10:15, lo que significaba que la mañana se limitaría al traslado al aeropuerto de Tegel y los trámites habituales de salida.
Una despedida sin complicaciones #
El sistema de transporte público berlinés demostró una vez más su eficiencia. El trayecto desde el Generator Hostel hasta Tegel transcurrió sin incidencias, en uno de esos viajes matutinos donde la ciudad va despertando gradualmente. Ver Berlín desde la ventanilla del S-Bahn en esas primeras horas del día, con esa luz suave del otoño que comenzaba a insinuarse, fue una última postal visual que se añadió naturalmente a la colección mental del viaje.
En el aeropuerto, los procedimientos fueron rutinarios y eficientes. Tegel no es el aeropuerto más moderno de Europa, pero funciona con esa precisión germánica que hace que todo fluya sin sobresaltos. El vuelo salió puntual y a las 12:55 ya estaba de vuelta en Bilbao, cerrando oficialmente un viaje que había cumplido todas las expectativas que me había creado.
Berlín: una ciudad que confirma sus virtudes #
Después de cuatro días intensos de reencuentro con Berlín, puedo afirmar sin reservas que la ciudad ha mantenido intactas todas aquellas características que me habían conquistado en 2007. Es más, en algunos aspectos las ha intensificado y refinado.
El carácter cosmopolita que recordaba no solo se ha conservado, sino que parece haberse acentuado. Berlín se ha consolidado como una de las capitales europeas más atractivas para jóvenes profesionales, artistas, estudiantes y emprendedores de todo el continente. Esta diversidad humana se nota en las calles, en los cafés, en el ambiente general de una ciudad que respira internacionalidad sin perder su identidad alemana.
La vida nocturna sigue siendo uno de los grandes atractivos de la ciudad. Frente a otras capitales alemanas que parecen hibernar después de las seis de la tarde, Berlín mantiene un pulso vital que se extiende hasta altas horas. No es solo la existencia de bares y restaurantes abiertos, sino toda una cultura urbana que considera la noche como una extensión natural del día, no como algo excepcional.
Una ciudad en constante construcción, pero con paciencia histórica #
Una de las observaciones más interesantes de este segundo viaje ha sido comprobar cómo Berlín gestiona su proceso de reconstrucción y modernización. Es cierto que sigue siendo una ciudad en permanente construcción. Lugares que estaban en obras en 2007 seguían en obras casi diez años después, pero los resultados justifican ampliamente esta lentitud aparente.
La diferencia fundamental con muchas otras ciudades es que Berlín no tiene prisa destructiva. Cuando reconstruye, lo hace respetando escrupulosamente la arquitectura original, incluso cuando eso implica costes y plazos que en otras partes se considerarían prohibitivos. Esta paciencia histórica, esta determinación de hacer las cosas bien aunque requiera más tiempo, es una lección de urbanismo que muchas ciudades europeas deberían estudiar.
Habría sido mucho más fácil y económico construir grandes bloques de hormigón como se hizo en muchas ciudades del bloque comunista. Pero la decisión consciente de recuperar el aspecto imperial de la ciudad, de respetar las líneas arquitectónicas tradicionales, de integrar lo moderno sin destruir lo histórico, demuestra un nivel de compromiso cultural que resulta admirable.
Lo que realmente conquista de Berlín #
Sin embargo, lo que realmente me conquista de Berlín no es su belleza arquitectónica, por impresionante que sea, ni siquiera su riqueza histórica, por fascinante que resulte. Lo que me enamora de esta ciudad es ese ambiente cosmopolita tan diferente al de otras ciudades alemanas que he visitado.
Frankfurt, Múnich, Hamburgo son ciudades hermosas y eficientes, pero tienen algo de "postal perfecta" que las hace predecibles. Berlín, en cambio, conserva una capacidad de sorpresa, una mezcla de elegancia y transgresión, de solemnidad histórica y informalidad contemporánea que la hace única en el panorama urbano alemán.
Es una ciudad que no puedes visitar de forma pasiva. Te interpela constantemente, te obliga a reflexionar, a tomar posición ante su historia, a participar de alguna manera en su presente. No es una ciudad-museo donde contemplar bellezas del pasado, sino una ciudad viva que está escribiendo su futuro en tiempo real.
