A las siete y media de la mañana me esperaba Manuel en Santutxu, puntual como habíamos acordado a través de BlaBlaCar. Para mí no supuso ningún problema madrugar, ya que soy bastante madrugador por naturaleza, y la perspectiva de estar en Budapest antes del mediodía compensaba cualquier pereza matutina. El trayecto hasta Santander se hizo ameno charlando sobre trabajos, viajes y esas pequeñas cosas que hacen que compartir coche con desconocidos pueda resultar incluso agradable.
Manuel tuvo el detalle de llevarme directamente hasta la terminal del aeropuerto, lo que me ahorró el engorro del bus lanzadera y me permitió llegar con tiempo suficiente para los trámites habituales aeroportuarios.
Entre retrasos y primeras gestiones #
El vuelo salió con unos 40 minutos de retraso, algo que ocurre de vez en cuando independientemente de la aerolínea. Durante la espera aproveché para repasar mentalmente todo lo que había investigado sobre el transporte público en Budapest, que iba a ser clave durante los próximos días.
Una vez aterrizado en el aeropuerto de la capital húngara, mi primera misión fue hacerme con el abono de transporte. Por 4.950 forintos húngaros, unos 14,68 euros al cambio, conseguí un pase de 7 días que me cubriría prácticamente todos los desplazamientos durante mi estancia. Una de esas pequeñas inversiones que te simplifican enormemente la vida cuando viajas.
La única excepción notable era el autobús 100E, que conecta directamente el aeropuerto con el centro de la ciudad pero requiere un billete aparte. Para mi caso, sin embargo, me convenía más el 200E, que sí estaba incluido en mi abono y me acercaba más a mi alojamiento cerca del centro comercial KOKI.
Primeros pasos en territorio húngaro #
El autobús 200E me llevó sin complicaciones hasta las inmediaciones del centro comercial KOKI. Como aún me quedaba una hora antes de poder acceder al apartamento, decidí aprovechar el tiempo comiendo algo en la zona de restauración del centro comercial. Fue una decisión práctica que además me permitió tener un primer contacto real con los precios locales.
Budapest me resultó notablemente más económico que Bilbao, aunque tampoco de manera exagerada. Los precios eran razonables y accesibles, confirmando mis esperanzas de que la capital húngara seguía siendo un destino asequible para los bolsillos españoles. Ese tipo de descubrimientos siempre ponen de buen humor al viajero, especialmente cuando viaja con presupuesto ajustado.
El apartamento y sus particularidades #
A las tres en punto me encontré con András, mi anfitrión de Airbnb, que resultó ser un hombre afable que vivía justo en la casa de al lado. El apartamento cumplía exactamente lo que prometía: espacioso, funcional y con esa calidez que solo se consigue en los alojamientos que realmente se habitan, no solo se alquilan.
András me explicó con paciencia la situación del transporte público desde allí. El apartamento quedaba a unos 10-15 minutos andando de Kobánya-Kispest, la última estación de la línea 3 del metro, pero había un inconveniente: durante mi visita ese tramo estaba en obras, y las cuatro últimas estaciones habían sido sustituidas por autobuses de sustitución.
Esto significaba que cada viaje al centro implicaría un trasbordo adicional, convirtiendo lo que debería haber sido un trayecto directo en metro en una combinación metro-autobús algo más laboriosa. No era dramático, pero sí añadía unos minutos extra a cada desplazamiento. Una de esas pequeñas complicaciones que forman parte del encanto imperfecto de viajar.
Redescubriendo el corazón de Budapest #
Hacia las 16:30 me planté en la basílica de San Esteban, y fue como si los casi veinte años transcurridos desde mi última visita se desvanecieran de golpe. Esta imponente basílica neoclásica, con sus 96 metros de altura, es el edificio religioso más grande de Hungría y puede albergar hasta 8.500 personas. Junto con el Parlamento húngaro, comparte la misma altura exacta de 96 metros, una paridad que simbolizaba en su tiempo la igualdad entre el poder laico y el espiritual en la ciudad.
La construcción se prolongó durante 54 años, desde 1851 hasta 1905, en parte debido al derrumbe de la cúpula en 1868, que obligó a una reconstrucción casi completa. En su interior se conserva una de las reliquias más veneradas de Hungría: la mano derecha momificada de San Esteban I, el primer rey de Hungría.
Desde la basílica caminé hacia el río por Váci utca, la famosa calle peatonal que conecta la zona de la basílica con el Danubio, una vía llena de historia que data del siglo XVIII, aunque la mayoría de sus edificios actuales son de los siglos XIX y XX. Cada edificio parecía susurrarme recuerdos difusos, cada esquina me resultaba familiar y sorprendente a la vez.
El puente de las cadenas y su historia #
Cuando el puente de las cadenas apareció ante mí, entendí por qué Budapest había quedado tan grabada en mi memoria. Diseñado por el ingeniero inglés William Tierney Clark, fue el primer puente permanente sobre el Danubio en Hungría y se inauguró en 1849. Su vano central de 202 metros era uno de los más largos del mundo en su época.
El conde István Széchenyi, conocido como "el más grande de los húngaros", impulsó su construcción tras una experiencia personal: cuando su padre enfermó en el invierno de 1820, no pudo cruzar el río durante una semana debido a las placas de hielo. Durante la Segunda Guerra Mundial, las tropas nazis dinamitaron el puente junto con todos los demás de la ciudad, pero fue reconstruido y reinaugurado el 21 de noviembre de 1949, exactamente 100 años y un día después de su inauguración original.
Hay algo en la proporción de ese puente, en la manera en que enmarca las vistas del Danubio, que resulta casi hipnótico. Cruzarlo mientras las primeras luces del atardecer comenzaban a encenderse fue recuperar esa emoción pura del viaje que a veces se pierde entre vuelos retrasados y logística de transporte.
El Danubio como escenario #
Pasé el resto de la tarde caminando por ambas riberas del río, sin prisa, dejando que la ciudad me fuera mostrando sus mejores galas. Budapest y el Danubio mantienen una relación simbiótica especial. El Danubio separa con su inmensidad Buda y Pest, dos grandes ciudades que se unen para formar una de las capitales europeas de mayor importancia, con enormes puentes que acercan Buda, la antigua sede real, y Pest, corazón económico y comercial.
La vista del Parlamento desde la orilla de Buda sigue siendo uno de esos espectáculos que justifican por sí solos cruzar media Europa. Con las luces reflejándose en las aguas del Danubio y la silueta neogótica del edificio recortándose contra el cielo que se oscurecía, Budapest desplegaba todo su arsenal de seducción.
Aproveché para hacer las primeras fotos del viaje, esas instantáneas que ahora, mientras escribo estas líneas confinado en casa, me transportan a esas horas de libertad absoluta paseando por una ciudad que volvía a conquistarme. El Parlamento iluminado, el bastión de los pescadores a lo lejos, los reflejos dorados en el agua... imágenes que han cobrado un valor especial en estas semanas de encierro forzoso.
Balance de la primera jornada #
El primer día había cumplido su cometido: reconectar conmigo mismo a través de una ciudad que había dejado una huella profunda años atrás. Budapest seguía ahí, algo cambiada pero manteniendo esa personalidad única que la distingue dentro del mapa europeo.
Y todo ello sin imaginar que estaba viviendo los últimos días de una libertad de movimiento que dábamos por garantizada, que el simple acto de pasearse sin rumbo fijo por una ciudad extranjera se convertiría pronto en un lujo impensable.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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