Amanecimos en Hennebont con la ilusión de explorar uno de los tesoros arqueológicos más impresionantes de Europa. Este día estaba reservado para Carnac, un destino que llevaba años en mi lista de lugares imprescindibles. Tras un desayuno ligero, recogimos nuestras cosas y nos pusimos en marcha hacia el sur de la Bretaña, donde miles de piedras milenarias nos esperaban para contarnos sus secretos.
Carnac, mucho más que piedras milenarias #
Al llegar a Carnac, quedamos inmediatamente cautivados por esta localidad costera que combina historia ancestral con el encanto de un pueblo bretón típico. Carnac no es solo un conjunto arqueológico; es un municipio con dos almas bien diferenciadas: Carnac-Ville (el centro histórico) y Carnac-Plage (la zona de playa).
El pueblo en sí resulta encantador, con sus casitas de piedra, sus callejuelas con tiendas de artesanía local y sus acogedoras terrazas. La iglesia de Saint-Cornély, patrón del municipio, domina el centro urbano y merece una visita por su bella arquitectura. Según la tradición local, Saint-Cornély convirtió a un ejército romano en piedras cuando lo perseguían, lo que explicaría, según la leyenda popular, el origen de los famosos alineamientos.
La zona de Carnac-Plage ofrece kilómetros de hermosas playas de arena fina que en verano se llenan de visitantes. Sin embargo, nosotros no habíamos venido por el sol y la playa, sino por algo mucho más antiguo que nos esperaba a las afueras del pueblo.
Los alineamientos de Carnac: un viaje al neolítico #
Para entender mejor la magnitud y significado de lo que íbamos a visitar, optamos primero por realizar un recorrido guiado en autobús. Esta decisión resultó ser un acierto total, pues nos permitió obtener una visión general de la distribución de los distintos conjuntos megalíticos y comprender su escala.
El guía nos explicó que los alineamientos de Carnac constituyen el conjunto megalítico más extenso del mundo, con más de 3.000 menhires (piedras erectas) distribuidos en varios grupos a lo largo de casi 4 kilómetros. Estos monumentos fueron erigidos durante el Neolítico, entre el 5000 y el 3000 a.C., lo que los convierte en construcciones más antiguas que las pirámides de Egipto.
Los principales alineamientos se dividen en tres grupos:
- Le Ménec: el conjunto occidental, con 1.099 menhires dispuestos en 11 filas.
- Kermario: el grupo central, con unas 1.029 piedras en 10 filas y algunos de los menhires más altos.
- Kerlescan: el conjunto oriental, con 555 menhires dispuestos en 13 filas, formando una estructura más corta pero más ancha.
Desde el autobús, la visión panorámica de estas hileras interminables de piedras extendiéndose por el paisaje bretón resultaba sobrecogedora. El contraste entre el verde intenso de la vegetación y el gris de los menhires creaba una estampa casi mística.