La importancia de la memoria activa #
Uno de los aspectos que más me ha impactado en este segundo viaje ha sido la forma en que Berlín gestiona su memoria histórica. La visita a Sachsenhausen fue, sin duda, la experiencia más dura del viaje, pero también una de las más necesarias.
Para alguien como yo, que pertenece a uno de los grupos que fueron sistemáticamente perseguidos por el régimen nazi, esa visita tuvo una dimensión especial. Leer testimonios de hombres que fueron enviados a campos de concentración simplemente por su orientación sexual, conocer las vejaciones específicas que sufrieron, ver documentado el horror de la persecución sistemática, me hizo valorar de manera muy concreta la libertad de la que disfrutamos hoy.
No es un ejercicio masoquista de memoria, sino un recordatorio necesario de lo frágil que puede ser la civilización, de lo importante que es la vigilancia democrática, de la suerte que tenemos de vivir en la época que estamos viviendo. Hace menos de un siglo, el simple hecho de ser quien soy me podría haber llevado a uno de esos campos y sufrir experiencias similares a las que pude leer en los testimonios conservados.
Esta perspectiva histórica añade una dimensión especial a la experiencia de viajar por Europa. No se trata solo de turismo cultural, sino de un ejercicio de memoria activa que nos ayuda a valorar mejor el presente y a asumir responsabilidades cara al futuro.
El valor de los reencuentros urbanos #
Este viaje me ha confirmado el valor de los reencuentros con ciudades que nos han marcado. No todos los lugares merecen una segunda visita, pero Berlín demostró que algunas ciudades ganan en interés cuando las revisitas con perspectiva temporal y mayor madurez personal.
El contraste entre mis impresiones de 2007 y las de 2016 me permitió apreciar tanto la evolución de la ciudad como mi propia evolución como viajero. Algunos aspectos que me habían impresionado la primera vez me parecieron menos relevantes, mientras que otros que había pasado por alto cobraron una importancia especial.
Esta capacidad de diálogo entre diferentes momentos temporales, entre diferentes versiones de uno mismo, es uno de los placeres más sofisticados que puede ofrecer el hecho de viajar. No es solo conocer lugares nuevos, sino redescubrir lugares conocidos desde perspectivas diferentes.
Berlín en el contexto europeo contemporáneo #
Situando Berlín en el contexto más amplio de las capitales europeas que conozco, mantiene características distintivas que la hacen especial. Su capacidad de combinar peso histórico con dinamismo contemporáneo es comparable a la de Londres o París, pero con un carácter menos monumental, menos abrumador.
Su cosmopolitismo es auténtico, no postizo. No es una ciudad que se haya puesto cosmopolita para atraer turistas, sino que ha desarrollado esa característica de forma orgánica, como resultado de su posición geográfica, su historia reciente y su capacidad de atraer talento internacional.
Su vida cultural es densa pero accesible. No tiene la pretenciosidad de algunas capitales culturales europeas, pero ofrece una riqueza museística, teatral y musical que puede satisfacer los gustos más exigentes. Al mismo tiempo, mantiene espacios para la cultura alternativa y underground que la hacen atractiva también para públicos menos convencionales.
Reflexiones finales: la confirmación de una intuición #
Al final, este viaje a Berlín ha funcionado como la confirmación de una intuición que llevaba años acompañándome. La ciudad había dejado una huella profunda en mi primera visita, y este reencuentro ha demostrado que esa huella estaba justificada.
No todos los lugares que recordamos con cariño resisten el paso del tiempo y la revisita crítica. Berlín no solo ha resistido, sino que ha ganado en complejidad y riqueza. Es una ciudad que ha sabido evolucionar sin perder su esencia, que ha sabido modernizarse sin traicionar su identidad.
La ciudad me sigue pareciendo dinámica y llena de vida, pero ahora entiendo mejor las razones de esa vitalidad. No es solo una impresión superficial, sino el resultado de procesos históricos, decisiones urbanísticas y dinámicas sociales que se han combinado para crear algo especial en el panorama urbano europeo.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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