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Día 6. Un imprevisto regreso anticipado

24 enero 2020

Día 6. Un imprevisto regreso anticipado

Amanecí el viernes 24 de enero con sentimientos encontrados. Por un lado, la preocupación por la situación familiar y la urgencia de regresar cuanto antes; por otro, la inevitable frustración por tener que abandonar prematuramente un viaje tan esperado, dejando sin visitar lugares emblemáticos como la Ciudad Vieja de Jerusalén. Sin embargo, las prioridades estaban claras: mi familia me necesitaba y eso era lo más importante en aquel momento.

Despidiéndome de Jerusalén #

Realicé el check-out del Jeru Caps Hostel tres días antes de lo previsto. La recepcionista, al conocer el motivo de mi partida anticipada, se mostró comprensiva y me proporcionó información detallada sobre cómo llegar al aeropuerto. Me explicó que los viernes el servicio de trenes no operaba por ser el inicio del Shabat (día de descanso en la tradición judía), pero que podía tomar un autobús directo desde la estación central.

Antes de dirigirme a la estación, necesitaba comprar un billete para el tranvía. Aquí experimenté una de esas pequeñas anécdotas de viaje que, aunque frustrantes en el momento, terminan convirtiéndose en recuerdos entrañables. Durante mi estancia había acumulado gran cantidad de monedas de bajo valor que, ante la partida inesperada, no tendría oportunidad de gastar. Pensando en aprovecharlas, me acerqué a una máquina expendedora de billetes con mi puñado de shekels. Para mi sorpresa y frustración, la máquina tenía un límite de 15 monedas por transacción, insuficiente para cubrir el importe con las denominaciones más pequeñas que yo tenía. Finalmente tuve que usar un billete y cargar con aún más cambio que probablemente nunca utilizaría, una pequeña ironía del viajero.

El tranvía me llevó hasta la estación central de autobuses de Jerusalén, un enorme complejo de varios pisos donde las indicaciones no siempre resultan claras para el viajero extranjero. La parada del autobús hacia el aeropuerto no se encuentra dentro de la terminal, en los andenes interiores, sino en el exterior del edificio. Mientras esperaba, apareció un minibús ofreciendo servicio directo al aeropuerto Ben Gurion por 30 NIS (aproximadamente 8€), algo más caro que el autobús regular pero con la promesa de un trayecto más rápido y directo.

Tras un rápido cálculo mental, decidí subir al minibús junto con otros dos viajeros que también esperaban en la parada. Algunos optaron por quedarse aguardando el autobús convencional, quizás desconfiando de esta alternativa menos oficial. Sin embargo, la decisión resultó acertada: el servicio fue eficiente, cómodo y sin contratiempos. El conductor conocía perfectamente la ruta y nos dejó directamente en la terminal correspondiente, ahorrándome tiempo valioso en un día donde cada minuto contaba.

Aeropuerto Ben Gurion: seguridad y espera #

Llegué al aeropuerto Ben Gurion con tiempo suficiente para los exhaustivos controles de seguridad que caracterizan este aeropuerto, considerado uno de los más seguros del mundo. Los protocolos de seguridad israelíes son famosos por su meticulosidad, con múltiples capas de control que comienzan incluso antes de entrar al edificio terminal.

Sin embargo, y al igual que ocurrió a la entrada del país, en mi caso los controles fueron mínimos y rápidos. Tanto o más que en cualquier aeropuerto internacional europeo.

Una vez superados todos los filtros, me encontré en la zona internacional del aeropuerto, un espacio moderno y bien equipado con tiendas duty-free, restaurantes y zonas de descanso. Con varias horas por delante hasta mi vuelo de las 16:00 con destino a Madrid, aproveché para hacer un último repaso mental del viaje, ordenar fotos en el móvil y escribir algunas notas sobre las experiencias vividas.

Reflexioné sobre lo afortunado que había sido de poder disfrutar, aunque fuera brevemente, de un país tan fascinante como Israel. En apenas cinco días había tenido la oportunidad de sumergirme en la modernidad mediterránea de Tel Aviv, explorar la histórica Acre con sus reminiscencias cruzadas y otomanas, maravillarme con la arquitectura escalonada de Haifa, sentir la intensidad espiritual de Jerusalén desde el Monte de los Olivos, descubrir el contraste entre vida y aridez en el oasis de Ein Gedi, impresionarme con la fortaleza de Masada y experimentar la extraña sensación de flotar sin esfuerzo en las aguas hipersalinas del Mar Muerto. Un viaje intenso y lleno de contrastes que, a pesar de su abrupto final, había cumplido con creces mis expectativas.

Vuelo a Madrid y conexión nocturna #

Mi vuelo despegó puntualmente a las 16:00 horas. Durante las poco más de cuatro horas de trayecto hasta Madrid, me dediqué a leer y a intentar descansar, preparándome mentalmente para el largo viaje en autobús que aún me esperaba hasta Bilbao. El avión aterrizó en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas alrededor de las 20:15, hora local.

Nada más aterrizar, encendí el móvil para comprobar si había novedades sobre el estado de mi padre. Afortunadamente, estaba estable dentro de la gravedad. También recibí mensajes de mis amigos de Madrid, que se habían organizado para venir a recogerme al aeropuerto y asegurarse de que llegaba a tiempo para tomar el autobús nocturno a Bilbao.

Este gesto de amistad me conmovió profundamente. En momentos difíciles como el que estaba atravesando, estos pequeños actos de solidaridad resultan especialmente significativos. Mis amigos no solo me recogieron en el aeropuerto, sino que además se aseguraron de que pudiera cenar algo decente antes de emprender el viaje nocturno. En un restaurante cercano a la estación de autobuses, compartimos una cena rápida donde pude contarles brevemente mis impresiones sobre Israel y ponerme al día sobre la situación familiar con más detalle.

A las 22:00 en punto abordé el autobús nocturno con destino a Bilbao. Mis amigos se quedaron en la estación hasta que el vehículo partió, despidiéndose con gestos de ánimo. Ese tipo de momentos te hacen valorar las verdaderas amistades, aquellas que están presentes no solo en los buenos momentos sino especialmente en los difíciles.

El largo regreso a Bilbao #

El trayecto nocturno Madrid-Bilbao dura aproximadamente cinco horas en condiciones normales. Intenté dormir durante el viaje, pero la combinación de preocupación familiar, jet lag e incomodidad inherente a un viaje nocturno en autobús lo hizo prácticamente imposible. Durante esas horas de vigilia forzada, mi mente no dejaba de oscilar entre los recuerdos recientes del viaje y la inquietud por lo que me esperaba al llegar a casa.

El autobús llegó finalmente a Bilbao, cerca de las tres de la madrugada del sábado 25 de enero. El contraste entre la temperatura agradable de Israel y el frío húmedo del invierno vasco me golpeó nada más bajar del autobús. Ante la ausencia de transporte público hasta mi casa, donde me esperaba una jornada intensa organizando los cuidados para mis padres.

El viaje había terminado oficialmente, pero los recuerdos y las experiencias vividas permanecerían conmigo mucho más allá del regreso físico a casa. Jerusalén, Tel Aviv, Acre, Haifa, Ein Gedi, Masada y el Mar Muerto se habían convertido ya en parte de mi memoria viajera, en capítulos de una aventura que, aunque interrumpida prematuramente, había resultado intensa y enriquecedora.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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