A pie entre los gigantes de piedra #
Tras el recorrido en autobús, decidimos explorar a pie algunos de los puntos más relevantes. Comenzamos por el alineamiento de Kermario, donde se encuentra uno de los menhires más altos, que supera los 6 metros. Caminar entre estas piedras milenarias genera una sensación difícil de describir, una mezcla de asombro, respeto y cierta inquietud ante lo desconocido.
Lo que más nos impresionó fue el evidente patrón en la disposición de las piedras. No están colocadas al azar, sino siguiendo una geometría precisa que sugiere un profundo conocimiento astronómico por parte de sus constructores. El guía nos había explicado que probablemente servían como calendarios astronómicos o tenían alguna función ritual relacionada con el culto solar, aunque su verdadero propósito sigue siendo un misterio.
En algunos tramos, los menhires parecen disminuir de tamaño progresivamente, creando una perspectiva visual fascinante. Otros están agrupados formando pequeños círculos denominados "cromlechs". El silencio que reinaba entre las piedras, solo interrumpido por el viento atlántico, invitaba a la reflexión sobre aquellos antepasados que, con herramientas rudimentarias, fueron capaces de tallar, transportar y erigir estas enormes piedras.
Table des Marchands: el arte megalítico #
Continuamos nuestra jornada dirigiéndonos hacia la Table des Marchands, uno de los dólmenes (tumbas megalíticas) más importantes de la zona. A diferencia de los menhires, estas construcciones servían como cámaras funerarias y presentan una arquitectura más compleja.
La Table des Marchands debe su nombre a la enorme losa horizontal que forma su techo, sostenida por varias piedras verticales que crean una cámara interior. Lo más fascinante de este monumento son los grabados que decoran algunas de sus piedras, representando hachas, ondulaciones y otros símbolos cuyo significado sigue siendo objeto de debate entre los arqueólogos.
El interior del dolmen, fresco y en penumbra, conserva la atmósfera sagrada que debió tener hace miles de años. Resulta sobrecogedor pensar en las ceremonias que debieron celebrarse allí, en los rituales funerarios de aquellas sociedades neolíticas que comenzaban a desarrollar una compleja estructura social y religiosa.
Cerca de la Table des Marchands se encuentra el túmulo de Er Grah, una enorme construcción funeraria que originalmente alcanzaba los 140 metros de longitud. Aunque hoy está bastante deteriorado, aún permite hacerse una idea de la monumentalidad que caracterizaba a estas construcciones funerarias.
Locmariaquer: el gigante caído #
Nuestra siguiente parada fue Locmariaquer, un pequeño pueblo costero donde se encuentra otro importante conjunto megalítico. Aquí pudimos contemplar el Grand Menhir Brisé, que fue el menhir más alto jamás erigido en la prehistoria europea. Esta colosal piedra, que originalmente medía casi 21 metros y pesaba más de 300 toneladas, actualmente yace rota en cuatro fragmentos.
Verlo caído resulta impactante, pues permite apreciar sus verdaderas dimensiones. El esfuerzo necesario para trasladar y levantar semejante monolito con la tecnología disponible en el Neolítico resulta casi inconcebible, lo que añade aún más misterio a estas construcciones.
En Locmariaquer también visitamos el dolmen de la Table des Marchands (no confundir con el anterior del mismo nombre) y el túmulo de Er Grah, otras dos impresionantes construcciones megalíticas que evidencian la importancia que esta región tuvo durante el Neolítico como centro ceremonial y funerario.
La pequeña península de Locmariaquer ofrece, además, unas vistas espectaculares del Golfo de Morbihan, con sus aguas tranquilas salpicadas de pequeñas islas. Aprovechamos para hacer una pausa y disfrutar de un almuerzo ligero en un pequeño restaurante frente al mar, donde degustamos las famosas crepes bretonas y una excelente sidra local.






Vannes: broche de oro a un día inolvidable #
Con la tarde ya avanzada, pusimos rumbo a Vannes, donde teníamos previsto pernoctar. Esta hermosa ciudad medieval, capital del departamento de Morbihan, supuso un contrapunto perfecto a nuestra jornada arqueológica, trasladándonos desde la prehistoria hasta la Edad Media en cuestión de kilómetros.
Llegamos a Vannes cuando el sol comenzaba a ponerse, tiñendo de dorado sus murallas medievales. Tras dejar el equipaje en el hotel, salimos a pasear por su casco antiguo, un laberinto de callejuelas adoquinadas flanqueadas por casas de entramado de madera que parecen sacadas de un cuento.
La catedral de Saint-Pierre, con su fachada renacentista, las impresionantes murallas que rodean el centro histórico y la pintoresca plaza Gambetta con sus cafés y restaurantes, nos cautivaron inmediatamente. El puerto deportivo, con sus barcos meciéndose suavemente en las aguas y las terrazas llenas de vida, nos invitaba a sentarnos y reflexionar sobre todo lo que habíamos visto a lo largo del día.
Cenamos en un pequeño restaurante del centro histórico, donde degustamos algunos platos típicos bretones como el kig ha farz (un guiso de carne) y el kouign-amann (un delicioso pastel de mantequilla y azúcar). El día había sido intenso pero enormemente satisfactorio, un perfecto equilibrio entre historia, arqueología, naturaleza y gastronomía.






Reflexiones sobre un viaje en el tiempo #
Mientras regresábamos al hotel por las iluminadas calles de Vannes, no podía dejar de pensar en el extraordinario viaje a través del tiempo que habíamos realizado ese día. Desde los misteriosos constructores de megalitos del Neolítico hasta los arquitectos medievales de Vannes, pasando por los romanos y los primeros cristianos, la Bretaña francesa se revelaba como un palimpsesto donde cada época había dejado su huella.
Los alineamientos de Carnac, con su enigmática presencia, me habían impresionado especialmente. En un mundo cada vez más explicado por la ciencia, resulta fascinante encontrar lugares que mantienen su misterio intacto, construcciones que seguimos sin comprender del todo a pesar de nuestros avances tecnológicos.
Ese día en Carnac y sus alrededores me recordó que viajar no es solo conocer nuevos lugares, sino también conectar con aquellos que nos precedieron, intentar comprender sus motivaciones, sus creencias, su visión del mundo. A veces, como en el caso de los constructores de megalitos, esa comprensión queda fuera de nuestro alcance, y quizás ahí resida parte de su encanto.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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